12 relatos selectos
Compilados y traducidos por Richard E. del Cristo E.
Edición original:
© 2003 Literatura Monte Sion
Capítulo 1
¡Mami, despierta!
En la ciudad de Birlad, Rumania, había una familia que tenía siete hijos. Por ser muy pobre, esta familia tenía que vivir sin muchas de las cosas que otras familias normalmente tenían. Sin embargo, era una familia muy feliz, pues, amaban al Señor y se amaban unos a otros.
El padre murió cuando el hijo menor tenía tres años. La pobre madre tenía muchas preocupaciones, y su mente estaba turbada especialmente con un pensamiento:
“¿Cómo podré proveer ropa y alimento suficientes para mis siete hijitos de manera que no tengan que ir al orfanato del gobierno?
A diario, cuando todos se arrodillaban para orar, ella los hacía repetir estas palabras: “Señor, el pan nuestro de cada día, dánoslo hoy y suple todas nuestras necesidades para que no tengamos que ir al orfanato. En el nombre de Jesús oramos. Amén.”
En cierta ocasión, cuando los niños tenían hambre y frío, ellos preguntaron:
—¿Por qué no nos vamos para el orfanato? ¿Es que no hay pan allí tampoco?
La madre les contestó:
—Sí, allí hay pan. Pero en ese lugar nadie habla de Jesús. Allí no se practica el amor, y los niños tienen que adorar a un ídolo en lugar de adorar a Dios. Allí nadie le canta al Señor. Además, allí nadie les contaría historias de Jesús al anochecer.
Eso bastó para que los niños detestaran la idea de ir al orfanato. ¡Cuánto mejor sería sentarse alrededor de la madre cada noche y escucharla hablar de Jesús, de cómo Él ama a todo el mundo, especialmente a los niños, de cómo Él alimentó a miles con tan sólo unos pocos panes, de cómo Él sanó a muchos enfermos y hasta ¡levantó a algunos de entre los muertos! Ellos nunca se cansaban de escuchar a su madre hablarles acerca del cielo, donde se encontraba su padre, y donde nunca habrá hambre, ni frío, ni tristezas, ni enfermedades. Ellos escuchaban las mismas historias de Jesús una y otra vez, con sus ojitos clavados en el amable rostro de su madre, ansiosos por captar cada expresión suya. ¡Cuán fácil les era olvidar la roedora hambre, la ropa andrajosa y las burlas de los otros niños de la escuela, mientras se acomodaban cerca de su madre para escuchar cada una de las historias de la Biblia!
En un invierno, cuando el niño más pequeño tenía apenas cuatro años y el mayor trece, los niños notaron que con frecuencia la madre aparentaba estar muy cansada, y aunque ella seguía contándoles historias, de vez en cuando ellos notaban en su rostro una mirada preocupada o sus ojos llenos de lágrimas.
Un día, la madre les dijo que tendría que salir por varios días. Entonces una tía se quedó con ellos. Después de unos cuantos días, al ver que la madre no regresaba, los niños empezaron a preguntar:
—¿Dónde está mami? ¿Por qué ella no ha regresado?
La tía les contestó:
—Ella está en el hospital. Está enferma y no puede caminar.
—¿Cuándo es que ella va a regresar a casa?
—No lo sé. Creo que cuando ella pueda caminar de nuevo.
—¿Y no puede alguien traerla? ¡Cuánta falta nos hace mami!
La tía, parpadeando para contener las lágrimas frente a los pequeños rostros tristes que estaban ante ella, les contestó:
—Sí, hay Alguien que puede traerla de regreso. Oremos a Jesús para que la traiga de regreso a casa.
Entonces, todos juntos, oraron varias veces al día para que Jesús trajera a la madre a casa otra vez. Ellos sabían, por las historias que ella misma les había contado, que Jesús podía hacer cualquier cosa.
Sin embargo, todos los días, especialmente en la mañana, los pequeñuelos siempre preguntaban:
—¿Vendrá mami a casa hoy?
Hasta que llegó una mañana en la que la tía tuvo temor de enfrentar esa pregunta. Entonces, con voz temblorosa, ella les contestó:
—Sí, por fin ella vendrá a casa hoy —entonces, ella rompió a llorar.
—¿Vendrá ella caminando o la traerá alguien?
La tía les contestó, estremeciéndose en sollozos:
—Alguien la traerá.
Al instante, un carro se detuvo frente a la casa y cuatro hombres salieron del mismo. Los niños se quedaron observando con asombro, mientras aquellos hombres sacaban una gran caja de madera de la parte de atrás del vehículo y la llevaban hacia la casa. Ellos colocaron la gran caja cuidadosamente sobre la cama de la madre. ¡Cuánto lloraron los niños cuando la tapa del ataúd fue abierta y vieron la cara de su querida madre pálida y fría a causa de su muerte! Los ángeles en el cielo debieron haber estado llorando con ellos también. No hubo ojo que no llorara entre todos los familiares y hermanos en la fe, los cuales a esa hora ya estaban reunidos en la casa, acompañando a los tristes huerfanitos quienes ahora lloraban desconsoladamente por su querida y difunta madre.
Aquellos niños estaban alrededor del ataúd de su madre, y en su llanto, decían:
—¡Mami, despierta! ¡Por favor, mami, dinos algo! ¡¿Por qué no respondes?!
El corazón de todos estaba destrozado de tristeza.
En ese momento, uno de los niños recordó la historia de Lázaro, que la madre les había contado varias veces, de cómo Jesús lo levantó de entre los muertos. Entonces, todos los niños se unieron a una y entre muchas lágrimas y con una fe infantil muy grande, oraron:
—¡Jesús, levanta a mami de entre los muertos!
Los que estaban allí presentes dijeron que tal escena era casi más que lo que un corazón podía soportar. ¿Quién, sino un niño, creería que tal oración sería contestada?
En ese momento, todos en la casa observaban atónitos y atemorizados, mientras el rostro de la madre recibía su color natural y ella abría sus ojos, ofreciéndole una amplia sonrisa a sus hijos. Luego, ella se levantó. Mientras todos los otros se mantenían pasmados a causa del milagro, los niños enseguida comenzaron a hablar con ella.
Aquellos niños trataron de abrazarla y besarla al mismo tiempo, diciéndole:
—¡Mami, mami, regresaste! ¡Nosotros oramos tanto por ti! ¿Nos escuchaste mientras te llamábamos? ¡Nosotros le pedimos a Jesús que te trajera de regreso a casa!
La madre contestó:
—¡Oh, mis niños! Un ángel los escuchó llamándome. Yo morí y fui al cielo. Entonces Jesús me tomó de la mano y empezó a mostrarme un maravilloso huerto. ¡Cuán hermoso era todo y qué feliz estaba yo! Después, en ese momento, un ángel salió corriendo tras nosotros, gritando: “¡Jesús, Jesús, los hijos de esta mujer están orando con mucha fe y Te piden que Tú la lleves de regreso a ellos!”
Luego Jesús se dirigió a mí y me dijo:
—Tú debes regresar a la tierra para estar con tus hijos, a quienes les has enseñado a tener una fe tan maravillosa. Cuando ellos tengan edad suficiente, podrás regresar aquí.
En aquel momento, un ángel me trajo nuevamente a la tierra. Sin embargo, mis niños, ¡qué bueno fue haber estado en el cielo!
N0TA
En el momento en que se publicó este artículo, la madre aún vivía y los niños más pequeños tenían alrededor de 12 a 13 años de edad. Todos ellos son hijos de Dios, y nunca han olvidado la maravilla que Él ha hecho por ellos al resucitarle a su amada madre.
Esta historia fue tomada de una hoja informativa con fecha del 25 de octubre del 1984, del “Christian Aid For Romania” [Ayuda cristiana para Rumania] 3 Rt. 4. Box 67B, Millesburg, Ohio.