12 relatos selectos
Compilados y traducidos por Richard E. del Cristo E.
Edición original:
© 2003 Literatura Monte Sion
Capítulo 5
Los tres cocheros
Un hombre muy rico, con el nombre de Barón Cártier, el cual vivía en las montañas de Francia, necesitaba reemplazar a su cochero. Su chofer anterior era una muy buena persona, pero pensaba que ya había trabajado lo suficiente en tal empleo. Ya él había trabajado en la caballeriza del barón y había guiado su equipo de caballos por 25 años. Por lo tanto, él había llegado a la conclusión de que ya era tiempo de retirarse.
El Barón Cártier había anunciado que necesitaba un cochero con su mozo. Él se lo comunicó a todos sus amigos, se lo informó a los oficiales del pueblo y lo publicó en los mercados. Ya él había anunciado que ofrecía buen pago, pero que quería que sólo los cocheros más expertos y hábiles solicitaran el empleo.
Por fin llegó el día cuando todos los esperanzados cocheros debían presentarse en la hacienda del barón. Muchos cocheros, sabiendo que para poder obtener el empleo tendrían que ser probados y que habría mucha competencia, ni siquiera solicitaron el empleo. No obstante, allí se presentaron varios cocheros a la vez.
El Barón los llevó uno por uno al establo y allá observó atentamente cómo ellos manipulaban los caballos, mientras enganchaban la carroza. Cada hombre se había familiarizado muy bien con los caballos y mostraba gran conocimiento y equitación. Ya el barón sabía que para escoger al mejor cochero no le sería tarea fácil y que, por lo tanto, eso tendría que ser decidido en la carretera. El Barón Cártier les comunicó que, por el momento, todos serían tomados en consideración y que por sus habilidades se determinaría quién sería el empleado.
El primer hombre ayudó al barón a subir al coche, y luego empezó a chequear toda la carrocería para ver si la misma tenía alguna tuerca floja o alguna hendidura. Esto impresionó mucho al varón y lo hizo sentirse seguro.
Mientras el primer cochero salía de la hacienda para la prueba de conducir, él iba pensando en que, para poder ganar el empleo, tendría que verdaderamente impresionar al Barón con sus habilidades. Así fue que él salió, bajando por el camino de la montaña.
Entonces él, de una forma muy hábil, hizo que el caballo corriera lo más rápido que podía alrededor de las curvas en horquillas. Además, él también aproximó las ruedas del coche al precipicio lo más que pudo con tal de demostrarle al Barón cuánto controlaba al caballo y al coche.
El Barón Cártier se quedó sentado calmadamente dentro del coche y actuó como el que no quiere abandonar sus impresiones. Después del primer paseo, el cochero se bajó y el Barón le dijo:
—Buena conducción, hijo. Tus habilidades son mucho más adecuadas que la que requiere el empleo. El siguiente, por favor.
El segundo candidato observó cómo el primer conductor chequeó la carrocería para ver si tenía algún problema. Él había notado lo mucho que aquello le agradó al barón, entonces hizo lo mismo. Una vez fuera de las puertas de la hacienda, el segundo cochero, queriendo exceder al primero, le gritó al caballo y salieron volando. Él corrió a toda velocidad por las estrechas calles que apretujaban las montañas y hábilmente se deslizó alrededor de las curvas en horquillas sin reducir la velocidad. Cuando llegó al borde del precipicio, él pudo ver las huellas del cochero anterior a él. Para no excederse, él puso sus ruedas en las mismas huellas y luego, poco a poco, se acercó al precipicio más que el otro cochero.
Cuando el Barón Cártier y el segundo solicitante regresaron a la hacienda, él le dijo al cochero:
—Joven, esa fue una estupenda demostración de conducción. Tus habilidades son extraordinarias.
Entonces llegó el momento de que el último solicitante tomara su examen en la carretera. Él chequeó su carrocería tal como los otros dos lo habían hecho, chequeó las herraduras del caballo y por último todo el aparejo. Cuando estuvo seguro de que todo estaba bien, entonces se subió en el asiento y salió por el portón. El tercer cochero siguió la misma ruta que los otros dos habían seguido, pero el Barón notó algo raro en él.
El coche tomó velocidad, pero ni siquiera se aproximaba a la velocidad de las dos primeras veces. El Barón Cártier sabía que a ese cochero se le había dicho que el empleo estaba en riesgo, pero aún así parecía que a él no le importaba conducir con tanta lentitud.
El cochero redujo su velocidad aún más al doblar las curvas cerradas y no se acercó hacia el precipicio de la montaña ni una sola vez. Él pudo ver claramente cuán cerca del precipicio los otros cocheros habían pasado, pero él parecía estar indiferente a las habilidades que los otros habían demostrado.
Cuando el tercer cochero llegó a la hacienda, ayudó al Barón Cártier a bajar del coche. Los otros cocheros se estaban riendo disimuladamente por todo el tiempo que el tercer cochero se había tomado en su paseo de prueba.
Como ya el barón tenía que decidir, miró al tercer cochero y le dijo:
—Hijo, no sé cómo piensas ganar este empleo si no muestras tus habilidades.
El joven cochero, mirando al barón respetuosamente, le preguntó:
—Señor, ¿fue su viaje cómodo?
A lo que el barón le contestó:
—Sí, fue de lo más cómodo.
Luego, el tercer cochero prosiguió diciendo:
—Señor, ¿se sintió seguro?
El barón contestó:
—¡Claro que me sentí seguro! Nunca sentí el menor peligro, al igual que con los dos primeros.
Entonces el tercer cochero le dijo:
—Bueno, señor, esas son mis habilidades y yo se las he mostrado.
El Barón Cártier le dijo:
—¡El empleo es tuyo!
¿Cuántos de nosotros no vivimos nuestras vidas espirituales rápida y descuidadamente, al borde del precipicio? Pero cuando nos aferramos a la Roca de la Eternidad hallamos paz y seguridad. “Jehová, roca mía y castillo mío” (Salmo 18.2).