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Cómo Oraban

Capítulo 12

Más predicadores alemanes

 

Juan Gossner

            En otro libro que hemos escrito, Opposition, Vol.2 (Oposición, Tomo 2), de la serie “Call back” (Recuerdos), hemos resumido la temprana parte de la vida de Juan Gossner.  Pero en ese resumen, solamente compartimos su vida hasta los 56 años de edad, tiempo al cual Dios le reveló a Juan Su propósito.  Su biógrafo, Fleming Stevenson, en su libro Praying and Working (Orando y obrando), dijo lo siguiente en cuanto a la revelación e inicio de la genuina obra de Juan: “Ya empezó la destacada obra de su vida.  Tenía 56 años, de verdad que fue un iniciar tarde, pero Juan se dedicó en todo.  Dios le había estado educando; y si el cimiento necesitara tanto tiempo para sentarse, el edificio mismo sería un glorioso templo del Espíritu.”

            “Pocos hombres han recibido tal entrenamiento: treinta años de conflictos internos y externos; un continuo abatimiento de sus planes; de veras que fue un viaje turbado sobre mares impetuosos.  Sin duda alguna, todo fue necesario: Dios no da pruebas a Sus hijos sin razón.  El que es el Tesorero de la sabiduría no permitirá que las dolorosas lecciones de años se pierdan; y si vemos a un hombre que haya sido quitado de la tierra antes de que produjera frutos, ¿podemos ver adentro del velo?  O, ¿podemos ver el fruto que los ángeles han cosechado con sus manos invisibles?  Sin embargo, el señor Gossner tuvo otros treinta años de servicio; y al momento de su muerte, fue como un árbol cuyas ramas se doblan hacia la misma tierra a causa de estar cargadas de tanto fruto.”

            Gossner escribió una carta a un amigo, diciéndole lo siguiente: “Hace cinco años me caí del púlpito, o mejor dicho, fui expulsado del púlpito.  ¡Cuán difícil fue subir otra vez!  Es difícil subir a ese lugar, y penoso caer del mismo.”

            En otra parte del libro de Stevenson, leemos esto: “De la teología científica, Juan tuvo pavor, a no ser que la misma usurpara la teología del corazón.  ‘Los estudios formales,’ dijo él, ‘nunca abrieron mis ojos; sino que me hicieron un escéptico ante ellos y me dejaron en el mismo lugar que los filosofías falsas me abandonaron.’”

            “Durante un tiempo, Gossner se quedó aislado de su obra pastoral, a veces porque tuvo que quedarse confinado en su cuarto a causa de un grave dolor.  Pero un cierto día tres o cuatro trabajadores vinieron a él.  Ellos habían sido rehusados de entrar el seminario, como incapaces.  Sin embargo, ardían del deseo de ir a los paganos; de modo que buscaron su ayuda y consejo.  Juan les rehusó.  Pero, le pidieron una y otra vez.  Juan oró pidiendo la dirección de Dios, y por fin accedió que viniesen para consejo.  Entonces, se reunieron con él durante unas horas cada semana, pero ahora había diez o doce de ellos.  —¿Qué puedo hacer yo para con ustedes? —les preguntó—.  No sé dónde mandarlos; no puedo hacer nada.

            —Solamente ore con nosotros, —respondieron ellos—.  Esto no puede dañar nada, si no podemos ir a los paganos, hay que quedarnos acá nada más.  Pero si es la obra de Dios, y si es Su voluntad que vayamos, Él abrirá las puertas en Su tiempo.

            “Al escuchar esas palabras, Juan se retiró avergonzado, pero esforzado.  Sintió que su misión había comenzado.”  La historia de cómo halló lugares de labor para esos jóvenes, y las finanzas para mantenerlos, es una historia larga y no vamos a contarla en este libro.  Solamente vamos a demostrar el lugar que la oración tenía en esa empresa misionera, que fue iniciada en los últimos años de la vida de Juan.

            El señor Gossner tuvo un prudente y maduro pavor sobre el uso de los informes y estadísticas para medir el logro; él comprendió que la parte importante de cualquier obra no se ve, y no debemos gloriarnos en ella, por medio de informes anuales, como niños admirando la germinación de sus semillas.  En cierta ocasión, sentados en su patio, un amigo de Juan le preguntó cuántos misioneros había bautizados, insinuando que compartiría la respuesta con los otros ministros en la Conferencia Pastoral.  —Sí pues, —respondió Juan—, los señores quieren saber de esto.  Pero, ¿no pueden recordarse de un cierto rey que contó a su gente, y que resultado triste le sucedió al hacer esto?

            “Sin embargo, creo que será bueno mencionar que el número de misioneros que el envió sumaron 141 (200, incluyendo a las esposas de los casados), de los cuales quince fueron ministros ordenados y 113 todavía están en su campo de labor.”

            “Existe un reino, en que nadie puede entrar, sino niños, y en el cual los niños operan con fuerzas infinitas, donde el dedo menor de un niño tiene cuantiosa potencia.  Es un reino grande, en el que el mundo existe solamente por permiso, y las leyes y desarrollo de él siempre se sujetan a las del reino; y todo el mundo es como un sueño necio comparado a la verdad eterna del mismo.  Juan entró a este reino, y aunque no comprendió esa verdad en su totalidad, a él le fue suficiente orar nada más.  Un hombre dijo en cuanto de él, (lo mismo no es exageración): —Él oró hasta se realizaran las paredes de un hospital, y las enfermeras para trabajar en éste; oró hasta que se realizaron estaciones de misiones, y los misioneros de éstas alentados; oró hasta fueran abiertos los corazones de los ricos, y llegó oro de tierras lejanas.”

            “Un poco después de llegar a Berlín, buscó a unos cuantos para orar.  Estos continuaban orando mientras Juan vivía.  De hecho, él no podía estar presente en el lugar de donde la oración fuera excluida.  La Sociedad Bíblica determinó abrir sus reuniones con oración silente, sin otra oración más.  Juan protestó, y su reprensión demuestra la profundidad de su relación con Cristo: “Cualquier Sociedad Bíblica que no inicia sus reuniones con oración es, para mí, un sinagoga profana… No desprecio una corta y silente oración, pero para una Sociedad Bíblica, no es suficiente… Si yo hubiera ido a una reunión y hubiera intentado orar, y ésta hubiera sido prohibida, yo habría agarrado mi sombrero y bastón, y habría huido de allí como si un perro loco me hubiera mordido…  Si pudiera levantar a los muertos de sus sepulcros, iría a Wittemburg y llamaría salir de su sepulcro a Martín Lutero, además llamaría a Spener, Arndt, y a Andreä, y los traería a la Sociedad Bíblica de Berlín, para que estos puedan juzgar el asunto.””

            “Con el mismo espíritu y guianza fundó su misión; cualquier carta, pregunta, amenaza, tristeza, fuera privada o pública, o dificultad que le llegó a él, de parte de cualquier persona, fue puesto ante Dios.  —Aquí estoy, —diría con frecuencia—, en mi cuarto: no puedo ir allí ni allá para manipular y manejar cada asunto; y si hubiera podido, ¿quién sabe si pudiera dirigirlo bien?  Pero el Señor está allí, Quien comprende y puede manejar todo; así pues, lo doy todo a Él, y le ruego que lo dirija y ordene según Su santa voluntad; entonces mi corazón está alegre y libre, confiando que Él puede llevar a cabo todo con nobleza.”

            Juan siguió este rumbo durante el resto de su vida; retirándose no solamente de empleos públicos, sino de sus socios también, lo cual le costó el ser acusado de ser insociable y sin amor.  Pero resulta claro que fue guiado por la mano de Dios, y que sus oraciones fueron contestadas, tal que el sentimiento de los misioneros al tiempo de su muerte fue: ‘¿Quiénes levantarán ahora las manos al cielo en oración por nosotros?’  Y así, murió Juan.  Pero no solamente las misiones fueron las que le extrañaron a él.

            “Cuando llegó a Berlín, no había hospital alguno allí, nadie visitaba a los pobres, tampoco había una vida en el interior de la iglesia.  Alemania se estaba recuperando de una parálisis, traída por una muerta y áspera infidelidad y por el materialismo de una filosofía muy falsa.  Durante años después de su llegada, él era un aporte de una débil, esparcida, despreciada y luchadora piedad.  Las misiones locales le interesaron también.  Estableció una sociedad para visitar a los enfermos, pero solamente para los hombres.  A razón de esto, las mujeres le rogaron que estableciese una para ellas también.  Luego, se vio la necesidad de un hospital, y en el año 1837 fue construido uno con cuarenta camas, y, en 1838 fue expandido hasta incluir veinte más.  Trece diáconas trabajaron en él, y cuando algunas fueron llamadas para servir en otro lugar, otras las reemplazaron.  El entrenamiento de ellas fue completamente cristiano, y la organización del hospital muy sencilla.

            “Juan escribió hasta sus últimos días.  A la edad de setenta años aprendió el inglés y alrededor de los 80 años de edad tradujo algunos de los tratados del señor Ryle.  Sus escritos, que suman hasta 46 diferentes obras, componen una distinta Sociedad de Libros y Tratados, además de muchos otros que van a publicarse en el futuro.  Los que ya han sido publicados tienen mucha popularidad y algunos de ellos se han publicado nuevamente a cada año durante muchos años.  Hasta la primavera del año 1858, revisó escritos y continuó su correspondencia.  En el verano del año 1857, pudo trabajar en su viñedo.  Pero al finales de marzo de 1858, terminó su carrera a la edad de 85 años, habiendo peleado la buena batalla (1º Ti. 6:12).”

            “Por fe predicó a Cristo crucificado en la Iglesia Romana; por fe dejó atrás su parroquia en lugar de poner a un lado aun una tilde de la verdad; por fe vivió en Munich, esparciendo la buena noticia del Reino; por fe fue a Petersburg; por fe fue guiado a Berlín, por fe sostuvo los corazones de cien misioneros, llevó la carga de veinte estaciones misioneras, edificó un hospital y escribió el nombre de Jesús sobre las vidas de miles de personas.”

            “Por fe; en la oración: ésta fue su enseñanza.  Había estado mucho tiempo en la escuela de Dios, aprendiendo y ‘desaprendiendo’, durante los largos años de su vida ordinaria.  Pero la dejó atrás para seguir su llamado; y tal maestro nunca muere, en cuanto a sus resultados.  Lo tedioso del entrenamiento no es malgasto cuando uno es ‘un obrero que no tiene de qué avergonzarse’. (2º Ti. 2:15)  Del humilde pueblecito Hausea y de la vida luchadora de un sacerdote campesino, Juan llegó a ser conocido como el Padre Gossner [no en el sentido de un sacerdote católico], de un Alemania ya reverente y religioso; dar un paso desde un cuartito en Feneburg y de las charlas sencillas de un parroquia, hasta enseñar el nombre de Cristo en los lugares lejanos donde habita el paganismo, en cada continente, es un paso gigante.  Ni los talentos extraordinarios ni la buena suerte le ayudó.  Para quienquiera que quiera saber el secreto, se encuentra en la misma verdad sencilla como siempre: una vida de fe y ORACIÓN.”

            Federico Godet, el comentador cuyos libros se encuentran en las bibliotecas de muchas personas, sean ministros o laicos, fue traído al conocimiento salvador de Cristo, luego de una tremenda lucha, a través de leer un sermón escrito por Juan Gossner.  ¡Qué inmensa influencia existe en lo que mana de una vida piadosa de oración!  ¡Sigue fluyendo la misma para la eternidad!

Puesto que estos tres esperan alrededor de Tu trono:

La Ayuda, el Poder y el Amor; valoro la oración tanto.

Porque si tuvieran que apartarse de mí,

La riqueza, la fama, los dones y las virtudes naturales;

Entonces yo y la amada oración moraríamos solos,

Pero podríamos ganar todo lo perdido, y algo mejor además.

—Jorge Herbert