¿Por qué tuvieron éxito los cristianos primitivos?
Hace unos años,
cuando yo empecé a estudiar los escritos de los cristianos primitivos, mi
interés primordial era seguir el desarrollo histórico de la doctrina cristiana.
Empecé la tarea como estudiante de la historia. No se me ocurrió que lo que iba
a leer me inspiraría y me cambiaría. Pero no resultó como yo había pensado.
Pronto el testimonio y la vida de los cristianos primitivos me conmovieron
profundamente. “Eso es lo que significa la entrega total a Cristo”, dije entre
mí. Entre mis compañeros cristianos, muchos me tuvieron como cristiano con una
entrega a Cristo más que ordinaria. Me dio pena darme cuenta de que en la
iglesia primitiva me hubieran tenido por cristiano débil, con un pie en el
mundo.
Mientras más leía,
más me llenó el anhelo de disfrutar la comunión con Dios que los cristianos
primitivos disfrutaban. Cuánto deseaba yo poder deshacerme de los afanes de este
mundo como ellos habían hecho. Cuánto deseaba amoldar mi vida y mis actitudes de
acuerdo al ejemplo de Cristo—no de acuerdo al mundo del siglo veinte. Pero
sentía que no tenía ningún poder para hacerlo. ¿Por qué podían ellos hacer lo
que yo no podía hacer? Empecé a buscar la respuesta a esta pregunta en sus
escritos. Poco a poco vi tres puntos:
- El apoyo de los hermanos de la iglesia
- El mensaje de la cruz
- La creencia que el hombre comparte con Dios la responsabilidad para la obediencia
Cómo la iglesia fomentó el desarrollo espiritual
“Ningún hombre es
una isla”,1 escribió el poeta inglés del siglo decimosexto. Los
hombres somos por naturaleza seres sociables. Por eso nos es tan difícil
oponernos a la corriente de nuestra cultura. Pero otros lo han hecho. La verdad
es que muchas personas han rechazado los valores y el estilo de vida de su
cultura. Tenemos un buen ejemplo de esto en el movimiento “hippie” de la década
de los sesentas. En esos años, millares de jóvenes—la mayoría de ellos de la
clase mediana—rechazaron el materialismo y las modas de la sociedad y siguieron
otro camino.
¿Por qué estos
jóvenes pudieron romper con la sociedad y desconformarse a su estilo de vida? La
respuesta la entendemos cuando nos damos cuenta de que no eran en realidad
inconformistas. Sencillamente se conformaban a otra cultura que ellos mismos
crearon. Y todos se apoyaban los unos a los otros.
Esto era uno de los
secretos de los cristianos primitivos. Ellos lograron rechazar las actitudes,
prácticas y diversiones impías de su cultura porque se conformaron a otra
cultura. Millares y millares de cristianos se unieron y todos compartieron los
mismos valores, las mismas actitudes, y las mismas normas para la diversión.
Todo lo que el cristiano individual tenía que hacer era conformarse. Se
conformaba con el cuerpo de creyentes. Sin el apoyo de la iglesia, hubiera sido
mucho más difícil mantener una vida piadosa.
Cipriano observó:
“Corta una rama del árbol, y ya no podrá brotar más. Corta el riachuelo de su
manantial, y pronto se secará.”2
Pero los cristianos
no trataron de legislar la justicia, aunque muchos grupos cristianos desde
entonces han tratado de hacerlo. Al contrario, dependieron de la enseñanza sana
y del ejemplo de rectitud para producir la justicia. Los grupos religiosos que
dependen sólo de muchas normas detalladas para producir la santidad personal
puedan resultar produciendo más bien el fariseísmo. Por eso, la iglesia
primitiva destacó la necesidad de cambiar comenzando desde el corazón.
Consideraban que lo externo nada valía, a menos que reflejara lo que sucedía
dentro de la persona.
Clemente lo explicó
de esta forma: “Dios no corona a aquellos que se abstienen de lo malo sólo por
obligación. Es imposible que una persona viva día tras día de acuerdo a la
justicia verdadera excepto de su propia voluntad. El que se hace ‘justo’ bajo
obligación de otro no es justo en verdad. . . . Es la libertad de cada persona
la que produce la verdadera justicia y revela la verdadera maldad.”3
Por ejemplo, a pesar
de la enseñanza de la iglesia primitiva acerca del vestir sencillo, no exigieron
que el cristiano individual se vistiera de una manera especial o distintiva. Y
los cristianos primitivos no todos se vistieron igual. Aunque los cristianos
primitivos se opusieron a los cosméticos, no todas las mujeres cristianas
dejaron de usarlos. Otros cristianos pasaron por alto el consejo de los ancianos
de la iglesia y asistieron al teatro y a la arena. Y la iglesia no los castigó
por su desobediencia. Sin embargo, el método de la iglesia daba resultado. Aun
los mismos romanos testificaban que la mayoría de los cristianos siguieron las
guías de la iglesia en tales asuntos.4
De hecho, la iglesia
puede enseñar por medio del ejemplo eficazmente sólo si la misma iglesia se ha
conformado a las enseñanzas de Cristo. De otra manera, el ejemplo de la iglesia
serviría de tropiezo y no de ayuda. Por ejemplo, ¿cuál sería la actitud de los
demás cristianos hoy hacia uno que se hiciera de veras pobre para ayudar a
otros? ¿o hacia uno que se vistiera con toda sencillez y modestia, sin tomar en
cuenta la moda? ¿o que no mostrara nada de interés en los deportes violentos de
la actualidad? ¿o que rehusara mirar la televisión y asistir a los cines cuando
éstos se concentran en la inmoralidad o cuando reciben su picante de palabrotas
y violencia gráfica? Seamos honrados. ¡Tal persona sería tenido por fanático!
Ahora más, si un
grupo entero de cristianos viviera de esta manera, probablemente se les
calificaría como una secta muy rara. En fin, la iglesia del siglo veinte
vería a tales cristianos de la misma manera que los romanos veían a los
cristianos primitivos. Si el cristiano actual viviera como los cristianos
primitivos, tendría que ser en verdad un inconformista. Y vuelvo a decir que es
muy difícil ser un inconformista.
Pastores graduados de la escuela de la vida
La entrega a Cristo
de todos los cristianos de la iglesia primitiva refleja la calidad de sus
líderes.
La mayoría de las
iglesias evangélicas de hoy en día están gobernadas por un pastor en unión con
una junta de ancianos y quizás una junta de diáconos. Normalmente, el pastor ha
tenido su preparación profesional o hasta ha recibido su título de seminario,
pero no fue criado en la iglesia que lo llama a ser pastor. A menudo no tiene
ningún poder de gobernar en la iglesia excepto el poder de la persuasión.
La junta de ancianos
o la de diáconos, por lo general, se forma de hombres que trabajan una jornada
completa en empleos seculares. Administran los programas y los asuntos
financieros de la iglesia, y muchas veces fijan hasta la política de la iglesia.
Pero de costumbre nadie corre a ellos para recibir consejos espirituales. No son
los pastores del rebaño espiritual.
Sí, usamos los
mismos nombres para los líderes de la iglesia como los que usaban los cristianos
primitivos. Hablamos de ancianos y de diáconos. Pero en realidad el método de
gobernar nuestras iglesias difiere mucho del método de las iglesias primitivas.
En vez de tener un pastor preparado profesionalmente, entre ellos los ancianos
todos eran pastores que dedicaban su tiempo a la obra de la iglesia. El anciano
mayor de edad o tal vez el más capacitado servía como el presidente de los
ancianos. Generalmente se le llamaba el obispo o el supervisor de la
congregación. Ni el obispo ni los ancianos eran desconocidos, traídos a la
congregación de otra parte. Normalmente habían pasado muchos años en la
congregación. Todos conocían sus puntos fuertes y también sus puntos flacos.
Además, no se
preparaban para servir como obispos o ancianos por medio de estudiar en un
instituto bíblico o seminario, llenando sus cabezas de ciencia. La congregación
no buscaba tanto una ciencia profunda sino una espiritualidad profunda.
¿Vivían cerca de Dios? ¿Habían dado ya por años un buen ejemplo a otros
cristianos? ¿Estaban dispuestos hasta a dar su vida por Cristo? Como Tertuliano
dijo a los romanos: “Nuestros ancianos son hombres probados. Obtienen su
posición no por un sueldo, sino por firmeza de carácter.”5
En aquel tiempo no
había seminarios. Un hombre aprendía lo necesario para servir como anciano en la
escuela de la vida. Recibía su preparación de los ancianos con más experiencia.
Aprendió cómo andar con Dios y pastorear en la iglesia por observar e imitar su
ejemplo. Recibió la experiencia práctica guiado por ellos, y no tuvo que hacer
todo perfectamente. Tenía que ser capaz de enseñar por medio de su ejemplo tanto
como por medio de su palabra. De otra manera no sería llamado jamás para ser
anciano u obispo.
Lactancio explicó la
diferencia entre los maestros cristianos y los paganos así:
“Hablando de aquel que enseña los fundamentos de la vida y amolda la vida de
otros, hago la pregunta: ‘¿No es necesario que él mismo viva de acuerdo con los
fundamentos que enseña?’ Si no vive de acuerdo con lo que enseña, su enseñanza
resulta nula. . . . Su alumno le contestará así: ‘No puedo hacer lo que usted me
enseña, porque es imposible. Me enseña a no enojarme. Me enseña a no codiciar.
Me enseña a no lujuriar. Me enseña a no temer el sufrimiento y la muerte. Pero
todo esto está muy contrario a la naturaleza. Todos los hombres sienten estos
deseos. Si usted está convencido de que es posible vivir contrario a los deseos
naturales, primero permítame ver su ejemplo para que yo sepa que en verdad es
posible.’ . . . ¿Cómo podrá [el maestro] quitar este pretexto de los obstinados,
a no ser con su ejemplo? Sólo así podrán sus alumnos ver con sus propios ojos
que lo que enseña es en verdad posible. Es por eso mismo que nadie vive de
acuerdo con las enseñanzas de los filósofos. Los hombres prefieren el ejemplo a
solo palabras, porque fácil es hablar—pero difícil actuar.”6
En una de sus
cartas, Cipriano describe la manera en que las iglesias primitivas escogían a un
anciano u obispo nuevo: “Será escogido en la presencia de todos, bajo la
observación de todos, y será probado digno y capaz por el juicio y testimonio de
todos. . . . Para tener una ordenación apropiada, todos los obispos de las demás
iglesias de la misma provincia deben reunirse con la congregación. El obispo
debe ser escogido en la presencia de la congregación, ya que todos conocen a
fondo su vida y sus hábitos.”7
Una vez escogido un
anciano u obispo, por lo general quedaba en esa congregación por toda su vida, a
menos que la persecución le obligara a trasladarse a otra parte. No servía unos
tres o cuatro años sólo para trasladarse a otra congregación más grande donde le
podían pagar mejor. Y como dije anteriormente, no sólo el obispo sino mucho más
todos los ancianos dedicaban todo su tiempo a su trabajo como pastor y maestro.
Se dedicaban totalmente al rebaño. Se esperaba que dejaran cualquier otro
empleo, a menos que la congregación fuera muy pequeña como para sostenerlos.
Tenemos copias de
varias cartas enviadas entre dos congregaciones cuando surgió la pregunta de qué
hacer cuando un anciano fue nombrado como ejecutor testamentario en el
testamento de un cristiano difunto. Bajo la ley romana, no había salida para el
que fue nombrado como ejecutor testamentario. Tenía que servir, quisiera o no
quisiera. Y el trabajo podía exigir mucho tiempo. El anciano que escribió la
carta se escandalizó de que un cristiano nombrara a un anciano como ejecutor
testamentario, porque esos deberes le quitarían el tiempo de su obra como
pastor. De hecho, todos los ancianos se escandalizaron.8
Imagínese el cuidado
espiritual que recibieron los cristianos primitivos de sus pastores. En cada
congregación de entonces había varios ancianos cuya única preocupación era el
bienestar espiritual de su congregación. Con tantos pastores trabajando todo el
tiempo en la congregación, cada miembro sin duda recibió el máximo de atención
personal.
Pero para servir
como anciano u obispo en la iglesia primitiva, un hombre tenía que estar
dispuesto a dejarlo todo por Cristo. Lo primero que dejaba era sus posesiones
materiales. Dejaba su empleo y el salario con que sostenía a su familia. Y no lo
dejaba para luego recibir un buen salario de la congregación. De ninguna manera.
Sólo los herejes pagaban un salario a sus obispos y ancianos. En las iglesias
primitivas los ancianos recibían lo mismo que recibían las viudas y los
huérfanos. Usualmente, recibían las cosas necesarias para la vida, y muy poco
más.9
Pero sacrificaban
esos ancianos más que sólo las cosas materiales del mundo. Tenían que estar
dispuestos de ser los primeros en sufrir encarcelaciones, torturas, y hasta la
muerte. Muchos de los escritores que cito en este libro eran ancianos u obispos,
y más de la mitad de ellos sufrieron el martirio: Ignacio, Policarpo, Justino,
Hipólito, Cipriano, Metodio, y Orígenes.
Con tal entrega de
parte de sus líderes, no es difícil ver por qué los cristianos ordinarios de esa
época se dedicaron a andar con Dios y a evitar la norma del mundo.
Un pueblo de la cruz
Nadie quiere sufrir.
Hace poco leí un informe de la opinión del pueblo americano acerca del déficit
nacional. Casi todos los que daban su opinión deseaban que se rebajara el
déficit. Pero a la vez, el 75 por ciento se opusieron a cualquier aumento de los
impuestos o a cualquier rebaja de los gastos. En otras palabras, querían rebajar
el déficit sin sufrir.
¡Sin sufrir! También
deseamos un cristianismo que no requiere sufrimiento. Pero Jesús dijo a sus
discípulos: “El que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El
que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la
hallará” (Mateo 10.38-39). A pesar de estas palabras del Señor, no muchos
quieren hablar hoy de la cruz. Cuando predicamos el evangelio a los incrédulos,
rara vez hablamos de las palabras de Cristo acerca de tomar cada persona su
cruz. Al contrario, dejamos la impresión que después de aceptar a Cristo, la
vida será para siempre un deleite.
En la iglesia
primitiva, los creyente oyeron otro mensaje: ser cristiano los involucraría en
sufrimiento. Son típicas las siguientes palabras de Lactancio: “El que escoge
vivir bien en la eternidad, vivirá en la incomodidad aquí. Será oprimido por
muchas clases de problemas y cargos mientras viva en el mundo, para que en el
fin reciba la consolación divina y celestial. De la otra manera, el que escoge
vivir bien aquí, sufrirá en la eternidad.”10 Jesús había hecho un
contraste parecido entre el camino angosto y estrecho que conduce a la vida, y
el camino ancho y espacioso que conduce a la destrucción (Mateo 7.13-14).
Ignacio, obispo de
Antioquía y un compañero del apóstol Juan, fue aprehendido por su testimonio
cristiano. Mientras viajaba rumbo a Roma para su juicio y martirio, escribió
cartas de ánimo y exhortación a varias congregaciones cristianas. A una
congregación escribió: “Por tanto, es necesario no sólo que uno sea llamado
cristiano, sino que sea en verdad un cristiano. . . . Si no está
dispuesto a morir de la misma manera en que murió Cristo, la vida de Cristo no
está en él”11 (Juan 12.25). A otra escribió: “Que traigan el fuego y
la cruz. Que traigan las fieras. Que rompan y se disloquen mis huesos y que
corten los miembros de mi cuerpo. Que mutilen mi cuerpo entero. En verdad, que
traigan todas las torturas diabólicas de Satanás. ¡Que permitan sólo que alcance
a Jesucristo! . . . Quisiera morir por Jesucristo más bien que reinar sobre los
fines del mundo entero.”12 Pocos días después de escribir estas
palabras, Ignacio fue llevado ante un gentío que gritaba en la arena de Roma,
donde le despedazaron las fieras.
Cuando un grupo de
cristianos de su congregación se pudrían en una mazmorra romana, Tertuliano los
exhortó con estas palabras: “Benditos, estimen lo difícil en su vida como una
disciplina de los poderes de la mente y del cuerpo. Pronto van a pasar por una
lucha noble, en la cual el Dios viviente es su gerente y el Espíritu Santo su
entrenador. El premio es la corona eterna de esencia angélica—ciudadanía en el
cielo, gloria sempiterna.” También les dijo: “La cárcel produce en el cristiano
lo que el desierto produce en el profeta. Aun nuestro Señor pasó mucho tiempo a
solas para que tuviera mayor libertad en la oración y para que se alejara del
mundo. . . . La pierna no siente la cadena cuando la mente está en el cielo.”13
Pero la mayoría de
los creyentes no necesitaban ninguna advertencia sobre lo que pudieran tener que
sufrir. Ellos mismos lo habían visto. En verdad, esto mismo—el ejemplo de
millares de cristianos que soportaban el sufrimiento y la muerte antes de negar
a Cristo—llegó a ser uno de los métodos más poderosos del evangelismo.
En su primera
apología, Tertuliano recordó a los romanos que su persecución servía sólo para
fortalecer a los cristianos. “Entre más nos persigan ustedes, más crecemos
nosotros. La sangre de los cristianos es una semilla. . . . Y después de meditar
en ello, ¿quién habrá entre ustedes que no quisiera entender el secreto de los
cristianos? Y después de inquirir, ¿quién habrá que no abrace nuestra enseñanza?
Y cuando la haya abrazado, ¿quién no sufrirá la persecución de buena voluntad
para que también participe de la plenitud de la gracia de Dios?”14
Hoy hay quienes
hablan del “evangelio completo”. Para ellos esto significa ser “pentecostal” o
“carismático”. No obstante, uno de los problemas en nuestras iglesias hoy es que
casi nunca oímos la predicación del evangelio completo—seamos o no seamos
carismáticos. Oímos sólo de las bendiciones del evangelio; pocas veces oímos el
mensaje de sufrir por Cristo.
Estamos tan alejados
del mensaje de la iglesia primitiva que ni siquiera entendemos lo que significa
sufrir por Cristo. Hace pocos años escuché un sermón sobre el siguiente
versículo en 1 Pedro 4.16: “Pero si alguno padece como cristiano, no se
avergüence, sino glorifique a Dios por ello”. El pastor comentó que la mayoría
de los cristianos no tienen ningún concepto de lo que significa padecer como
cristiano.
Después del culto,
yo estaba hablando con el pastor cuando un diácono se acercó y agradeció al
pastor por el mensaje. Dijo que estuvo de acuerdo que muchos cristianos no
entienden lo que significa sufrir por ser cristianos. Sin embargo, prosiguió
diciendo que él lo entendía exactamente. Y luego describió el dolor y el
sufrimiento que él había experimentado hacía unos años cuando tuvo una cirugía.
Al salir de la iglesia, me maravillé de cuán exactamente el diácono había
ilustrado el punto de que el pastor había hablado. En verdad no
entendemos lo que significa sufrir por ser
cristianos. Creemos que cuando soportamos las tribulaciones comunes que
cualquier persona puede pasar, eso es sufrir por Cristo.
Claro,
hay maneras de llevar nuestra cruz más que sólo soportar la persecución.
Clemente comentó que para algunos cristianos la cruz puede representar el
soportar el matrimonio con un cónyuge incrédulo, u obedecer a padres incrédulos,
o sufrir como un esclavo bajo un amo pagano. Aunque tales situaciones pudieran
traer mucho sufrimiento, tanto emocional como físico, no son nada en comparación
para aquel que se ha preparado para soportar la tortura y hasta la muerte por
Cristo (Romanos 8.17; Apocalipsis 12.11).
Aunque
los cristianos primitivos soportaban matrimonios difíciles con incrédulos,
millares de cristianos hoy se divorcian de sus cónyuges creyentes sin
pensar, sólo porque su matrimonio tiene algunas fallas. Tales personas prefieren
desobedecer a Cristo antes de soportar un sufrimeinto temporal. Varios
cristianos me han dicho que ya no soportaban más vivir con su cónyuge
porque tenían discusiones todos los días. Me pregunto qué respuesta darán tales
personas en el día del juicio final cuando se encuentran ante mujeres y hombres
cristianos de los primeros siglos que pudieron soportar que se les sacaran los
ojos con hierros candentes, o que se les arrancaran los brazos del cuerpo, o que
se les degollaran vivos. ¿Por qué aquellos cristianos tenían poder para soportar
semejantes torturas terribles, y a nosotros nos falta el poder para aguantar
siquiera un matrimonio difícil? Tal vez es porque no hemos aceptado nuestra
responsabilidad de llevar la cruz.
Hace
unos años, una mujer cristiana contemplaba divorciarse de su marido porque no
podían llevarse bien. Con los ojos llenos de lágrimas, me dijo: “Yo no quiero
vivir de esta forma el resto de mi vida”. Después, reflexioné en sus
palabras: “el resto de mi vida”. Pensé también en las ocasiones en que yo había
usado las mismas palabras. Estas palabras revelaron algo de mí: el cielo no me
era una realidad, por lo menos no como la vida en la tierra. Los cristianos
primitivos aceptaron el mensaje de sufrir por Cristo porque sus ojos estaban
puestos en la eternidad. No pensaban en sufrir “el resto de su vida”. Pensaban
en sufrir no más de unos cincuenta o sesenta años. ¡Y el resto de su vida
la pasarían en la eternidad con Jesús! Comparadas con semejante futuro, las
tribulaciones del presente parecían insignificantes. Como Tertuliano, supieron
que “la pierna no siente la cadena cuando la mente está en el cielo”.
¿Somos los hombres capaces de obedecer a Dios?
Los
cristianos primitivos no procuraron vivir tales vidas piadosas sin la ayuda de
Dios. Sabían que ellos mismos no tenían el poder necesario. De hecho, todos
entendemos esto. Y los cristianos, de cualquier denominación, a través de los
siglos siempre supieron que necesitaban del poder de Dios para poder obedecer
sus mandamientos.
Supongo que nadie que ha decidido servir a Dios excluye a sabiendas la ayuda de
Dios de su vida. Sin embargo, lo que sucede a menudo puede ser algo semejante a
lo siguiente: Al principio, andamos cerca de Dios, dependiendo de su poder. Pero
con el tiempo empezamos a deslizarnos y alejarnos de Dios. Generalmente, este
proceso comienza en el corazón; por fuera actuamos lo mismo. Aunque actuamos
como si dependiéramos de Dios, nuestras oraciones se vuelven formales. Leemos
las Escrituras, pero nuestra mente está pensando en otras cosas. Al fin,
hallamos que estamos dependiendo del todo en nuestra propia fuerza.
El
problema no está en que la iglesia no predica acerca de la necesidad de depender
de Dios. En verdad, muchos cristianos evangélicos enseñan que no somos capaces
de hacer nada bueno por nosotros mismos. Pero si nosotros sencillamente no
podemos obedecer a Dios, nada podemos hacer acerca de nuestras desobediencias
excepto orar a Dios para que nos haga personas obedientes. Mas en verdad, ¿sirve
eso?
Yo
recuerdo mi emoción cuando por primera vez oí un sermón que explicó que no somos
capaces de hacer nada bueno por nuestro propio poder, que sólo Dios puede hacer
lo bueno a través de nosotros. Nosotros solamente tenemos que pedir a Dios que
mejore nuestras fallas y venza nuestros pecados. “Ah, ése es el secreto”, dije
entre mí. No podía esperar para llevar esa idea a la práctica, sencillamente
dejando que Dios cambiara mis fallas y quitara mis pecados. Oré de corazón que
Dios hiciera eso mismo. Lo entregué todo a Dios. Luego me puse a esperar. Pero
nada pasó. Oré más. Pero no hubo ningún cambio.
Al
principio creía que el problema era sólo mío. ¿Eran sinceras mis oraciones? Al
fin hablé privadamente con otros cristianos del asunto y me di cuenta de que no
era sólo mío el problema. Otros no habían obtenido mejores resultados que los
míos.
—Entonces ¿por qué ustedes dicen siempre que Dios milagrosamente quita nuestras
fallas y nos hace personas obedientes? —les pregunté.
—Porque así debe de ser —me contestaron.
Entonces supe que muchos cristianos tenían temor de expresarse y admitir que esa
enseñanza no producía resultados. Temían que sólo para ellos no servía, y que
todos los demás habían hallado gran bendición por medio de sus oraciones. Temían
lo que otros pudieran decir, y se quedaron callados, no exponiendo sus fracasos
y frustraciones.
No
puedo decir que nadie jamás recibiera ayuda al sólo orar y esperar que Dios le
cambiara. Lo que sí digo que para mí no me sirvió, y en la historia de la
iglesia no ha servido tampoco. Esta doctrina tiene su origen en Martín Lutero.
El enseñó que somos completamente incapaces de hacer algo bueno, que tanto el
deseo y el poder de obedecer a Dios vienen sólo de Dios. Estas eran doctrinas
fundamentales de la reforma en Alemania, pero no produjeron una nación de
cristianos alemanes, obedientes y piadosos. En verdad, produjeron todo lo
contrario. La alemania de Lutero llegó a ser una sentina de borrachera,
inmoralidad y violencia. El esperar pasivo que Dios obrara no produjo ni una
iglesia piadosa ni una nación piadosa.15
Los
cristianos primitivos enseñaron todo lo contrario. Nunca enseñaron que el hombre
es incapaz de hacer lo bueno o de vencer el pecado en su vida. Ellos creían que
bien podemos servir a Dios y obedecerle. Pero primero falta que tengamos un amor
profundo por Dios y un respecto profundo por sus mandamientos. Así lo explicó
Hermes: “El Señor tiene que estar en el corazón del cristiano, no solamente
sobre sus labios.”16 A la vez, los cristianos primitivos nunca
enseñaron que uno pueda vencer todas sus debilidades y seguir obedeciendo a Dios
día tras día sólo en su propio poder. Sabían que les faltaba el poder de Dios.
Pero ellos no esperaban tranquilos mientras Dios, supuestamente, hacía toda la
obra en ellos.
Ellos
creyeron que nuestro andar con Dios es obra de ambos partidos. El cristiano
mismo tiene que estar dispuesto a sacrificarse, poniendo toda su fuerza y toda
su alma a la obra. Pero también necesitaba depender de Dios. Orígenes lo explicó
así: “Dios se revela a aquellos que, después de dar todo lo que puedan,
confiesan su necesidad de su ayuda”.17
Los
cristianos de los primeros siglos creían que el cristiano tenía que anhelar
fervientemente la ayuda de Dios, y buscarla. No sólo tenía que pedir a Dios su
ayuda una vez, tenía que persistir en pedirle. Clemente enseñó a sus alumnos:
“Un hombre que trabaja solo para libertarse de sus deseos pecaminosos nada
logra. Pero si él manifiesta su afán y su deseo ardiente de eso, lo alcanza por
el poder de Dios. Dios colabora con los que anhelan su ayuda. Pero si pierden su
anhelo, el Espíritu de Dios también se restringe. El salvar al que no tiene
voluntad es un acto de obligación, pero el salvar al que sí tiene voluntad es un
acto de gracia.”18
Así
vemos que entendieron que la justicia resulta de la obra mutua, la del hombre y
la de Dios. Hay poder sin límite de parte de Dios. La clave está en poder
utilizar ese poder. El anhelo ferviente tiene que nacer del mismo cristiano.
Comentó Orígenes sobre eso, que no somos zoquetes de madera que Dios mueve a su
capricho.19 Somos humanos, capaces de anhelar a Dios y de responderle
a él. Y al referirse a ese anhelo nuestro, Clemente no se refería a un anhelo
sencillo. Mucho más, él dijo que tenemos que estar dispuestos a sufrir
“persecuciones interiores”. El mortificar a nuestros deseos carnales no va a ser
fácil, y si no estamos dispuestos a sufrir en el corazón, luchando contra
nuestros pecados, Dios no va a brindarnos el poder de vencerlos20
(Romanos 8.13; 1 Corintios 9.27).
Algunas personas podrán molestarse por esta enseñanza de los cristianos
primitivos. Pero como dijo Jesús: “Aunque no me creáis a mí, creed a las obras”
(Juan 10.38). Antes de menospreciar la enseñanza de aquellos cristianos, tenemos
que proponer otra buena explicación de su poder. No podemos negar el hecho de
que tenían un poder extraordinario. Aun los romanos paganos tenían que admitir
eso. Como Lactancio declaró: “Cuando la gente ve que hay hombres lacerados de
varias clases de torturas, pero siempre siguen indomados aun cuando sus verdugos
se fatigan, llegan a creer que el acuerdo entre tantas personas y la fe indómita
de los moribundos sí tiene significado. [Se dan cuenta de] que la perseverancia
humana por sí sola no podría resistir tales torturas sin la ayuda de Dios. Aun
los ladrones y hombres de cuerpo robusto no pudieran resistir torturas como
éstas. . . . Pero entre nosotros, los muchachos y las mujeres delicadas—por no
decir nada de los hombres—vencen sus verdugos con silencio. Ni siquiera el fuego
los hace gemir en lo mínimo. . . . Estas personas—los jóvenes y el sexo
débil—soportan tales mutilaciones del cuerpo y hasta el fuego aunque hubiera
para ellos escape. Fácilmente pudieran evitar estos castigos si así lo desearan
[al negar a Cristo]. Pero lo soportan de buena voluntad porque confían en Dios.”21
No hemos visto toda la historia
Resumiendo, la iglesia de hoy puede aprender varias lecciones valiosas de los
cristianos primitivos. Tres factores los ponían en condiciones para vivir como
ciudadanos de otro reino, como un pueblo de otra cultura: (1) La iglesia los
apoyaba; (2) el mensaje de la cruz; y (3) la creencia que el hombre tiene que
colaborar con Dios para poder alcanzar la santidad de vida.
Yo
hubiera podido terminar aquí este libro, y hubiera sido un retrato inspirador de
los cristianos históricos. Pero en tal caso hubiera relatado sólo la mitad de la
historia. La historia completa necesita decirse. Con todo, le advierto de
antemano que el resto de la historia pueda dejarlo inquieto. A mí me dejó así.
Los capítulos
Introducción
1 El prisionero
2 Los cristianos primitivos
3 Ciudadanos de otro reino
4 La cuestión de cultura
5 ¿Por qué tuvieron éxito?
6 Acerca de la salvación
7 Acerca de la predestinación y el libre albedrío
8 Lo que el bautismo significaba
9 La prosperidad: ¿una bendición?
10 El Nuevo Testamento y el Antiguo
11 ¿Quién entiende mejor?
12 ¿Se falsificaron las enseñanzas?
13 Cómo el cristianismo primitivo se destruyó
14 Los muros restantes se derrumban
15 El cristiano más influyente
16 ¿Fue la Reforma un retorno al cristianismo primitivo?
17 El renacimiento del cristianismo primitivo
18 ¿Qué quiere decir para nosotros?
Diccionario biográfico
Notas del texto