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Cómo Oraban

Capítulo 4

Predicadores Ingleses

            “He estudiado la Biblia y la historia cuidadosamente, y me he dado cuenta que dónde se encontró un hombre poderoso, existió un hombre orador.”  Tal fue la profunda conclusión del obispo J.C. Ryle.  Nuestra propia indagación sobre las biografías religiosas igualmente nos han convencido que los hombres y las mujeres del pasado y del presente que marcaron, y van marcando, a sus generaciones con una marca indeleble, fueron y aún son, siempre y cada vez, personas oradoras.  Estos guerreaban contra el reino del diablo; hicieron justicia; hicieron llegar el reino de Dios, echando afuera el reino de la oscuridad; todo esto por medio de la oración.  Aun los más orantes de hoy en día se sienten muy contentos al comparar su vida devocional, tomando como punto de referencia los escasos y flaquitos momentos dedicados a la devoción a Dios (a Quién se dicen servir), esto de acuerdo a la mayoría de los cristianos evangélicos.

            La realidad por la que fracasamos en no bajar en nada las estadísticas del crimen, la borrachez, la inmoralidad, la iniquidad y la violencia, hace mentirosa la idea que estamos forjando a muchos convertidos del modo que lo hizo la iglesia primitiva, que cambiaban al mundo.  ¿Puede Dios ser Dios y a la vez dar a nuestra ligera, entretenida y barata evangelización de hoy en día su ayuda sobrenatural, que los hombres del pasado consiguieron con dolor y agonía del alma, con vehementes oraciones y abnegación?  Algunos se ríen acerca de este tipo de severidad y creen que sólo con imitar a los hombres mundanos que queremos ganar, vamos a tener éxito.  Pero, el carácter de Dios no cambia para agradar a un cristianismo adulterado.

            Lo más saludable que podemos hacer es estudiar las fervientes vidas orantes de los fructuosos ganadores de almas.  ¿Cómo oraban?   ¿Cuánto tiempo oraban?  Sin hacer cuenta de nuestra profesión, no temamos medirnos con respecto a ellos de acuerdo a nuestro propio orar, aunque nos lleve al arrepentimiento y lágrimas.

Jorge Fox

            Los primeros cuáqueros fueron gente muy orante.  Guillermo Penn dijo tocante a Jorge Fox, “Sobre todo, Jorge Fox sobresalió en el orar.  Lo interior y la luz de su espíritu, la reverencia y la solemnidad de su hablar y comportarse y, la escasez y el peso de sus palabras, muchas veces han tocado aun a desconocidos, dejándolos admirados, pues esas palabras fueron usadas por Dios, para alumbrar a los oyentes.  Tengo que decir que fue la más tremenda, viva y reverente disposición para orar que he visto y sentido, esto era cuando él oraba.  Él conocía y vivía más cerca de Dios que otros hombres.”

            Si pudieran las paredes de las cárceles grabar las oraciones de los cuáqueros, tendríamos un poderoso recuerdo de esa oración prevaleciente, porque vivieron muchos años de sus vidas en esos lugares malsanos; y aun así, preservaron la fe en Dios.

José Alleine

            Los puritanos también eran gente muy oradora.  José Alleine, quien escribió su libro Alarm to the Unconverted (Aviso a los Inconversos) mientras estaba encarcelado, fue expulsado de su hogar y púlpito en aquel tiempo, en Inglaterra, cuando más de dos mil ministros rehusaron someterse al estado, quedándose fieles a Dios y a sus propias convicciones interiores.  El Sr. Alleine respiraba el ambiente del otro reino.

            “Aunque la situación es apta para estar perturbado y molesto” él dijo, “creo que igual a un pájaro, fuera de su nido, nunca estoy contento hasta tener otra vez la comunión con Dios; como la aguja de la brújula, que está inestable hasta que descansa señalando el norte.  Puedo decir, por la gracia, con la iglesia, ‘Con mi alma te he deseado en la noche, y en tanto que me dure el espíritu dentro de mí, madrugaré a buscar:’ (Isa. 26:9).  Mi corazón está temprano y tarde con Dios; la ocupación y el encanto de mi vida es el buscarle a Él.”

            “Derramaba su corazón mismo al orar y predicar” dijo el biógrafo del Sr. Alleine.  “Sus súplicas y exhortaciones eran tan íntimas, tan llenas de santo celo, de vida y de vigor que vencieron a los oyentes; apaciguó, desheló y a veces deshizo los corazones más duros.”

            Su esposa comentó que cuando él estaba de buena salud, “Se levantaba con constancia a las cuatro de la mañana o antes y se perturbaba si oía a los herreros u otros trabajadores en sus puestos antes que él estuviera en su lugar de comunión con Dios, diciéndome muchas veces, ‘Cómo me avergüenza ese ruido.  ¿No merece más mi Maestro que él de ellos?’  Desde las cuatro a las ocho oraba, contemplaba, y cantaba salmos; los cuales le encantaban mucho, los entonaba solo y con la familia.  A veces cambiaba la rutina de sus trabajos parroquiales e invertía días enteros en esos ejercicios privados en una casa vacía, a solas o en un lugar apacible de algún valle.  Allí oraba y meditaba en Dios y en el Cielo.

Carlos Simeón

            Había hombres piadosos en la Iglesia Anglicana, entre tales estaba uno llamado Carlos Simeón, un hombre profundamente espiritual.  Su biógrafo escribió: “Sin vacilar, el Sr. Simeón se levantaba cada mañana a las cuatro, aunque fuera invierno.  Después de encender el fuego, invirtió las primeras cuatro horas del día en orar en secreto y en estudiar devotamente las Escrituras.  Luego de esto, tocó su campana y llamó a su amigo y a su sierva, orando con ellos, en lo que llamó su ‘Oración Familiar’.  Aquí estaba el secreto de su gran gracia y fuerza espiritual.  Sacando instrucción de tal fuente y buscándola con diligencia, se consolaba en todas sus pruebas, y se alistaba para cada deber.”

            “Este madrugar no era tarea fácil para él; era una costumbre por la cual tenía que luchar para adquirir.  Sabiendo que amaba demasiado su cama, se impuso la pena de una multa por cada tropiezo, dándole a su sierva una moneda (una media-corona).  Una mañana, mientras yacía calientito y cómodo, se encontró a sí mismo razonando que la viejita sierva que tenía era pobre y la media-corona le serviría a ella de mucho.  Pero este escape práctico no se lo permitió; si se levantaba tarde otra vez, caminaría hasta el río Cam y echaría una guinea al agua.  Y así hizo, pero no sin una gran lucha, porque las guineas no eran abundantes en su bolsillo, además había aprendido a contar las monedas como si fueran ‘del Señor’.  Pero por Su Señor la moneda fue echada al agua y todavía está allí, sin duda, en lo hondo del río.  Nunca más pecó el Sr. Simeón en este asunto.

            Una ventana del segundo piso tenía vista hacia una sendita poco usada en aquellos días.  Y, solamente el Dios de este anciano hombre pudo decir cuantas veces la andaba de aquí por allá, confesando, pidiendo, consultando, alabando y adorando.  Creo que la sendita muchas veces fue mojada con las lágrimas de él, y fue endurecida por sus rodillas, mientras Carlos se paraba en un tiempo de adoración; porque pocos han sentido más profundamente que Carlos la bendición y el deber de la adoración.  Le encantaba hablar acerca de aquella visión del profeta, la de los serafines de seis alas, que vuelan con dos y se cubren con las demás, ante la gloria eterna…”

            Enrique Martín, un hombre convertido por la influencia de Carlos, dijo tocante al señor Simeón: “Nunca vi tal firmeza y realidad de devoción; tal ardor de piedad; tal celo; tal amor.  Debo a ese gran santo una deuda de gratitud, lo que no se puede cancelar.”  E igualmente la India debe a Carlos una deuda de gratitud por darle a tan consagrado misionero y traductor de la Biblia como Enrique Martín.

Juan Wesley

            Juan Wesley también fue un hombre de la Iglesia Anglicana quien, aunque guiaba a los metodistas, nunca salió del seno de la iglesia establecida.  Es difícil hallar a otro igual, en cuanto a su celo y oración.  Wesley no valoraba a otro cristiano que no orara por lo menos cuatro horas cada día.

            Encontramos en su diario personal este propósito: “Dedicaré una hora, mañana y tarde (sin excusa, razonamiento o pretexto), a la oración: cada una de estas horas con seriedad, fervientemente y con resolución.”  Y durante cuarenta años, día tras día, su diario comienza con la palabra “Oré”.  También terminaba con oración y durante el día la consideraba bastante importante, porque recordaba cuantas veces había orado cada día, sea cuatro o cinco o aun seis.  En sus numerosos viajes, en los cuales le organizaron muchas visitas, se negó a sí mismo de los tiempos sociales, los cuales según él podían hacer malgasto de su tiempo; se permitió, en estos asuntos, solamente una hora durante cada día y este tiempo fue de carácter tan espiritual que casi parecía una ‘reunión de clase’ metodista.

            A pesar de que estuvo muy envuelto en los deberes públicos, fue a la vez un hombre muy aislado.  Él dijo que a causa de tanto viajar montado “estuve aislado, a veces, durante diez horas de continuo en un sólo día, como si hubiera estado en un desierto.”  Y así, pocos hombres se mantienen tan aislados de sus compañeros, como él lo estaba.  Aun así, se levantaba a los cuatro de la mañana para tener más tiempo a solas con Dios.

Juan Fletcher

            Juan Fletcher, miembro de la Iglesia Anglicana y socio de Juan Wesley, se volvió miembro de la iglesia metodista por esta cualidad- la mucha oración entre ellos.  Su inicio fue de una manera extraña.  Fue reprimido por su patrona, la señora Hill, porque copiaba música por las tardes en el ‘día del Señor’.  Y por esta razón, se dedicó a sí mismo a los deberes religiosos.  Un día, la señora Hill dijo que ella pensaba que Juan Fletcher se haría un metodista.  Él dijo:

            —¿Metodista?  Señora, dígame, ¿Qué es eso?

            —Pues, los metodistas son gente que no hace nada, solamente oran, oran todo el día y toda la noche.

            —¿Así son?  Entonces, Dios mediante, los hallaré, si viven en la tierra.

            No es extraño, entonces, que el señor Fletcher llegó a ser uno de los más píos de su época.  Pasado un tiempo de unos cuantos meses, rebosaron tales súplicas y ruegos, que las paredes de su cuarto testifican de la carga de su corazón y quedaron manchadas por las respiraciones de sus súplicas.

            Su esposa era de una familia adinerada y aunque nunca dejó la Iglesia Anglicana, ayudaba a Juan Wesley a promover el metodismo.  Ella Dijo: “He recibido maravillosas respuestas en la oración.  Esta tarde estuve dos horas retirado en oración, y las hallé como las mejores del día.  Dios, ¡Dame un espíritu orante!”  De igual modo, en otra ocasión escribió, “Encontré [los últimos] tres años compuestos de la oración.  Nunca he conocido tales sufrimientos, pero tampoco he conocido tales tiempos de bendita oración.”

Juan Nelson

            Al leer los anales de la Iglesia Metodista, encontrarás que este grupo produjo gente muy orante.  Un líder orante produce predicadores y laicos orantes.

            Uno de los ayudantes de Wesley: Juan Nelson, dijo, “Si inviertes varias horas en la oración diariamente, verás cosas maravillosas.”   Resolvió levantarse de la cama cada medianoche y sentarse hasta las dos de la mañana, orando y charlando con Dios.  Luego, dormía hasta las cuatro, a tales horas siempre se levantaba para empezar el día.  Podemos decir al igual que L.M. Montgomery, “¿No es hermoso que existan los amaneceres?”

 

Guillermo Bramwell

            Guillermo Bramwell existió en Inglaterra como una genuina llama de fuego.  Ganó a las almas por miles, pero detrás de la escena había agonizantes luchas e incesantes oraciones.  Su biógrafo dijo: “Se mantenía arrodillado durante horas.  Casi vivía así.  El fuego del Espíritu que tenía fue aprehendido por medio de las horas invertidas en la oración.  Muchas veces estaba hasta cuatro horas seguidas, retirado a la oración.”

            “Después de doce horas de gemidos, ocupando todas las maneras, Dios ha abierto los ojos de los ciegos.  Nunca vi el poder de Dios tan visiblemente manifestado; cualquiera que fueran los resultados, Dios fue quién los produjo.”

            Guillermo buscaba con diligencia renovadores bautismos del Espíritu Santo, ayunando y orando.  Dijo: “Estoy bebiendo del Espíritu mucho más profundamente hoy: a través del orar sin cesar, recibiré la plenitud de Dios.  Más que nunca, tengo vergüenza de la incredulidad.  Oh, ¡Cuánto ella deshonra a Dios y Su verdad!”

            “Veo más claro que antes que los que están rendidos a Dios en oración continua, son gente de acción, en la tierra y en el cielo.  Pasan por el mundo con serenidad, son obedientes a llevar la cruz y se glorían más entre más pesada fuera la cruz..  De otra manera, si no están rendidos a Dios en oración, cada cruz les traerá una mayor perplejidad y les roba el poco amor y gozo que tienen.  Estar vivo en Dios en todo, es como tener dos cielos; estar inestable y de medio corazón, es cómo tener dos infiernos.”

            Bramwell aconsejó a otro ministro: “Oh hermano mío, proponte madrugar, no dejes que carne y sangre te lo impidan; gana en este punto y todo lo conquistarás.”  A otro escribió: “La oración constante traerá la gracia para sus propósitos.  Toca la puerta con persistencia, toca fuertemente y acércate seguro de lo que tienes.  No digas, ‘He orado, mañana y tarde’, sino hazlo varias veces al día.  Sí, siete veces al día llámale.  Oh, ¡esta oración, esta fe, este Dios, este cielo!”

            También nos compartió de sus luchas: “Mi guerra es continua.  Por todos lados están los poderes de las tinieblas.  Las tentaciones por mi flaqueza, desánimo, por poner a un lado la predicación y la oración, son tan grandes como nunca antes, sí, quizás sean aun mayores.  Las invitaciones a banquetes por muchos amigos de ese lugar, que eran adinerados y muy amistosos, eran más numerosas que antes; y esas invitaciones tienden a producir efectos negativos.”

            De esa forma, se negó a sí mismo las largas pláticas con hombres.  Y, cuando charlaba con otros, dejó la política a los políticos, el negocio a los negociantes y puso énfasis en la importancia del alma y su necesidad de Dios, ¡AHORA!

            Alguien que se alojaba con el señor Bramwell decía: “Él tenía la costumbre de enclaustrarse [en un cuarto especial] e invertir hasta dos, tres, cuatro, cinco o aun, a veces, seis horas en la oración y meditación.  A menudo entraba al cuarto a las nueve de la mañana y salió hacia las tres de la tarde.  Los días de sus más largas visitas con Dios fueron, yo creo, los días de ayunos.  En esos días rehusó cualquier refresco y dijo al entrar al cuarto: —Olvídate ya de mí.”

 

Juan Smith

            “Dios hará maravillas en la vida de otros, como respuesta a nuestras oraciones” dijo Juan Smith, ministro usado por Dios de una manera extraordinaria, durante los primeros años del siglo XIX.  Pocos han alcanzado la estatura de este hombre.  Cuando sus amigos se quejaron de sus excesivos esfuerzos por ganar almas, lloró por sus regaños, diciéndoles que un alma valía tanto que no le importaba su propia vida, ni la vida de su esposa e hijos.  Nada podía desviarle ni hacer que él cesara sus arduas y esforzadas labores por la salvación de tales almas.

            En una biografía de él, Ricardo Treffrey nos da un pequeño vistazo de las horas que ese hombre estaba orando.

            “Los tiempos de cultos familiares a menudo fueron ocasiones para un gran derramamiento del favor divino.  ‘Anoche en el culto familiar tuvimos un bendito bautismo del Espíritu, nos consagramos de nuevo a Dios y Él nos aceptó’ escribió Juan.  Su impresionante y tocante piedad se mostraron más cuando este esposo, padre, maestro y amigo estuvo acompañado por los miembros de su familia.  Las observaciones del señor Smith sobre las Escrituras (tales lecturas fueron una parte regular del culto), la especial dulzura de la música de la familia, seguido por la poderosa y apropiada oración, no podían dejar de afectar la mente religiosa.”

            “Después del culto familiar de la mañana (antes del cual, el señor Smith se preparó en unas horas de devoción privada), se volvió a los ejercicios de su aposento, y a veces arrodillado o postrado, luchaba con Dios, como lo hizo Jacob, hasta que una gran parte del piso estaba mojada con sus lágrimas.  En una charla íntima con su amigo: el señor Clarkson, dijo que a veces oraba unas dos o tres horas, antes de poder encontrar la comunión sin restricciones con Dios, la cual siempre buscaba y que en la mayoría de veces la obtuvo.”

            “Frecuentemente,” dijo un amigo de Smith, “cuando yo llevaba a su casa a alguna persona que buscaba la salvación, interrumpí sus devociones, las cuales él hacía durante siete u ocho horas de continuo.  Algunas veces estaba en oración toda la noche, y a veces, pasaba así varias noches seguidas, por lo menos la mayor parte de ellas, orando.  Y, cuando visitaba otros hogares, los miembros de la familia donde se alojaba eran despertados, a diferentes horas de la noche, por sus gemidos.  Sus deseos fueron demasiados grandes y sus emociones demasiadas fuertes para controlarse.”

            “De sus oraciones públicas y sociales, que fueron sencillas y genuinas, muchos han testificado que la influencia divina mezclada con ellas fue más sublime que cualquier otra cosa experimentada en el pasado.  El mismo autor de este libro, al igual que muchos otros, ha visto a personas tan tocadas por ellas, que se desmayaron y fueron sacados del lugar de acción en estado inconsciente.”

            Una vez, mientras predicaba en el circuito de High Wycombe, la congregación estaba reunida, esperando al predicador: Juan Smith, pero no se encontraba en ningún lugar.  Después de un rato, le hallaron en un lugar recluso afuera, tan completamente absorto en su intensa oración que se distraía del paso de las horas, olvidando por completo su cita para predicar.  No es una maravilla entonces, que muchos fueron bendecidos, justificados y santificados.  Por dondequiera que iba, había resultados que le seguían.  Pero, su cuerpo no pudo aguantar tales demandas intercesoras y, a la temprana edad de 37 años, falleció; todavía maravillado con el pensamiento del valor de las almas y la magnitud de la redención.  Oh Dios, ¡dale a tu iglesia más hombre como él!

Samuel Bradburn

            Samuel Bradburn fue otro de los predicadores de Juan Wesley, y posteriormente llegó a ser el presidente de la conferencia metodista.  Las revelaciones privadas de su alma manifestaron tal cómo era él.  Dijo él: “Me culpo a mí mismo en muchas cosas, en particular, de no vivir más en un espíritu de oración.  Pero bendigo a Dios por hacerme ver esa falta y por sentir un avivamiento en este momento, con una determinación para comenzar de nuevo.”  En una exhortación dada por uno de sus superiores, le dijo: “Acuérdate que te toca ganar almas y si no haces esto, tu leer, orar, estudiar y predicar es en vano.  Invierte por lo menos ocho horas diariamente en este trabajo, estando tú solo.”

Juan Oxtoby

            Juan Oxtoby era un hombre común en cuanto a los dones personales de inteligencia y en habilidades; pero, en cuanto a la oración era un gigante.  Uno que viajaba con él en el circuito de Halifax, Inglaterra, dijo: “Durante el tiempo de su estancia a Halifax, se dedicó mucho a la oración y regularmente invirtió casi seis horas arrodillado, rogando fervientemente a Dios por sí mismo, por la iglesia y por los pecadores, para quiénes él deseaba ardientemente la salvación.”

            Al encontrar con un problema raro o un campo difícil, acudió a la oración, a veces por unos días y noches enteras.  Dios no podía ignorar tales importunidades, y congregaciones enteras fueron movidas por el poder del Espíritu Santo a través de ellas.

 

Tomás Champness

            Tomás Champness, el redactor en otrora de Joyful News (Noticias Gozosas), la revista de Cliff Collage (Colegio de Cliff) en Inglaterra, conoció íntimamente la vida de oración.  Se adelantó en fe e inició un curso de seis meses de duración para entrenar a los laicos que hubieran deseado ministrar con dedicación exclusiva, pero no pudieron por razón de tener que trabajar para el cuidado de sus familias o de falta de recursos financieros.  Este curso se desarrolló en la muy conocida institución, Cliff Collage.  “Siento” dijo él, “si los metodistas no orarán, tendríamos que admitir el fracaso.  La oración que se sacrifica y agoniza más y más, ésta prevalecerá.  … Parece que algunos de los hermanos no les gustó lo que dije acerca de la abnegación, que ésta abrió los labios del Espíritu Santo y que la auto-indulgencia los cerró.  Pero, ¡es verdad!”

            Asimismo este campeón de la oración comentó: “Un hombre común dijo en presencia mía, —Tienen que levantarse temprano, por la mañana, si quieren navegar con las velas llenas del Todopoderoso.  Ese hombre habló la verdad.”

 

Samuel Chadwick

            Samuel Chadwick, también usado poderosamente por Dios y presidente de Cliff Collage en antaño, a menudo tenía tiempos cuando la enfermedad lo forzó a descansar de todo trabajo duro.  Nombró a estos tiempos de descanso “El Valle Soñoliento”, en donde siempre le fue dada una visión más amplia, para ponerla en práctica cuando volviera al ministerio activo.

            “Había ocasiones” escribió él, “cuando entré ‘Al Valle Soñoliento’ a escondidas, sintiendo vergüenza de estar allí.  Otras veces, me forcé por dar la vuelta y salir, como lo haría un culpable de delito.  Pero, al pasar los años, creí que yo debía quedarme allí más tiempo, para soñar y vagar.  Si llego al Trono de Juicio mañana, no tendré vergüenza de los días de sueños.  Porque, sí, he trabajado y no deseo haber hecho menos, sino que haberme quedado más en ‘El Valle Soñoliento’ para reforzarme con las bendiciones de allí.”

            Durante una conferencia a la que asistió, escribió, “Es un tiempo de felicidad.  Sin embargo, me siento faltando y anhelo volver a mi casa, pues hay pocas oportunidades aquí para leer en secreto y orar.  Para mí, no basta los sermones y cultos públicos.  Nunca prospero si no dedico mucho tiempo a solas con Dios.”

            En su niñez, Samuel comenzó la práctica de orar.  Tres veces al día, se retiró para orar.  Pero, después de siete años de predicar sin frutos y al llegar al fin de lo que la elocuencia y la lógica pudieron realizar, volvió a la oración.  Y pronto, treinta o cuarenta personas firmaron un pacto para orar diariamente por un avivamiento en la obra de Dios.

            Una porción de su diario nos revela un día típico de su vida.  “Dedico seis horas del día de hoy para los actos de la devoción.”  Y, en otra parte, “La mano dispuesta para responder espera la mano levantada del hombre, y el corazón que responde siempre, bendice más ampliamente que lo que el corazón rogante pidiese.”

            “Yo creía” dijo él, “que cuando un hombre hablaba a Dios, Dios le respondía y cuando Dios habla a un inglés, no le habla en holandés.  … ¡Cómo miraba yo a los hombres de más edad que estaban en el bar, abandonados por la iglesia y amigos como seres sin esperanza, y deseaba su salvación!”  Luego vino el avivamiento.  Los hombres malvados se rindieron.  “El fuego del Espíritu vino como respuesta a la oración de fe y de la obra incansable por la salvación de los perdidos.”

            En una de sus citas a Orkney, su alojamiento fue tal que no había lugar para orar en voz alta, sin molestar a otros.  Su biógrafo nos narra de cómo Samuel encontró un lugar apartado, en la cueva de una peña.  “Aunque él no lo sabía, había a unos que lo observaban retirarse para allí y se dieron cuenta que su evangelista frecuentemente invirtió muchas horas seguidas allí, en esa cueva fría de la costa, comunicándose con Dios.  A veces, pasó un día entero allí, en ayuno, en intercesión y en meditación.”

            Vale la pena meditar en el consejo que Samuel dio a los jóvenes ministros.  “Preparen bien el sermón antes del domingo, acuéstense temprano la noche del sábado y levántense temprano el domingo por mañana.  Inviertan tres horas a solas con Dios antes de salir al púlpito; Acudan a Él para leer, creer y orar acerca de su Palabra.  Háblale a Él hasta que Él te hable y te diga: —Ve con ésta tu fuerza.” (Jueces 6:14) 

            Cerramos este vistazo de la vida orante de Samuel Chadwick con unas palabras potentes, escritas por él en sus años más maduros: “Orar como Dios quiere que lo hagamos es una de las hazañas mayores en la tierra.  Tal oración nos cuesta y precisa mucho tiempo.  Oraciones hechas apuradamente y peticiones susurradas nunca producirán almas poderosas en la oración.  Los aprendices diaria y regularmente invierten horas, hasta conquistar su arte o trabajo.  Todos los santos que han sido orantes han invertido varias horas cada día en el orar.  En los días de hoy, no hay tiempo para orar, pero sin tiempo, mucho tiempo, nunca aprenderemos cómo orar.”

            Después que se escribieron estas palabras, la iglesia se ha alejado aún más allá de su posición de antaño.  Hoy las oraciones rápidas son muy comunes para el predicador apurado, quien trata de trabajar a todo tiempo en las cosas materiales y a la vez predicar, así como supervisar los muchos sociales de la iglesia.  O, si no está trabajando, tiene tantas citas y quehaceres que le resta tiempo de las ocasiones de tiempos largos y ensimismados, a solas con Dios, “cuando Dios se baja para encontrar al alma, y la gloria corona el propiciatorio.”