Antonio en el hospital
Dios es muy paciente con la gente para que acepten su plan de salvación. Él sigue obrando, a pesar del orgullo y de la arrogancia del hombre. Son maravillosos los medios que Él usa, para traer a la salvación a los que están resueltos a destruirse a sí mismos.
Dos veces Antonio, el albañil tosco de Tecino, rehusó grosera y malvadamente aceptar la misma Biblia. Pero Dios había decidido usar esta misma Biblia para traerle a su rebaño. Dios deseaba hacerle una persona feliz para toda la eternidad.
Por tercera vez, este Dios incansable, compasivo y amoroso, se interpuso en el camino de Antonio. Dios usó nuevamente la misma Biblia de la portada dañada. Jesús dice en Apocalipsis 3:20: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”.
Como ya habíamos visto, Giovanni tuvo la necesidad de salir de casa en busca de trabajo. Había llegado a uno de los pueblos de Suiza. El día que empezó a trabajar, se dio cuenta que el alborotador y obstinado de Antonio, trabajaba en el mismo edificio que él estaba trabajando.
Antonio se sintió incómodo al principio. Especialmente, cuando vio con el respeto que los otros hombres trataban a Giovanni. Giovanni era el jefe de todos los trabajadores italianos.
Poco a poco, Antonio empezó a sentir más respeto y aun algo de afecto hacia su jefe, Giovanni. Deseaba que Giovanni se hubiera olvidado del maltrato que él había incitado en su contra en Lugano. Por su parte, Giovanni puso en el olvido el pasado, y empezó a tomar gran interés en el joven.
Un día, Antonio llevaba una piedra muy pesada escalera arriba. Entonces, su pie resbaló y se cayó al suelo. Tal vez la debilidad a causa de su mucha embriaguez contribuyó a su caída. Lo cierto es que se cayó para atrás desde una altura de unos quince metros. Sus compañeros de trabajo lo llevaron, ya inconsciente, al pequeño hospital del pueblo. Allí las Hermanas de la Caridad lo cuidaron.
¡Pobre joven! Estuvo acostado en aquel lugar por muchas semanas, aun meses. Sufría al verse en una cama. Giovanni visitó a Antonio en aquel hospital varias veces. Antes de la caída, Giovanni le había advertido a Antonio en contra de seguir en su vida pecaminosa. Le había recordado de la certeza del castigo de Dios. Ahora, con ternura y amor, Giovanni deseaba guiarle hacia el Buen Pastor. Le ayudó a entender que todos, antes de conocer a Cristo, somos como Jesús dijo: “Desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor” (Mateo 9:36).
Fue Dios mismo quien había enviado a Giovanni nuevamente a Antonio. Giovanni quería decirle a Antonio que el Señor usaba el castigo en amor para traer a sus ovejas errantes hacia Él. Jesús dice en Mateo 9:37, 38: “A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies.” Ciertamente el Señor de la mies envió a Giovanni a esa obra.
Giovanni no se quedaba por mucho tiempo cuando llegaba a visitar a Antonio. El trabajo empezaba a las cuatro de la mañana y no terminaba hasta el anochecer. Le quedaba poco tiempo y poca fuerza para visitar a los enfermos. Sin embargo, quería hacer algo más por el pobre Antonio. Le dijo que le dejaría su Biblia tan preciosa, con la condición de que Antonio la leyera y la cuidara.
Antonio no le dio ninguna importancia a la Biblia. De hecho, ver la Biblia sobre la mesa que estaba a su lado le enojaba. No obstante un día, Antonio estaba muy aburrido y entonces agarró la Biblia. No la leyó, pero sí empezó a hojear las páginas para entretenerse. En este momento algunas mujeres piadosas llegaron a visitarlo. Ellas vieron que Antonio hojeaba las páginas para pasar el tiempo. Aprovecharon la oportunidad para contarle acerca del capítulo 12 de Hebreos. Le dijeron que este capítulo habla de las bendiciones del sufrimiento, y de cómo Dios manda el sufrimiento a causa de su amor. Le dijeron que el amor de Dios se revela en una manera especial mediante el sufrimiento.
Estas palabras llamaron la atención de Antonio. Las mismas consolaron su corazón oscuro y doloroso. Cuando sus ojos se fijaron en el quinto versículo, estas preciosas verdades penetraron en su corazón: “Y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él”. Siguió leyendo los versículos 6 y 7: “Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo. Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina?”
El misterio de lo que Giovanni le había dicho se le aclaró. Ahora Antonio entendió cómo Dios le había mandado la aflicción para traerlo a hacia Él.
El corazón rebelde de Antonio suavizó mientras leía: “Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados. Por lo cual, levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas; y haced sendas desechas para vuestros pies, para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado. Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor.” (Hebreos 12:11-14).
Desde este momento, Antonio empezó a leer la Biblia. Él leía con mucho ánimo los pasajes que sus amigos cristianos le sugerían. Ellos trataban de explicarle los pasajes con mucha claridad. Poco a poco, Antonio empezó a crecer en su conocimiento de Cristo y de las cosas de Dios. De esta manera creció también su amor por la Palabra de Dios.
Antonio había esperado recuperar su salud y salir del hospital dentro de seis semanas. No sucedió así. Seis meses más pasaron antes que pudiera ponerse de pie y arrastrarse en su cuarto con la ayuda de muletas. Su cadera se había fracturado, y la herida lo dejó cojo para el resto de su vida. Sus amigos cristianos le dijeron que nunca más podría volver a trabajar como albañil. Tendría que hallar una manera diferente para ganarse la vida. Sugirieron que tal vez a medida que se sanara, y no tuviera tanto dolor, Antonio podría estudiar. Con suficiente estudio, tal vez podría llegar a ser un maestro. Antonio tomó el consejo. Estudió con gran entusiasmo. Hizo adelantos rápidos en muchas materias. Su deseo para lo espiritual también aumentaba cada día.
Por fin, alcanzó el conocimiento más importante que el hombre puede alcanzar. Aprendió que él era un gran pecador y que merecía el castigo eterno. Entre más permitía que el Espíritu Santo le abriera los ojos, para ver la belleza que hay en Cristo, más podía entender lo que Pablo dijo en 1 Timoteo 1:15: “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero.” También el profeta Isaías dijo: “Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Isaías 6:5).
Cuanto más aprendía Antonio de la ira de Dios por causa del pecado, tanto más veía su necesidad de la sangre de Jesucristo para expiarlo. Aprendió que necesitaba la sangre de Cristo para purificarlo del pecado, tanto como necesitaba de ese sacrificio para quitar el castigo por el pecado.
Antonio oró la oración del publicano en Lucas 18: 13: “Dios, sé propicio a mí, pecador”. ¡Qué gozo surgió en el alma de Antonio cuando entendió que el Hijo de Dios podía limpiar a un pecador como él de todo su pecado! De aquí en adelante, Antonio sentía paz y gozo, a pesar de su sufrimiento. Hasta podía dar gracias a Dios por el sufrimiento que Él había usado para traerlo hacia Él.