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La búsquede de una descendencia para Dios

Bajar La búsqueda de una descendencia para Dios (formato pdf--3.3mb)


Introducción

La búsqueda de una descendencia para Dios

Porque buscaba una descendencia para Dios.
(Malaquías 2.15)

Al sentarme a escribir la introducción para La búsquede de una descendencia para Dios, varios pensamientos pasan por mi mente. Pienso en las cientos de veces que he orado acerca de escribir este libro; y ahora estoy comenzándolo. No conozco otra cosa por la cual haya orado más, aparte de mi familia.

He recibido muchas peticiones de transcribir mis mensajes grabados en casetes sobre el hogar, The Godly Home (“El hogar piadoso”). Yo aprecio cada petición, pues me forzaron a continuar orando sobre el asunto. Tal vez te preguntes: “¿Por qué tanta oración por un solo proyecto?”

Muchas son las razones por las cuales oré tanto. En primer lugar, yo no deseaba estar equivocado al escribir un libro más sobre este tema. Ya que existen tantos libros que se refieren a la vida hogareña, yo no quiero sumar otro más a la larga lista, a menos que Dios lo bendiga.

En segundo lugar, oré mucho porque no sé cómo escribir libros. En cada intento que tuve para comenzarlo, yo me di cuenta acerca de mi incapacidad. ¿Cómo se escribe un libro? Por esto, comenzando ya a escribir, avanzo temblando. Pido que tengan paciencia conmigo al leer las páginas siguientes, pues soy un inexperto en escribir libros.

En tercer lugar, oré mucho porque pienso que realmente yo no tengo la suficiente experiencia sobre el tema para escribir acerca del mismo. Recuerdo el consejo de una de las personas que me conmueve tanto, Leonard Ravenhill. Él dijo: “No se debe escribir un libro hasta que se tenga más de cincuenta años de edad. Si lo haces antes, probablemente vas a lamentar el hecho, pues cambiarás de modo de pensar y tendrás que cambiar algunas partes de lo que escribiste”. Estas palabras me han servido de guía y he meditado en ellas a menudo.

La última razón por la cual he orado mucho antes de empezar a escribir este libro es que yo mismo tengo mucho que aprender en cuanto a la crianza de los hijos. ¿Quién soy yo para escribir sobre este tema? Sin embargo, Dios tiene la última palabra: yo la obedezco, nada más.

Debido a que ya he pasado mi quincuagésimo aniversario de vida entonces me parece que ahora es el tiempo apropiado para escribir un libro, según lo que dice Ravenhill. Tres de mis ocho hijos se han casado y ya están naciendo los nietos. (“¡Gloria a Dios!” dicen los abuelos Kenaston.) Rebekah, nuestra hija mayor, ya tiene veintisiete años, y David, nuestro hijo menor, tiene ocho años. Esto me ofrece una amplia reserva de experiencias de las cuales pude extraer algunos ejemplos. Es más, tengo una perspectiva única: yo puedo escribir siendo un hombre experimentado, pero aún estamos involucrados completamente en el proceso de criar hijos. No solamente estoy soñando, como hacen y deben hacer los jóvenes, sino que conozco por experiencia que lo que estoy por enseñar produce buenos resultados.

El título de este libro, La búsqueda de una descendencia para Dios, expresa la carga que llevo en el corazón por los hogares de todas las naciones. Dios está vigilando celosamente nuestros hogares. Como dice en Malaquías 2.15, él está buscando una descendencia para sí mismo; y nadie busca con más diligencia que él. Yo entro en el sentir de su carga y deseo colaborar con él por los preciosos hijos piadosos, hijos que se levantarán para amarle y servirle de todo corazón. Voy a referirme a menudo a Malaquías 4.5–6 al tratar los distintos aspectos de la crianza de los hijos. Muchas aplicaciones fluyen de las verdades que encierran estos versículos. En estos últimos días, el Espíritu de Dios está obrando en los corazones de padres, madres e hijos. En muchos hogares de las Américas parece ser que Dios está empezando una misteriosa obra. Dios está causando que muchos padres se arrepientan de su enfoque carnal hacia las cosas materiales, y ahora ellos abren los ojos y ven a su familia tal como Dios la ve. Esta es la carga que me motivó a escribir este libro. Me uno al Señor Jesucristo y llamo a todos los hogares a regresar al hermoso orden y a la bendición que él planeó que fueran desde el principio del mundo.

Nuestra confesión

Mi preciada esposa y yo nos convertimos en cristianos cuando formamos parte de la cultura “Hippy” (que era una cultura en rebeldía contra la sociedad norteamericana de aquel entonces) en los comienzos de la década de los 70. Nosotros aprendimos por medio de muchos fracasos las verdades que comparto en este libro. Llevamos nuestros fracasos a Dios y buscamos en la Palabra la salida, clamándole por las respuestas. “¿Por qué nuestros hijos actúan indebidamente?” “¿Por qué no resultan bien nuestros esfuerzos?” Estos eran algunos de nuestros clamores. Sin embargo, en fe los llevamos a Dios, buscando en la Palabra la solución.

Por eso, yo puedo informarles que los principios que menciono en los capítulos siguientes fueron aprendidos a través del estudio de la Palabra de Dios y al meditar sobre su mensaje. Cada uno de ustedes puede hacer lo mismo. Los animo a estudiar todos los versículos que voy a mencionar en este manual de crianza de los hijos y a que mediten en ellos en los meses y hasta en los años que siguen. Si lo hacen, Dios transformará sus hogares. No obstante, les reitero, lo que comparto en este libro fue aprendido a partir del reconocimiento de la realidad de nuestros fracasos, no de los éxitos. Por eso, ¡sé que hay esperanza para ustedes! Jackie y yo no tuvimos un buen comienzo en el matrimonio. Además, no tuvimos un buen modelo para imitar. Tampoco tuvimos una herencia piadosa. Yo no sabía cómo ser un esposo cristiano. Ella no sabía cómo ser una esposa cristiana. Ni ella ni yo sabíamos cómo criar hijos. Es por eso que estoy seguro que hay esperanza para ustedes.

Concluyo esta introducción con una experiencia inolvidable. Yo estuve de visita junto con otros hermanos en una aldea de uno de los países de África hace como ocho años. El propósito de nuestra visita fue investigar la posibilidad de abrir una obra misionera en aquel lugar. Quisiera que todos ustedes pudieran haber estado allí conmigo. Con todo, yo trataré de llevarles allí por medio de mis palabras.

En las aldeas africanas, el cacique es la máxima autoridad. Aunque África ha “progresado” mucho, muchas de las decisiones son tomadas por el cacique, tal y como era en antaño. Al entrar a una aldea, hay que pedirle permiso al cacique para visitarles. Por esto, nosotros pedimos una audiencia con el cacique y esperamos bajo la sombra de un árbol. Ese cacique tenía quince esposas y sesenta hijos. No es un error tipográfico: ¡15 esposas y 60 hijos!

Entonces el cacique salió de su casa que fue construida de barro y paja. Llevaba puesta su ropa real. Todos tienen que postrarse ante él. Luego, él se sentó en su trono bajo la sombra y nos miró, buscando al vocero de nosotros. Pues, como yo era el mayor de todos los visitantes, me adelanté para hablarle. De hecho, yo no me sentía tan osado en aquel momento, pero estábamos allí tratando acerca de los negocios de un Rey más alto que él. Me le acerqué y me arrodillé cerca de su trono y comencé a explicarle que deseábamos levantar una obra misionera en su aldea. Él se quedó encantado con la idea y nos prometió un pedazo de tierra si veníamos.

Aproveché el momento para presentarles al cacique a las demás personas que iban conmigo. Tres de mis hijos me acompañaban en aquella visita. Yo le expliqué a él que ellos eran mis hijos y que yo tenía cinco más en casa. Sorprendido, él me preguntó:

—¿De una sola esposa?

Le sonreí y le indiqué que sí. Él miró de forma intensa a mis hijos. Luego, me miró de nuevo con un aspecto de perplejidad, diciéndome:

—Y tus hijos, ¿siguen tus caminos? —Él se detuvo un momento y yo pude discernir que reflexionaba para sí mismo. Luego miró de nuevo a mis hijos y dijo—: Mis hijos son rebeldes. No hacen lo que yo les mando.

El aspecto de su mirada me lo dijo todo. Yo pude discernir que su corazón decía: ¿Cómo puedes hacer que tus hijos sigan tus caminos? ¿Cómo puedes persuadirlos a dejar las comodidades norteamericanas para venir a África? Aquí hay mucha malaria y un sinfín de incomodidades. Sin embargo, aquí están tus hijos.

Estoy seguro que él no se daba cuenta que yo hubiera podido darle un largo discurso sobre el asunto. Sus palabras siguen resonando en mis oídos: “Y tus hijos, ¿siguen tus caminos?”

En su Palabra, Dios nos dice: “Instruye al niño en su camino” (Proverbios 22.6). Y él nos ha provisto los métodos y nos ha dado la capacidad para llevarlo a cabo. La sabiduría para realizar esta obra está resumida en la Biblia. A los padres nos toca escudriñar y encontrar estos tesoros. Luego, nosotros debemos aplicar esta sabiduría en nuestra vida diaria. Como resultado, nuestros hijos seguirán nuestros senderos los cuales, a decir verdad, son los caminos de Dios.

En las páginas de este libro, yo deseo darle respuesta a la inquietud del corazón de aquel cacique: ¿Cómo es que tus hijos siguen tus caminos? Existen muchas otras personas también que tienen un corazón que busca soluciones para las penosas situaciones de su vida familiar.

Este libro es bastante extenso; aquí aparecen 36 capítulos. No he escrito un libro que uno pueda leer de un tirón. En cambio, este libro es algo así como un manual de instrucciones al cual uno puede referirse repetidamente. Se lo presento a ustedes en el nombre del Señor Jesucristo. “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta” (Isaías 1.18) acerca de nuestros hogares y responsabilidades. Para concluir con esta introducción, yo deseo hacerlo con la siguiente oración:

¡Oh, Padre Celestial! Nos presentamos ante ti. Tú nos conoces tan íntimamente. Tú conoces el estado de nuestros hogares en particular y las necesidades de cada uno de ellos. Por favor, en el nombre del Señor Jesucristo, abre el entendimiento de nuestro corazón. Ayúdanos a ver nuestro hogar de la manera que tú lo ves, aunque esto nos cueste mucho dolor. Renueva nuestra visión, alienta nuestra voluntad y danos la fuerza para obedecerte sin importar el costo. Crea en nosotros un deseo de cambiar y concédenos la gracia para hacerlo. En el nombre del Señor Jesucristo, amén.

Hermano Denny

Meditaciones

Nunca ceso de asombrarme al mirar el rostro inocente de un niño. Cuando Dios nos los concede, ellos son como un papel en blanco; limpios, puros y listos para recibir lo que deseamos grabar en ellos. Ellos confían en nosotros, nos abren el corazón y reciben lo que les damos, sea bueno o sea malo. Señor, ¡enséñanos cómo guiarlos e instruirlos!

Introducción

Capítulo 1 El arte divino de criar a los hijos

Capítulo 2 Una conversión definitiva

Capítulo 3 El valor eterno de un hijo

Capítulo 4 Una visión motivadora

Capítulo 5 La herencia para la siguiente generación

Capítulo 6 La herencia piadosa de hoy

Capítulo 7 La influencia de un hogar piadoso

Capítulo 8 ¡Vuélvanse los padres a su hogar!

Capítulo 9 Retratos bíblicos de un hogar piadoso

Capítulo 10 Otros ejemplos promisorios

Capítulo 11 Hogares de todo corazón

Capítulo 12 Tácticas de cultivo en la crianza de niños

Capítulo 13 Bendiciones: la llave a la obediencia

Capítulo 14 El corazón de los padres tiene que volverse

Capítulo 15 La vara de la correción es el amor

Capítulo 16 Un ejercicio sagrado

Capítulo 17 El entrenamiento de la voluntad

Capítulo 18 La esclavitud de la necedad

Capítulo 19 Papá, un maestro ungido

Capítulo 20 Instruye al niño

Capítulo 21 Una quieta y ordenada vida hogareña

Capítulo 22 Tres influencias misteriosas

Capítulo 23 Una habitación para el Dios Viviente

Capítulo 24 Padre, atalaya del hogar

Capítulo 25 La mujer realizada

Capítulo 26 La mujer discreta

Capítulo 27 Mi SEÑOR y mi señor

Capítulo 28 Ser madre: la honra más sublime

Capítulo 29 ¿Dónde están los hombres?

Capítulo 30 Cómo tener esposas alegres y radiantes

Capítulo 31 El espíritu de legalismo y el espíritu de gracia

Capítulo 32 Los jóvenes: ungidos discípulos del Señor

Capítulo 33 Manteniéndonos en contacto con la siguiente generación

Capítulo 34 La tragedia eterna: hacer tropezar a los más pequeños

Capítulo 35 Luchando por la siguiente generación

Capítulo 36 El avivamiento y el hogar piadoso