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El clamor de justicia y equidad para nuestras familias se extiende a todo lo largo y ancho de nuestro continente. Nos hemos mantenido pidiendo justicia por mucho tiempo... Sin embargo, parece que de alguna manera, nunca llegamos a la raíz de los problemas de injusticia, robo y corrupción.

De vez en cuando nuestros corazones se atreven a latir con esperanza, debido a la presentación de un nuevo líder con la promesa de un mañana mejor. Durante algún tiempo, nos parece que finalmente comienza a amanecer un nuevo día. Hasta nos atrevemos a pensar que el futuro traerá más justicia que la que hemos conocido en el pasado y que como resultado de ello, nuestras familias serán más felices.

Pero las nubes oscuras de corrupción e intriga oscurecen el cielo antes de que amanezca completamente. Y junto con nuestras familias, nos quedamos amargamente decepcionados.

Y de esa manera nos quedamos esperando. Quizá mañana será un día más luminoso. Queremos que realmente sea así. Pero ya casi hemos perdido el optimismo de esperar. Entonces nos enojamos y nos frustramos. Finalmente, nos preguntamos:

"¿Dónde está el líder que liberará a nuestro país de esta cadena perpetua de corrupción?"

"¿Es que acaso las masas siempre serán pobres?"

"¿Dominarán siempre los ricos nuestras políticas y nuestros proyectos nacionales?"

"¿Será que nuestras familias están destinadas a una opresión eterna por medio de las maldiciones del alcoholismo, el adulterio y el engaño?"

Amigo, observe detenidamente la última de estas preguntas. Ignore el resto de las preguntas por ahora. En su opinión, ¿cuál es la respuesta a esta última pregunta? La respuesta es "¡no!" "¡No y mil veces no!" Nuestras familias no necesitan mantenerse cautivas de la maldad. Ahí está la respuesta.

No obstante, el clamor para justicia y equidad continúa escuchándose en todo nuestro continente. Los mismos problemas familiares persisten año tras año: padres borrachos, madres prostitutas, jóvenes fornicarios, hijos hambrientos, mentirosos e infelices, y mucho más. Casi cada hogar en nuestro continente tiene al menos uno de estos problemas. En muchos casos es posible encontrar todos estos problemas en un solo hogar. ¿Hay, pues, alguna esperanza?

La solución a todo este panorama no está en exigirle al gobierno que nos dé justicia y equidad. Mientras acudamos al gobierno para erradicar nuestros pecados personales, familiares y sociales, entonces continuará escuchándose una y otra vez el clamor para justicia, debido a que el gobierno no puede cambiarme a mí. Ni a ti. Ni a nuestras familias.

La razón por la que los países en nuestro continente son corruptos se debe a que nosotros que somos el pueblo, somos igualmente corruptos. Es por ello que debemos dejar de culpar al gobierno y limpiar nuestra propia conducta. La razón por la que nuestras familias están oprimidas por el alcoholismo, el adulterio y el engaño, se debe a que tanto nosotros como nuestras familias consumimos alcohol, codiciamos a otras mujeres y engañamos a nuestras esposas e hijos. No podemos culpar al gobierno por la mala situación en nuestro país ya que nosotros mismos contribuimos a hacer de nuestro país lo que ahora es.

Por ejemplo, le robamos a nuestro patrón. Sin embargo, pedimos sangre a cambio cuando el gobierno nos roba. Le prometemos a nuestra esposa que nunca nos acostaremos con otra mujer mientras que al mismo tiempo salimos con otra mujer a sus espaldas. Pero cuando el gobierno nos engaña, nos enojamos. Sí, nos enojamos mucho.

Lo peor de todo este desastre es que hay muchísimos hombres y mujeres que profesan ser cristianos “evangélicos” y viven de esta manera. Nos gusta culpar al gobierno y a la iglesia católica por ser organizaciones corruptas. Pero el caso es que nosotros “los evangélicos” también somos corruptos. Y somos incapaces de cambiar nuestra conducta porque amamos nuestros pecados. Sí, amamos nuestros pecados, pero odiamos las consecuencias de nuestros pecados -la corrupción, la ruptura de los hogares y la tristeza.

La única manera de encontrar esperanza para nosotros mismos y para nuestras familias está en el arrepentimiento de cada uno de nosotros, individualmente. Esto significa que debemos dejar de pecar y comenzar a vivir una vida en santidad, por medio del poder de Jesucristo. No somos responsables de eliminar la corrupción en el gobierno y en la iglesia católica. Es necesario que dejemos de tranquilizar a nuestras propias conciencias pecaminosas por censurar la corrupción existente en estas organizaciones. Somos responsables de limpiar nuestras propias conductas, no la de ellos.

Si todos confesáramos nuestros pecados a Dios y le pidiéramos perdón a nuestra esposa, a nuestro jefe y a otros contra quienes hemos pecado; si dejáramos de pecar y comenzáramos a vivir para Jesús; si asumiéramos seriamente nuestras responsabilidades familiares y enseñáramos a nuestros hijos los caminos de Dios por medio del ejemplo de nuestras vidas piadosas —entonces Dios que está en el cielo miraría hacia la tierra y nos bendeciría. Y los perpetuos problemas en nuestros países serán resueltos, primero en nuestras vidas en el plano personal, y luego en nuestras familias.

Hay dos preguntas que tenemos que hacernos antes de que perezcamos. Tenemos que responder estas dos preguntas de forma honesta y actuar consecuentemente. Aquí están las dos preguntas:

(1) ¿Realmente deseamos la esperanza?

(2) ¿Estamos dispuestos a arrepentirnos?

-Daniel R. Huber