Giovanni y el cura
El trabajo de la albañilería avanzaba rápidamente durante el caluroso verano de 1862. Giovanni anticipaba el día en que volvería a casa. Él había logrado ahorrar una buena cantidad de dinero. Por fin, llegó el otoño con sus días más cortos. Los trabajadores italianos estaban deseosos de partir para sus hogares. Salieron en uno de los primeros días de noviembre. Nuestro amigo, Giovanni, casi no podía esperar el día cuando viera a su querida esposa y a sus hijos nuevamente.
Las tormentas de nieve ya habían llegado a las montañas. Al cruzar por aquellos lugares se hacía peligroso. El peligro del viaje sólo aumentó el gozo de Giovanni por llegar a su casa. Giovanni sorprendió a sus hijos a entregarle a cada uno un regalo que sacó de su bolsa.
La tristeza se mezcló con el gozo de tener a toda la familia reunida. Su amorosa esposa: Gina, había sufrido una caída bastante severa, Se había quebrado el brazo durante la ausencia de Giovanni. Gina había resbalado y se había caído. Ella estaba tratando de bajar un saco de castañas loma abajo hacia el pueblo. Puesto que la aldea no tenía ningún médico que pudiera hacer regresar el hueso a su lugar, el brazo de la pobre mujer le colgaba inútil a su lado. Ella no pudo utilizar ese brazo por el resto de su vida.
Esto fue una amarga experiencia para Giovanni. Él estaba muy preocupado por la incapacidad de su esposa. A pesar de eso, todavía recordaba con gozo el hecho de que el Señor había prosperado su labor en aquel verano. El dinero que ahorró compraría una cabra y proveería para su familia durante todo el invierno. Su familia había recogido una cosecha abundante de heno y de castañas durante su ausencia. Con la bendición de Dios, Giovanni estaba seguro de que no sufrirían escasez.
Durante las noches largas del invierno, Giovanni tenía muchas cosas para contarles a su familia y a sus amigos. Hablaba del fuego en Glaro y de las maravillosas providencias de Dios. Les contaba de cómo Dios había ayudado a muchos escaparse del peligro. Además, les dijo acerca de la mano proveedora de Dios para el pueblo de Glaro. Les narró de las maneras y las costumbres de la gente en Suiza. Les contó acerca de su viaje tan peligroso por las montañas, y de cómo Dios le había protegido.
La historia más importante que Giovanni contó fue el misterioso hallazgo de la Biblia. Giovanni nunca se cansaba de contar esta historia. Todos los vecinos vinieron para escuchar aquella historia milagrosa. Además, ellos querían ver aquel extraño libro con sus propios ojos. La mayoría de ellos querían escuchar algo del mensaje de este libro. Entonces, Giovanni les leía alegremente de la Biblia.
Pronto aquella gente sencilla empezó a contar que lo que se les leía era muy bello. Aprendieron y entendieron más fácilmente la Palabra de Dios, por la lectura directa que hacía Giovanni, que por la misa en latín y los sermones aburridos del cura. No es de maravillarse que la pequeña casa de Giovanni se llenaba cada noche con vecinos y amigos. Estas personas tenían sed de la salvación. Jesús dice, en Mateo 5:6: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.”
Un día un visitante, a quien Giovanni había esperado, tocó a la puerta. Era el cura. Él quería ver sin demora esta Biblia de la cual la gente hablaba tanto.
—Ciertamente la verá, señor —contestó Giovanni, pero bajo una condición: no puede quitarme el libro, porque Dios mismo me ha dado esta Biblia.
—¡Loco! exclamó el cura—. ¡Tú no sabes qué daño hace tal clase de libro cuando cae en manos de gente inculta como tú!
Esta vez Giovanni fue más firme. Él había cedido al cura una vez antes, y al hacerlo había perdido su Nuevo Testamento. La gente de Italia tenía plena libertad de religión ahora, y Giovanni lo sabía. Los curas ya no podían obligar a la gente a obedecer las reglas de la iglesia católica.
El cura amenazó a Giovanni con excomulgarlo de la iglesia. La esposa y los hijos de Giovanni se aterraron. El cura los amenazaba con todos los horrores de la condenación eterna. Sin embargo, Giovanni rehusó entregar su Biblia. Sabía que Dios le había dado aquel libro precioso. El cura se marchó sin la Biblia de Giovanni.