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La búsqueda de una descendencia para Dios

© 2004 por Denny Kenaston

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CAPÍTULO 35

Luchando por
la siguiente generación

Pero a mi siervo Caleb, por cuanto hubo en él otro espíritu, y decidió ir en pos de mí, yo le meteré en la tierra donde entró, y su descendencia la tendrá en posesión.
(Números 14.24)

Al acercarnos ya casi al final de este manuscrito acerca de la vida hogareña, yo siento la necesidad de volver a tocar una vez más el tema de la visión que nosotros debemos tener con relación a nuestras familias. En este libro se han desarrollado una buena cantidad de aspectos que están estrechamente relacionados con el bienestar de la familia. Yo reconozco que pueda ser que algunos de los lectores ya se sientan un poco abrumados. Sin embargo, amados lectores, yo deseo que Dios utilice este otro capítulo, que habla sobre la vida de Caleb, para animarles en cuanto a tu familia. Yo estoy completamente seguro que cada uno de ustedes puede experimentar una vida hogareña sana sin importar cuál haya sido su pasado. Dios está ansioso de poder ayudarte así como lo hizo con Caleb.

Caleb es un personaje bíblico que ha servido de inspiración para mi vida. Es más, yo confieso que en lo más profundo de mi corazón deseo tener la misma fe que él tenía. La cita bíblica del inicio de este capítulo encierra un significado profundo. Dios dio testimonio que en Caleb hubo otro espíritu; un espíritu distinto al que tenía el pueblo de Israel. Él tuvo un espíritu de fe y de confianza en obtener la victoria que ya Dios les había asegurado. Yo comparo el espíritu de Caleb con el espíritu luchador y emprendedor de uno que comienza a hacer algo y que tiene una motivación poderosa en lo que hace. A modo de una ilustración acerca de la personalidad y la obra de Caleb, yo decidí resumirla en estas palabras como si fueran dichas por Dios: “Caleb me siguió de todo corazón y no lo hizo a medias”.

Los que desean prosperar en la vida cristiana deben comportarse y vivir tal y como lo hizo Caleb. Es necesario tener una fe ferviente que diga: “¡Vamos! ¡Dios nos ayudará! Entremos a esa tierra para conquistarla. ¡Dame ese monte! ¡Es mío! Yo lo quiero y lo tendré porque Dios me lo ha dado.”

Por medio de las palabras de Caleb, nosotros podemos saber lo que había en su corazón. El Señor le dijo de forma profética a Moisés: “Yo lo meteré en la tierra donde entró”. Y con estas palabras en forma de una promesa, la tierra le fue dada a Caleb. No obstante, nosotros leemos en el libro de Josué que esta tierra no se obtuvo sin luchas. Es cierto que nosotros tenemos las promesas de Dios en la vida cristiana, pero eso no quiere decir que las victorias se lograrán sin luchar. La victoria que Caleb consiguió al obedecer a Dios es una descripción de la victoria que nosotros los cristianos podemos tener si obedecemos a Dios.

Dios también le prometió otra cosa a Caleb. Esta segunda promesa deberá ser de mucha inspiración para cada padre de familia. Dios dijo: “Y su descendencia la tendrá en posesión”. ¡Cuánto poder y fuerza nosotros podemos encontrar en esta promesa con relación a nuestras familias y la vida en el hogar!

Nuestros hijos poseerán lo que nosotros hayamos adquirido

La realidad es que si nosotros hubiésemos estado en el Monte Hebrón, el monte que Caleb tomó como posesión en los días de Josué, habríamos escuchado el bullicio y visto las escenas de batalla que allí se desencadenaron. Yo pienso que hasta habríamos escuchado el clamor de las oraciones que fueron elevadas al Creador. Ahora bien, trata de meditar en una posible escena del guerrero Caleb mientras estaba parado frente al ejército que iría a la batalla para tomar posesión de la tierra prometida. ¿Qué palabras él hubiera podido decir en aquel momento? “Dios ha dicho que él me dará esta tierra. ¡Gloria sea al Dios Altísimo! Por su fuerza vamos a conquistar a nuestros enemigos y tomar posesión de la tierra.”

Como un dato curioso, Caleb ya tenía 85 años de edad cuando tomó como posesión el Monte Hebrón. Sin embargo, su fuerza, su ardor y su celo eran como los de un joven lleno de entusiasmo. Yo estoy convencido que su fe en Dios y el deseo que tenía de proveer para su familia le motivaron para levantarse y salir a tomar posesión de lo que Dios ya le había dado. ¡Oh, Señor! ¡Cuánto necesitamos de este tipo de espíritu con relación a nuestros hogares!

Ahora bien, voy a tratar de hacerte una visita imaginaria al Monte Hebrón veinte años más tarde después de esos sucesos. Yo estoy seguro que allí vamos a encontrar una escena completamente diferente a la que acabamos de ver. Quizá allí vamos a ver a los hijos y a los nietos de Caleb. Viven una vida pacífica, labrando la tierra. A lo mejor algunos de ellos se dedicaron al cultivo de los olivos, la miel y las uvas. Puede ser que otros se dedicaron a criar cabras para así utilizar su leche y carne. En aquella gran multitud de personas seguramente había pastores que cuidaban los rebaños en los prados. ¡Ahora ellos estaban gozando de todas esas bendiciones que Dios les había dado!

¡Qué descripción tan hermosa! No obstante, aquí es necesario recordar que de no haber sido por la fe que tuvo Caleb entonces nada de esto hubiera podido ser parte de la realidad para ellos. Caleb fue un hombre dispuesto a pelear por la tierra que Dios le había prometido. Si no hubiera sido por esa fe entonces sus hijos y sus nietos no habrían gozado esas bendiciones. En otras palabras, su descendencia poseyó lo que él conquistó.

Y lo mismo puede suceder en la actualidad. Caleb fue un pionero, un iniciador. Existe algo que impulsa la visión de un pionero; una motivación sana acerca de lo que busca. Para un pionero o un iniciador lo desafiante es parte de la motivación que lo lleva a hacer realidad su sueño o su meta. Y para muchos de nosotros convertirse en cristianos es una experiencia de pionero. Es decir, convertirnos en los primeros cristianos de la familia. La vida cristiana para aquellos que dan el primer paso en la familia es como la experiencia aventurera o desafiante que tiene un iniciador. Los que en algún tiempo en el pasado nos convertimos en “pioneros” en el cristianismo somos de los que miramos hacia adelante y dijimos: “¡Gloria a Dios! Ahora yo voy a luchar por el bienestar de mis hijos para que ellos puedan comenzar y seguir en su vida cristiana con más apoyo que yo.”

Yo reconozco que a lo mejor no todos los que lean este libro son cristianos “de la primera generación”. Un cristiano de la primera generación es alguien que no haya tenido padres cristianos. Es decir, es una persona que se encontraba perdida, viviendo en los placeres del mundo, que no tenía ni la más mínima idea acerca de Dios o que no le importaba el camino de Dios. Es una persona que entregó su vida a Dios de forma incondicional cuando Dios tocó su corazón, sin importarle lo que los demás familiares creyeran o dijeran de él o de ella. Esta persona experimenta el nuevo nacimiento, deja sus pecados y se une a una congregación local que predica y obra bajo la dirección del Espíritu Santo.

Esta fue la misma experiencia que tuvimos Jackie y yo hace unos treinta años. Esto quiere decir que nosotros nos encontrábamos “cerca” de “la tierra de Canaán”. En ocasiones la mirábamos y hasta deseábamos ser parte de ella. ¡Allí frente a nuestros ojos estaba la tierra prometida! Sí, toda esa tierra bendita estaba ahí frente a nosotros y lista para ser tomada como una posesión para nuestra posteridad. A decir verdad, ni Jackie ni yo tuvimos NADA con relación a una herencia cristiana. ¡Pero ambos habíamos experimentado el nuevo nacimiento!

Tanto Jackie como yo fuimos motivados por la visión de nuestra descendencia y su bienestar. Esto quiere decir que ambos pudimos ver la vida que nuestros hijos serían capaces de vivir en esta “Tierra Prometida”. ¡Qué vida de disciplina y amor tan bella visualizamos! Esa visión de una vida llena del amor de Dios puesto en práctica en cada área de nuestras vidas diarias y de nuestras relaciones personales con cada miembro del hogar nos motivó y nos llenó de entusiasmo para hacer lo que teníamos que hacer con tal de darle lo mejor a nuestros hijos. Para nosotros “vivir dentro de aquella tierra” era vivir experimentando el carácter de Cristo en nuestro hogar. Además, al levantar nuestra vista en fe, Jackie y yo pudimos ver la “Tierra Prometida” de un matrimonio feliz con un hogar piadoso. Y por supuesto, al ver y conocer todo esto entonces nuestros corazones clamaron: “¡Nosotros también queremos ese monte!”

Muy bien, ahora les informo que nos encontramos con pastores o predicadores que se nos acercaron para decirnos:

—¡Ustedes dos pueden poseer esta tierra! ¡Es la voluntad de Dios que ustedes la posean! ¡Sigan adelante para tomar en posesión lo que ya Dios les ha dado!

Fue así como Jackie y yo comenzamos en nuestra peregrinación por la “tierra” espiritual que Dios nos había prometido. Yo admito con mucha vergüenza que al inicio Jackie y yo fuimos bastante indisciplinados en casi todas las áreas de nuestras vidas. De hecho, nuestro matrimonio no estaba funcionando bien. Ni ella ni yo sabíamos cómo relacionarnos el uno con el otro. Y no sabíamos casi nada acerca de cómo criar a nuestros hijos. Otra característica de ese comienzo fue que a mi liderazgo le faltaba la estabilidad que sólo Dios puede darle a un líder. Por otro lado, nosotros tuvimos muchas luchas con relación a la inestabilidad económica. Yo te aseguro que puedo escribir aquí mismo una lista bastante extensa de los muchos fracasos que tanto Jackie como yo tuvimos al principio de nuestro andar con Cristo. Es por eso que escribí al inicio que ambos mirábamos a la tierra, pero no la poseíamos.

Yo le doy gracias a Dios por habernos dado la visión y la promesa con relación a la familia y el hogar para que Jackie y yo hayamos podido guardar a nuestros hijos de los tantos sufrimientos y fracasos de la vida sin Cristo. Sé que algunos de nuestros hijos mayores todavía recuerdan ciertas cosas de aquellas batallas y luchas que experimentamos durante esos primeros años. Sin embargo, los hijos menores nada más recuerdan las memorias imborrables de sus padres que se relacionaban en amor y que hacían todo lo que tuvieran que hacer por tener un hogar donde el Señor Jesucristo es el Rey de reyes y Señor de señores. Gracias a Dios hoy todos nuestros hijos pueden experimentar el orden y el amor que hay dentro de la “tierra” que ahora poseemos. Pero ellos nunca supieron todas las realidades de las batallas que Jackie y yo tuvimos que pelear para obtener cada una de estas bendiciones que Dios nos había prometido. Nosotros dos tuvimos que desalojar al enemigo de cada área de nuestras vidas donde nos tenía cautivos. Yo nunca me canso de agradecerle a Dios ya que ahora nuestros hijos menores están creciendo en un ambiente lleno de amor y ternura, sin darse cuenta que en el pasado hubo mucha ira y contenciones que estuvieron a punto de destruir nuestra relación.

Yo les escribo estas cosas, mis amados hermanos y amigos, para que ustedes sepan que las bendiciones que hoy se gozan en nuestro hogar no llegaron por la mera casualidad. ¡Nosotros tuvimos que luchar contra el diablo! Y para ello utilizamos mucho el arma mortal de la oración. Como antes escribí, Jackie y yo tuvimos muchas luchas entre nosotros. A veces no nos poníamos de acuerdo en algunas cosas que tenían que ver directamente con la peregrinación para llegar a poseer las promesas que Dios nos había dado. Repito, yo les escribo esto aquí para que ustedes sepan que las cosas no siempre fueron como las deseábamos. Sin embargo, tanto Jackie como yo mirábamos hacia la “Tierra Prometida” con los ojos de la fe. Es decir, ambos estábamos concientes que era la voluntad de Dios que tomásemos en posesión el tipo de vida que él nos había prometido. Amados míos, nosotros tuvimos que luchar duro para conquistar este modo de vida que ahora tenemos.

Hoy nada más puedo expresar que tan sólo fue por medio de la gracia de Dios que Jackie y yo tenemos posesión de algo hermoso y santo para nuestros hijos. Nuestros hijos están creciendo y madurando en medio de esta “tierra espiritual” sin tener la necesidad de haber experimentado todas las luchas que su madre y yo tuvimos al principio. Y Dios quiera que siempre sea así. Es la voluntad de Dios que nuestros hijos crezcan en un ambiente de paz y de amor. Le doy gracias a Dios por permitirnos conquistar algo y darlo como posesión a nuestros hijos.

Presentamos batalla

Hoy al meditar sobre las muchas batallas que enfrentamos a lo largo de nuestra peregrinación, yo me doy cuenta que la gran mayoría se debieron a nuestra falta de enfocarnos en el Señor. Pero Dios siempre fue fiel en guiarnos y dirigirnos hacia la vida espiritual que nos había prometido. Y nosotros tratamos de no apartar nuestros ojos de las bendiciones que nos acompañarían a nosotros y a nuestros hijos al vivir tal tipo de vida. Tanto Jackie como yo anhelábamos experimentar un matrimonio feliz y una vida disciplinada en nuestras relaciones diarias. Nosotros visualizamos tal tipo de vida y dijimos: “¡La queremos tener! ¡Esa vida puede ser nuestra y de nuestra generación porque es una promesa de Dios para aquellos que le aman y le obedecen! ¡Vamos a conquistarla al precio que sea necesario!”

Yo recuerdo que antes de convertirme a Cristo sentía cierto rechazo por los niños. ¡No podía aguantarlos! Yo decía en mi mente: ¡No quiero que hayan niños en mi presencia! Ni siquiera quiero verlos. ¡Los niños son bulliciosos y siempre molestan! Gracias a Dios que ahora no es así. Y gracias a Dios también que antes de comenzar a formar una familia junto a mi esposa ya ese parecer no estaba ni en mi mente ni en mi corazón. Además, yo también sentía mucho rechazo por los ancianos. No los estimaba en nada. No obstante, yo también le doy gracias a Dios que ahora no es así. Yo estimo mucho a los ancianos. Ellos me son muy valiosos en mi vida. Estos dos ejemplos demuestran en parte las luchas que tuve antes de entrar a la tierra espiritual que Dios me había prometido. Dios ha estado a mi lado todo el tiempo para bendecirme mientras poseo esa tierra espiritual que trae tantas bendiciones para mi vida y la vida de los que están bajo mi techo.

Otro ejemplo pudiera ser la inseguridad y el negativismo que siempre llenaron mi vida en el pasado. En realidad, yo recuerdo que no tenía ningún deseo de probar algo nuevo. Quizá alguno de mis hijos mayores pueda recordar algo de esta parte de mi vida pasada. Sin embargo, yo le doy gracias a Dios que los menores conocen a un padre que ama y que confía en Dios con todo su corazón. Hoy mis hijos ven en mí un padre que siempre ve y busca estar en el lado positivo de la vida. No dejo de reconocer que ahora mis hijos viven en este ambiente porque, por la gracia de Dios, yo actué en fe y sin dejar de pelear para conquistar esta tierra que desde hace muchos años deseaba poseer. ¡Gloria a Dios!

Pablo le escribió a Timoteo acerca del avance que debía tener en la vida cristiana: “Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas, para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos” (1 Timoteo 4.15). Quizá podamos llamarle a este progreso “la conquista de la nueva tierra”.

Ahora yo desearía enfocarme un poco en el significado de la palabra aprovechamiento. Esta palabra quiere decir en griego “un avance pionero” o “un viaje por nuevos caminos”. Una descripción de este significado bien pudiera ser cuando un hombre es transportado junto a su familia hasta el final de una carretera donde comienza una selva muy espesa y al bajarse del transporte y ver la selva, entonces toma un machete en su mano para luego dirigirse a su familia con estas palabras:

—Mis amados, a sólo 20 kilómetros selva adentro hay una tierra muy fértil y buena para vivir. El gobierno nos ha pedido que vayamos hasta ese lugar y que construyamos una colonia. Se nos ha informado que hay que atravesar un lodoso pantanal, pero ¡vamos!

Así es el avance pionero por un camino nuevo. Y mientras se sigue adelante entonces la persona se “aprovecha” de las experiencias y el conocimiento para seguir creciendo y madurando. En otras palabras, Pablo trató de decirle al joven Timoteo que no sólo se ocupara de conocer las cosas que tenía que conocer de la vida cristiana, sino que él debía permanecer en ellas para que su vida fuera de provecho a muchos. Ahora vamos juntos a considerar el contexto de las palabras que nos encontramos estudiando. Es decir, 1 Timoteo 4.12–15.

Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza. Entre tanto que voy, ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza. No descuides el don que hay en ti, que te fue dado mediante profecía con la imposición de las manos del presbiterio. Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas, para que tu aprovechamiento [¡tu avance pionero¡] sea manifiesto a todos.

Si parafraseamos estas palabras entonces vemos que Pablo instruyó a Timoteo de esta forma: “No te quedes dónde estás ahora. Sé un ejemplo para los creyentes en cada área de tu vida. Ocúpate en la lectura. ¿Qué te quiero decir? Quiero decirte que medites en lo que lees. ¿Y qué quiero decir con la palabra medites? Esto significa que deseo que estudies la palabra de Dios una y otra vez. Entrégale tu corazón en teoría, y práctica lo que lees en la Biblia para que todos los demás puedan ver que tú estás avanzando en la vida cristiana. Y de esta manera tu aprovechamiento será notorio como de uno que está conquistando la nueva tierra.”

Al entregar nuestros corazones a cumplir lo que leemos de las sagradas escrituras entonces poco a poco seremos cambiados de tal manera que todos los que están a nuestro alrededor se darán cuenta de ello.

Pioneros en el camino de Dios

Al leer la Biblia nos damos cuenta que todavía existe mucha tierra por conquistar. Y un ejemplo de esto es la historia de la familia que se mencionó anteriormente. Es decir, la familia que fue transportada hasta el final de la carretera donde debía comenzar a caminar en la selva. Lo único que ellos habían visto hasta ese momento era la entrada que conducía hacia esa nueva tierra que el gobierno les había prometido. Así ellos tenían la promesa, pero todavía no estaban viviendo la verdadera realidad. Aquí es cuando el esposo y padre de familia mira a su esposa y le dice:

—¡Vamos, mi amada esposa! No tenemos porqué quedarnos aquí. Entremos para tomar posesión de esa tierra.

Estimado lector, quizá tu matrimonio no anda bien. Por favor, date cuenta que todavía hay una buena tierra que tienes que conquistar. Es una tierra muy hermosa y con muchos frutos. Dios desea cambiar el rumbo confuso y difícil que lleva tu matrimonio. El Señor desea hacerlo por amor a ti, a tu matrimonio y porque él desea tener una descendencia santa para sí. De manera que, por favor, entra a la “selva” para que tomes posesión de esa tierra que ya Dios ha prometido para ti y tu descendencia. ¡Conquista esa tierra para el beneficio de tus hijos y los hijos de tus hijos!

Quizá sea que tu vida hogareña es un caos. Un hogar lleno de peleas, confusión, egoísmo, maldiciones, violencia, etc. Esto quiere decir que por tu propio bienestar espiritual y el de tus hijos tú debes abrir las sendas tupidas que por medio de la fe te llevarán a conquistar la tierra que deseas darles a tus hijos. ¡Sigue avanzando en fe; conquista lo que ya es tuyo! Dios desea que tus hijos crezcan y maduren en medio de una “tierra que fluye leche y miel”. Sí, mi estimado lector, al seguir adelante con tal visión para tu familia entonces es muy probable que tus hijos puedan conocer la experiencia tan maravillosa de ser parte de una vida hogareña pacífica y llena del encanto del amor de Dios.

Yo te aseguro que aunque ya he conquistado mucha tierra durante los últimos treinta años, estos pensamientos continúan siendo parte de la motivación que tengo con relación a la vida espiritual y material de mi familia. Sé que todavía tengo mucha tierra por conquistar en mi propia vida. Y es mi deseo que cuando sea el tiempo que cada uno de mis hijos tenga que entrar a su propia “selva” en busca de una nueva tierra, diga:

—Gracias a Dios por la tierra que nos fue dada por medio de papá y mamá. Pero no deseo quedarme aquí. Más adelante hay mejores tierras que tenemos que conquistar por el bien de nuestras familias y del reino de Dios.

Yo no conozco una mejor manera de enseñarles a nuestros hijos cómo pelear y conquistar la nueva tierra que no sea por medio de nuestro buen ejemplo. ¡Existen tantas cosas que Dios desea darnos como herencia! Entonces, ¿por qué quedarnos aquí?

Les aseguro que vale la pena pelear por cada terreno. Usemos un poco de lógica. ¿Cuánto vale tener un matrimonio feliz? ¿Cuánto vale vivir bajo un techo donde se practique la disciplina bíblica? ¿Acaso esto aquí no es suficiente como para demostrarte que vale la pena salir a conquistar la tierra para nosotros, nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos? Si ustedes son capaces de conquistar esta tierra espiritual entonces sus hijos no tendrán que pelear tanto por poseerlas. Por supuesto, esto no quiere decir que si ellos nacen dentro de estas posesiones que has conquistado para ellos mismos entonces no van a tener problemas y serán santos desde su nacimiento hasta su muerte. Ni tampoco quiere decir que ellos no tienen necesidad de perseverar en la vida cristiana. Sin embargo, no existe la menor duda que el niño que se desarrolla en un ambiente de felicidad, de templanza, de una disciplina bíblica y de un amor incondicional tiene muchas ventajas en su vida que le harán evitar muchos sufrimientos. Mis amados, ¡valen la pena las lágrimas y horas de oración a cambio de obtener un poco más de la “Tierra Prometida”!

Ahora yo deseo concluir este capítulo con las palabras de Caleb. No olvidemos que Caleb estaba en medio del pueblo de Dios y que allí escuchaba sus quejidos y temores que les impedían avanzar en la conquista de la tierra prometida. La gente se enfocó más en los problemas que podrían enfrentar que en la misma promesa de Dios. En aquel momento había algunas personas que hasta expresaron la idea de volver a la esclavitud en Egipto. Esto demuestra que algunos contemplaban la idea de seguir en esclavitud antes de seguir a Jehová.

Entonces Caleb, con un corazón lleno de una motivación sana, y presto a ganar la victoria que le había sido prometida, dijo junto con Josué: “La tierra por donde pasamos para reconocerla, es tierra en gran manera buena. Si Jehová se agradare de nosotros, él nos llevará a esta tierra, y nos la entregará; tierra que fluye leche y miel. Por tanto, no seáis rebeldes contra Jehová, ni temáis al pueblo de esta tierra; porque nosotros los comeremos como pan; su amparo se ha apartado de ellos, y con nosotros está Jehová; no los temáis” (Números 14.7–9).

¿Cómo aplicar estas palabras a la realidad actual? Toda la “tierra” o forma de vida bíblica que Dios desea que conquistemos y que les demos como una posesión más a nuestros hijos está delante de nuestros ojos. ¡Dios nos la ha dado como una promesa! El secreto para tener una vida hogareña que agrada a Dios está en no sólo “mirar” esa tierra por conquistar, sino en ir a tomarla. ¡Entremos, pues, a poseer la “Tierra Prometida”! Por favor, no le prestes la más mínima atención a los dardos de duda que Satanás te lanza constantemente. Los demonios, a los que llamamos espíritus mentirosos, tratarán de llenar tu mente de incredulidad, de dudas y de desánimo. El diablo tratará de poner en tu mente y en tu corazón que ya no vale la pena. ¡No le prestes atención alguna! Si la bendición de Dios está sobre ti, si has arreglado cuentas con el Señor y si su gracia reposa sobre tu vida entonces no hay duda alguna que Dios te dará esa tierra. ¡Toda la tierra que quieras será tuya!

¿Cuánta “tierra espiritual” quieres tener para ti, para tus hijos y para los hijos de tus hijos?

Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas (Josué 1.9).

Oración

Amado Padre Celestial, yo te pido en el nombre del Señor Jesús que nos ayudes a cada uno de nosotros a no sólo tener el valor y la motivación que debemos tener para salir a conquistar la “Tierra Prometida” que nos has dado por medio de la promesa divina, sino que nos ayudes a mantener cada victoria para tu gloria y tu honra. Señor, derrama tus bendiciones sobre la vida de todos los que tienen la fe y el valor de cambiar el rumbo de sus vidas con el objetivo de prepararte una descendencia santa. Te ruego que reprendas cualquier espíritu mentiroso que desee desalentar a los padres que buscan habitar en la tierra que tú nos has prometido. Ayúdanos, Señor, a nunca dejar de ser pioneros en tus caminos y que nuestra disposición sea la de seguir luchando para mantener la fe preciosa que una vez fue dada a los santos. ¡Alabado sea tu nombre bendito, Señor! ¡Amén!