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La búsqueda de una descendencia para Dios © 2004 por Denny Kenaston CAPÍTULO 12
Tácticas de cultivo
Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino
criadlos en disciplina y amonestación del Señor. Tomando en cuenta los ejemplos bíblicos que hemos estudiado en los capítulos anteriores, el título de este capítulo parece ser ideal. Ya hemos aprendido a visualizar a nuestros hijos como plantas que crecen y que algún día estarán listas para fructificar. Además, nosotros ya nos hemos imaginado a nuestros hijos como plantas de olivo, y a sus padres como agricultores que los cuidan y los crían hasta el punto que de esas “plantas” empiecen a manar de sus vidas el precioso aceite. ¡Oh Dios! ¡Concédenos la sabiduría y la gracia para realizarlo! El versículo que he seleccionado para encabezar este capítulo es uno de los “todo-lo-incluye” versículos de la Biblia. En este versículo aparecen algunas amonestaciones escondidas. Yo escribo esto a causa de las numerosas instrucciones que se encuentran en los libros de la Biblia que preceden este versículo. En el Nuevo Testamento, Dios no dice mucho acerca de la crianza de los hijos, ya que él se había referido al tema de forma profunda en el Antiguo Testamento. Aunque se invirtieran 30 minutos diariamente para meditar sobre las aplicaciones prácticas de este versículo, durante un año no gastaríamos la riqueza que encontramos en el mismo. Así es la Palabra de Dios; contiene muchas aplicaciones que emanan de sí misma. No obstante, se tiene que meditar en ella y estudiarla para poder aprovecharla de manera personal. El versículo de la cita de arriba inicia con un llamado muy claro que viene desde los cielos a nosotros los hombres. “Vosotros, padres”. Una y otra vez yo me he quedado impresionado al darme cuenta acerca de ese persistente llamado que Dios les hace a los padres a llevar la carga y la responsabilidad del hogar. Podemos ver claramente, al analizar el mensaje de las Sagradas Escrituras, que queda patente que Dios ha ordenado un hogar y una sociedad patriarcal. Esta palabra simplemente quiere decir que los padres deben ser la cabeza de la familia. Luego de hacerles un llamado a los padres en el versículo de la cita que encabeza este capítulo, Pablo señala dos caminos para ellos con relación a los hijos: o bien provocamos a nuestros hijos a la ira o los guiamos a la justicia. Permítanme compartir con ustedes unas observaciones propias y muy particulares acerca de cómo este versículo se aplica a la vida cotidiana. Yo he notado que en los casos de negligencia por parte de los padres en guiar a sus hijos por las sendas de la justicia, casi siempre aparece de forma natural y continua la provocación a la ira por parte de los hijos. O sea, donde existe la carencia de una autoridad positiva, allí siempre existirán también el desorden, la desobediencia y el caos. Y cuando estas tres “hermanas” destructoras moran en un hogar, los padres siempre empiezan a gobernar sus hogares con frustración y ansiedad. Esto causa que los padres les griten a los hijos, apliquen castigos con enojo y manifiesten otras reacciones negativas semejantes. ¡Queda claro que es mucho mejor aplicar una autoridad positiva! Es por eso que somos instruidos a “criadlos en disciplina y amonestación del Señor”. Para ilustrar la magnitud de este versículo, yo voy a utilizar algunos ejemplos de la vida cotidiana. Si yo le ordenara a un agricultor, diciéndole, “Siembre un huerto”, o si le dijera a un constructor, “Construya una casa”, entonces se entiende que estos son mandatos complejos. De hecho, existen muchos mandatos menores en cada uno de los dos mandatos mayores. El agricultor, al recibir el mandato de sembrar un huerto, va a pensar en distintos aspectos relacionados con el cultivo. Y el constructor, al recibir el todo-lo-incluye mandato de construir una casa, tendrá varios aspectos menores en mente que querrá tratar acerca de la construcción. De igual modo, el versículo de la cita que encabeza este capítulo no es un mandamiento sencillo, sino que incluye otros mandamientos menores. Cuando escuchamos o leemos el decreto de “criadlos en disciplina y amonestación del Señor”, entonces debemos darnos cuenta que existen docenas de principios que deben estar presentes en nuestras mentes. Si al escuchar o leer este mandamiento no llega nada a nuestra mente entonces tenemos un problema, tal como el agricultor que no sabe dónde empezar al recibir la orden de sembrar un huerto. En tal caso, ese agricultor debe buscar libros sobre la agricultura para que aprenda a sembrar o debe buscar a una persona que en verdad sepa sembrar. Me parece que muchos cristianos están en esta misma situación al recibir el mensaje del versículo citado anteriormente y que entonces sus mentes se queden vacías en cuanto a cómo criar a sus hijos. Una de las metas que se tuvieron en cuenta al escribir este libro fue la de compartir ideas inspiradoras acerca de cómo criar a los hijos para Cristo. Por supuesto, tú no vas a recibirlas a menos que leas este libro tal como un alumno lee su libro de texto escolar. De hecho, el modo positivo en que respondas a la instrucción que te ofrece este libro basado en la Biblia será la llave para una mejor vida hogareña. Hace ya algunos años que yo prediqué una serie de mensajes sobre la vida hogareña, la cual fue grabada en casetes. Durante los siguientes años, yo he notado las distintas formas de responder de las muchas personas que escucharon estos mensajes grabados. Algunas los escuchan una vez y los colocan en un estante. Otras los escuchan y, postrándose con toda humildad, se arrepienten ante Dios y desean obtener el resultado de vidas cambiadas. No obstante, existen algunas pocas personas que los escuchan una y otra vez con mucha atención, determinándose poner en práctica lo escuchado. Ahora, les hago la pregunta: ¿Quienes aprovecharon mejor el mensaje de los casetes? ¡Todos sabemos la respuesta! Al yo entrar al hogar de las personas que los han escuchado repetidamente y que han hecho caso de lo que escucharon, puedo darme cuenta de forma inmediata del provecho que han obtenido. Ahora, volvamos al cultivo Para animarte en la fe en cuanto a tu vida hogareña, yo voy a tratar con la ilustración de sembrar un huerto. Nuestro Dios es creador de todo en ambos lugares: en el cielo y en la tierra. Como creador de todo, él estableció leyes, o sea, principios por los cuales toda la creación funciona. Hay leyes naturales y leyes espirituales. Y nosotros los humanos tenemos que aprender a tomarlas en cuenta. De otro modo nos arruinamos o por lo menos nos frustramos. Los agricultores experimentados conocen bien las leyes básicas del cultivo. Ellas son reconocidas a razón de que nunca varían. A continuación, yo les presento algunas de las leyes básicas de las prácticas del cultivo: • Si no se ara la tierra, las plantas no crecen bien. • Sin agua, nada crece. Esta ley nunca falla. • Si no se aplica el fertilizante (excepto en los casos de una tierra rica en nutrientes), las plantas no crecen bien. • Si no se desyerba, sus frutos serán pequeños o no habrá ninguno. • De las semillas del maíz nacen plantas de maíz y de las semillas del fríjol nacen fríjoles, etc. • Hay que sembrar en la época apropiada. Si no, la semilla no germina. Existen más ejemplos que se pueden dar acerca de las leyes básicas del cultivo, pero estos ejemplos son suficientes para aclarar el asunto. Bueno, yo crecí en la ciudad de Omaha, Nebraska. Cuando me fui a vivir al campo, hace ya más de 20 años, de inmediato y con mucho entusiasmo empecé a cultivar un huerto, pero lo hice con un corazón de aprendiz. Entonces yo aprendí de primera mano que las leyes de arriba, las que vienen del cielo y que han sido anotadas por los hombres, no cambian… ¡nunca! Dios las ordenó y las mantiene, al igual que ha ordenado y ha mantenido la ley de la gravitación. Por otro lado, yo también aprendí que todas esas leyes son una bendición si se aceptan y se obra conforme a las mismas. Si estas leyes son aplicadas correctamente, entonces se puede tener una buena cosecha sin fallar. Recibe y cree Yo deseo convencerte que los principios revelados en la Biblia con relación a la crianza de los hijos se cumplirán tan fielmente como los del cultivo. ¿Lo crees? Muchos cristianos no lo creen. De hecho, ellos viven en el temor, las dudas y la incredulidad en cuanto a sus hijos. El enemigo ha cegado a muchas personas en esta área de la vida. Del mismo modo que estableció las leyes naturales, Dios también estableció leyes o principios espirituales con relación a la crianza de los hijos. A lo mejor podemos llamarlas “leyes para la cosecha de hijos piadosos”. Yo estoy convencido que si aplicamos los principios que nos han sido dados en la Palabra de Dios, entonces veremos buenos frutos con resultados duraderos. Todos sabemos, sin lugar a dudas, que si sembramos un huerto según las leyes naturales, vamos a cosechar frutos. En esto tenemos fe y confianza. Mi oración por cada uno de ustedes (los lectores de este libro) es que Dios les imparta en su corazón una fe viva para el beneficio de sus hogares. ¡No se debe criar a los hijos en medio de las dudas! Más bien, nosotros debemos ser tal y como lo fue Caleb, quien dijo con un corazón confiado en las promesas de Dios: “¡Yo quiero ese monte!” Muchas personas sufren de una escasez de fe en cuanto a la crianza de sus hijos. Mi testimonio se puede resumir como escribo a continuación: “Creo y confío, y no desmayo en mi corazón, criando a mis hijos. No hago caso a las palabras de Satanás, quien se me acerca diciendo: ‘¡Vas a fracasar!’ Tengo fe en los principios de la Palabra de Dios, tal que si pongo por obra las instrucciones bíblicas, Dios cumplirá su parte. Y le creo a él. La crianza de mis hijos no es un gigante para mí, mas bien es una oportunidad gloriosa”. Que Dios nos conceda una visión de fe, confianza en lo que él va a realizar, si tan sólo aplicamos las enseñanzas de su Palabra en cuanto a la crianza de nuestros hijos. La promesa es la de una cosecha de hijos piadosos que aman fervientemente al Señor y le obedecen. La fe y la promesa de una cosecha cambian totalmente nuestra perspectiva. En lugar de una nueva lista de obligaciones, nuestros corazones se levantan con gozo, diciendo: “¡Estos principios traen buenos resultados! ¡Pongámoslos por obra para recibir una buena cosecha!” Además de cambiar nuestra perspectiva, la fe también cambia nuestra actitud para recibir instrucción y corrección de parte de otras personas. La mayoría de las personas se muestran quisquillosas cuando otra persona les habla acerca de su manera de criar a los hijos. ¡Tan fácilmente se ofenden cuando alguien les da una amonestación! Quizá tú has experimentado esa frialdad del espíritu, un silencio que se levanta como una pared cuando tratas de ofrecerle un consejo a otra persona que te rechaza. Como pastor, yo lo he notado en muchas ocasiones. Me parece que esto ocurre porque nuestros hijos son una parte integrante de nosotros, una expresión de quiénes realmente somos. Pero te animo que abras tu corazón para recibir el provecho de leer un libro como éste. Si verdaderamente deseamos obtener la meta de tener un hogar para Dios, entonces le vamos a dar la bienvenida a cualquier amonestación que se nos dé. Jackie y yo recibimos muchas críticas con relación a nuestro hogar y a nuestros hijos. Aunque tengo dudas en cuanto a los motivos sinceros de algunas de esas críticas, nosotros siempre las recibimos con un corazón abierto y deseoso de aprender. Somos aprendices en la crianza de nuestros hijos y nos hace falta mucho por asimilar. Cuando alguien se me acerca con una crítica referente a mi hogar, yo le doy la bienvenida a esa crítica y la recibo con mucha seriedad. Luego, yo vuelvo a casa y comienzo a reflexionar sobre ella. La comparto con Jackie y nos sentamos a deliberar, debatiendo y orando sobre la inquietud de esa persona que se acercó con su crítica. ¿Por qué respondemos así? Porque no deseamos andar equivocadamente. No deseamos darnos cuenta diez años después que hemos errado gravemente por no escuchar el consejo o la crítica de alguien. ¡Deseamos saberlo ahora! Nosotros los humanos hacemos muchas cosas que realmente no tienen sentido, y el área de la vida hogareña no es una excepción. En muchas otras áreas menos importantes de la vida, aceptamos consejos casi sin duda alguna. Por ejemplo, si alguna hermana ha descubierto una manera de lavar la ropa con más rapidez o una manera de matar los insectos que invaden el huerto, entonces la escuchamos muy atentamente. Si algún hermano ha descubierto una manera de obtener 5 quintales más de maíz por hectárea sembrada, nosotros los hombres inmediatamente queremos saber cómo hacerlo. Y nadie juzgaría como malo desear aprender tales cosas. En tales casos, nosotros siempre aceptamos el consejo y esperamos recibir el beneficio. Sin embargo, cuando alguien se acerca para ofrecernos consejos de cómo criar hijos más apacibles, muchas veces estos consejos son recibidos como algo ofensivo. Los recibimos tan personalmente que no nos damos cuenta de nada positivo sobre el asunto. Te animo a tener la actitud humilde del aprendiz. Lee cada capítulo con un espíritu manso y un corazón abierto, con una voluntad lista para examinar tu hogar. ¿Acaso vayamos a darles a nuestros huertos más atención y cuidado que a nuestros propios hijos? ¿Es que vamos a recibir con más atención los consejos acerca del cultivo que los de la crianza de nuestros hijos? ¡De ninguna manera! Lecciones de los cristianos perseguidos Las vidas y el testimonio de los hermanos que fueron perseguidos por su fe en Cristo han sido una rica bendición a mi vida cristiana. No puedo describir la magnitud de cuánto he sido impresionado por su ejemplo. Siempre que se me presenta alguna oportunidad, yo leo libros acerca de ellos. Yo he sabido que por medio de la obediencia en sus sufrimientos, ellos fueron purificados. Tales angustias son algunas de las razones por la que la hermosa vida de Cristo fluye de sus vidas. Sí, hay mucho que aprender de esos santos tan nobles del pasado. Uno de los retos más grandes que las vidas de ellos me presentan es su diligente búsqueda de una descendencia para Dios. A causa de la persecución que enfrentaron en el pasado, ellos tuvieron que criar a sus pequeñas “plantas de olivo” con un celo muy cuidadoso. ¡Qué gran diligencia pusieron ellos en la crianza de sus hijos! Vamos a considerar un ejemplo que se dio en los cristianos de Rusia. Aunque en estos momentos no es tan feroz, durante muchos años la persecución en contra de los cristianos fue muy intensa en ese país. Durante la época comunista, los niños fueron instruidos en escuelas ateístas. En estas escuelas se burlaron de los hijos de padres cristianos, y los mofaron y golpearon. Además, sus Biblias fueron despedazadas delante de los ojos de los demás alumnos. La vida era difícil para los hijos de los cristianos. ¡Imagínate cómo fue ser un cristiano joven en aquellas circunstancias! Los maestros de las escuelas se empeñaron en arrancar el cristianismo de los corazones y las mentes de aquellos niños. Es por ello que se predicaba abiertamente en su contra en las aulas. Los padres sabían que sus hijos tendrían que pasar por esas experiencias en las escuelas ateas. ¿Qué podían hacer? En aquel tiempo no había oportunidad de enviarlos a una escuela cristiana ni de enseñarles en el hogar. Tales circunstancias difíciles obraron algo muy especial en los corazones de los padres cristianos, algo que nosotros necesitamos en el mundo libre en que vivimos. No había otra opción para los padres: si no criaban bien a sus hijos, entonces los ateos se los ganaban. Por eso fue preciso que ellos criaran sus hijos en los caminos del Señor, orando por ellos y mostrando un buen ejemplo cristiano en sus propias vidas. Si no, el cruel y feroz mundo de aquel entonces los podía destruir. Así, con humildad y determinación, los padres cristianos rusos aplicaron cuidadosamente las tácticas de cultivo en la crianza de sus hijos. Sería muy ventajoso para nosotros meditar en su ejemplo y considerar cuánto tiempo vamos a invertir en criar a nuestros propios hijos. No debemos olvidar que es sabido que los comunistas rusos no ganaron a muchos de los hijos de los cristianos de aquel entonces. Sin embargo, sí hay un fin algo triste en la historia de los cristianos rusos. Muchos de ellos se escaparon de Rusia hacia los Estados Unidos para evadir la persecución. El problema es que muchos de ellos no han prosperado espiritualmente en su nuevo hogar. La libertad y la mundanalidad de los “cristianos” estadounidenses les han hecho tropezar. Muchos de los padres de origen ruso han puesto a un lado su responsabilidad de criar a sus hijos para Dios. Los resultados son muy graves: ellos están perdiendo a la siguiente generación. Los cristianos que vinieron de Rusia se han unido a los “cristianos” de los Estados Unidos, permitiendo que sus hijos anden a la deriva. Para mí, esto es un gran desastre, pues yo recibí mucho ánimo con relación a su método ferviente de criar a sus hijos mientras todavía vivían en Rusia. Es la gracia de Dios, nada más Ya hace algunos años que yo tuve la oportunidad de visitar el hogar de una preciosa pareja de cristianos que muchos conocen como los menonitas. Ellos tenían doce hijos. Esa pareja nos había invitado a comer con ellos y gozarnos de un tiempo de compañerismo cristiano. Jackie y yo estábamos muy emocionados por esa invitación, pues nos daría una excelente oportunidad para aprender de ellos en cuanto a su vida hogareña. En aquel entonces, nosotros teníamos solamente tres hijos pequeños y éramos como una esponja que buscaba el agua. Al fin llegó el tiempo de comer y todos nos sentamos a la mesa. ¡Aquella mesa era de suficiente tamaño como para acomodar a veinte personas! Tengo que decir que era una escena muy inspiradora. Allí estaban el padre y la madre con sus doce plantas de olivo reunidas alrededor de la mesa; todo en un hermoso orden. Mientras comíamos, todos compartimos una buena charla. Luego de terminar la comida, yo escuché las palabras que tanto ansiaba escuchar, el padre de familia me dijo: —Vamos a la sala para conversar un rato. ¡Puedes imaginarte cómo me sentía en mi alma! Ese hombre tenía lo que yo anhelaba tener de todo corazón, una familia piadosa. En aquella ocasión, las edades de sus hijos eran desde los tres años hasta los 25 años. Bueno, yo pensaba, estoy ante una mina de oro. ¡Y ahora es el tiempo de hacer preguntas! Entramos a la sala y me senté. Entonces decidí cosechar todo lo que pudiera de él. Para empezar, le pregunté: —Por favor, señor, ¿cuáles fueron los principios que usted ha aplicado para producir esta maravillosa obediencia en sus hijos? Nunca podré olvidar lo que él me contestó. Dijo: —Bueno, yo no hice mucho. Es solamente la gracia de Dios. Sin responderle, yo pensé en mi corazón: ¿Qué? ¿Es solamente la gracia de Dios? ¡Sé que es más que la sola gracia! Bueno, yo sé que es bueno y muy humilde decir que es la sola gracia de Dios lo que hizo todo, pero no creo que sea toda la verdad. Voy a recalcar lo que escribí: no es la sola gracia, aunque la misma es esencial. Si tú dependes de la sola gracia de Dios, sin hacer nada de tu parte, entonces te quedarás muy decepcionado. ¿Pudiera ser que por esto la vida hogareña de muchas familias no ha dado buenos frutos? ¿Será que hemos dejado todo a la gracia de Dios, sin seguir los principios que él nos ha dado para que los apliquemos en nuestras vidas y hogares? Yo estoy de acuerdo que al final, cuando ya estemos ancianos y todos nuestros hijos se hayan marchado del hogar a edificar los suyos propios, vamos a decir: “Si no hubiera sido por la gracia de Dios, nunca habríamos podido cumplir la tarea”. No obstante, nosotros tendremos que confesar que aplicamos muchos principios de la Palabra de Dios para poder producir una descendencia para Dios. La verdad es que la misteriosa gracia de Dios no puede obrar en nosotros si no agarramos las respectivas herramientas y nos ponemos a la obra. Supongamos que tú has sembrado semillas en tu huerto. Ahora imagínate a ti mismo sentado en tu sillón, esperando que la gracia de Dios haga lo demás: escardar, fertilizar, regar. ¡Qué tontería sería! Si tú actúas así, vas a tener un huerto lleno de malas hierbas, con frutos muy pequeños y plantas que no crecen mucho. Yo deseo animarte, amado hermano y hermana que has leído hasta aquí: hay mucho por hacer y mucho más por aprender. Se necesita un equilibrio entre la fe y las obras para tener un huerto sano. Y lo mismo sucede con nuestras familias. Sí, se necesita más que la gracia de Dios para criar hijos piadosos. Se necesita también de las obras que hagamos por ellos. La verdad es que la fe genuina llena el corazón, impulsándonos a actuar con una esperanza gozosa. Los israelitas confiaron en Dios, pero también salieron a la batalla. Abraham creyó a Dios, pero también instruyó a los de su hogar en los caminos de Dios. Nos toca también a nosotros confiar en Dios y creer en sus promesas. No obstante, también nos toca ponernos a la obra de todo corazón para criar a nuestros hijos para él “en disciplina y amonestación del Señor”. Oración Padre y Dios nuestro, santificado sea tu nombre. Vemos tan claramente que tú no nos has dejado aquí en la tierra sin la buena instrucción acerca de la crianza de nuestros hijos. Haznos ser estudiantes de la crianza de ellos. Danos la transparencia y la humildad necesarias para ser excelentes aprendices. Concédenos fervor espiritual y ayúdanos a visualizar la urgencia tan real de este asunto. ¡Tantas veces nos quedamos dormidos! ¡Despiértanos para ver las promesas y las provisiones que has ofrecido! En el nombre del Señor Jesucristo, amén. |