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La búsqueda de una descendencia para Dios © 2004 por Denny Kenaston CAPÍTULO 2Una conversión definitiva
Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas
pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Las primeras cosas ante todo, ¿amén? Al comenzar nuestro estudio sobre el hogar piadoso y los hijos que éste produce, es bueno acordarnos del antiguo proverbio que dice lo siguiente: “No pongas el carruaje delante del caballo”. Aunque en realidad sería muy tonto hacer esto, lo mismo ocurre a menudo en muchas áreas de la vida. Comenzar a criar a nuestros hijos para el Señor Jesucristo sin conocerlo y sin tener una relación vital con él es igual que colocar el carruaje delante del caballo. Así enganchados no iremos a ninguna parte. Pero la realidad es que muchos padres están en esta misma condición frustrante, preguntándose acerca de la razón que tienen tantos problemas en alcanzar sus metas. Hace poco tiempo, yo estuve aconsejando a una pareja que había agotado todo su ingenio en lo referente a su hogar. Voy a compartir con ustedes más adelante acerca de su historia, pero su problema era tratar de tener un hogar para Dios, pero sin Dios. Ellos pensaban que todo andaba bien en sus vidas, hasta que por fin se detuvieron para examinarse sinceramente. ¿Cuál fue la conclusión a la que llegaron? “¡Nunca hemos nacido de nuevo!” ¡Qué pensamiento tan aterrador! ¿Acaso tú estás en esta misma condición? Sé que tengo que tratar este tema con mucha prudencia, pero siento que es una cuestión que tenemos que tratar. Espero que la mayoría de los lectores de este libro sí sean auténticos y sinceros cristianos. Sin embargo, al darnos cuenta de la gran mezcla que existe en el cristianismo actual, no debemos pasar por alto el tema de la conversión genuina. Muchas personas miran con incertidumbre su “nuevo nacimiento”. Quizá tú hayas hecho lo mismo. En tu juventud, posiblemente tú asististe a un culto evangélico y el predicador dijo: —Todos los que quieran aceptar al Señor como su Salvador, pónganse de pie. —Y tú lo hiciste y luego te sentaste. Todos los demás se regocijaron contigo y te informaron que ya eras salvo. Por favor, no me malinterpretes. Yo conozco a cierto hombre que sentía tanta convicción que al ponerse de pie en similar situación, toda su vida cambió desde ahí en adelante. No obstante, la vida de muchos de los otros que se pusieron de pie en nada cambió. Nosotros debemos examinarnos en cuanto a nuestro nuevo nacimiento. Tal vez tú respondiste a un “llamamiento al altar” en tu congregación y fuiste al frente para orar. Luego, un consejero se te acercó y te preguntó si deseabas convertirte. Y tú le dijiste que sí. Entonces él te mostró unos versículos de la Biblia y te guió en una oración. Quizá él oró por ti o te dijo las palabras para que tú las repitieras. Después, todos se regocijaron por tu decisión y tú te sentiste muy bien por haberlo hecho. No obstante, mirando atrás con algo de incertidumbre, tú tienes que confesar que se han efectuado muy pocos cambios en tu vida. A causa de esto es que yo estoy preocupado. Hay que sentar el fundamento correcto para comenzar a edificar nuestro hogar para Dios. Jesucristo mismo es el fundamento de la vida cristiana genuina. A lo mejor tú eres uno de los que escuchó un sermón acerca del infierno, teniendo 5 ó 6 años de edad. Este mensaje te dio mucho miedo y por supuesto no querías ir a tal lugar. ¡No hay niño que quiera ir al infierno! Por esta razón, tú respondiste a la invitación de salvación y el predicador te preguntó si querías ir al cielo cuando murieras. Por supuesto, ¡sí querías ir al cielo! Luego, él te preguntó si tú sabías que eras un pecador. Le dijiste que “sí, soy pecador” porque te diste cuenta de los pecados que cometías en tu hogar. Y después de esto, el predicador te dijo: —Entonces pídele a Jesús que venga a tu corazón. —Y así lo hiciste y todos estaban muy contentos contigo. No obstante, con el pasar de los años y al examinarte a ti mismo, tú tienes dudas acerca de tu conversión, porque se ven muy pocos cambios en ti. Existe una multitud de personas que por medio del bautismo fueron hechos miembros de la iglesia desde su niñez, pero nunca se ha realizado una renovación en el corazón de ellos. En la actualidad, hay muchas personas que profesan ser cristianas, que han experimentado tal clase de “nuevo nacimiento”; no obstante, no llevan en sus vidas los frutos del nuevo nacimiento genuino. Esta no es la salvación que nos revela la Biblia. Según la Biblia, nada menos que una experiencia personal con Jesús servirá. Pablo desafió a la iglesia de Corinto con oportunas palabras para el cristiano actual: “Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos” (2 Corintios 13.5). Vivimos en una era donde muchos están tratando de vivir la vida cristiana, pero sin obedecer a Cristo. ¡Eso no se puede! De hecho, la vida es una carga agobiadora cuando la persona se esfuerza por producir un hogar para Dios, pero sin la Persona que nos entregó todos los mandamientos acerca del hogar para que el mismo esté lleno de gozo. Puede ser que los párrafos anteriores se apliquen sólo a unos pocos lectores de este libro. Sin embargo, es bueno acordarnos de lo fundamental antes de leer el resto del libro. ¿Cómo es que esperamos comenzar la obra más santa y maravillosa, la obra de criar una descendencia para Dios, sin contar con el que nos da la gracia para efectuar tal obra? ¿Cómo podemos empezar esta tarea sin tener una relación vibrante con Jesucristo? Hay padres que intentan hacerlo, pero no pueden prosperar. Ellos escuchan algunos sermones, asisten a algún seminario y se proponen aplicar algunos de los principios que han aprendido. Y luego, al volver a su casa, ellos llevan a cabo algunos cambios en su hogar. Esos cambios sí traen buenos resultados para el hogar. Todo esto es beneficioso para los hijos, pero la realidad es que su hogar realmente no anda bien. Hace algún tiempo, yo prediqué en una campaña muy lejos de mi hogar. El avivamiento, las misiones y la vida hogareña fueron los tres temas de los mensajes predicados. La pareja que mencioné anteriormente asistió a esa campaña con el objetivo de tratar de restaurar su hogar. Antes de esto, ellos habían escuchado los casetes titulados The Godly Home (“El hogar piadoso”). Al escucharlos, esa pareja se animaba; pero la realidad era que la vida en su hogar no andaba bien. Debido a eso, ellos planificaron lo siguiente: “Iremos a esa campaña y seguramente se arreglará nuestro hogar”. Cada día de la campaña durante las mañanas hubo un mensaje acerca de la vida hogareña, y mensajes acerca del avivamiento por las noches. Cierta noche, el hermano que predicaba los mensajes sobre el avivamiento fue guiado a compartir una predicación sobre la salvación genuina. En este mensaje, él se refirió a las conversiones artificiales, falsas y débiles que se están multiplicando en el cristianismo actual. Al final del mensaje, la esposa de esa pareja pasó adelante, llorando. Viendo a su esposa llorar, el esposo no sabía cuál era el problema de ella, pero él la siguió y se arrodilló a su lado. Él pensó que algo muy malo ha pasado con mi esposa y yo voy a quedarme a su lado. Luego, todos los que habían respondido al llamado fueron a una habitación apartada para recibir ayuda y consejo. El consejero preguntó: —¿Hay alguien aquí que tenga dudas acerca de su nuevo nacimiento? Inmediatamente, la esposa de la pareja levantó la mano, mientras su esposo la miraba asustado. Sucedió que yo era el próximo consejero en la fila de consejeros y así fue como la pareja y yo nos fuimos a otro cuarto para conversar de forma más privada. Pronto la esposa empezó a llorar, diciendo: —Nada funciona. Estoy agotada de esforzarme. Estoy cansada de mis devocionales muertos. Estoy fatigada de orar, sin ver resultados. A mí, mi experiencia no me sirve de nada. No he nacido de nuevo. Ella habló estas palabras en desesperación absoluta, manifestando lo que estaba en su corazón desde hacía ya mucho tiempo. Yo pude ver la carga de su hipocresía caer desde su espalda. Después que ella hubo confesado aquello, su esposo le dijo: —Amada, ¿no recuerdas que has sido bautizada y que fuimos a aquel seminario donde el líder nos guió en una oración, y tú la oraste? —Él trató de consolarla y hacerla sentirse bien. Pero ella habló más y pronto todo lo que estaba en su corazón se reveló con las siguientes palabras: —Tengo que arreglar cuentas acerca de mi salvación. Así charlamos un rato hasta que le dije al esposo: —Amigo, creo que tu esposa necesita nacer de nuevo. ¿Puedes confiar en mí y esperar y, si quieres, tú y yo podemos hablar después sobre el asunto? —Sí, sí —me respondió—. Trataré de no entremeterme otra vez. Luego, yo empecé a tratar con ella, preguntándole: —¿Sientes que te hace falta nacer de nuevo? —¡Sí! —dijo con énfasis. Al escuchar esta respuesta, le pregunté de nuevo: —¿Estás lista para entregarte por completo al Señor, para nunca más ser hipócrita? —Sí, estoy lista —me dijo—. ¿Qué debo hacer para ser salva? Ella se arrodilló y yo empecé a guiarla, diciéndole: —Primero, yo deseo que confieses tus pecados. No le digas a Dios sólo que eres una pecadora, sino dile todo. Dile la condición específica de tu vida y de tu corazón. Mira tu pasado y dile las cosas que has encubierto y que no has querido que nadie las sepa. Ella estaba muy dispuesta para hacerlo. Inmediatamente, ella permitió quebrantar su corazón y empezó a limpiar su conciencia, confesando una cosa tras otra. Lloró, confesó y se arrepintió, rogando a Dios por perdón. Esa preciada señora siguió así por un rato y luego se quedó quieta. Le pregunté: —¿Todo está arreglado en tu corazón? —Con un suspiro de alivio, ella dijo que ya se sentía restaurada. Mientras ella estaba arrodillada ante Dios, le dije: —Con los ojos cerrados, imagínate al Señor Jesús colgando de la cruz. ¿Puedes verlo allí en la cruz? Empezó a llorar, alabando al Señor. ¡Ahora tenía un corazón bien blando! ¡Qué tiempo más oportuno para mirar la cruz! ¡Amén! Luego le dije: —Invoca ahora al Señor. Clama al Señor Jesús y pídele que te salve. Pídele que te lave de todos esos pecados con su preciosa sangre. No tuve que decirle más. Ella comenzó a orar de todo corazón, pidiendo al Señor que la salvara y la limpiara. Al terminar su oración, le pregunté de nuevo: —Bueno, ¿te ha salvado el Señor? —¡Oh, me ha salvado! ¡Sí, me salvó! —respondió con gozo. Luego, le aconsejé que le diera gracias a Dios por lo que él ya había hecho en su corazón. De inmediato, ella rebosó de alegría, diciendo: —¡Señor! ¡Oh, Señor! ¡Gracias por haber salvado mi alma! —Luego, lloró más y alabó al Señor, mientras las campanas de gozo empezaron a sonar en su corazón. Después que ella terminó, le hablé otra vez, diciendo: —¡Qué hermoso! Pero no has terminado todavía. Quiero que te quedes ante el Señor un poco más. Luego, le aconsejé que rindiera su vida al Señor Jesús en ese mismo momento. —Es nuestro culto racional, ¿verdad? —le dije—. Entrégale todo, sin reservas. Dile que estás dispuesta para ir a dondequiera que él quiera y a hacer cualquier cosa que él desee. Pon tu todo sobre el altar. No dije nada más y ella volvió a orar. Esa amada señora puso todo sobre el altar, sin fingimiento alguno. Al rato, el silencio ocupó la habitación nuevamente. —Bueno —dije—, yo deseo que ores una vez más. Abrí la Biblia en Lucas 11.13, donde Jesús les enseñó a sus discípulos a orar, diciéndoles: “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre Celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” Leí este versículo a ella y le dije: —Bueno, yo deseo que le pidas a tu nuevo Padre que te dé el Espíritu Santo, porque no puedes llevar a cabo la vida cristiana por ti misma. Inmediatamente ella empezó a rogar a Dios. No le fue difícil orar esta oración, porque durante muchos años ya había tratado de vivir la vida cristiana por sí misma. Oró así: —Señor, no puedo llevar a cabo mi vida sin ti. Por favor, Señor, lléname con tu Espíritu Santo y dame una fuerza más potente que la que tengo en mí misma. —Al ella terminar de orar, yo le impuse mis manos sobre su cabeza y oré la misma oración por ella. Cuando ella se puso de pie otra vez, su cara irradiaba gloria. Tan radiante estaba ella que quisiera que hubieras podido verla. ¡Qué dulzura! Bueno, no es que cada nuevo nacimiento ocurre de esta misma manera. No tienes que preocuparte si tu experiencia no fue exactamente igual que la de ella. He escogido la experiencia de ella para demostrar cómo la salvación debe obrar. ¡Su experiencia fue hermosa! Su corazón rebosaba de gozo y su cara lucía la realidad de un corazón limpio y nuevo. El profeta Ezequiel describe en términos bien gráficos lo que ocurrió con esa amada señora. En su descripción, Dios promete que vendrán días de bendiciones para los judíos cautivos. Sin embargo, la profecía también expone las promesas para con el corazón transformado por el evangelio. Así es la naturaleza de cada profecía. Fíjate en las palabras descriptivas del profeta: Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra (Ezequiel 36.25–27). La Palabra de Dios está bien clara en estos versículos. La salvación nos da un corazón nuevo; no se limita a una mera reformación del antiguo corazón. De igual modo es una regeneración, palabra que quiere decir “generar de nuevo”. Ensayar vivir la vida cristiana sin un corazón renovado es desesperante. Pero esto es exactamente lo que aquella amada hermana procuró hacer durante muchos años. Mientras ella y yo nos regocijábamos juntos, de repente, me acordé de su esposo. Lo miré, pero él no estaba feliz. Le di la oportunidad de decir algo. ¿Puedes adivinar lo que él dijo? —Hermano Denny —dijo él—, yo quiero lo mismo. —Su rostro mostraba enojo mientras seguía hablando—. Me engañaron. Nadie nunca me ha dicho estas cosas. Tampoco me han enseñado cómo ser salvo. Quiero experimentar lo mismo que ella ha experimentado. —¡Él también deseaba arreglar cuentas con Dios! Sin embargo, yo le aconsejé que esperara un día más y que mientras tanto considerara su camino ante el Señor (véase Proverbios 5.6). Le aconsejé también que respondiese al llamado al altar durante la noche siguiente, si era que todavía sentía la necesidad de arreglar cuentas con Dios. Luego, oramos por él y ambos se fueron. A la siguiente noche, él fue el primero en pasar adelante. Este hombre consiguió la salvación al igual que su amada esposa. ¡Alabanzas al Señor por su bondad para con los hijos de los hombres! El siguiente domingo, ellos dieron su testimonio de su conversión. Ellos dijeron: —Asistimos a esta campaña porque deseábamos restaurar nuestra vida hogareña. Pero ahora entendemos que nunca habíamos nacido de nuevo. ¿Cómo habríamos podido restaurar nuestro hogar si no habíamos nacido de nuevo? Pero ya estamos preparados para volver a nuestra casa y poner en orden a nuestra familia. Hermano y hermana, tu hogar para Dios tiene que fundarse sobre una conversión definitiva. Tal vez digas: “Pero, mi conversión no es como la de la historia anterior”. Bueno, muchos no han experimentado tal conversión. Yo no experimenté la mía en la misma forma. Hoy anhelo que en ese entonces alguien me hubiera guiado mucho más de cerca al inicio de mi vida cristiana, que ocurrió hace treinta años. Yo habría podido pasar por alto muchas luchas en mi vida cristiana. Sin embargo, Dios ha sido fiel conmigo, guiándome a la misma experiencia que experimentó la hermana anteriormente mencionada: una rendición total en Dios, sin reservas. Razonemos y pongámonos a cuenta. Tal vez tú no puedas testificar de haber experimentado lo mismo que aquella hermana. No obstante, es preciso que experimentes una limpieza, rendición y sumisión en algún punto u otro de tu vida, tal como ella lo experimentó. Si quieres empezar a criar hijos piadosos, tú necesitas lo que ella tuvo al ponerse de pie, luego de haberle entregado al Señor un hermoso y jubiloso corazón rendido y purificado. Voy a recalcar este punto: ¡Te es preciso a ti! ¡Es necesario! No vas a progresar si no tienes la bendición que sobreviene a la persona cuando experimenta el nuevo nacimiento genuino. Tu vida no andará bien si no pones las primeras cosas ante todo. Para comenzar a edificar tu hogar para Dios, tú tienes que comenzar o con una conversión definitiva (nacer de nuevo por el Espíritu de Dios) o con un ardiente avivamiento en tu enfriado corazón, abriéndose así de nuevo el cielo sobre tu vida. Para concluir este capítulo, yo deseo aclararte algo más. Dios dice: “Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican” (Salmo 127.1). En este versículo, Dios no se refiere a un edificio físico, sino habla de nuestros hogares, nuestras familias. Si no vamos a arreglar cuentas con Dios y mantenernos preparados, rindiéndonos a él de continuo, él no podrá colaborar con nosotros en la edificación de nuestras familias. Y andando así, nosotros iremos rumbo al fracaso, pues este camino va solamente a la frustración y a la desmoralización. En los capítulos siguientes aparecen muchos consejos que si los pones en práctica podrás tener la capacidad de cambiar tu hogar para siempre. Sin embargo, si tú no te das cuenta de las verdades de este capítulo que acabamos de estudiar, entonces vas a hallar que le será muy difícil hacer una realidad en su vida las otras verdades. Dios tiene preparada para nosotros una sola vía, la de la justicia, paz y amor. Deseamos tener un hogar piadoso y eso es maravilloso, pero debemos hacerlo a la manera de Dios. Él escribió el manual y no va a cambiarlo. Es cierto, él no va a cambiarlo, porque él es el Señor, el Señor Dios Todopoderoso. Medita sobre la vida de Noé. Él es un ejemplo perfecto de lo que se habla en este capítulo. La Biblia habla de forma maravillosa acerca de este hombre y su parentela. En Hebreos 11.7 dice: “Por la fe Noé (…) preparó el arca en que su casa se salvase”. Pero, yo deseo hacerte una pregunta: ¿Cómo salvó Noé a los de su casa? ¿Forzó a su familia a entrar en el arca o la convenció a entrar? Sabemos que no fue de ninguna de estas dos maneras, sino que su familia voluntariamente entró al arca con el mismo entusiasmo que Noé y su esposa lo hicieron. Bueno, la Palabra de Dios aclara cómo ocurrió esto. “Pero Noé halló gracia ante los ojos de Jehová.” Además, dice: “Noé, varón justo, era perfecto en sus generaciones; con Dios caminó Noé” (Génesis 6.8–9). Noé logró atraer a su familia a la fe porque él andaba por la fe. O sea, las bendiciones que resultaron de su fe fueron derramadas sobre la siguiente generación y fue así como sus hijos también escogieron entrar al arca en el día de juicio. De Noé, Dios pudo decir: “Entra tú y toda tu casa en el arca; porque a ti he visto justo delante de mí en esta generación” (Génesis 7.1). Dios nos proporciona la misma oportunidad a todos nosotros los padres. ¿Has nacido de nuevo, genuinamente, por medio del Espíritu Santo? ¿Tienes el testimonio del Espíritu Santo en tu corazón, diciéndote que eres hijo de Dios, adoptado en su familia? (Véase Romanos 8.16.) ¿Acaso siempre vives en victoria sobre el pecado en tu vida personal? ¿Es Dios una realidad para ti? Todas estas cosas son señales en el verdadero cristiano. Quizá pienses que trato sobre demasiadas cosas personales, preguntando de esta manera. Pero yo tengo que serte explícito. Los temas a los que se refieren estas preguntas son más imprescindibles que el tema del hogar. Si estas preguntas te hacen sentir incómodo, yo tengo un consejo para ti: pon a un lado este libro y arrodíllate. Invócale al Señor con un corazón sincero, preguntándole: “¿He nacido de nuevo, transformado por el poder del Señor Jesucristo?” También repite la oración que aparece en el párrafo siguiente, teniendo un corazón manso y abierto. Luego, quédate un rato en silencio ante él y escúchale. El Padre Celestial te ama y te revelará el estado de tu relación con él. Si aún no has nacido de nuevo, solamente tienes que clamar a Dios de la misma manera que lo hizo la pareja antes mencionada. Al hacer esto, Dios te salvará, porque en Romanos 10.13 él dice que “todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo”. Oración Amado Padre Celestial, acudimos ante ti en el nombre del Señor Jesucristo. Por favor, ábrenos los ojos y ayúdanos a ponernos a cuentas contigo para así ser verdaderamente nacidos de nuevo. Queremos ser prontos en amarte de todo corazón. Pero vivimos un cristianismo adulterado y confuso. Quítanos la neblina que rodea nuestros corazones. En verdad, Señor, ¿cómo va nuestra cuenta contigo? Mándanos la convicción del pecado con respecto a lo que hace falta en nuestras vidas actuales espirituales por el bien de nuestros hijos que están sufriendo a razón de la carencia de la autenticidad en nosotros. Oramos en el nombre del digno Hijo de Dios. Amén. |