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La búsqueda de una descendencia para Dios

© 2004 por Denny Kenaston

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CAPÍTULO 3

El valor eterno de un hijo

He aquí, herencia de Jehová son los hijos;
Cosa de estima el fruto del vientre.
Como saetas en mano del valiente,
Así son los hijos habidos en la juventud.
Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos.
(Salmo 127.3–5)

Cuánto vale un niño? Un niño es una de las piezas fundamentales del hogar que soñamos edificar. La estructura se levantará o caerá, será firme o inestable, todo dependerá de la respuesta a esta pregunta. Partiendo de los capítulos introductorios y entrando ya en el tema principal acerca de la crianza de hijos para Dios, yo deseo que nos enfoquemos en nuestra visión. Me refiero a nuestra visión espiritual, la que se ve con “los ojos del corazón”.

Los versículos citados arriba dicen que los hijos son “herencia de Jehová” para nosotros. Así son, porque nos han sido dados para bendecirnos, un recuerdo del amor de Dios. Al igual que los bienes que heredamos nos hacen pensar en la persona que nos los ha regalado, así Dios nos hace pensar en él cuando miramos a nuestro hijo. Dios creó al hombre a su imagen (véase Génesis 1.27), o sea, a su semejanza. Por esto, cada hijo que nos ha sido regalado es un depósito de él mismo, confiado a nosotros. De manera que nuestro modo de valorar a nuestros hijos surtirá efecto en cada área de sus vidas y también cada área de nuestra vida. Le corresponde a Dios alumbrar “los ojos de nuestros corazones” en cuanto al incomparable valor de estos seres eternos: nuestros hijos.

Hace algunos años que yo visité cierto hogar y compartí la mesa con esa familia. Estando sentado a la mesa me fijé en una placa que colgaba en la pared. Las palabras en esa placa le hablaron de forma profunda a mi corazón. Las escribí para poder recordarlas. Son las mismas palabras escritas en la página anterior a este capítulo; las he insertado allí para que tú puedas recordarlas.

Un niño vive eternamente en las vidas de sus descendientes y en las vidas de las personas que influenció. ¡Qué tremendas palabras son esas! Medita por un momento y permíteles que también le hablen a tu corazón. Pronúncialas en voz alta, lentamente y medita en ellas. Estas palabras me han desafiado tremendamente. ¿Dónde están tus hijos en tu lista de prioridades? ¿Acaso ellos encabezan tu lista, o es que están en medio de las muchas otras cosas que tú quieres hacer en la vida?

Formidables y maravillosas

¿Cuánto vale un niño, un solo niño, uno solo de esos preciosos pequeñitos? ¿Quién puede medir su valor? Yo no puedo, porque no sé lo que Dios va a hacer de ese niño. Ni puedo saber lo que Dios se propone y planea en su corazón para con él. Pero hay una cosa que sí puedo hacer. Yo puedo buscar en las páginas de la Palabra de Dios para hallar en ellas lo que hay en lo íntimo del corazón de Dios. Si meditamos sobre el valor de un niño, tal como Dios lo estima, vemos que él valora inestimablemente a cada uno de ellos. Esto trae a mi mente los versículos del Salmo 139.13–17:

Porque tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre. Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien. No fue encubierto de ti mi cuerpo, bien que en oculto fui formado, y entretejido en lo más profundo de la tierra. Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas. ¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos! ¡Cuán grande es la suma de ellos!

Estos versículos nos elevan al trono celestial, donde los designios y planes de Dios manan de su mente. Imagínate al Dios Viviente, el Dios de todo el universo y el que gobierna todo desde su trono; él está formando a tu hijo de una manera detallada mientras éste aún está en el vientre de su madre. Nota cómo él lo planeó todo antes de la fundación del mundo. Si es verídico que mi hijo ha sido formado por Elohim (nombre hebraico que significa “Dios Creador”), entonces es seguro que él tiene un propósito para mi hijo, un propósito santo que demanda mi cuidado absoluto y mi atención.

Si pudiéramos vislumbrar un poco por medio de las profecías lo que Dios se propone lograr a través de nuestros hijos, entonces empezaríamos a comprender el valor de ellos y a actuar en conformidad con esto. Sólo Dios puede ayudarnos a percatarnos de todo esto.

Susanna Wesley es un ejemplo para nosotros. En ella ardía la visión del valor de sus hijos. Dios la inspiró a criar una clase distinta de hijos. Impulsada por los preceptos que veía en la Biblia, ella por la fe crió a sus hijos para la gloria de Dios.

¿Cuánto valía el hijo de Abraham y Sara? Ellos tenían una palabra profética y una promesa de Dios referente a ese hijo. Imagínate el gozo extraordinario que les causó su nacimiento milagroso. Pero aun en aquellos momentos, ellos no comprendían la magnitud de su influencia.

Nuestros niveles de valoración varían. Cuando nace un niño de una matriz que ha estado estéril durante mucho tiempo entonces se ve en los ojos de los padres el valor de ese precioso bebé mientras ellos abrazan al pequeñito por primera vez. ¡Han esperado tanto tiempo por ese momento! Estos padres miran maravillados su regalo, la recompensa de Dios, y lo observan con reverencia a Dios. Parece ser que a veces Dios retiene la dádiva de un hijo para elevarles el valor de ésta a los padres. Yo he meditado sobre el ejemplo de los padres estériles mencionados en la Biblia. Considera estas reflexiones:

• Abraham y Sara esperaron 40 años por Isaac.

• Isaac y Rebeca esperaron 20 años por Jacob.

• Jacob y Raquel esperaron 20 años por José.

• Manoa y su esposa esperaron años por Sansón.

• Rut esperó 12 años antes que naciera Obed.

• Ana esperó muchos años antes que naciera Samuel.

• Zacarías y Elisabeth esperaron 50 años por Juan el Bautista.

Fíjate en la hermosura de la sabiduría de Dios en cada uno de estos ejemplos. La retención de los hijos se convirtió en días de preparación para los corazones de los padres. Con el pasar de los años, el valor del niño subió más y más. En medio de todo esto se puede ver que Dios estaba entrenando a los padres para recibir al niño con la debida reverencia. Una vez preparados, los padres empezaron a criar al niño para el propósito especial del reino de Dios. ¡Qué hermoso es ver obrar la sabiduría de Dios en estos padres!

Si tomamos en cuenta la magnitud de la obra neo-testamentaria (la necesidad de predicar el evangelio, los campos ya blancos para la siega y la falta de obreros), podemos ver que ciertamente hay trabajo para cada uno de nuestros hijos. Si Dios tuviera a 10.000 personas iguales a Juan Wesley, él dirigiría la vida de cada uno de ellos y los usaría para despertar una parte u otra del mundo, para la gloria de su nombre. No obstante, antes que Dios pueda encontrar a tantos siervos, él tiene que hallar a 10.000 parejas que anden por fe, criando a sus hijos con propósitos santos. De la manera que nosotros vemos a nuestros hijos tendrá su efecto en lo que haremos con el resto de este libro.

Nosotros notamos este concepto de un valor inestimable aun en el orden natural de la vida humana. Cuando un rey tiene un hijo heredero al trono entonces este rey hace hincapié en la instrucción de su hijo. Por ser hijo del rey, todos suponen que es natural que ese hijo reciba un cuidado especial durante su crianza. ¿Qué tal de nuestros hijos? ¡Ellos son hijos e hijas del Rey de reyes!

Tu primer amor

Permíteme llevarte por un momento en un viaje al pasado. Piensa en el nacimiento de tu primer hijo. Medita por un momento y deja que tu mente te lleve hacia atrás. Contempla los primeros días de tu primogénito. ¡Estabas maravillado! Te mantenías muy emocionado, abrazaba o amamantaba a esa pequeña imagen de ti mismo(a). Piensa en cómo te sentiste.

Fácilmente recuerdo las memorias del nacimiento de nuestra primera hija y también del nacimiento de mis demás hijos. Mi esposa Jackie y yo nos dijimos el uno al otro: “Ella es nuestra nenita. Es parecida a nosotros; hueso de nuestros huesos y carne de nuestra carne, un regalito de Dios.” Al contemplarla, nosotros nos sentíamos abrumados por la responsabilidad de cuidar a esa niña que había sido encomendada a nosotros. Como padres, estuvimos viviendo nuestro “primer amor” y estábamos muy emocionados. Estoy seguro que tuviste una experiencia similar al nacer tu primer hijo.

Yo deseo explicar lo que quiero decir cuando utilizo la frase “el primer amor”. Todos entendemos el significado de la frase “el primer amor” tal como es usada en la Biblia. Dios usa esta frase en Apocalipsis 2.4–7, exhortando a la iglesia de Éfeso. Le dijo “has dejado tu primer amor”. Dios le recordaba a la iglesia el dulce amor que ella le mostró a él en sus comienzos. (Usted puede leer acerca de esto en Hechos 19.) El primer amor es la piedra fundamental sobre la cual se edifica una vida de amor constante a Dios. Tal primer amor crece, se profundiza y madura con el pasar de los años.

Este principio se aplica también al matrimonio. Todos podemos recordar el día de nuestra boda y los gloriosos días del noviazgo. Esta experiencia del primer amor produjo los votos de por vida que fluyeron de nuestros corazones. Debemos construir sobre tal primer amor todos los días de nuestro matrimonio.

Y así debe ser con el nacimiento de cada uno de nuestros hijos. ¿Acaso hemos perdido nuestro primer amor hacia nuestros hijos? Muchas veces hemos comenzado bien, pero luego otras cosas nos distraen. Seis de nuestros ocho hijos nacieron en nuestra propia casa, suceso que fue una experiencia maravillosa y conmovedora. En cada uno de los alumbramientos, el Espíritu de Dios estuvo cerca cuando nació el bebé. Muchas parteras concuerdan conmigo al decir que Dios está presente de una manera muy especial en el nacimiento de cada bebé. Yo creo que Dios santifica este dulce evento para unir a los padres y al niño en una relación de amor para toda la vida. Dios hace esto para que los padres se consagren en criar a sus hijos para él. Esta relación entre los padres y el hijo es la piedra fundamental sobre la cual se edifica una vida poderosa que honra a Dios.

Revelaciones de la realidad

Hace algunos años, yo estaba en casa de unos amados hermanos quienes tenían un hijo de casi tres años de edad. Ellos me habían invitado a visitarles para preguntarme acerca de cómo criar a su niño. Mientras platicábamos, este niño corría de acá para allá. Algunos dirían que él era hiperactivo. A cada rato, la madre tenía que pararse y procurar mejorar el comportamiento del niño. Todos conocemos tales casos: “¡Tienes que comportarte bien. El hermano Denny está aquí!”

Por fin, la madre y el padre exteriorizaron su frustración, diciendo:

—¿Qué haremos con nuestro hijito? Él siempre se comporta así y nuestra paciencia está por agotarse.

Bueno, yo había estado estudiando el comportamiento de ese niño y estuve orando con relación a lo que debía de decirles. Tuve que pedirle a Dios que me diera palabra de sabiduría (véase 1 Corintios 12.8), porque yo no sabía qué preguntarles ni qué decirles. Luego le pregunté a la madre:

—¿Cómo te sentías con respecto a tu hijo mientras estuviste embarazada y cómo te sentiste cuando él nació?

Ella me miró algo aturdida y contestó:

—¿Cómo sabía usted que debía preguntarme tal pregunta?

Bueno, después de esa pregunta todo su pasado fue puesto a la luz. Ella creció muy mimada y al enterarse que estaba embrazada, de forma egoísta empezó a odiar al niño que llevaba en su vientre. Solamente podía pensar sobre las dificultades que acompañan el nacimiento y el crecimiento de un niño.

Por medio del arrepentimiento, Dios cambió el corazón de esa madre e inmediatamente ese amado hijito comenzó a portarse mejor. En este ejemplo, nosotros fácilmente notamos cómo la actitud de ella influyó en su habilidad para criar a su hijo. Del mismo modo, su actitud influía en la relación del niño para con ella. El corazón egoísta del niño decía: “¡Vas a prestarme tu atención, aunque tenga que corretear como una loca para lograrlo!” Me espanta mucho el pensamiento de lo que pudo haber resultado si la madre no hubiera aclarado su situación. Muchos son los niños que se crían con tal rechazo de parte de los padres. Esto crea actitudes de confusión en el corazón de los hijos. En algunos de estos niños esas actitudes les causan mal efecto hasta cuando ya han llegado a la edad de adultos.

¿Qué clase de tesoros tenemos?

¿Cuánto valoramos a nuestros hijos? ¿En qué lugar aparecerían en nuestra lista de prioridades, si hiciéramos una? Es muy posible que, sin darnos cuenta, nosotros hayamos adoptado algo del espíritu de la época actual. Todos sabemos que el mundo no valora mucho a sus hijos: ellos tienen varias vías para “quitárselos de encima”. La peor de estas vías es la práctica legal o ilegal del aborto.

Hace dos años, yo estuve meditando sobre el Sermón del Monte, leyéndolo lentamente y a diario en voz alta durante seis meses. (¡Es un ejercicio convincente!)

Un día mientras leía los versículos acerca de los tesoros, el Espíritu de Dios inspiró a mi corazón con respecto a los mismos. De repente, un pensamiento llegó a mi mente: ¡Mis hijos son mis tesoros! Mi hija mayor, Rebekah, ya se había casado con Daryl y estaban en África, sirviendo al Señor. A razón de esto, mis pensamientos se dirigían mucho hacia la obra de allí y también muchas oraciones subían a Dios. Pero en aquella mañana, al meditar sobre todo esto, la conclusión se plasmó en mi mente: Mis hijos son mis tesoros y por eso yo pienso y oro más por África. “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.” He depositado una parte de mis tesoros en África y mi corazón mira hacia allí de una manera nueva y refrescante.

Compartí estos pensamientos con Jackie y la luz también alumbró en su corazón. Ella dijo:

—Es verdad. Mi corazón de continuo está en ese lugar desde que Daryl y Rebekah se marcharon hacia allá.

Ya han pasado cuatro años y nosotros hemos depositado más de nuestros tesoros en otras partes del mundo. Nuestro hijo Daniel y su esposa Christy también sirven en Ghana, África, entre la tribu Konkomba. Nuestra hija Elisabeth y su esposo Andrew sirven en Guyana, Sudamérica. ¡Siempre nuestros corazones van hacia allí también! Ya están naciendo los nietos y así los tesoros se están haciendo un montón. ¡Aleluya!

Bueno, yo sé que lo anterior es una aplicación personal de las Escrituras, no la enseñanza que Jesús pretendía, porque queda patente que él hablaba de las posesiones materiales en esos versículos. Sin embargo, él también nos amonesta a que enfoquemos nuestro tiempo y atención en los tesoros espirituales. ¡Las almas eternas de nuestros hijos innegablemente son tesoros preciosísimos!

Muchos de nosotros nos hemos hecho de muchos tesoros acá en la tierra. Me temo que la negligencia de nuestros hijos sea el resultado de esto. De algún modo, nosotros pensamos que podemos servir a Dios y al materialismo al mismo tiempo, pero nos hemos engañado. El fruto de nuestro engaño se burla de nosotros desde cada rincón de la sociedad actual.

¿Me permitirías convertirme en un profeta por un momento, un profeta con “p” minúscula? ¿Me permitirías encender una luz brillante sobre nuestros propios corazones y prioridades? O sea, ¿acaso puedes detenerte un momento y abrir tu corazón al Señor, escuchándole solamente a él?

Considera otra aplicación de los versículos que se encuentran en Mateo 16.26: “Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa ofrecerá el hombre por las almas de sus hijos?” He cambiado las palabras, pero, mis amados hermanos y hermanas, ¡esto es exactamente lo que está sucediendo en las iglesias actuales! Los padres cristianos están vendiendo las almas de sus hijos para así poder conseguir lo material. Mientras tanto, yo sigo recibiendo las historias de padres muy entristecidos que han visto a sus hijos salir en pos del mundo o contentarse con el cristianismo apóstata actual. ¡Es tiempo que nos examinemos en cuanto a nuestros valores!

Mejor es reprensión manifiesta que amor oculto” (Proverbios 27.5)

No puedo olvidar la ocasión en que yo participé en un seminario para ministros impartido por el hermano Bill Gothard. Dos mil pastores y obreros se habían reunido para escuchar la Palabra de Dios, expuesta y aplicada en el ámbito ministerial. Bill se puso de pie en su forma típica y empezó a preguntarnos acerca de cuántos hijos teníamos. Él dijo:

—Levanta la mano si tienes un solo hijo. —Entonces siguió preguntando, sumando un número a la vez, hasta que llegó al nueve; en este número solamente un hombre levantó la mano. Todos aplaudimos y vitoreamos; fue un gran momento.

Luego, Bill nos habló a los demás de los que estábamos reunidos en aquella ocasión, refiriéndose al hecho de que la mayoría de los pastores habían limitado el tamaño de sus familias por amor al ministerio. El silencio ocupó aquel lugar. Entonces Bill siguió hablando, explicando, con su típica forma tan humilde, que teníamos el espíritu del aborto. Otra vez, el lugar donde estábamos llegó a estar muy, pero muy quieto. Luego, él siguió hablando, diciendo que nosotros éramos parte del porqué de la cifra alta de abortos. ¡Allí se podía escuchar caer una aguja!

Tal como anda el mundo, así anda la iglesia. Ese fue uno de los puntos que Bill hizo destacar. Él dijo:

—Ustedes no valoran a los hijos. No quieren más. Piensan que tienen otras cosas más importantes en las que pueden invertir su tiempo en lugar de tener más hijos.

Se han practicado muchas esterilizaciones quirúrgicas para impedir la concepción de más hijos. Bill nos reprendió y nos desafió a arrepentirnos y a practicar en los casos necesarios una cirugía de reverso y pedirle a Dios que abra la matriz de nuevo.

No sé si aquellos pastores hicieron caso a esa enseñanza. Estoy seguro que algunos consideraron a Bill como fanático o legalista. Pero también estoy seguro que otros se arrepintieron, efectuando cambios en sus hogares y ministerios. Aquel día mi corazón se unió a la carga que hacía pesar el Señor en el corazón de Bill. Ha comenzado un movimiento entre los matrimonios de Estados Unidos de América, cuyos ojos han sido abiertos para ver el valor inapreciable de los hijos. Ellos están arrepintiéndose y visitando al doctor para practicarse la cirugía de reverso. ¡Cuán alegremente se tocan las campanas de gozo al nacer un hijo después de tal operación! Tales bebés se llaman “bebés reversos”.

Nuestra manera de valorar a nuestros hijos influye en cómo los criamos y cuánto tiempo invertimos en ellos. De algún modo, nuestro Gran Dios tiene que alumbrar los ojos de nuestro entendimiento (véase Efesios 1.18) para que comprendamos el valor de los tesoros que él ha encomendado a nuestro cuidado. Un niño es un ser eterno, hecho a la imagen de Dios, conforme a su semejanza. Y algún día, Dios querrá morar en este maravilloso niño que nos ha nacido.

Recuerdo el nacimiento de David, nuestro hijo menor. Ahora él tiene ocho años. Nuestros corazones se llenaron de asombro, gozo, gratitud y responsabilidad al encontrarnos en ese ambiente santo descrito anteriormente, en el de un nuevo nacimiento. Yo tomé a mi hijo y lo puse ante el Señor, dedicando su vida a Dios. Mientras oraba una oración de consagración, pidiendo sabiduría y gracia para criar este nuevo hijo en la disciplina del Señor, se me ocurrió lo siguiente: Voy a tener 66 años cuando termine mi voto a Dios en cuanto a este hijo. ¡Veinte años más de instruir a otra preciosa alma para el Señor, alabado sea él! Tal vez tú piensas que veinte años es mucho tiempo, pero no me importa esto porque el Señor Jesucristo es digno de tal sacrificio. Amados hermanos y hermanas, ¡estamos criando a un soldado para el Rey! Algún día, el Rey se le acercará y tomará posesión de él y obrará por medio de él para deshacer el reino de Satanás.

Oración

Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Sí, Señor, tu nombre sea santificado a través de los hijos que nos has dado. Venga tu reino y hágase tu voluntad en las vidas de cada uno de ellos. Ayúdanos a dirigir sus corazones hacia ti y hacia tu reino. Perdónanos, Señor, porque hemos fallado en visualizar el valor que tienen ellos. Por favor, alumbra los ojos de nuestros corazones para que así seamos capaces de ver a nuestros hijos tal como tú los ves, como vasijas en tu mano. Amén.