Antonio y su Biblia
Había llegado el verano de 1856. El joven Antonio, albañil de profesión, no encontraba trabajo. Por esa razón, hizo un bulto de sus herramientas y ropa, lo amarró a un palo, y lo echó sobre su hombro. Salió de su casa en el cantón Tecino de Suiza, donde se hablaba italiano, y caminó sobre las montañas hacia la región alemana de ese país. Mientras caminaba por la vereda montañosa, se encontró con una señora que le habló y le dio una Biblia italiana. Le animó a que leyera el libro porque era la Palabra de Dios. Le dijo que señalaba el camino a la vida eterna.
Antonio aceptó el regalo con indecisión. Ni se lo agradeció. Sólo metió la Biblia dentro de su bulto y siguió de camino. Sin embargo, algunos pensamientos le turbaron la mente. Recordó que el cura de su aldea muchas veces le había advertido de los peligros que existían en los países protestantes. Siempre decía que no se leyeron “los libros de los herejes que destruyen las almas”.
Durante esta época de la historia había mucha desconfianza entre las varias religiones de Europa. La mayoría de las personas de aquella parte del mundo habían pertenecido a la iglesia católica romana por muchos años. Un cura católico, llamado Martín Lutero, había llegado a entender las doctrinas de la Biblia de una manera distinta a la que enseñaba su iglesia. Entonces, Martín Lutero empezó a protestar contra las enseñanzas de la iglesia católica. Por tanto, la iglesia católica llamó protestantes a Lutero y a sus seguidores. Aun hoy, las iglesias que siguen las enseñanzas de Martín Lutero, se conocen como los Protestantes.
Los curas a quienes Antonio había conocido siempre le habían advertido en contra de la Biblia. Decían que leer la Biblia era muy peligroso para los ignorantes. ¡El leer la Biblia había engañado aun a Martín Lutero, un cura católico! Ahora Antonio llevaba ese “libro peligroso” en su bulto. Antonio decidió deshacerse de la Biblia tan pronto como le fuera posible. Vacilaba entre tirarla de una vez o esperar una mejor oportunidad. Entonces decidió esperar.
El joven siguió caminando hasta que llegó al pueblo suizo de Glaro. Allí Antonio encontró trabajo con unos conocidos de su propio pueblo.
Antonio trabajó en un edificio nuevo que estaba en construcción. Un día, mientras colocaba los ladrillos, llegó a una brecha en la pared. Tenía que poner algo en ese espacio. De repente, una idea ingeniosa le vino a la mente. Colocaría la Biblia en aquel espacio.
—¡Ahora —exclamó riéndose— vamos a ver si el diablo la puede sacar!
Los amigos de la aldea de Antonio, quienes trabajaban con él, acordaron que su idea era estupenda y divertida. Así que, Antonio sacó la Biblia de su bulto y trató de meterla en la brecha. Le dio dos o tres golpes duros con su martillo. Esos golpes casi rompieron la portada de la misma. Los amigos se rieron a carcajadas cuando Antonio logró colocar la Biblia en la brecha y la cubrió con mezcla.
El invierno se acercaba. Se terminó el trabajo de los albañiles en el edificio. Los trabajadores empezaron a pensar en volver a casa. La mayoría de los hombres no tenían mucho dinero ahorrado. Ellos habían malgastado la mayor parte de su sueldo embriagándose.