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El amor hacia los enemigos
y la no resistencia
Sabes cómo se arranca un automóvil? Se hace un movimiento a la derecha con la llave, y entonces un pequeño motor eléctrico, inducido por el acumulador, hace que el motor dé vueltas y “zaaaas”, se arranca, ¿verdad?
¿Has visto que el acumulador que induce la corriente al pequeño motor eléctrico tiene dos polos opuestos, un polo positivo y otro negativo? Bueno, ahora medita en esto a continuación: ¿Cuál de esos polos es el más importante? ¿Acaso es el positivo? Pues, por ahí pasa la corriente para arrancar el automóvil.
Sin embargo, si piensas que el positivo es el más importante, prueba esto: Desconecta la línea negativa del acumulador para ver lo que pasa cuando se acciona con la llave. ¿Qué pasa? ¡Nada! Ni vueltas, ni ruido, ¡ni nada!
De este ejemplo aprendemos dos verdades:
1. El polo positivo es la fuente del poder que impulsa el motor de arranque. Sin embargo…
2. El polo positivo necesita de la influencia estabilizadora del polo negativo para poder descargar su fuerza.
Con estas dos verdades en mente, ahora abre tu Biblia en Romanos 13.9. En este versículo aparece una lista de leyes del Antiguo Testamento. Allí dice: “No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás…” ¿Te fijaste en lo que dice? Todas estas leyes son leyes negativas: “No hagas esto, no hagas aquello…”
Pero el mismo versículo continúa diciendo: “Y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” Entonces el versículo 10 dice: “El amor no hace mal al prójimo”. ¡Ah!, ¿de manera que se trata del “polo positivo” de las leyes negativas? ¡Exacto! Y ¿cuál es? Es el amor. El amor es la fuente de donde sale la fuerza para hacer lo bueno.
En el Antiguo Testamento, Dios restringió las tendencias malas entre su pueblo aprovechando la influencia estabilizadora de mandamientos negativos. Lo cierto es que cada uno de los diez mandamientos es negativo. Pero tenemos que reconocer que estos mandamientos negativos jamás constituyeron el fin del propósito de Dios para su pueblo. Más bien por medio de ellos, Dios preparó a su pueblo para recibir el poder positivo del amor ágape, el amor neotestamentario. Y de esta misma forma es que Dios nos prepara hoy día para hacer su voluntad. En conclusión, es de primordial importancia que no olvides las dos verdades a continuación:
1. Dios te ha dado mandamientos negativos para que sirvan como una influencia estabilizadora en tu vida, un punto de partida. Sin embargo…
2. Debes reconocer que la única fuente de poder para agradar a Dios es el amor de Dios que “ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo” (Romanos 5.5).
Tal vez, al leer hasta este punto, te hagas la pregunta: ¿Qué tiene que ver todo esto con el título de este artículo? ¡Ya verás!
A. El amor sobrenatural hacia los enemigos
Los versículos en Mateo 5.38–48 forman parte de lo que llamamos el “Sermón del Monte”. En estos versículos, Jesús nos llama a un nivel de vida más alto, más profundo y más fructífero que el del Antiguo Testamento.
En todo el mundo no se halla enseñanza semejante a la de este sermón. Existen muchos estudiantes de la Biblia que creen que Jesús realmente no hablaba en serio, sino en figuras o un lenguaje simbólico. Muchos creen que él no espera que cumplamos al pie de la letra estas enseñanzas. Pero Jesús previó este argumento de los hombres y lo refutó rotundamente al terminar su sermón aquel día. (Véase Mateo 7.24–27.)
Y ahora, tú vas a ver cómo lo del polo negativo y positivo se relaciona con el título de este artículo…
Analicemos tres mandamientos negativos tomados del decálogo en Éxodo 20 y vamos a compararlos con tres mandamientos positivos dados por Jesús en el pasaje en Mateo 5.38–48. Al hacer esto, nosotros vamos a ver que la ley de Moisés (el polo negativo) restringió las malas acciones de las personas, mientras que Jesús cambia el corazón. Jesús da un poder sobrenatural, (el polo positivo).
1. Polo negativo: “No matarás” (Éxodo 20.13)
Polo positivo: “Amad a vuestros enemigos” (Mateo 5.44)
En el Antiguo Testamento, Dios prohibió que su pueblo cometiera asesinato. Él les mandó: “No matarás”. Y qué ley más buena, ¿verdad? Además, a fin de prevenir el asesinato, la ley prescribió un castigo severo para los que cometían este pecado: las personas que lo hicieran también eran castigadas con la muerte.
Jesús sabía todo esto. Pero él no se contentó con restringir las acciones, sino que él tocó el motivo de esas acciones: el odio. Él dijo: “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos.”
¿A quién? ¡Sí, a nuestros enemigos! Jesús nos enseña en términos inequívocos que cuando vemos que esa persona que nos insulta y ofende a cada rato tiene problemas económicos, entonces nosotros debemos desear que se resuelvan sus problemas. Incluso no sólo eso, sino que debemos poner de nuestra parte para ayudar a tal persona si dependiera de nosotros. Si vemos que esa persona tiene éxito en sus negocios, entonces debemos estar alegres por ello. Esto es lo que significa amar a nuestro enemigo. Pues, ¿cómo es posible? Se requiere un poder sobrenatural, el poder que sólo el Espíritu Santo puede dar a quien esté dispuesto a hacer la voluntad de Dios.
Además, Jesús dijo: “Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra” (Mateo 5.38–39).
¡No me digas! Sí, aquí Jesús nos enseña algo totalmente contrario a nuestra naturaleza. El Señor nos enseña no sólo a renunciar a nuestro derecho de defendernos, sino que él nos enseña a responderle con una acción positiva a la persona que nos golpea: ¡debemos presentarle otro lugar donde golpear!
No cabe duda alguna: tal acción exige un amor sobrenatural. Veamos el siguiente:
2. Polo negativo: “No hurtarás” (Éxodo 20.15)
Polo positivo: “Al que te pida, dale” (Mateo 5.42)
En el Antiguo Testamento, Dios restringió la codicia del hombre con esta ley de no robar. Además, él frenó el pecado de robar con un castigo bien fuerte para los que robaban: ellos tenían que devolver cuatro o cinco veces más de lo que habían robado (véase Éxodo 22.1).
Pero, Jesús no se contentó con proveer para nosotros, sus discípulos, sólo el polo negativo. Él nos armó con un arma potente: a la persona que nos quiera robar algo, no sólo le permitimos que se lo lleve, sino que le ofrecemos otra cosa además de la que desea llevarse.
¡Qué raro! Pero aquí está lo que dijo Jesús: “Al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses.”
¿Acaso es posible vivir así con nuestros enemigos? ¿Lo has probado? Seguramente esto aquí va en contra de tu razonamiento humano. Pero ni tu razonamiento humano ni el mío es la palabra de Jesús.
Ahora veamos el otro:
3. Polo negativo: “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio” (Éxodo 20.16)
Polo positivo: “Bendecid a los que os maldicen” (Mateo 5.44)
En el Antiguo Testamento, cuando una persona acusaba falsamente a otra, Dios tenía un buen remedio: El que acusaba falsamente recibía el mismo castigo que pensaba echar sobre el otro (véase Deuteronomio 19.18–19). Así se restringía la calumnia en aquel tiempo.
Pero en el Nuevo Testamento, Jesús no se contenta sólo con que sus discípulos se abstengan de calumniar; él nos receta un remedio positivo: “Bendecid a los que os maldicen”.
Además de bendecir a los que destruyen nuestra buena reputación, Jesús increíblemente nos encarga dos tareas más: nosotros debemos hacerles bien y orar por ellos. ¡Imagínate!
No podemos hacer ninguna de estas cosas sin tener amor. Y sin lugar a duda, amar así a los que nos hacen mal y nos persiguen no es un amor natural; es un amor sobrenatural. Es un amor que recibimos sólo del mismo Espíritu de Dios.
B. Una confianza completa en Dios
Los tres mandamientos de Jesús que acabamos de analizar, por muy positivos que sean, me llevan a unas conclusiones negativas:
1. Jesús no me permite defenderme en la vida diaria (“No resistáis al que es malo”).
2. Jesús no me permite unirme a las fuerzas armadas de ningún país (“Amad a vuestros enemigos”).
3. Jesús no me permite llevar ante el tribunal al que me roba (“Al que quiera (...) quitarte la túnica, déjale también la capa”).
Sin ningún lugar a duda, para ser discípulo de Cristo se requiere de una confianza completa en Dios.
Por ejemplo, ¿cómo no voy a defenderme si viene uno para hacerme daño? Quizá peor todavía, ¿cómo no voy a defender a mi familia si llega uno a mi casa para hacerles daño a ellos? Tales preguntas levantan dentro de mí una tormenta de emociones que me hacen ver como pura locura las palabras de Jesús…
Pero de pronto reconozco que estas preguntas carnales dentro de mí no toman en cuenta el cambio revolucionario que Jesús obra en nuestros corazones cuando perdimos nuestra vida para hallarla en él. Este cambio se explica con pocas palabras: Para nosotros como creyentes, lo que tiene valor verdadero ya no es lo físico, sino lo espiritual.
Por difícil que sea reconocerlo, las tres conclusiones de arriba (no defenderme, no pelear en las fuerzas armadas, no llevar ante el tribunal al ladrón) se refieren a lo físico y material, no a lo espiritual. Es por eso que Jesús no permite que sus seguidores peleen sobre estas cosas. Si se tratara de peligros espirituales, entonces sí lucharíamos… espiritualmente.
En 2 Corintios 10.4 el apóstol Pablo expone claramente el carácter espiritual de nuestra guerra. Él dice: “Las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios”. Y en Efesios 6.12 dice lo siguiente: “No tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad”. Al convertirnos en cristianos entramos en las fuerzas armadas, pero no en las de este mundo. Nuestras armas son armas espirituales: la verdad, la justicia, el evangelio, la fe, la salvación, la palabra de Dios y la oración (véase Efesios 6.13–18).
Para no defendernos nada en lo físico y material se requiere un cambio de perspectiva y una confianza completa que Dios sabe lo que es mejor para nosotros. En Lucas 12.4–5, Jesús lo resumió en una manera muy clara que no puedo contradecir ni entender de otra manera: “No temáis a los que matan el cuerpo, y después nada más pueden hacer. Pero os enseñaré a quién debéis temer: Temed a aquel que después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno; sí, os digo, a éste temed.”
Y tú, ¿a quién vas a temer? Yo por mi parte voy a temer a Dios y tener confianza en él.
C. Prueba de nuestra descendencia espiritual
Jesús terminó este tema diciendo: “…para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5.45). Luego, él explicó lo que quería decir con eso. Jesús quería decir que podemos escoger ser como nuestro Padre Dios o podemos escoger ser como los pecadores. Ahora yo deseo darte un resumen de los puntos principales acerca de la explicación de Jesús:
Ø Dios es bueno con los malos, no sólo con los buenos: “[Dios] hace salir su sol sobre malos y buenos, y (...) hace llover sobre justos e injustos” (Mateo 5.45).
Ø Si hacemos sólo lo natural, o sea, si amamos sólo a los que nos aman, somos como cualquier persona incrédula. Ellos también aman a sus amigos (véase Mateo 5.46).
Ø Si saludamos sólo a nuestros hermanos y no a nuestros enemigos, somos iguales a cualquier persona incrédula. Ellos también son cordiales para con sus amigos (véase Mateo 5.47).
Ø Dios es perfecto en cuanto a su amor para con sus enemigos (lo que éramos nosotros antes de conocer al Señor Jesús). Él quiere ayudarnos para que nosotros también amemos perfectamente a nuestros enemigos (Mateo 5.48).
Pero, ¿verdaderamente serán para hoy estas enseñanzas de Jesús? Bueno, al final de su discurso, Jesús explicó indiscutiblemente que él espera que nosotros practiquemos hoy lo que enseñó aquel día. He aquí las palabras del mismo Sermón del Monte:
“Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina” (Mateo 7.24–27).
Yo no quiero que mi casa espiritual caiga cuando venga la tormenta. Allí en el mismo centro de mi corazón yo entiendo qué es lo que tengo que hacer para preparar una casa firme que me acogerá cuando falle esta casa física... mi cuerpo. Y yo sé que por difícil que sea, valdrá la pena que yo me prepare para ello ahora.
Y tú, ¿qué harás con estas enseñanzas de Jesús?
—Rodney Q. Mast
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