Cómo Oraban
Capítulo 8
Predicadores Galeses
“¡Oh! ¡Qué aparecieran 500 Elías,” dijo Carlos Spurgeon, “cada uno encima de su Monte Carmelo, rogando a Dios, y pronto vendrían nubes cargadas de agua! ¡Oh!, qué oráramos más, con más constancia, ¡sin cesar! ¡Entonces las bendiciones sí caerían sobre nosotros!”
De verdad, si los que ministran salieran del aposento de oración, habiendo prevalecido con Dios, en nuestros cultos se vería más del práctico y omnipotente poder de Dios. Nuestros convertidos se contagiarían más profundamente de tales predicadores. Daremos prueba de esto, mostrando como ejemplo a unos predicadores galeses, quienes se sintieron su propia insuficiencia y así de Dios recibieron un fresco derramamiento de poder. Gales, de antaño, tuvo sus Elías, los que ganaron la victoria orando; antes de predicar.
Christmas Evans
Difíciles pruebas apretaban al predicador galés, Christmas Evans. Una continua amenaza de un pleito afligía la mente de este santo hombre. Habría sido bastante penoso si esa amenaza hubiera sido a razón del propio malgasto de sus recursos, pero él vivía en la insuficiencia; solamente su esposa y él sabían que clase de casas habían ocupado por el amor al evangelio.
¡No era esto! Lo que le afligía era la deuda que Christmas adquirió al construir capillas en las áreas de Gales que aún no tenían. Al aumentar la membresía de las congregaciones como resultado de la divina bendición sobre las incansables labores de este predicador orante, entonces se vio la necesidad de más capillas. También, la Conferencia a veces le mandó a lugares donde la deuda de la capilla no había sido cancelada. Por todo esto, la amenaza de un pleito parecía como imposible evitar.
“Dizque”, dijo él, “que me meterán en pleito en el juzgado, situación que nunca conocí yo, y espero nunca conocerla; pero, si es así, primero, voy a entrar en pleito con ellos en el juzgado de Jesucristo.”
Christmas tuvo por costumbre anotar en su diario personal las oraciones y comuniones que tuvo con Dios. Dijo: “Yo sabía que no había base para realizar un pleito conmigo, pero aun así, fui afligido, pues tenía sesenta años y recién había enterrado a mi esposa… Recibí una carta durante una reunión mensual en que hubo grandes luchas espirituales en los lugares celestiales. Al volver a casa, tenía comunión con Dios durante todo el viaje de quince kilómetros, y al llegar a la casa, subí la escalera que conduce a mi cuarto y derramé mi corazón ante el Redentor, Quien tiene en sus manos toda autoridad y poder.”
A continuación se cita esa oración porque parece que es una petición impulsada por el Espíritu Santo. La Biblia dice que no sabemos orar como debemos, pero el Gran Maestro, el Espíritu Santo, nos enseñaría orar, y Él oraría a la vez desde adentro de nosotros. Esta clase de oración es la que recibe contestación, porque el Espíritu conoce la mente de Dios.
“¡Oh bendito Señor! En tu mérito tengo esperanza y confianza de ser escuchado. Señor, algunos de mis hermanos se han extraviado; olvidando su deber y obligaciones ante su padre en el evangelio, me amenacen con la leyes del mundo. Debilítalos y ablándalos, como ablandaste la mente de Esaú y le quitaste su actitud bélica contra su hermano Jacob, después de la lucha que tuvo éste en Peniel. Quítales las armas, porque no sé yo cuán larga es la cadena de Satanás en este asunto; este ataque no fraternal. Tú puedes impedirle a Satanás cómo te parezca conveniente.”
“Señor, les advierto en cuanto a la ley. Proponen entrar en pleito con tu indigno siervo acá, que vive en la tierra; pero pongo este pleito ante del Gran Juzgado, en el cual Tú, bendito Jesús, eres el SUPREMO JUEZ. Escucha la causa de Tu indigno siervo, y mándale una orden judicial o una noticia, inmediatamente: y mándales a mis opresores, en sus conciencias, un despertamiento de lo que están haciendo. Oh, ¡atemorízalos con una citación de Tú juzgado, hasta que vengan y se arrodillen en contrición a Tus pies; quita de sus manos cada arma de venganza; haz que te entreguen cada fusil de escándalo, cada espada de palabras amargas y cada lanza de palabras calumniosas, forzándolos a dejar sus armas al pie de la cruz.”
“Perdónales todas sus fallas, vísteles con vestiduras blancas, úngeles las cabezas y dales un órgano y una arpa de diez cuerdas para cantar de la caída de Satanás debajo de nuestros pies, por el Dios de paz.”
Luego, escribió Christmas lo siguiente: “Subí al cuarto una vez, y oré como diez minutos, sintiendo que Jesús escuchaba. Subí otra vez con un corazón tierno, y no podía refrenarme de llorar por la gozosa esperanza que el Señor se acercaba a mí. Después de la séptima lucha, bajé, creyendo que el Redentor había llevado mi causa en sus manos y que cuidaría y manejaría la situación de mí.”
“Mi semblante demostraba alegría, cuando bajé por la última vez, al igual que Naamán cuando se lavó siete veces en el río Jordán; o como el peregrino del libro El Progreso del Peregrino, cuando se le cayó la carga en la tumba al pie de la cruz. Bien recuerdo el lugar —la pequeña casa junto a la capilla de Dildwrn, donde vivía entonces yo— cuando esa lucha sucedió. Puedo llamarle Peniel. ‘Ninguna arma forjada contra mí’ prosperó (Is. 54:17) y yo tenía a la vez paz mental en cuanto a mi situación. Con frecuencia he orado por los que quisieron injuriarme, pidiendo que fueran bendecidos, igual que yo era bendecido. No sé que hubiese pasado conmigo si no hubieran existido esos hornos donde fui probado, y donde el espíritu de oración se excitó y se ejercitó en mí.”
La amenaza nunca se consumó, y el intercesor no escuchó nada más acerca del asunto. Hubo puesto su caso sobre el escritorio del Juez de toda la tierra a través de aquella oración. Siempre le surgieron otras molestias a este santo hombre de Dios. Su biógrafo nos informa: “En verdad, nubes de turbaciones se tornaban espesas alrededor de él. Muchas veces parece que los problemas en la vida ministerial llegan exactamente en el momento cuando no se les puede resistir con fuerza; y, por cierto, en la vida de Christmas Evans, las tristezas se le juntaron y multiplicaron al final de su vida.”
No hay nada que pueda desafilar tanto la vida espiritual, como la controversia. La herejía es una de las manifestaciones de la carne, y en cada iglesia, en cualquier momento, ésa es una de las maldades que enfrentarán los obreros de Dios.
Esa tipo de molestia fue enfrentada por Christmas, hasta casi derrotarlo, sucediendo esto, durante la primera parte de su ministerio, cuando se levantó una controversia entre los bautistas. Juan Ricardo Jones fue el líder de lo que se llamó la herejía “Sandemana”. Era un hombre inteligente, y afirmaba que haber adoptado unas de las prácticas de la iglesia primitiva. Se apartó de otros, criticando a los que no se apartaban de las personas que no seguían sus enseñanzas. Christmas estaba de acuerdo con algunos aspectos del Sandemanismo, pero con respecto al celo de refutar lo malo, permitió entrar a su vida unas malas actitudes y amargura, las cuales le detuvieron el espíritu de oración y vida a su alma. Nadie, sino únicamente los que lo han experimentado, conocen la profundidad de la tristeza que ocurre cuando el Señor esconde Su faz, y cuando ya no brota la corriente de agua desde el interior del hombre. La oración le produjo renovación a Christmas.
“Últimamente estaba cansado de tener un corazón frío hacia Cristo, hacia Su sacrificio y hacia la obra de Su Espíritu; cansado de tener un corazón frío en el púlpito, en la oración privada y en el estudiar. Porque durante los quince años anteriores, sentí un corazón quemándose dentro de mí, como que si yo hubiera estado en el camino a Emaús con Jesús.”
“Un cierto día, día que siempre tendré en mi memoria, mientras viajaba de Dolgelly y Machynlleth, subiendo hacia Cader Idris, consideré que ya era necesario que yo orara, no importa cuán duro sentía el corazón, ni cuan mundano mi espíritu. Empezando a orar en el nombre de Jesús, pronto sentía como que si las cadenas que me ataban caían de mí, que la vieja dureza de mi corazón se ablandaba, y, pensaba yo, que los montes de hielo y nieve se derretían adentro de mí.”
“Esto engendró en mi alma la confianza de la promesa del Espíritu Santo. Sentí mi mente librada de una gran esclavitud. Las lágrimas fluían abundantemente, y fui constreñido a rogar en voz alta por las benditas visitaciones de Dios; que me restaurase gozoso en Su salvación, y que Él visitase las iglesias de Anglesey, las cuales estaban bajo mi cuidado. Oré en mis suplicaciones por todas las iglesias de los santos y casi cada uno de los ministros de la Principalidad [de Gales], individualmente.”
“Esa lucha duró tres horas; se acrecentó una y otra vez, como hervores, uno tras otro, o como una fluyente marea alta, impulsada por el recio viento, hasta que, llorando con sollozos, mi cuerpo se cansó. Así me rendí a Cristo, en cuerpo y alma, dones y labores —toda mi vida— para Él cada día y cada hora que me restaban; y todas mis cargas las entregué a Cristo. El camino de ese sitio era montañoso y quieto, y yo estaba solo, no permitiendo ninguna interrupción en mi lucha a favor de Dios.”
“Desde entonces, esperaba la bondad de Dios para las iglesias y para mí mismo. Así, el Señor me libertó y también a la gente de Anglesey, de estar hundidos en las aguas del Sandemanismo. En las primeras reuniones después de esa oración, me sentí como que si hubiera sido llevado desde las frías y estériles regiones del gélido espiritual hasta los verdeantes campos de las divinas promesas. Las oraciones intercesoras de antes y el anterior anhelo por las conversiones de los pecadores fueron restaurados, los que experimenté en Lleyn. Tenía en mis manos las promesas de Dios. El resultado de esto fue, que al volver a casa, noté que el Espíritu obraba también en los hermanos de Anglesey, conduciéndolos al espíritu de oración.”
Sr. Griffith
Le pasó un emocionante incidente al Sr. Griffith de Caernarvon cuando fue citado para que predicase una cierta noche en la casa de un granjero. Unas horas antes de la hora del comienzo del culto, él les pidió a los dueños de la casa un lugar apartado donde pudiera prepararse para el culto de la noche. Luego de unas horas, la congregación se reunió, pero no estaba el ministro: el Sr. Griffith no había llegado. Una empleada de la familia fue mandada a su cuarto para pedirle que viniese, pues la gente ya esperaba buen rato.
Al acercarse a la puerta del cuarto, escuchó ella lo que supuso era una conversación en voz baja entre dos personas. Escuchando antes de tocar la puerta, oyó el uno decir al otro: —No iré si tú no me acompañas.
La empleada se volvió al dueño de la casa, diciéndole que el Sr. Griffith estaba con otra persona en su cuarto, y él no vendría si el otro no le acompañaba. Dijo ella: —No escuché una respuesta, y por esto pienso que él no va a venir esta noche.
—Sí, va a venir, —dijo el dueño—, y la otra persona vendrá consigo. Empecemos ahora el culto con cantos y lecturas, hasta que vengan los dos.
Al fin el ministro apareció, con plena evidencia de que Alguien le acompañaba, ya que no se efectuó un culto común esa noche. Fue el comienzo de un poderoso avivamiento en aquel barrio, donde muchos nacieron de nuevo por la gracia de Dios.
Rees Howells
En el año 1879, nacieron dos destacados galeses, no muy lejos el uno del otro, los cuales afectarían no solamente a Gales, sino que a todo el mundo. El uno fue Evan Roberts, el otro Rees Howells. Los dos eran hombres orantes, y, amantes de la Palabra. El uno, Evan, influenciaría al mundo con una breve manifestación del poder de Dios al comienzo del siglo 20; el otro, Rees, lo influenciaría durante un periodo más largo, siendo entrenado para un ministerio más amplio.
Leyendo el libro de Norman Grubb, Rees Howells, Intercesor, uno recibirá bendición e instrucción acerca del glorioso, pero casi perdido, ejercicio: la intercesión. Este hombre se rindió durante meses seguidos a la intensa oración por una sola persona, hasta que recibiese la contestación. Pasando del orar por una sola persona, poco a poco alcanzó la posición de interceder por las naciones del mundo, y por la tremenda banda de misioneros en todas las partes del mundo.
Un punto que se nota es que dependió del Espíritu Santo para que guiara su orar. Muchas veces escuchó al Señor, sabiendo de esta forma por quién debía orar. No fue raro que Rees conociera la mente del Señor referente a la persona por lo cual oraba. Esto le dio autoridad en la oración y la fuerza física que la necesitaba para aguantar la abnegación en el comer y dormir. Rees pensaba que era indispensable que él mismo viviera de cierta forma de igual modo que la persona por quién estaba suplicando. Por eso cuando oraba por un borracho, sacrificó las ricas comidas preparadas por su mamá, comiendo nada más que pan y queso. Experimentó “siempre estar entregados a muerte” (2 Co. 4:11) mientras cedía la vida física y la reputación para poder orar hasta que la victoria llegase.
Después de rendirse durante meses de intercesión por un cierto hombre, Rees volvió a la vida normal. Pasando el tiempo le vino otra vez el llamado de entrar en ese ministerio escondido, esta vez fue por los niños desamparados de India. A esto se dedicó durante cuatro meses. Para poder sentirse identificado, sintiendo cómo ellos se sentían, no comió pan ni té ni azúcar, comiendo solamente una vez cada dos días una comida de potaje. Para no molestar a su madre, se fue de su hogar y alquiló un cuarto. “Su día empezó a las cinco de la mañana, y sin comer nada, durmió en el piso durante la noche. Luego se levantaba otra vez a las cinco de la mañana, sin comer nada hasta las cinco de la tarde.”
“¡Qué hambre sufrí!” dijo él después. “El Señor no da la victoria sin sufrir. No te llevará sobre “alas de águila”, como lo dice proverbio. La victoria es que aguantaras todo. Recuerdo las sensaciones del primer día, cuando no comí nada de pan. Habría pagado mucho por un pedacito. Cuando andas en los sufrimientos de otro, tienes que llevar sus angustias y toda parte de ellas. Cuando llegaron las horas de comidas, no había nada para mí. Es una maravilla haberlo podido sufrir, sin rendirme a la tentación de retroceder. En esos momentos Ezequiel era mi ejemplo, y sólo podía yo decir ‘¿Cómo lo hizo?’” Las intercesiones de Rees no solamente fueron hechos abnegantes. Durante sus sufrimientos subieron ruegos a Dios por ellos, cuyas agonías él co-sufría.”
Cuando Rees oró acerca del comenzar un seminario en Swansea, Gales del Sur, se aisló durante diez meses, orando desde la seis de la mañana hasta la cinco de la tarde, período durante el cual comió sólo una comida. No es maravilla, entonces, que este hombre fuera guiado a hacer decisiones que afectarían positivamente las vidas de miles.
Unas palabras de su biógrafo acerca de esa intercesión nos beneficiarán. Samuel Howells, hijo de Rees, quien sigue en la labor iniciada por su padre, también es intercesor, y nos dio permiso para usar citas de la biografía de su padre.
“Que Dios busca a intercesores, pero raramente los halla, se manifiesta en la pena expresada en la exclamación hecha por medio de Isaías; ‘Y vio que no había hombre, y se maravilló que no hubiera quién se interpusiese.’ (Is. 59:16): y en su protesta desilusionada hecha por medio de Ezequiel; ‘Y busqué entre ellos hombre que hiciese vallado y que se pusiese en la brecha…y no lo hallé.’ (Ez. 22:30)”
“Quizás algunos creyentes describen a la intercesión como una forma de oración intensa. Y, sí, es; si se pone mucho énfasis en la palabra ‘intensa’, porque hay tres elementos de la intercesión que no se hallan en la oración ordinaria: identificación, agonía y autoridad.”
“La identificación del intercesor con la persona por quién ora se nota consumadamente en el Salvador. De Él fue dicho que “derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores. [La traducción del versión ‘King James’ del inglés dice ‘hizo intercesión’ en lugar de ‘orado’.] (Is. 5:12) Por llevar nuestra naturaleza sobre Sí, por aprender la obediencia por medio de lo que sufrió, por ser ‘tentado en todo igual que nosotros’ (He. 4:15), por hacerse pobre como nosotros, y por ser ‘hizo pecado’ (2 Co. 5:21) Jesús ganó la posición, en la cual, con toda autoridad, como capitán de nuestra salvación hecho perfecto por el sufrir, y con todo conocimiento de lo que nosotros pasamos, Él puede interceder por nosotros. Y, por ruegos eficaces al Padre, nos ‘puede salvar por completo’ (He. 7:25). La identificación es por esto la primera ley del intercesor. Él ruega eficazmente porque da su propia vida por las personas por quién está rogando; él es genuino abogado, habiendo sumergido sus deseos en la necesidades y sufrimientos de por quienes intercede, y lo más posible que pudo, ha reemplazado a ellos con sí mismo.”
“Hay otro intercesor, y en éste vemos la agonía de su ministerio, porque Él, el Espíritu Santo, intercede por nosotros con ‘gemidos indecibles’. (Ro. 8:26) Él, el único intercesor actual [quiere decir que Jesús ya ha ido corporalmente], no tiene corazones sobre los cuales pueda poner sus cargas, ni cuerpos en los cuales pueda sufrir y obrar, sino los corazones y cuerpos de los que son morada suya. Por medio de ellos es cumplido Su obra intercesora en la tierra, así ellos se hacen intercesores por razón del Intercesor interno. Los llama a la vida real, a la misma clase de vida, aunque en menor medida, que el mismo Salvador vivió en la tierra.”
“Pero antes de que Él pueda guiar a una vasija escogida a tal vida intercesora, primeramente tiene que tratar hasta lo profundo con todo lo natural. El amor al dinero, las ambiciones personales, las aficiones naturales por los padres y parientes, los apetitos del cuerpo, el amor a la vida misma, sí, todo lo que practica el hombre egoísta para su propia mezquindad; para su propia comodidad o ventaja, su promoción o aun para sus amigos: todo tiene que crucificarse. Y esto no es una muerte teórica, sino una real con Cristo; tal que sólo el Espíritu Santo puede restablecer en la experiencia de Su siervo. Como una crisis y como un proceso, el testimonio de Pablo tiene que hacerse nuestro testimonio también: ‘Estoy juntamente crucificado, y todavía estoy, con Cristo.’ [El verbo ‘crucificado’ en el griego es de ‘presente continuo’; que quiere decir que la acción sigue ocurriendo.] El YO tiene que ser librado de sí mismo para que se desempeñe como el agente del Espíritu Santo.”
“La intercesión comienza al marchar a la crucifixión. Por las cargas internas y externas, y las llamadas a la obediencia, el Espíritu empieza a vivir Su propia vida de amor y sacrificio por un mundo perdido; por medio de Su canal, el cual ha sido limpiado. Esto lo vemos en la vida de Rees Howells. Lo vemos a su más alto nivel en las Escrituras...”
Pero, la intercesión es más que el Espíritu compartiendo sus gemidos con nosotros. Es el Espíritu ganando sus propósitos en la abundante gracia. Si el intercesor conoce la identificación y la agonía, también conoce la autoridad. Es la ley del grano de trigo y la cosecha; ‘si muere, lleva mucho fruto’. (Jn. 15:8)”
La biografía de Rees cita muchas historias reales donde el intercesor comparte con el lector sus experiencias y crecimiento en este glorioso ministerio. Nuestro espacio en este libro está limitado, pero alguien puede encontrar provecho para su alma leyendo esa biografía.
Otros Predicadores Galeses
Hace unos años se publicó una historia en la revista galés Y Drysorfa respecto a otros predicadores galeses, quienes conocieron el camino al ‘abrigo del Altísimo’ (Sa. 91:1). A continuación se cita de eso:
“Mira al candoroso Roberto Roberts de Clynnog, rodándose sobre el piso del granero, llorando y orando. ¿Por qué está agonizando? Está a punto de salir a uno de sus viajes de predicación. Queriendo convertir al mundo y edificar a los santos, se preocupa que el Espíritu Santo tal vez no le acompañe. Su cuarto de estudio está bien suplido con exposiciones bíblicas y de otros libros. Pero estos no bastan, según lo que él estima, sin el Espíritu de Dios.”
“Vaya a la Asociación de Llanerch-y-medd para ver el efecto de esa agonía en el granero. Ese hombre joroba está de pie frente a la posada ‘Bull’, como un ángel de Dios. Y recibiendo derramamientos de la influencia divina, él levanta los ojos y las manos al cielo, diciendo: —¡Basta, Señor, quita tu mano; no puedo aguantar más [bendiciones]!”
“Fíjate en el señor Williams de Lledrod, uno erudito lingüista, se arrodillaba al lado de las negras vallas. Allí hallaba él lo esencial de sus sermones. De igual modo, Morgan Howells desaparecía de la vista de su familia cada sábado por la noche. El domingo por la mañana la despierta temprano a la familia, y luego llama a alguien para que le traiga su caballo. Morgan está listo para ir a predicar por su Maestro, porque confía que Él le acompañará.”
“Otro predicador, Guillermo Roberts de Amlwch, a veces estando bajo una nube de lobreguez y depresión, luchó con Dios al igual que Jacob antes de pronunciar los sermones, por medio de los cuales fueron derrotadas las huestes diabólicas como un feroz viento. Y, el señor Rees, quien será siempre recordado con amor y reverencia, y cuyo ministerio abrió y examinó lo profundo de mi corazón una y otra vez. ¿Qué hacía él, arrodillado otra vez? Cuando recibía un mensaje de parte de Dios para los pecadores, se ponía a orar para que Él se lo pronunciara a ellos, mientras él mismo se quedaba sujeto a la poderosa mano de Dios.