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El dios del ego

 Hay un problema que ha azotado al hombre desde el principio de la creación. Todo empezó cuando el hombre tomó la decisión de hacer su propia voluntad en lugar de obedecer al mandato de Dios. Nos referimos al problema del “yo” o el “ego”.

La palabra ego viene del latín, y el diccionario la define de la siguiente forma: “La parte del ser humano que piensa, que siente, y que actúa; que es consciente de sí misma: consciente de que es distinta de los otros seres a su alrededor”. Podemos decir que es la parte interior, la parte céntrica del ser humano. Es la parte que distingue a un ser humano de otro.

La palabra “egoísta” se deriva de la palabra ego, y un diccionario le da esta definición: “El nombre puesto a los que seguían a Des Cartes, que tenían la opinión que no podían confiar en ninguna cosa fuera de su propia existencia y en las operaciones e ideas de su propia mente”. En un sentido informal, podemos decir que el ego es una preocupación desmedida por uno mismo; es vanidad o presunción.

El ego es la tendencia del hombre a considerarse el centro del universo. Él se considera el más importante y cree que todo gira alrededor de sí y de sus intereses. Es un amor desmedida por sí mismo. Hay otro término derivado de la palabra ego que es egolatría. Esta palabra significa “culto a sí mismo”. Todos sabemos que la tendencia del ser humano es elevarse a sí mismo a un nivel que él sea el Dios de nuestra vida.

Dios estableció muy al prin­cipio de su trato con su pueblo el hecho de que sólo el Dios creador y verdadero debe tener cabida en el corazón de sus hijos. Cuando Dios le entregó los diez mandamientos a Moisés en el desierto, el primero de los diez decía: “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20:3). Como Creador y Sustentador de toda la creación, él es el único Dios que merece adoración y lealtad. Él es Dios celoso y no puede permitir que otro dios comparta el trono con él. Dios sigue diciendo en el versículo cinco de Éxodo 20: “No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen”. El conflicto se ha dado porque el ego del hombre no quiere humillarse bajo el mando de otro, y compite por la posición de más alta autoridad en la vida de la persona.

Cuando Satanás llegó a Eva en el huerto de Edén, lo atractivo de su oferta era la promesa de satisfacer el deseo del ego al tomar el fruto prohibido. Adán y Eva habían estado satisfechos con sujetarse al mandamiento de Dios y no pensaban desviarse de él. Pero cuando Satanás sembró la duda en Eva y le despertó el ego, su pensamiento cambió. Ella empezó a dudar de la autoridad única del Dios verdadero en su vida. Quizá se hizo preguntas semejantes a las que vemos en la ilustración:

En ese momento, el ego empezó a tomar fuerza sobre el Dios verdadero y ella tomó la decisión de ponerse a sí misma en el trono de su corazón y hacer a un lado la autoridad de Dios en su vida. Por un momento el conflicto se dio entre el ego y Dios, compitiendo por el trono de su vida: pero al fin, por decisión de él, ganó el ego. Era puso a Dios y su mandamiento a un lado y siguió lo que a ella le agradaría. El resultado de esa desobediencia descarada es la naturaleza pecaminosa con la que todo ser humano nace y con la que no puede agradar a Dios (Romanos 5:12). Este conflicto sigue en pie desde ese día para acá, y hay millones de personas que han quedado destrozadas al haber permitido que el dios del ego los domine.

 

¿Cómo se manifiesta el dios del ego?

El ego se manifiesta de muchas maneras en nuestra vida pero queremos notar sólo algunas de ellas.

El ego tiende a querer dominar la conversación cuando estamos hablando con otra persona. La conversación gira alrededor de sí mismo; lo que yo he hecho, lo que puedo hacer, o lo que pienso, es decir, mi mundo. Cuando la otra persona trata de meter sus ideas, yo la interrumpo y sigo hablando de mis logros e ideas. El ego piensa en sí mismo. No tiene tiempo para otros. El ego también se manifiesta cuando yo me enojo o me impaciento con otras personas por cualquier cosa. Fácilmente me irrito y siento que están abusando de mis derechos. Eso no complace al ego, sino que me molesta y me irrita.

El ego se muestra cuando no acepto el consejo o la corrección que otra persona me quiere dar, y cuando no me gusta que otros se metan en mi vida. El ego es autosuficiente y no desea que otros interfieran con su agenda.

El ego también se manifiesta en el hecho de que no puedo perdonar a otro por algún mal que me ha hecho. En lugar de perdonar, el ego guarda rencor por muchos años, a veces por toda la vida, y piensa que está haciéndole un mal al otro en retribución por lo que el otro hizo. El ego no sabe que el daño mayor se lo está haciendo a sí mismo.

 

¿Qué podemos hacer con este dios del ego?

Jesús nos enseña claramente que el requisito para seguirle a él es negarnos a nosotros mismos: “Si alguno quiere venir en pos de niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mateo 16:24). No nos habla necesariamente de privarnos de cosas que quisiéra­mos tener, aunque pudiera incluir eso, sino de una manera de vivir que él requiere de sus seguidores. Es un principio que debemos aplicar a nuestra vida en todo momento. El seguidor de Cristo debe renunciar a las demandas de su antiguo EGO porque éste ha sido crucificado junto con Cristo. “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí...’” (Gálatas 2:20). Ahora vivimos bajo un nuevo principio... un nuevo estilo... un nuevo rey que gobierna nuestra vida. Es Jesucristo el que gobierna nuestra vida y no nosotros mismos. Alguien dijo así: “Nadie puede hacerse más daño que amarse a sí mismo mas que a Dios”. Jesús dijo: “El que no toma su cruz y sigue en pos de mí no es digno de mí” (Mateo 10:38). En Juan 12:25 Jesús nos dice: “El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardara”. Para llevar fruto, el grano de trigo tiene que morir primero (Juan 12:24).

Hermano, si somos sinceros con nosotros mismos, tenemos que reconocer que una de las luchas más tenaces en nuestra vida es la lucha contra el ego (contra la carne, contra el egoísmo), y a favor de dejar que Dios tome completo control de nuestra vida.

Aun después de haberlo crucificado, el ego vuelve a aparecer y es necesario volver a tratar con él. El apóstol Pablo dice que él muere diariamente (1 Corintios 15:31). Es algo con lo que tenemos que tratar continuamente, pero de ello depende, en gran parte, que logremos la victoria cristiana en nuestra vida. Es un hecho que el ego milita constan­temente en contra de Jesucristo para que no ocupe el trono.

Para lograr la victoria sobre el ego en nuestra vida, recordemos que tenemos que tomar una decisión. Cuando nos enfrentamos con una situación hagámonos la pregunta: ¿Qué es lo que más le agradaría a Dios? ¿Qué le causaría una sonrisa de aprobación? No debemos basar la decisión sobre lo que nos complace a nosotros mismos. La diferencia entre estas dos opciones es determinada precisamente por quién está en el trono de nuestra vida. ¿Quién está al mando? Hermano, no puedes esperar el éxito de tu vida espiritual si hay competencia para el trono de tu vida. Dios no comparte el trono con otro. Si le das lugar al ego, Dios se aparta de ti, y frustras su plan para tu vida.

En conclusión, quiero hacerles unas preguntas personales:

 

1.      ¿Quién está en el trono de tu vida?

2.      En tu relación con los demás, ¿qué se manifiesta en cuanto al ego? ¿Está muerto o vivo?

3.      ¿Has tratado de servir al Señor y a la vez mantener el “yo” vivo y en pie?

4.      ¿Has sentido la frustración continua de fracasos, choques, derrotas y conflictos? ¿Está crucificado tu ego?

5.      ¿Has pensado sacar lo que puedes de la religión y a la vez mantener lo tuyo?

6.      ¿Sientas tú que todo el mundo está en tu contra? Pudiera ser que el ego está en pie.

 

Jesús dijo que no podremos ser sus discípulos se no estamos dispuestos a tratar con el dios del ego. Para ser sus discípulos tenemos que crucificar el ego y sepultarlo.

--Duane Nisley