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La búsqueda de una descendencia para Dios

© 2004 por Denny Kenaston

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CAPÍTULO 23

Una habitación para
el Dios Viviente

Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo:
Habitaré y andaré entre ellos,
Y seré su Dios,
Y ellos serán mi pueblo.
(2 Corintios 6.16)

¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo,
el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?
Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.
(1 Corintios 6.19–20)

Ya estamos llegando al final de la enseñanza práctica de este libro en cuanto a la crianza de los hijos. Este capítulo es tanto informativo como motivador; nos lleva a echarle un vistazo al trasfondo de la importancia que tiene el entrenamiento.

Quizá al tener en nuestros brazos a un bebé recién nacido nos parezca difícil imaginar que Dios realmente desea morar en ese pequeño. Dios nos informa por medio del profeta Isaías que en él “habita la eternidad” (Isaías 57.15). En otro lugar dice: “El cielo es mi trono” (Isaías 66.1). ¡Qué maravilloso! Nuestro Dios santo desea poseer a mi hijo como su morada. Yo no sé cómo esta verdad te impresiona a ti, pero te puedo informar que a mí me deja asombrado, porque me doy cuenta que estoy encargado de una responsabilidad enorme. Nuestro Dios eterno nos ha dado la bendición de tener un hijo, una vasija que es nuestra responsabilidad prepararla para que llegue a convertirse en morada de Dios. Cuando haya terminado mi misión, yo deseo poder decir lo mismo que dijo Salomón cuando dedicó el templo terrenal: “Yo, pues, he edificado una casa de morada para ti, y una habitación en que mores para siempre” (2 Crónicas 6.2). ¡Que Dios nos dé sabiduría para que nosotros profundicemos la comprensión de este principio!


 


 

Yo he escogido estas dos figuras algo sencillas para ilustrar algunas de las verdades tan importantes que expondré en este capítulo. Estos dibujos representan al hombre como un ser tripartito. Cuando Dios creó al ser humano, él le puso un espíritu, un alma y un cuerpo. Con el cuerpo, el hombre se relaciona con el mundo físico a su alrededor. Esto quiere decir que él puede escuchar, comer, tocar, etc. El cuerpo es la parte física del hombre.

Dios también le dio al hombre un alma. El alma está compuesta por la mente, la voluntad y las emociones. Nosotros usamos la mente para razonar y pensar; la voluntad para escoger entre lo bueno y lo malo; las emociones para amar y experimentar lo que sobrepasa lo físico.

La tercera parte del hombre es su espíritu. El espíritu del hombre es el centro de su ser. Mediante nuestro espíritu es que nosotros tenemos comunión con Dios y es aquí donde él desea morar.

Después que Dios hizo a Adán a su imagen y semejanza lo colocó en el Huerto de Edén. Adán fue una creación hermosa, perfecto en cada aspecto. Además, él estaba lleno de la presencia de Dios y estaba capacitado para amar a su Creador con todo su corazón. De hecho, él era capaz de tener una comunión tan íntima con Dios que podía escuchar su voz. Sí, es cierto, en el principio Adán fue un ser Dios-céntrico. Esto quiere decir que Adán solamente necesitaba y deseaba a su Creador.

Tratemos de imaginar acerca de la manera que Adán se desenvolvía en el principio. Su espíritu estaba lleno de Dios y el mismo era controlado por Dios. Su mente, su voluntad y sus emociones se sometían a Dios, quien reinaba en su espíritu. Su cuerpo y su alma estaban controlados por su espíritu. De esta manera, Adán se comportaba como una persona Dios-céntrica y Dios-controlada. El pecado aún no había entrado en él ni le había contaminado en ninguna forma. Dios miró al hombre y al resto de su creación, entonces lo resumió todo con las siguientes palabras: “…y he aquí que era bueno en gran manera” (Génesis 1.31).

No obstante, llegó el día cuando el hombre se rebeló contra el plan que Dios tenía para él. A esto le llamamos “la caída del hombre”. Dios le había dicho al hombre desde el mismo principio de su creación que si le desobedecía comiendo de aquel árbol del huerto, entonces moriría. Cuando el hombre y la mujer escogieron desobedecer a Dios, entonces algo sucedió dentro de ellos, en su espíritu. Dios había dicho “mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2.17).

Nosotros sabemos que Adán no falleció físicamente al momento de comer aquella fruta. Su cuerpo continuó funcionando normalmente, su mente siguió pensando y su voluntad no dejó de tener la capacidad de escoger. No obstante, algo había cambiado drásticamente: su espíritu y la posibilidad de tener una comunión íntima con Dios había muerto. Se puede decir que el lugar donde Dios había morado ahora estaba muerto o vacío, ya que el Espíritu de Dios se había marchado. El hombre cambió de haber sido un ser Dios-céntrico a un ser egocéntrico, porque Dios ya no estaba en él.

La historia del hombre ha sido trágica a partir de aquel momento y hasta la actualidad. El hombre muerto espiritualmente se representa en la primera figura de las que aparecen en la página 284: un cuerpo, un alma y un espíritu apartados de Dios. Sé que lo que estoy escribiendo aquí es algo teológico, pero necesitamos estudiar el plan que Dios tiene para el hombre de manera que podamos comprender mucho mejor el verdadero plan de Dios para nuestros hijos.

Un hombre Dios-céntrico

¡Hay una buena noticia! Desde el mismo momento que el primer hombre pecó, Dios puso en marcha el plan de salvación para que el hombre se convirtiera nuevamente en un ser Dios-céntrico. Esto es lo que conocemos como el propósito de la redención. La regeneración es una palabra que quiere decir “generar de nuevo”. Esto es una acción que ocurre en el espíritu del hombre y que marca un cambio en él. Muchas veces tal regeneración se nota hasta en la parte corporal de la persona. Este cambio que ocurre en el espíritu del hombre es una señal en la persona que nos testifica que la misma ha nacido de nuevo por medio del Espíritu Santo. El nuevo nacimiento o nacer del Espíritu Santo es recibir un espíritu nuevo y un corazón nuevo. Esto quiere decir que ahora el Espíritu Santo de Dios mora con nuestro espíritu y lo vivifica. Lo anterior se ilustra en la segunda figura de las que aparecen en la página 284: un cuerpo, un alma y espíritu rendidos a Dios y regenerados por él; llenos de su presencia. Esto es una descripción de la salvación que opera en el creyente. ¡Es gloriosa! Cuando uno experimenta el nuevo nacimiento es el momento cuando se renueva la comunión con Dios por medio de la sangre de Jesucristo, su Hijo. Es por medio del sacrificio de Jesucristo en su sangre vertida en el Calvario que nosotros podemos tener comunión con Dios Padre. ¡Aleluya!

Todo lo que estoy exponiendo aquí se explica en Ezequiel 36.25–27:

Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra.

No deseo que imagines que soy un dogmático con respecto a las figuras dibujadas en la página 284. Yo sólo las utilicé para ayudarnos a entender mejor el gran cambio que ocurre en la persona cuando experimenta el acto de la conversión. Por medio del plan de salvación, Dios busca restaurar esa hermosa relación que una vez fue perfecta, pero que ahora ha sido rota a causa del pecado. Dios está buscando salvar al hombre y morar en su espíritu. De esta manera, el hombre podrá volver a ser Dios-céntrico. Esto quiere decir que a partir del momento que ocurre el nuevo nacimiento el hombre llega a ser poseído y controlado por el Espíritu Santo de Dios. Es el deseo de Dios que el hombre se rinda a él, que esté lleno de su Espíritu Santo y que le permita ser guiado por él. Puede ser que para algunos lo que se ha escrito anteriormente sea demasiado profundo como para comprenderlo. Sin embargo, yo te aseguro que esto es lo que Dios procura obrar en cada uno de nosotros y sé que no descansará hasta que estemos restaurados de nuevo en una relación íntima con él. Dios nunca ha perdido las esperanzas con nosotros y su paciencia le guía a seguir esperando por nuestro arrepentimiento. Esto aquí constituye en un gran beneficio para el género humano. Es tan sólo el amor de Dios por sus hijos lo que lo mueve a ser paciente y misericordioso aun en beneficio del pecador.

Y si Dios está procurando llevar a cabo todo esto en mí, entonces está claro que él desea llevarlo a cabo también en cada uno de mis hijos. Quizá esto nos ayuda a entender lo que verdaderamente Dios quiere obrar en nuestros hijos. Es sólo al darnos cuenta de esto que podremos colaborar con él para así buscar y encontrar la perfecta salvación de cada uno de nuestros hijos.

Considerando a los discípulos de Cristo

Hace algún tiempo, yo me encontraba estudiando y utilizaba las figuras que aparecen al inicio de este capítulo. Entonces medité con respecto a los días cuando los primeros discípulos anduvieron con Jesús. En medio de mis meditaciones, yo llegué a la conclusión que el Espirito Santo no moraba en los discípulos mientras ellos anduvieron con Jesús. En efecto, ellos eran tal y como el primer dibujo; un cuerpo y un alma, pero con un espíritu muerto, apartado de Dios.

Jesús llamó a sus discípulos, diciéndoles: “Venid en pos de mí” (Mateo 4.19). Ellos le seguían de buena voluntad, pero Dios no habitaba en ellos. Sí, ellos eran buenos judíos. Además, ellos habían sido instruidos en lo correcto, asistían a la sinagoga y estuvieron aprendiendo acerca de la ley durante muchos años. No obstante, Dios todavía no moraba en sus vidas.

Durante tres años y medios, los discípulos siguieron los pasos del Señor Jesús en los eventos de su vida cotidiana. Ellos también se convirtieron en sus seguidores en cuanto a su manera de pensar, su voluntad y sus emociones. Los discípulos vieron los milagros que él hizo y escucharon sus enseñanzas. De igual manera, ellos vieron el ejemplo de su vida justa y piadosa en este mundo. Sus mentes asimilaban la mayoría de estas cosas. ¡Oh, Señor! ¡Qué ejemplo tan excelente estaba ante ellos; Dios encarnado y caminando ante sus ojos! ¡Qué instrucciones tan divinas recibieron ellos! Sin embargo, ellos aun no habían sido renovados en su hombre interior. De hecho, ellos todavía eran hombres egocéntricos.

Al estudiar sus vidas para tratar de seguir sus pasos entonces nosotros podemos llegar a frustrarnos. Nos es muy fácil concebir el siguiente pensamiento: ¿Tres años y medio con el Señor Jesús y aún se comportaban tan inmaduros espiritualmente hablando? De todas formas, ¿qué podemos esperar de ellos, pues todavía eran hombres egocéntricos? Considera los muchos errores que esos primeros discípulos cometieron a pesar de que estuvieron con el Señor durante tres años y medio. Ellos no andaban tan bien en todas las cosas, ¿verdad? Aunque Dios estaba con ellos en la forma corporal del Señor Jesucristo, él no estaba en ellos.

Finalmente, llegó el día de Pentecostés y se efectuó un gran cambio en ellos. Toda la instrucción recibida en las sinagogas, los tres años y medio que ellos habían estado al lado de Jesús y todo su conocimiento de la Ley Mosaica ahora tenían sentido. El Espíritu de Dios fue derramado sobre ellos y los llenó. Desde aquel día, los discípulos de Jesús fueron transformados. Pedro, el hombre que anteriormente había temblado de miedo ante una mujer que lo acusaba, llegó a ser el hombre que se puso ante la muchedumbre y los acusó de haber crucificado al Señor. A pesar de saber muy bien que aquel grupo de judíos podía matarlo, él les habló sin miedo. ¡Qué transformación tan radical! Y todo eso porque Dios ya estaba morando en ellos. ¡Qué grupo de discípulos tan intrépidos!

Considera conmigo lo siguiente por un momento. ¿Acaso fue en vano la instrucción recibida tanto en los hogares como en las sinagogas durante todos los años de las vidas de cada uno de los discípulos? ¿Acaso fue un tiempo perdido haber caminado al lado de Jesús por tres años y medios? ¡De ninguna manera! En cambio, todos esos días, junto a sus experiencias y enseñanzas, son considerados como una preparación. La preparación para el día cuando Dios vendría a sus vidas y les daría un corazón nuevo, haciéndoles personas Dios-céntricas.

¿Acaso me hago entender al escribir que nosotros tenemos que tratar con nuestros hijos de la misma forma que Jesús trató con sus discípulos inconversos? Es muy importante que nosotros los padres entendamos las descripciones o lo que representan las figuras anteriores en cuanto a nuestros hijos. Igual que los primeros discípulos de Jesús, nuestros hijos están cursando un programa de entrenamiento que Dios ordenó y reveló por medio de la Biblia. Ahora bien, un día Dios vendrá a sus vidas para darles un corazón nuevo y un espíritu nuevo, tal y como lo hizo con sus discípulos el Día de Pentecostés. Lo repetiré nuevamente: Es bueno saber que Dios anhela obrar en la vida de nuestros hijos para así poder colaborar con él.

¿En qué forma Dios pretende obrar en las vidas de nuestros hijos? Dios está obrando para hacer de nuestro hijo un discípulo suyo. Un discípulo lleno de su presencia, a quién pueda poseer y en quién pueda habitar. Además, él desea reinar en la vida de ese discípulo y usarlo para su honra y gloria. Hay muchas cosas que Dios desea hacer en esta tierra, pero necesita muchas vasijas llenas de él para llevarlo a cabo. Por eso, Dios busca ganar a nuestros hijos (y nosotros también tenemos que trabajar con relación a lo mismo).

Continuemos avanzando en este estudio. Sé que todo eso nos motivará mientras meditamos sobre el tremendo impacto del que somos responsables en la crianza de nuestros hijos.

Dos bebés inocentes

Según lo que comprendo acerca de este asunto, cuando Dios nos regala un bebé, ese bebé aparece en el mundo tal y como lo ejemplifica la primera de las dos figuras en la página 284. Todos los seres humanos nacemos con la misma condición que vivió Adán luego de su caída. El espíritu está muerto (separado de Dios), sin la habilidad de tener comunión con Dios. Por eso, cada niño que nace es un ser egoísta ya que Dios no mora en su espíritu. No obstante, los niños recién nacidos no están completamente controlados por sus propias acciones egoístas. Se puede decir que ellos nos llegan como un papel en blanco. Su mente, su voluntad y sus emociones, y hasta su cuerpo, están en blanco. Su cuerpo no ha sido deshonrado. Tampoco su alma (la mente, la voluntad y las emociones) se ha manchado por la pecaminosidad. ¡Oh, la hermosura y la pureza de un recién nacido! Todos la reconocen.

¿Alguna vez has pensado acerca de lo que hace que un recién nacido sea tan primoroso? ¡Eso es más que sus mejillas rosadas! Cuando miras a un recién nacido, tú estás mirando a un alma eterna con una mente en blanco, una voluntad en blanco y unas emociones en blanco. Así son ellos; inocentes, abiertos y como un papel en blanco. Nada ha sido escrito en su alma. Ellos están inconscientes del pecado. Eso es en parte lo que hace a los recién nacidos ser tan primorosos.

Ahora bien, pongámonos de acuerdo con algo. ¿Qué pasará si a este hermoso e inocente bebé se le pone en un ambiente negligente durante cinco años? Sí, qué pasará si se le deja hacer lo que su voluntad le indique, criarse como él lo desee con toda esa actitud egoísta, viviendo en un ambiente de ira, concupiscencia y glotonería.¿Qué pasará si al corazón de tan inocente bebé se le introduce todo lo que el mundo presenta en la televisión, las obras de los espíritus malos, los conflictos que destruyen, la pornografía, las drogas, el alcohol, etc.? ¿Qué clase de niño será después de cinco años? ¿Acaso crees que podrás acariciarle el rostro, luego de haber vivido cinco años en tal ambiente perverso y todavía encontrar en él inocencia, pureza y transparencia? Nosotros conocemos las respuestas a estas preguntas. Una sola visita a uno de esos barrios tan pervertidos de cualquier ciudad es suficiente para confirmar lo anteriormente expuesto. De hecho, yo estoy seguro que no hay que esperar cinco años para comenzar a ver los resultados negativos en la vida de este niño. A lo mejor en sólo dos años o quizá en un año esos efectos negativos podrán ser observados en el carácter y la personalidad de ese niño.

Por su parte, si utilizamos el mismo ejemplo, pero esta vez haciendo una ilustración en un ambiente positivo, entonces todo es diferente. Si se pone a un recién nacido, con toda su inocencia tan bella, en un ambiente de justicia, ¿qué clase de niño será luego de cinco años? Si a este niño se le coloca en un ambiente de amor, benignidad, pureza, en un hogar que participa activamente en las actividades de la iglesia, que a diario se estudia y predica los textos de las Sagradas Escrituras y que se ponen en práctica las muchas enseñanzas ofrecidas en los capítulos anteriores, ¿cuál será el resultado? Estoy seguro que todos concuerdan y comprenden lo que trato de explicarles.

En resumen, yo pienso que es verídico el dicho que dice que los hijos reflejan lo que son sus padres. La realidad de lo que son los padres se estampa en el alma de sus hijos por medio de lo que ellos perciben.

En los dos ejemplos de los párrafos anteriores ambos bebés recién nacidos empiezan su vida tal y como el primer dibujo de este capítulo. Los dos no están regenerados y les falta nacer del Espíritu de Dios. No obstante, para ti es sabio que te fijes en cómo ellos llegan de forma tan diferente al lugar donde experimentan la salvación.

La vida de los padres se estampa en el alma de sus hijos. ¡Oh, amados padres! Yo espero que ustedes estén alertas y que puedan comprender las implicaciones de todo esto. ¿Acaso nosotros somos capaces de ver el impacto de un ambiente positivo y de un ambiente negativo en la crianza de nuestros hijos? Del lado negativo se crea la necesidad de la urgencia. En cambio, del lado positivo se crea la maravillosa esperanza. Los niños de los dos casos mencionados anteriormente crecerán y se desarrollarán a su debido tiempo. Y Dios quiera que ellos escuchen el mismo plan de salvación. Los dos necesitan nacer de nuevo y tendrán que tratar con su naturaleza egoísta. Sí, es cierto, los dos necesitan la salvación ofrecida por medio de la sangre de Cristo.

Ahora yo deseo hacerte las siguientes preguntas: ¿Cuál niño tendrá mejores oportunidades en cuanto a la esperanza que viva como Dios lo desea? ¿Cuál niño preferías ser tú? Una vez más, todos sabemos las respuestas correctas. No olvides que estamos razonando juntos. ¡Qué bendición y su favor les hacemos a nuestros hijos cuando nos damos cuenta de lo que Dios procura hacer en ellos! De esa manera surge en nosotros un deseo profundo por colaborar con Dios para preservar el alma de nuestros hijos de la influencia de las costumbres pecaminosas.

Desatando cargas de opresión

Sé que los niños son egoístas y que cada uno de ellos nace con una naturaleza pecaminosa a la semejanza de Adán. Y también sé que no podemos guardarlos fuera del alcance de cada pecado. No obstante, nosotros podemos preservarlos de muchas cosas con efectos dañinos. ¡Qué tremenda desgracia les provocamos y qué carga tan agotadora les imponemos si nosotros negamos nuestras responsabilidades ante ellos y les permitimos que se críen como ellos lo desean! Algunos padres dicen: “Bueno, algún día mi hijo se convertirá y todo resultará para bien”. Esto no es completamente cierto, porque es tan sólo una parte de la verdad. Sí, cada persona tiene la oportunidad de rendirse a Dios, pero las personas que se desarrollan entre mucha maldad tendrán muchas más cargas y cicatrices que llevar. Muchas veces estas cicatrices son heridas emocionales de las cuales muy difícilmente la persona podrá olvidarse. De igual modo, el proceso de santificación les exigirá más sacrificio, energías y tiempo que el que experimentarán los que crecieron en medio de la justicia y el amor. Sé que todo esto es cierto ya que yo mismo tuve que tratar con mis malas costumbres y mis malos comportamientos después de convertirme. Por ejemplo, yo era perezoso y no me gustaba trabajar. Después de mi conversión, yo tuve que tratar con este pecado y reconozco que luché varias veces contra este mal antes de poder lograr la victoria por completo.

Si nos negamos a entrenar a nuestros hijos entonces les estaremos imponiendo una carga tan pesada que tendrán que llevar por sí solos y quizá por mucho tiempo. Sí, es cierto, Dios les puede ayudar y librarlos de tal carga y también Dios mismo puede darles la victoria sobre cada pecado en sus vidas. ¡Nuestro Dios es capaz de corregir cualquier defecto en el carácter de nuestros hijos! Dios lo hace por medio de la propia vida de Jesús que se hará manifiesta en la vida diaria de nuestros hijos que opten por andar en el Señor (véase Gálatas 2.20). No obstante, es mucho mejor que nuestros hijos lleguen al acto de la conversión habiendo sido una persona entrenada según el plan bíblico. De este modo, nosotros les libramos de muchos sufrimientos futuros y heridas emocionales. Además, para la gloria de Dios, el hijo empezará a correr inmediatamente luego de haber nacido de nuevo. De otro modo, como ya traté de explicarte, muchas veces ellos pasan tiempos difíciles al tratar con sus malas costumbres y hábitos desordenados.

Yo pienso que algunos de los versículos que hemos tratado en los capítulos anteriores se amplifican cuando se ven a la luz de las figuras representadas al inicio de este capítulo. “Mas el muchacho consentido avergonzará a su madre” (Proverbios 29.15). “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22.6). “Lo castigarás con vara, y librarás su alma del Seol” (Proverbios 23.14).

¿Me doy a entender? Los niños no se convierten desde el momento que se nos dan, pero nosotros somos los responsables de su instrucción y entrenamiento. Y por supuesto, llevamos a cabo esta instrucción y entrenamiento con vistas a su completa entrega a Dios. ¡Qué Dios renueve nuestra visión hoy y nos ayude a comprender que Dios mismo es quien coloca a nuestros hijos en nuestras manos y debemos darnos cuenta que en ellos hay un alma eterna que nos ha sido dada por un tiempo para que la cuidemos! En el futuro, Dios desea poseer esa alma para habitar en ella y hacer de la misma una descendencia santa para su gloria y su honra.

Ahora bien, yo deseo que consideremos las siguientes partes del ser humano que hay en nosotros y en nuestros hijos: la mente, la voluntad, las emociones y el cuerpo.

La mente

Dios nos bendice con un infante que en el momento de su nacimiento prácticamente tiene la mente en blanco. Eso quiere decir que su mente está vacía o que no hay conocimiento en ella. ¿Qué vamos a hacer con esa mente en blanco o vacía de nuestro hijo acabado de nacer? ¿Qué clase de información vamos a permitir que entre en su mente? ¿Acaso la vamos a proteger de la tanta información mundana y dañina que los medios de comunicación masiva ofrecen a diario? Aquí aparecen algunas preguntas muy buenas que desafían a nuestros corazones. ¡No es justo que permitamos que esa mente tan fresca y limpia de nuestro hijo se llene de la basura (o sea, los “datos” necios, contaminantes y vanos) del mundo! Formulo de nuevo la pregunta: ¿Acaso vamos a permitir que por nuestra negligencia, la mente fresca y limpia de nuestros hijos se manche?

Nosotros sabemos positivamente que muchas de las cosas que entran en la mente nunca se borran. Estas cosas se graban en nuestras mentes para casi el resto de nuestros días en la tierra. Yo estoy seguro que muchos de nosotros tenemos cientos de recuerdos grabados en nuestras mentes que deseamos borrar o quizá olvidar para siempre. Es cierto que por medio de la gracia de Dios es posible que con el paso del tiempo se pueda llenar la mente con una información buena y santa de manera que esas cosas malas vayan quedando en el olvido. Pero si criamos a nuestros hijos de la forma que se nos instruye en la Palabra de Dios entonces ellos no tendrán que tener tantas cicatrices emocionales que tratar de olvidar.

La mente se puede renovar con las sublimes enseñanzas de la Biblia (véase Romanos 12.2). No obstante, muchas veces una canción escuchada en el mercado, una palabra dicha en un tono diferente y muchas otras cosas más tienen la capacidad de traer a nuestras mentes esas memorias casi olvidadas que no son buenas. De esa manera funciona la mente. Entonces, ¡qué favor tan grande les hacemos a nuestros hijos si les guardamos de “los datos” o de esa información mundana y dañina de este mundo perverso! Los niños no son lo suficientemente maduros como para responsabilizarse de cuidarse a sí mismos de lo malo. En la actualidad existen muchos medios de comunicación masiva que están compitiendo por entrar en la mente de tus hijos. Algunos de ellos son la televisión, la radio, los libros, los juegos de computación, las revistas, etc.

Por otro lado, ¿qué clase de palabras escuchan los hijos en el hogar? ¿Acaso ellos escuchan las discusiones de sus padres y ven las acciones negativas que surgen de las mismas? Algunos padres piensan de esta manera: Bueno, mi hijo tiene solamente un año de edad. Él no va a comprender lo que está ocurriendo. ¡No deberías pensar así! Muchas de estas cosas atiborran la mente de los hijos, aunque sean todavía muy pequeños. Por lo general, todos estos datos que penetran en sus mentes desde edades tempranas darán su fruto en el futuro. Sí, es cierto, todas esas palabras odiosas y crueles junto a las acciones necias y rebeldes darán su respectivo fruto algún día en el futuro de la vida de tus hijos. Dios nos llama a la santificación, y como cristianos no debemos permitir que esas malas costumbres corrompan nuestro vivir en Cristo Jesús (véase 1 Corintios 15.33).

Por otra parte, ¿qué del lado positivo en cuanto a lo que permitimos que entre en la mente de nuestros hijos? ¡Tenemos el privilegio de llenar esa mente casi en blanco con “datos” que bendecirán a nuestros hijos durante todos los días de su vida! En nuestro hogar, por ejemplo, nosotros hemos usado la Biblia en casetes para que todos nuestros hijos la escuchen, llenando así sus mentes de lo positivo. Desde el primer año de edad, a la hora de acostarse, ellos siempre escucharon la lectura de la Biblia. A veces el sueño les viene inmediatamente, pero en otras ocasiones nuestros hijos han escuchado algún casete durante un buen rato antes de quedarse dormidos.

Aquí notamos una de las maneras para depositar la Biblia en la mente de los niños. Además, la lectura de las historias bíblicas por parte de los padres, los libros que edifican el carácter cristiano, los sermones que se predican en la congregación y las pláticas con un sentido espiritual y edificante también pueden influenciar positivamente la mente de ellos. A la hora de las comidas se ofrece una buena oportunidad para llenar la mente de los hijos con lo bueno y provechoso. Yo me planifico lo que deseo enseñarles a mis hijos antes de ir a la mesa. En algunas ocasiones, la charla del desayuno es tan amena y edificante que no hay necesidad de llevar a cabo el culto familiar de ese día. Aquí le comunico a la familia:

—Bueno, ya hicimos el culto familiar. —Entonces cantamos un himno, oramos y nos despedimos para hacer los quehaceres del día.

La vida de Fanny Crosby es un hermoso ejemplo de lo que estoy exponiendo aquí. Yo no recuerdo la edad exacta cuando ella se convirtió a la fe cristiana, pero me parece que fue alrededor de los 21 años. En su niñez había perdido la vista y quedó completamente ciega. Pero, gracias a Dios, su abuela dijo:

—Yo voy a ser los ojos de Fanny. —Su abuela le describió la belleza de la puesta del sol y la hermosura del alba. De igual modo, ella se sentó muchas veces al lado de su nieta y le leyó una y otra vez versículos de la Biblia. Fue así que Fanny pudo guardar muchos versículos bíblicos en su mente que más tarde la hicieron convertirse en la autora de más de 8.000 himnos de la vida cristiana.

Un día, en el momento de su conversión, el Espíritu de Dios vino a morar en el corazón de Fanny. Y en esos momentos cuando la Palabra de Dios (que fue atesorada en su mente desde la infancia) y el Espíritu Santo se encontraban en lo profundo de su corazón, surgían esos himnos de la vida cristiana que hoy cantamos en muchas de nuestras congregaciones. ¡Aleluya!

En ninguna manera deseo dar a entender que si entrenamos bien a nuestros hijos entonces ellos no necesitan nacer de nuevo. Todos somos egocéntricos y no Dios-céntricos hasta el instante cuando el Señor Jesucristo viene a sentarse en el trono de nuestro corazón. No obstante, lo que trato de dar a entender es que nosotros podemos ayudar a nuestros hijos en cuanto a la preparación para ese día glorioso que ellos decidan entregarse de llenos al Señor. Nosotros debemos anhelar y buscar que llegue el momento cuando la Palabra de Dios y el Espíritu Santo entren en la vida de nuestros hijos. ¡Cuántas maravillas empezarán a brotar de sus vidas! ¡Aleluya!

La voluntad

Ahora tocaremos el tema de la voluntad. Es necesario que la voluntad del hijo se sujete a la de sus padres desde una edad temprana. El objetivo de los padres en cuanto a la voluntad de sus hijos deberá ser “no tu voluntad, sino la mía sea hecha”. ¿Por qué? Porque algún día Dios les exigirá a los hijos que ellos digan “no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Por eso es muy importante que los hijos aprendan a rendir su voluntad a sus padres ya que llegará el día cuando tendrán que rendírsela a Dios, si es que desean caminar con él. Rendir la voluntad a Dios se hace mucho más fácil si la persona está acostumbrada a rendirla a otra persona. Me parece que aquí vemos la razón por la cual Dios sólo exige una cosa de los hijos: que obedezcan a sus padres. Al los hijos cumplir con este mandamiento de Dios de todo corazón entonces cuando Dios les toque su corazón, al desear entrar y reinar en él, diciéndoles “hijo mío, dame tu corazón”, a ellos se les hará mucho más fácil hacerlo.

¿Recuerdas lo que escribí acerca de Susanna Wesley? Ella siempre estuvo a la caza de ese objetivo en la vida de sus hijos. Para ella, la rendición total de la voluntad de sus hijos era algo imprescindible. Ya hice referencia a esto en otra parte del libro, pero estoy repitiéndolo para que puedas relacionarlo con lo que ocurre en el momento de la conversión. ¡Si queremos ver buenos resultados en la vida de nuestros hijos entonces tenemos que lograr sujetar la voluntad de ellos a la nuestra!

Existen muchas actividades cotidianas en las que debemos tratar de conquistar la voluntad de nuestros hijos y mantenerlas sometidas a las nuestras. Por ejemplo, a la hora de las comidas en el momento cuando ellos rechacen algunos alimentos que sean necesarios para su desarrollo y crecimiento. Otra actividades donde se pone de manifiesto quién manda en el hogar es a la hora de tomar la siesta en toda quietud, levantarse a la hora establecida y con un buen semblante, hacer de buena gana las tareas de la escuela, compartir los juguetes con otros niños, mantener el silencio y una buena conducta durante la realización del culto familiar, no interrumpir cuando los adultos conversan, etc. Nosotros tenemos muchas oportunidades para entrenar la voluntad de los hijos. Y es sabio que de vez en cuando nos hagamos esta pregunta: ¿Acaso la voluntad de mi hijo está rendida a la mía?

Las emociones

Los deseos y los sentimientos de los recién nacidos están tan en blanco como las otras áreas de su ser. ¡Qué hermosa oportunidad se nos presenta para entrenar el paladar de su alma desde el día de su alumbramiento! De la misma manera que a los padres les encanta ofrecerles a sus hijos una variedad de comidas sabrosas para su desarrollo, nosotros podemos aprovechar las oportunidades que tenemos para entrenar sus deseos en lo que es provechoso. Y para llevar a cabo esta tarea se hace importante que ellos vean en nosotros un buen ejemplo en nuestra vida diaria. Esto es debido a que lo que a nosotros nos guste, eso será también lo que les gustará a nuestros hijos. A un niño de cuatro años se le puede enseñar, por medio del ejemplo de los padres, a gustar asistir a los servicios de la iglesia y a mantenerse tranquilo durante los cultos. De igual modo, nuestros hijos bien pueden aprender a que les guste cantar y repartir tratados en las calles. Tales prácticas no se aprenden al leer un libro de texto escolar, sino que ellos la ven en la vida diaria y el ejemplo de sus padres. Al ver a sus padres ocuparse de forma entusiasmada en lo que da buenos frutos, las emociones de los hijos se dirigen hacia lo mismo. Y esto ocurre a pesar de que Dios todavía no mora en el espíritu de ellos. Las buenas obras no borran los pecados, pero sí apuntan o dirigen al alma del pecador hacia un rumbo excelente. Por supuesto, uno tiene que acercarse a Dios y permitirle que reine en su vida.

Un buen ejemplo de esto es cuando el hijo de dos años de edad quiere llevar una Biblia a los cultos. ¿Por qué? ¡Él no sabe leer! Pero algo en su alma le dice: La Biblia es muy especial, porque papá y mamá la estiman mucho. Entonces este niño llevará su pequeña Biblia a los cultos. Tal vez hasta lo haga con un poco de orgullo infantil. ¿Qué está pasando en él? Lo que está sucediendo es que este niño está siguiendo o imitando lo que ve hacer sus padres, y eso ayuda a guiar sus deseos. ¡Gloria a Dios! Algún día, el Espíritu Santo vendrá a morar en él (cuando llegue el momento de su conversión) y puesto que ya él tiene un deseo natural por la Biblia, entonces la misma llegará a ser de un valor inestimable en su vida.

Amados padres, se hace necesario que nosotros guiemos los deseos de nuestros hijos con nuestro ejemplo hasta que ellos nazcan de nuevo por medio del Espíritu Santo. Nosotros debemos guiarlos a que amen lo bueno y aborrezcan lo malo. ¡Tratemos de guardarlos de todo lo que a ellos los motive hacia el mal! En el capítulo siguiente se desarrolla este tema con más amplitud. Pero ahora formulo la siguiente pregunta: ¿Qué es lo que más excita a tus hijos? Bueno, eso que los excita es lo que ellos más desean hacer. En mi caso, yo siempre he deseado que mis hijos amen entrar por las puertas de la capilla todos los domingos por la mañana y que luego me digan lo que aprendieron ese día.

Por medio de nuestras emociones mostramos el enojo, el amor, el rechazo, el dolor, la alegría, etc. Yo pienso que es bueno entrenar a los niños a expresar las emociones apropiadas en el tiempo oportuno. ¿Acaso no sería algo hermoso que nuestros hijos nunca supieran lo que es experimentar un ataque de rabia? ¡Es posible! Eso es posible si ellos nunca lo ven en sus padres ni en la televisión ni lo escuchan en la radio. Es posible que los niños crezcan sin expresar sus emociones indebidamente. El carácter de muchas emociones humanas se aprende de otros. En el capítulo siguiente se explica cómo esto sucede.

En resumen, el propósito de toda instrucción y entrenamiento es llenar la mente de nuestros hijos con todo lo provechoso posible de manera que su voluntad escoja lo recto y para que sus emociones se hagan adictas a lo mismo. Si logras conducirte bien en la crianza de tus hijos en estos tres aspectos que son la mente, la voluntad y las emociones, entonces tú estarás siendo copartícipe con Dios a la hora de desarrollar el carácter de Cristo en ellos mucho antes que Dios decida habitar en sus vidas. Aquí deseo repetir algo que ya mencione: yo no quiero decir que la buena instrucción y enseñanza pueden salvar a tus hijos. Ellos necesitan tener un encuentro con el Señor que les haga arrepentirse de sus pecados y que les guíe a hacer una entrega total al señorío de Cristo. ¡Ellos necesitan nacer de nuevo por medio del Espíritu Santo! Sin embargo, una educación basada en las enseñanzas de la Biblia sí puede ser de mucha ayuda para guiarles a que escojan lo provechoso y lo espiritual en sus vidas.

El cuerpo

Ahora vamos a continuar este estudio, pero en esta parte trataremos el tema del cuerpo. Les hacemos un gran favor a nuestros hijos si les ayudamos a controlar sus deseos carnales y les ayudamos a guardar su pureza moral. Nuestros hijos tendrán que vivir este tiempo en la tierra en su cuerpo físico. Es por eso que es sabio que les ayudemos a determinar cuáles costumbres les guiarán en su diario andar mientras estén bajo nuestra tutela. Si nosotros les instruimos con una instrucción amorosa y les guiamos hacia hábitos beneficiosos entonces estos hábitos llegarán a ser algo normal en la vida de nuestros hijos. Cuando tú escuchas el despertador, te levantas de la cama, ¿verdad? ¿Acaso no es de esa manera? Si tú no te levantas inmediatamente al escuchar el despertador, yo puedo decir que a lo mejor durante tu niñez no te levantabas al escuchar el despertador y que muy pocas veces se te hizo hincapié que lo hicieras. De esa forma adquiriste el hábito de quedarte en la cama “un rato más”. Y quizá este mal hábito sigue dominándote hasta en la actualidad, a pesar de que tú amas a Dios y quieres andar en la justicia. Sin embargo, aunque tú no hayas conquistado este mal hábito, hay esperanza que tus hijos no lo adquieran y es al enseñarles que cuando escuchen el despertador ellos mismos le digan a su cuerpo:

—¡Cuerpo mío, levántate! Yo soy el jefe y es hora de levantarse. —Esto también puede practicarse a la hora de la comida. Aquí se le ordena al cuerpo:

—Cuerpo mío, te comerás esta comida, aunque no creas que es muy sabrosa. Yo soy el capitán, no tú.

Algunas personas piensan que es algo ridículo que se trate a los hijos de esa manera. Pero bueno, de alguna manera sus cuerpos los gobernarán si no son instruidos a gobernarlos ellos mismos. Ellos pueden mirar a la comida poco sabrosa y decir:

—Gracias, Señor, por estos alimentos. Esta comida no me gusta mucho, pero me la comeré pues es lo que mamá ha preparado con mucho sacrificio. Y no sólo me la voy a comer, sino que voy a estar contento y le voy a dar gracias a Dios por dárnosla.

Pues bien, ayuda a tus hijos a derrotar los deseos de su cuerpo. Guárdalos, guíalos y presérvalos de manera que no deshonren o contaminen sus cuerpos. Por esa razón es que no debes permitir que tus hijos jueguen lejos de tu vista con otros niños malcriados. Muchas veces los niños de los vecinos inconversos les pueden sugerir cosas infames y por eso es preciso que tú sepas lo que ellos están haciendo mientras comparten con esos niños. ¿Por qué? Porque un día en el futuro Dios deseará habitar en tus hijos y ellos tendrán que tratar con sus malas acciones y hábitos que aprendieron a tus espaldas. ¡Gloria a Dios! Yo sé que él puede librar y purificar a cualquier persona de sus malas costumbres. Sin embargo, es sabio darles tal crianza a nuestros hijos que les ayude a no manchar sus conciencias y que ellos estén conscientes de su iniquidad original y de las intenciones del corazón. ¡Siempre habrá necesidad de ser purificado! Con una sabiduría dada por Dios solamente, comunícales a tus hijos acerca de estos temas para ayudarles a guardar su pureza moral.

No me refiero a hacer de tus hijos unos autómatas, sino de tener una visión y una comprensión del propósito de Dios en sus vidas. Yo me propuse darles a mis hijos una ventaja de diez pasos del lugar donde yo empecé la vida cristiana. ¡Cuán hermoso es que un niño sea guiado y disciplinado en la senda de la justicia! Es fácil concluir lo que ocurrirá en la vida de un niño que ha sido preservado del mucho pecar cuando éste llegue a la salvación de Jesucristo. Por supuesto, él no se verá en tantas batallas difíciles en las áreas en las cuales ha sido preservado del pecado.

Juan Wesley no nació del Espíritu Santo hasta que cumplió los 35 años de edad. No obstante, las buenas costumbres que su madre le enseñó y los malos hábitos que ella le evitó formar, junto a las disciplinas que ella misma le impuso, formaron su vida y lo prepararon para el día cuando Juan se entregó al Señor Jesús. Así mismo fue la vida de los primeros discípulos de Jesús que anduvieron fielmente en la ley de Moisés. La ley de Moisés fue para ellos como una maestra que los mantuvo alejados de pecados que de otra manera ellos hubieran conocido. Juan Wesley sabía lo que era madrugar. Además, yo estoy seguro que él conocía lo que significaban los sinsabores de la vida. Juan Wesley había sido enseñado a estar contento con lo poco. Y un día, a sus 35 años de edad, él escuchó a otra persona leer la introducción del libro de Romanos escrita por Martín Lutero. De repente, Juan sintió que fue salvado por la fe nacida en él. El Espíritu de Dios vino a morar en él. Entonces Dios, al morar en el corazón de Juan Wesley, revolucionó a Inglaterra y a Norteamérica. Por supuesto, Juan no tenía muchas malas costumbres en su conducta, y cuando el Espíritu Santo entró en él para habitar en su espíritu, entonces Juan se levantó y corrió con fuerza la carrera que le había sido señalada para la gloria de Dios.

Al estudiar algunas biografías de algunos hogares piadosos del pasado, yo noté que los hombres y las mujeres que fueron preservados del mucho pecar y que fueron entrenados en lo provechoso empezaron a correr con mayor vigor que los que se habían enredado en la perversión. Estoy convencido que hay una bendición especial sobre los que han sido guiados desde su niñez en los principios cristianos. Por supuesto, no todos los que se criaron en hogares piadosos aprovecharon la ventaja que tenían al alcance, pero los que sí la aprovecharon tuvieron más utilidad en la obra de Dios. Otros, como fue mi caso, hemos tropezado muchas veces en el inicio de nuestra vida cristiana. Esto no se debe a que no amamos a Dios, sino a la lista tan larga de malos hábitos y costumbres que hemos tenido que combatir a lo largo de nuestro andar en el Señor. ¡Démosles a nuestros hijos una ventaja que nosotros no tuvimos! ¡Ayúdanos, Dios!