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La búsqueda de una descendencia para Dios © 2004 por Denny Kenaston CAPÍTULO 16Un ejercicio sagrado
Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa
de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que
en ella han sido ejercitados. Mientras escribo estas palabras, las lágrimas comienzan a caer por mis mejillas. Yo escribiré de un tema bastante conmovedor en este capítulo. Les explicaré en detalle el método que tenemos para castigar a nuestros hijos con la vara. En mi mente tengo muchas memorias preciosas que me ayudarán a escribirles lo que deseo que conozcan, pero les aseguro que son memorias que llenan de lágrimas mis ojos. ¿Recuerdas que en el capítulo 9 te hice una descripción del Señor donde él colocaba sus manos sobre las nuestras, ayudándonos de esa manera a construir nuestra casa? Pues bien, cuando castigo a uno de mis hijos es como si fuera un tiempo sagrado, cuando las manos del Señor guían las mías para juntos corregir al niño. Yo medité por mucho tiempo, tratando de encontrar algún versículo bíblico que pudiera explicar el gozo y a su vez la tristeza que me ha sobrevenido cuando pongo en práctica este ejercicio sagrado. Y elegí el versículo que encabeza este capítulo, el cual describe perfectamente la realidad de mi corazón. Yo amo a mis hijos y para mí no es fácil causarles dolor a través del castigo. Entre mis hijos y yo existe una dulce relación amorosa, pero dentro de la misma no dejo de aplicar el castigo con la vara. Aunque he mencionado esto anteriormente, yo voy a repetirlo de nuevo: No es nada fácil castigar a tu mejor amigo o amiga. Supongo que ésta sea la razón por la que en este momento las lágrimas ya están empezando a rodar por mis mejillas. Cuando nosotros castigamos a nuestros hijos por lo general invertimos de 15 a 20 minutos para realizarlo. Tal vez tú digas: “¡20 minutos! ¡Yo no tengo tanto tiempo como para ocupar 20 minutos en castigar a mi hijo!” Bueno, tú debes saber que si se practica esta tarea correctamente entonces no se tiene que hacer tantas veces. Es cierto que hay veces que una disciplina rápida será suficiente (por ejemplo, si hay visitantes en la casa), pero por lo general, aislar al niño del resto de las personas y propinarle un castigo corporal deprisa sólo provoca una actitud rebelde. Recuerda, lo que voy a compartir en adelante siempre se debe practicar sólo en el contexto de los otros aspectos (amor, paciencia, buenas relaciones, etc.) acerca de la crianza de los hijos. NUNCA castigues a tu hijo estando enojado. ¡NUNCA! De ninguna manera se debe castigar a nuestros hijos con la vara mientras estemos enojados. Yo espero que esto no sea una sorpresa para ti, pero también deseo que sepas que nosotros no nos permitimos el hecho de castigar a nuestros hijos si estamos enojados. De la misma forma te informo que nunca bebemos bebidas alcohólicas ni fumamos así como tampoco castigamos a nuestros hijos con la vara si estamos enojados. Mi oración es que Dios nos ponga un freno en el corazón para que nunca hagamos tal cosa. Muchos padres me han confesado que tienen “un problema con el enojo”, como si se tratara de algo que no tiene mucha importancia. Me parece que el enojo en los padres es uno de los asuntos más serios cuando se trata de la crianza de los hijos, ya que sus consecuencias son muy devastadoras. Si tú no has conquistado tu enojo entonces necesitas ser librado de sus cadenas por medio del arrepentimiento. Si has procurado vencerlo, pero no lo has logrado, tal vez debes buscar el consejo de alguien a quien puedas hacer responsable para que te ayude. Haz lo que tengas que hacer para librarte de esa maldad y pecado. Las leyes de muchos países están cambiando, las cuales provocarán que algunos tengan que hacer caso a la hora de tratar con su ira. De lo contrario, las autoridades llegan y les quitan a los hijos a todos aquellos que persisten en castigarles o abusar de ellos, llenos de enojo. La gran mayoría de los casos de abuso infantil se dan debido a que los padres los golpean en un estado de ira, les pegan demasiado duro, o les dan en las partes donde no se les debe golpear. En algunos casos, el enojo está en los padres a causa de las experiencias de castigo crueles que ellos mismos sufrieron durante su niñez. Por amor a Dios, quien es el que está siendo mal representado, y por amor a tus hijos, quienes están siendo deformados emocionalmente debido a tu ira incontrolable, busca ayuda para liberarte de tu enojo. El padre de familia representa a Dios ante sus hijos. Si un padre castiga a sus hijos, estando enojado, entonces les transmite una descripción errada de Dios. Ellos van a pensar que Dios está en los cielos, con un gran palo en la mano, esperando que nosotros hagamos algo malo para poder darnos un fuerte castigo. Tal concepto de Dios es erróneo. No obstante, muchos de nosotros los adultos nos lo imaginamos de este modo, pues recibimos palizas muchas veces inhumanas de parte de nuestros padres durante nuestra niñez. Pero Dios no es así. Por eso, cuando le propines un castigo a tu hijo, yo te sugiero que lo mandes a que se retire a otra habitación de la casa por un rato, mientras te calmas al tratar de controlar tu enojo. Si tú lo castigas con la vara, influenciado por un espíritu de enojo, vas a empeorar la situación. Muchos padres no entienden el concepto correcto del castigo. El castigo no es un juicio aplicado por un error. Más bien, el castigo es una corrección para la futura conducta del niño. Hay una gran diferencia entre estos dos puntos de vistas. Si aplicamos un castigo como un juicio, nos sentiremos justificados de estar enojados. Por eso, muchos padres creen que está bien mirar a los hijos desobedientes con los ojos encendidos y llenos de ira, con la vara en la mano, gritándoles ferozmente palabras de condenación y juicio. Si tú castigas a tus hijos de esta manera, queda claro que no entiendes la razón divina del mandamiento de castigar a tus hijos. Voy a recalcártelo una vez más: el castigo es para el beneficio de la futura conducta del niño, no para administrar justicia por las malas acciones cometidas. Es cierto que las malas acciones son un punto muy importante que se hace necesario analizar; sin embargo, no debemos estar motivados a castigar solamente a razón de lo sucedido. Si castigamos al niño, pensando en su futuro, entonces recibiremos resultados completamente diferentes que si los castigamos solamente por las malas acciones del pasado. Quizá te sientas abrumado al pensar: ¿Cómo podré aplicar todo esto correctamente? Por esta razón te informo que es preciso que estemos rendidos completamente a Dios para que él pueda poner sus manos sobre las nuestras y guiarnos mientras castiguemos con la vara a nuestros hijos. Tus hijos son pecadores Tus hijos van a pecar. Sí, tú debes concebir esto en tu mente y prepararte, porque ellos van a errar. Es sabio que lo hagas para que cuando suceda, no te desanimes cuando ellos se comporten de una forma que no lo deseas. Algunos padres necesitan cambiar su modo de pensar acerca de los fracasos o de los pecados o de los malos comportamientos de sus hijos. De alguna manera, algunos tienen la idea errada que los niños siempre deben comportarse como santitos, y esto causa que los padres se frustren y se enojen cuando sus hijos fracasan o se portan mal. No quiero decir con esto que no debemos preocuparnos en nada por la conducta de nuestros hijos. Antes bien, si entendemos que para un niño fracasar es normal en el proceso de crecimiento y madurez, entonces nosotros podemos estar más tranquilos y actuar con razón y mucha sabiduría en la disciplina de nuestros hijos. A continuación, yo les voy a compartir algunos comentarios acerca de cuando mis hijos me han desobedecido. Cuando ellos me desobedecen, yo lo veo como otra oportunidad para corregirles, pensando en su futura conducta; o sea, yo lo veo como otra oportunidad para enseñarles una valiosa lección, aunque esta lección les lleva dolor. Entonces podemos resumir este párrafo al concluir que los niños van a errar, pero que esto es un modo típico de aprender. Un carácter piadoso y un fruto apacible de justicia serán la cosecha de las lecciones dadas con amor en medio de los fracasos de nuestros hijos. Muchas veces me parece que nuestro orgullo es la raíz de nuestro enojo cuando nuestros hijos fracasan, pues es fácil pensar que él es mi hijo, y debe comportarse mejor. Jackie y yo hemos tenido que resistir esta manera de pensar más de lo normal, pues soy conocido como alguien que predica sobre la vida hogareña con mucha frecuencia. Gracias a Dios, nosotros hemos logrado resistir este pensamiento, permitiendo que nuestros hijos fueran, por así decirlo, “normales”. Es decir, ellos fracasan y aprenden tal como cualquier otro niño, a pesar de que otros piensan que los hijos del predicador deben ser perfectos. Sí, tus hijos van a errar muchas veces; es normal. Tú puedes considerarlo tan normal de manera que te ayude a planificar tu modo de actuar en la próxima ocasión que aparezca un mal comportamiento en la vida de tus hijos. Al planear así tu vida con relación al comportamiento de tus hijos, tú podrás administrar la debida disciplina con la paz y la calma que sólo Dios puede poner en tu corazón. Esto será algo excelente, ¿verdad? Reconozco que hubo ocasiones en las que yo pude discernir que uno de mis hijos necesitaba una corrección, pero a la verdad a veces no sabía lo que él había hecho. No obstante, yo sí sabía que algo andaba mal ese día. En tales ocasiones, se puede fijar que el niño no anda contento. Es más, uno puede discernir que dentro de poco tiempo ese niño va a fracasar o se va a comportar de una forma indebida. Bueno, cuando percibo que uno de mis hijos está en tal condición, yo lo observo más atentamente; además oro y espero. Regularmente, antes que ese día concluya, ya se habrá presentado una oportunidad para dirigir y corregir a ese hijo con tal actitud. Para mí, esto no es algo perverso o un acto de malicia, sino que es una forma más de mostrarle a mi hijo, a Dios y al mundo que amo interesarme por el bienestar de mis hijos. Castiga a tu hijo del mismo modo que Dios te castiga a ti Si nos apropiamos de este principio en lo profundo de nuestro corazón y meditamos en el mismo de forma constante, entonces nunca necesitaríamos a otra persona para que nos enseñe cómo castigar a nuestros hijos con la vara. Así de sencillo, ¿verdad? ¿Cómo te castiga Dios a ti? ¿Acaso él te agarra por el cuello, gritándote y diciéndote cuán malo eres? ¿Acaso él te castiga con mucho enojo, utilizando la vara y mirándote con el ceño fruncido? ¡De eso nada! Al contrario, cuando nuestro amante Padre celestial nos castiga entonces se puede decir: “La misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se besaron” (Salmo 85.10). Sí, nuestro Dios de forma amable y calmadamente nos revela la falta cometida y el pecado en nuestra vida, nos toma en sus manos llenas de consuelo y nos da un castigo con su vara. Y al terminar el castigo, él no nos abandona, sino que nos sigue guiando e instruyendo en el camino correcto, afirmando su amor hacia nosotros en vista de nuestro bienestar eterno. La piedad verdadera es ser semejante a Dios en todas las áreas de nuestras vidas. Por lo tanto, a nosotros nos corresponde conformarnos a su modo de castigar. Si puedes plasmar en tu mente la descripción del modo que Dios usa para castigar a sus hijos y tú puedes llegar a imitarlo al castigar a tus hijos, entonces has logrado algo de mucho valor. ¡Sí, tú lo puedes lograr! Un ritual consagrado Ahora voy a explicarles con un poco más en detalle la manera típica que usamos para castigar a nuestros hijos con la vara. Cuando alguno de ellos desobedece una de nuestras reglas entonces en una forma calmada le informamos al transgresor que él se ha comportado mal y que por lo tanto lo vamos a castigar con la vara. Por supuesto, esto lo hacemos sin adoptar un tono de enfado. Levantar el tono de la voz incita los deseos y la actitud para dar un castigo inapropiado. Algunos padres levantan la voz para establecer su autoridad, pero esto realmente lo que provoca es lo opuesto. Por lo general, un padre empieza a gritarle al hijo que ha errado debido a su propia demora al no haberle aplicado el castigo hasta que él mismo ya está enojado. Nunca levantemos el tono de la voz cuando les aplicamos un castigo a nuestros hijos. Advierte una sola una vez a tu hijo, usando únicamente palabras dichas en un lenguaje amoroso y pasivo: “Ve a tu cuarto. Vas a recibir un castigo con la vara”. Un tiempo para llorar En mi caso, después de enviar al niño que se portó mal hacia su cuarto para que estando allí se siente y espere hasta que yo vuelva, entonces agarro la vara para castigarlo y la Biblia para instruirlo. ¡Es preciso que uses la Biblia! Ella es una herramienta divinamente inspirada que santificará lo que tú estás por hacer. De esa manera, yo entro al cuarto del hijo desobediente con la vara y la Palabra de Dios. Al entrar a ese cuarto, mi corazón clama a Dios por sabiduría y gracia, pues entiendo que él conoce a mi hijo mejor que lo que yo lo conozco. En tales ocasiones, yo dependo de Dios, así como dependo de su guía divina cuando tengo que aconsejar a una persona que está buscando la salvación. Cuando entro al cuarto donde está mi hijo o hija desobediente, lo más probable sea que él o ella ya está llorando, pues no le gusta recibir castigos con la vara… ¡le duelen terriblemente! Al ver a mi hijo llorar, yo también empiezo a llorar. ¿Puedes tú llorar con tu hijo? ¿Puedes santificar tu corazón de tal manera que las lágrimas empiezan a fluir a causa de la compasión? ¿Sabías que es bíblico llorar con tu hijo en los momentos de sus castigos? La Biblia dice: “Llorad con los que lloran” (Romanos 12.15). De hecho, me pongo en la perspectiva de mi hijo por un momento para entonces sentir lo que él está sintiendo. Está bien si lloras juntamente con tu hijo desobediente; no tienes que actuar como un juez austero. En realidad, tú debes ser un padre amante así como Dios, nuestro Padre celestial es con nosotros. Por eso, yo extiendo los brazos para recibir a mi hijo desobediente y él inmediatamente viene a mi regazo para compartir un tiempo de cariño conmigo. Luego, lo miro a su rostro, esperando que me diga algo. Y normalmente me dice: —Papá, lo siento. Te amo. Con lágrimas, le respondo: —Sé que tú lo sientes y yo te amo también. He escuchado a personas decir lo siguiente: “No consueles a tus hijos en el momento de castigarlos, pues deben sufrir bien su castigo”. ¡Eso no es correcto! Tal idea está orientada o alimentada por medio de los deseos de venganza. Por esa razón, yo le demuestro cariño por un momento a mi hijo desobediente, diciéndole: —Siento tener que castigarte con la vara, pero tú sabes que has desobedecido. Papá te ama y no estoy enojado contigo. Tú eres un hijo especial para mí y yo te amo mucho. —Es bueno decirle tales palabras para asegurarle que realmente lo vas a castigar por su bienestar futuro. Un tiempo de instrucción Luego de consolar a mi hijo, nosotros dos tenemos un tiempo de instrucción. Charlamos acerca de su error y normalmente le pregunto si él entiende por qué va a recibir un castigo con la vara. A veces, el hijo no entiende el porqué del castigo y responde a mi pregunta, diciendo: “Porque yo me he comportado mal”. Es muy importante aclararle por qué tienes que castigarlo y no dejar que el niño sepa que se portó mal, sin saber lo malo que haya hecho. Por eso es que nosotros charlamos un rato, repasando su error. Sí, ese es un tiempo de instrucción. El tiempo utilizado en ese tipo de charla sobre el comportamiento del niño varía según la edad del mismo y la clase de ofensa cometida. Cuando el niño tiene más años de edad se necesita más tiempo, pues a veces los de mayor edad tratan de evitar el castigo, pensando que ya son más sabios y podrán persuadirme a dejar de usar la vara. Para mí, estos tiempos de instrucción son la llave para el castigo bíblico. Si realmente lo estamos corrigiendo para su bienestar futuro, vamos a invertir suficiente tiempo para explicarles los asuntos y las razones. Si simplemente queremos vengarnos de su error, vamos a darle unos azotes a la ligera y olvidarnos de la situación. Yo siempre llevo mi Biblia y generalmente leo algunos versículos que se refieran al error cometido. Es sumamente importante que tú fundamentes con la Palabra de Dios un buen cimiento para entonces castigar con la vara. Mientras instruyo al niño acerca de estas cosas, yo aprovecho la oportunidad para enseñarle el principio de castigar con la vara. Al leer el versículo que encabeza este capítulo podemos notar que la actitud tanto del padre como del hijo es de gran importancia a la hora del castigo. Es por eso que durante el tiempo de instrucción, yo le enseño al hijo desobediente cómo recibir el mayor provecho de su castigo. No hay dudas que el tiempo de castigo es un momento muy oportuno para enseñar, y normalmente el niño está atento para aprender en tales momentos. Le explico acerca de cómo rendir o de cómo abrir el corazón a su padre. A veces hasta le permito orar acerca de su modo de responder a la corrección. Puede ser que te sorprenda su oración, pues el hijo sabe que dentro de poco tiempo va a recibir un castigo con la vara. De hecho, entre más se rinda el niño a la instrucción y al castigo, más provecho sacará de él. Y como consecuencia de ello, entre más lo aproveche, menos necesidad tendrá de recibir otro castigo en el futuro. Un niño puede entender todo esto y así mejorar su carácter en cada ocasión de castigo. ¿Me hago entender? Al comprender más acerca del principio de castigar, el niño desobediente empezará a colaborar contigo en los tiempos de castigos, por lo cual no tendrás que aplicarle un castigo tan duro ni en tantas ocasiones en el futuro. De este modo, los niños aprenden a darte gracias por el castigo recibido, pues comprenden que realmente los castigos con la vara son bendiciones. Los niños no van a comprender al principio, pero al pasar el tiempo sí lo comprenderán. Cuando nuestra hija Hannah tenía tres años, ella no comprendía por qué nuestro hijo Samuel (quien tenía más edad que ella) me decía luego de recibir un castigo con la vara: —Gracias, Papá, por darme ese castigo con la vara. Ya me siento mucho mejor ahora. Tiempo para aplicar los azotes Luego de tener un tiempo de instrucción entonces llega la hora de aplicar los azotes. Te animo a que inviertas tiempo en instruir a tu hijo en cómo recibir los azotes o el castigo corporal por medio del uso de la vara. Los niños tienen la capacidad de aprender a no resistirse a los azotes, sin poner sus manos sobre sus glúteos o echarse de un lado al otro para evitarlos. Además, si se tiene que perseguir al niño por todo el cuarto para darle los azotes entonces no aprovechará mucho su castigo. Muchos padres tratan de corregir a sus hijos en tal desorden, pero esto es contraproducente. Hay maneras de enseñarle al niño a que aprenda a recibir los azotes sumisamente. Nosotros hemos optado por informarles a nuestros hijos que recibirán menos azotes si no se mueven. Por otro lado, nosotros también hemos optado por darles otros azotes más por haber tratado de escaparse de nuestras manos. De esta manera, los niños pueden aprender a determinarse quedarse quietos mientras reciben los azotes. Normalmente, nosotros hacemos que el niño se arrodille ante una silla, poniendo la cabeza sobre una almohada y las manos debajo de la misma. A pesar de todo, nosotros sabemos que no es fácil recibir un castigo con la vara, aunque el niño se determine a permanecer firme ante la tentación de evadir los azotes. Ya con el niño en tal posición, nosotros le damos unos cuantos azotes con toda firmeza. El castigo debe causar dolor; Dios lo diseñó de esa manera. Hay algo que debe obrar en el corazón de un niño mal portado y si no se le aplica un castigo firme entonces eso no va a ocurrir. En el momento de proporcionar el castigo se presentan muchas preguntas. ¿Cuántos azotes se le debe aplicar? ¿Cuán duros deben ser los mismos? ¿Cuándo se debe parar? ¿Cómo se sabe que ya el castigo es suficiente? Entre más comprendas la obra que necesita ocurrir en el corazón del niño desobediente, más seguro estarás en cuanto a castigar a tu hijo. Nosotros les aplicamos por lo menos diez azotes en sus glúteos. Unos pocos azotes débiles no harán mucho. La verdad es que a muchos niños solamente les causa enojo cuando reciben menos azotes a una menor intensidad de la necesaria. Durante todo el tiempo del castigo, nosotros tratamos de percibir la actitud del corazón del niño ante la disciplina con la vara. Es mejor no decirle cuántos azotes le vas a dar, pues el niño puede endurecer su corazón para aguantarlos sin que se logre quebrantar su voluntad. Como lo he escrito anteriormente, el quebrantamiento del espíritu rebelde es la meta de la disciplina con la vara. Al comprender el propósito de Dios con respecto al castigo con la vara, el niño más pronto se somete a sus padres; se da cuenta que es mejor que el castigo haga su obra para terminar así con tal situación lo más pronto posible. En conclusión, para cumplir la meta de esta disciplina se necesita suficiente dolor para “purificar su corazón” (Proverbios 20.34). Voy a repetirles que nosotros no les aplicamos el mismo castigo a todos nuestros hijos, sino que ajustamos el tamaño de la vara y la intensidad del castigo según el tamaño del niño. No deseo promover el abuso de los niños. Debemos tener mucha compasión a la hora de castigar a nuestros hijos con la vara. Existen padres que hasta hacen chiste de los momentos del castigo con la vara. Esto no es bueno. Creo que a estas personas sería bueno si un adulto les diera diez azotes con una vara para ver si después hacen chiste de lo mismo. De igual modo, yo he escuchado a personas hablar indiscretamente de los castigos que les han aplicado a sus hijos, y esto lo hacen en presencia de ellos. ¡Qué crueldad! Castigar con la vara es un asunto muy serio. Un tiempo para afirmar Luego de terminar con los azotes, yo me arrodillo al lado de mi hijo y lo abrazo, llorando los dos juntos. No es difícil llorar, pues he permitido que mis sentimientos se unan con los de mi hijo. Yo he tenido ocasiones en las que he llorado de tal manera que mi hijo o hija se ha quedado sorprendido… ¡tanto que él o ella me ha tratado de consolar a mí! Al terminar de llorar, oramos juntos. Yo casi siempre animo al hijo a que le diga a Dios todo lo que pasó. ¡Tales oraciones son muy preciosas! El niño le pide perdón a Dios por su falta y luego oro yo, intercediendo con fervor por mi hijo. Al hijo le hace mucho bien escuchar todo esto, pues le confirma que yo lo amo. En medio de todo esto, yo puedo apropiarme de la promesa de Dios, y digo: —Señor, tú nos has ordenado a castigar con la vara. Confío en ti que mi hijo comprenderá que le amo. En el nombre de Jesús, amén. Al terminar el tiempo de oración, después del castigo, yo normalmente le demuestro mucho cariño a mi hijo y además le digo que lo amo. Entonces seco sus lágrimas y tenemos otro tiempo de instrucción. Aquí le repito lo que le dije anteriormente, preguntándole si le quedó bien claro la razón por la que le di el castigo. Luego, yo invierto tiempo en afirmar mi amor para con él con palabras llenas de consuelo. Le digo que a pesar de lo que hizo, él es un buen hijo y que en la mayoría de las cosas que hace le trae gozo a mi alma. Y a veces cantamos un canto espiritual. Muchas veces hemos cantado el canto que dice: “Todo está bien, en casa de mi Dios, en casa de mi Dios, en casa de mi Dios…”. Al comenzar a cantar, el niño quizá empiece a llorar, pues su corazón para ese tiempo ya está bien ablandado. Amados padres, si la disciplina con la vara se hace de esta manera y todos los otros aspectos acerca de la crianza de los hijos también se aplican correctamente, tal castigo trae resultados maravillosos. No hay dudas, el hecho de castigar con la vara, guiado por los principios de la Palabra de Dios, llega a ser una experiencia que cambia la vida. Por lo general, el hijo que ha sido disciplinado se vuelve a mí más tarde para decirme: —Papá, gracias. Gracias por ese castigo. —Y quedamos como muy amigos por el resto de ese día y los siguientes. Yo incluso he notado que después de castigar a mi hijo, él desea estar conmigo durante el resto de ese día. Yo nunca he visto que un castigo correctamente aplicado haga que el hijo se rebele. He escuchado a ciertos padres decir: —Al terminar de darle un castigo con la vara, mi hijo me mira con algo de desprecio y no desea estar cerca de mí. —Yo nunca he experimentado esto, pues después de una sesión de disciplina con azotes mis hijos siempre quieren estar en mi presencia. Ellos me aman y saben que yo les amo a ellos. Recuerdo la ocasión cuando nuestra hija Hannah recibió la lección acerca del no pegarle a otro niño. En nuestro hogar no se permite que un niño le pegue a otro, y cada hijo ha tenido que aprender acerca de la maldad que existe cuando alguien golpea a otra persona. Para nosotros, que un niño le pegue a otro es igual que jugar en una calle que tenga mucho tráfico o jugar cerca de un río profundo. A los niños más pequeños en ninguna manera se les permite que hagan estas cosas. Pero tú sabes cómo son los niños; la gran mayoría le va a pegar a otro en un momento u otro de su vida. Por cualquiera que sea la razón, un niño le va a pegar a su amiguito o a su hermanito en la cara. Tal vez tú te has reído al ver que esto sucede, pero uno no se debe reír cuando ve suceder esta situación. En nuestro hogar, nosotros tratamos de corregirlo desde la primera vez que ocurre. Bueno, en esa ocasión Hannah le pegó a Samuel, pues él estaba haciendo algo que no le agradaba a ella. Ya que Hannah nació siendo una pecadora, al igual que todos los niños, entonces es muy natural que hiciera tal cosa. Sin embargo, nosotros le dimos algunas lecciones acerca de no pegarle a otro niño. Nosotros tratamos de demostrarle lo que uno hacía cuando le pegaba a otra persona de manera que ella entendiera lo que deseábamos decirle. En realidad, Hannah todavía era muy pequeña. Entonces pasaron dos días y ella volvió a hacer lo mismo. Por supuesto, yo esperaba que eso volviera a ocurrir. Lo cierto es que al saber lo que ella haría, yo me di a la tarea de planificar la próxima lección acerca de no pegarle a otro niño. Al ver que volvió a suceder, yo pensé que ya llegó el tiempo para que Hannah reciba otra lección. Le expliqué de nuevo lo mismo que la vez pasada, y al recibir ella el castigo con la vara, fue curada del mal de pegarle a otro niño. Después de aquella lección, ella se me acercó tres o cuatro veces ese mismo día para decirme: —Papá, Samuel hizo algo que no me gustó, pero no le pegué. Nosotros sabemos todo lo demás que sucede en tales ocasiones, ¿verdad? Con ojos muy abiertos y con voz de alguien que tiene autoridad, ella también dijo: —No le pegamos a otra persona con la mano. —Bueno, ella había aprendido la lección y se consideraba experta en la misma. De esa manera se debe aplicar un castigo con la vara. Cuando el castigo se aplica de la forma correcta entonces produce resultados maravillosos. No obstante, el problema es que muchas veces no hacemos caso a lo que hemos aprendido. Dejamos lo que hemos aprendido para entrar en la próxima lección a la carrera. Hermanos y hermanas, no se debe hacer de tal manera. Al contrario, nosotros debemos adelantarnos en amor, con propósito definido y con un plan, guiando al alma de nuestro hijo en justicia. Oración Oh Padre Celestial, enséñanos acerca de tu modo para aplicar la disciplina. Sé que no lo entendemos a cabalidad. Por favor, Señor, escríbelo en la tabla de nuestro corazón para que podamos verlo claramente en el momento de castigar a nuestros hijos con la vara. Confórmanos a tu imagen, oh Señor, para el bien de nuestros hijos y para tu gloria. Amén. |