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Segunda parte-El gran tropiezo
La vida bajo la influencia de dos reinos
Ser un ciudadano del reino de Dios no es fácil. Lo que lo hace particularmente difícil es que el reino de Dios, a diferencia de todos los demás reinos, no domina de forma exclusiva ninguna extensión geográfica. De manera que sus ciudadanos siempre viven bajo dos gobiernos: el reino de Dios y uno de los reinos del mundo. ¿Cuál gobierno deben obedecer los cristianos?
La situación no es diferente a la de un ciudadano de los Estados Unidos que vive en un país extranjero. Suponga que Joe Americano, un ciudadano de los Estados Unidos, se mudara a Alemania y consiguiera un trabajo allí. ¿Acaso el hecho de ser un ciudadano de los Estados Unidos lo eximiría de obedecer las leyes alemanas? De ninguna manera. Si él viola las leyes de transito alemanas, no será exonerado porque sea un extranjero. Si Joe asalta un banco, será procesado según las leyes alemanas. Y, por lo tanto, enfrentará la prisión en Alemania. Además, aunque Joe sea un ciudadano americano, si él trabaja en Alemania tendrá que pagar impuestos en Alemania.
Por otra parte, aunque sea un extranjero, Joe Americano también tiene varios derechos bajo las leyes alemanas. Él tiene derecho a la protección de la policía, lo mismo que un ciudadano alemán. Él puede acudir a los tribunales alemanes para presentar una demanda. Y si él trabaja en Alemania, recibe la protección de las mismas disposiciones de seguridad de su centro de trabajo que recibiría cualquier ciudadano alemán.
Nuestra situación como ciudadanos del reino de Dios es prácticamente idéntica a la situación de Joe. Aunque somos ciudadanos del reino de Dios, tenemos que obedecer las leyes del lugar donde residimos. Las escrituras dejan esto bien claro: “Por causa del Señor someteos a toda institución humana, ya sea al rey, como a superior, ya a los gobernadores, como por él enviados para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen bien. Porque esta es la voluntad de Dios: que haciendo bien, hagáis callar la ignorancia de los hombres insensatos” (1 Pedro 2.13–15).
Aunque somos ciudadanos del reino de Dios, no vemos a los gobiernos terrenales como fuerzas hostiles e ilegítimas. Esto se debe a que entendemos que los reinos del mundo derivan su autoridad de parte de Dios. Las escrituras son bien claras en cuanto a esto: “Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos” (Romanos 13.1–2).
Una de las aparentes ironías de ser un ciudadano del reino de Dios es que para ser obedientes a Cristo, primero tenemos que ser obedientes al César. De hecho, por lo general los ciudadanos del reino de Dios son más concienzudos en lo que se refiere a obedecer las leyes de los gobiernos terrenales que aquellas personas cuya única ciudadanía está aquí en la tierra.
El conflicto de los reinos
Ahora bien, volvamos por un momento a nuestro ejemplo de Joe Americano que vive en Alemania. ¿Qué tal si las leyes de Alemania entran en conflicto con las leyes de los Estados Unidos? Por ejemplo, ¿qué tal si, para obedecer las leyes de Alemania, Joe tuviera que cometer un acto desleal contra los Estados Unidos? En ese caso, Joe tendría que decidir dónde quiere él su ciudadanía permanente. Ya que cuando surja un conflicto, él no podrá obedecer a ambos gobiernos. Él tendrá que elegir.
Para ilustrar esto mejor, supongamos que Alemania y los Estados Unidos entran en guerra. ¿Tendría los Estados Unidos la autoridad de reclutar a Joe en sus filas aunque él viva en un país extranjero? Desde luego. ¿Tendría Alemania la autoridad de reclutar a Joe, aunque él no es un ciudadano alemán? Sí, por supuesto. ¿Podrá Joe consentir en su reclutamiento por parte del ejército alemán y prestarle juramento militar a Alemania? ¡No si él desea continuar siendo un ciudadano americano! Él no puede servir a dos amos. Él tendría que decidir cuál gobierno será su amo absoluto y cuál recibirá sólo una obediencia relativa.
Dad a Dios lo que es de Dios
A partir de la lectura de los pasajes anteriores de Romanos 13, algunas personas han terminado creyendo que los gobiernos terrenales bajo cuya influencia vivimos tienen todo derecho sobre nosotros. Ellos creen que debemos toda nuestra lealtad, y hasta nuestras propias vidas, a la nación en la cual vivimos. Sin embargo, las escrituras nunca dicen esto.
Nunca debemos olvidar la respuesta de Jesús cuando los fariseos y los herodianos le preguntaron si era lícito dar tributo al César. Él les dijo: “Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22.21).
Por favor, note que los fariseos y los herodianos no le habían preguntado a Jesús por Dios. Ellos sólo le habían preguntado por el tributo. Al traer a Dios a colación, Jesús demostró que estos interrogadores tenían una visión muy corta. Sus corazones estaban enfocados en las cosas de este mundo, no en las cosas eternas. Por supuesto, ellos debían dar tributo al César. ¿Por qué? Porque su imagen estaba grabada en sus monedas. Dios no acuñó aquellas monedas. Fue el César quien lo hizo. Así que, denle a él lo que ya es de él.
Pero, ¿qué tal de nosotros los humanos? ¿Qué imagen está impresa en nosotros? ¿Acaso la imagen del César? No. Dios nos creó a su imagen. Nosotros pertenecemos a él. Por lo tanto, Dios tiene el derecho supremo sobre nuestras vidas. El César sólo tiene derecho sobre las cosas que él ha creado. Él no ha creado nuestros cuerpos ni nuestras almas. Por tanto, él no tiene derecho sobre ninguna de las dos cosas.
En Romanos 13, Pablo nos dijo que nos sometamos a las autoridades superiores o gobernantes. Pero luego él pasa a describir las áreas de sujeción a las cuales se está refiriendo: “Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra. No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley” (Romanos 13.7–8).
Por favor, note que Pablo sólo menciona las cosas terrenales: tributo, impuestos, respeto y honra. Todas estas cosas están en el mundo del César. Resulta muy notable el hecho de que Pablo no mencionó el servicio militar entre las cosas que les debemos a las autoridades gobernantes.
Como he destacado anteriormente, la mayoría de los gobiernos terrenales no están satisfechos solamente con lo que es del César. Ellos también desean lo que es de Dios. Ellos creen que tienen derecho a la lealtad absoluta e incondicional de todos sus ciudadanos. Ellos incluso se creen dueños de las vidas de sus ciudadanos y, en gran medida, sus almas. Pero como Tertuliano preguntó: “¿Cuáles cosas serán de Dios si todas las cosas son del César?”1
En realidad, ¿qué les queda a la mayoría de los cristianos profesos para darle a Dios? Ellos, como de costumbre, le han dado sus vidas, su dinero, su juventud, sus almas y su lealtad incondicional al César. ¿Qué les queda para darle al reino de Cristo? Nada, salvo algunas migajas de sobra: sus diezmos y unas pocas horas semanales de su tiempo. ¡Y creen que eso será aceptable para Jesús!
Cuando el César quiere lo que es de Dios
Entonces, ¿qué debemos hacer si las leyes del César y las leyes de Dios entran en conflicto? Bueno, en lo esencial estamos en la misma posición que Joe Americano en nuestro ejemplo. Él tiene que decidir a cuál país le rendirá su lealtad absoluta: Alemania o los Estados Unidos. Él no puede darle su lealtad absoluta a ambos países. Asimismo, los ciudadanos del reino de Dios tienen que decidir a cuál reino rendirle su lealtad absoluta, el de Dios o el del César.
Los apóstoles fueron puestos a prueba con relación a este mismo asunto. Jesús les había encomendado anunciar las buenas nuevas del reino. Sin embargo, las autoridades judías los arrestaron y les ordenaron no predicar más acerca de Jesús. Ahora bien, estas autoridades judías no eran ningún tipo de renegados usurpando la autoridad gubernamental. Entre ellos estaba el sumo sacerdote, cuya posición había sido directamente establecida por Dios. Y el gobierno romano aceptaba su autoridad en asuntos de la religión judía.
Pero nada de esto cambiaba las cosas. Los apóstoles habían recibido sus órdenes de Jesús, a quien ellos reconocían como su Rey y a quien ellos le dieron su lealtad absoluta. De modo que ellos le respondieron a las autoridades judías: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hechos 4.19–20). Y al ser liberados, los apóstoles fueron directo a las calles y continuaron predicando.
Las autoridades pronto los volvieron a llamar para intimidarlos: “¿No os mandamos estrictamente que no enseñaseis en ese nombre?” Pero Pedro y los otros apóstoles les respondieron: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5.28–29).
¿Qué debemos aprender nosotros de su ejemplo? Debemos aprender que si queremos convertirnos en ciudadanos del reino de Dios y mantener nuestra ciudadanía, nuestra lealtad será primeramente para su reino. No hay lugar para titubeos cuando se trata de decidir a quién obedecer cuando los mandamientos de nuestro Rey celestial entran en conflicto con los de los gobernantes terrenales. La respuesta es siempre la misma: tenemos que obedecer a Dios antes que a los hombres. Si queremos ser ciudadanos del reino de Dios, tendremos que reconocer que su reino es el reino predominante.
La relación de los reinos del mundo con Dios es muy similar a la relación de una corporación con el estado. Una corporación existe por medio de la autoridad del estado. Una corporación no tendría autoridad si el estado no se la hubiera conferido. ¿Quiere decir esto que el estado respalda todo lo que una corporación pudiera hacer? No. ¿Convierte esto a la corporación en socia del estado? De ninguna manera. Sin embargo, ya que el estado le ha dado autoridad a la corporación, los empleados de la corporación están obligados a obedecer a la corporación mientras sean sus empleados.
Con todo, esta obediencia es relativa. Si la corporación les ordena a sus empleados que hagan algo ilegal, el estado espera que ellos desobedezcan a la corporación. De lo contrario, enfrentarán cargos criminales. El hecho de que la corporación les haya ordenado hacer algo ilegal no los protege.
De la misma manera, el reino de Dios es el estado predominante cuando hay un conflicto entre las leyes de Dios y las leyes del hombre. Las leyes del hombre deben ceder ante las leyes de Dios, no al contrario. Jesús no perdonará la desobediencia a sus leyes sólo porque algún gobernante terrenal tenga la arrogancia de pedir algo de sus ciudadanos que Jesús ha declarado ilegal.
Esto es similar a la relación de las leyes de cada estado con la constitución de los Estados Unidos. Cada estado tiene la autoridad de legislar leyes con relación a una gama extensa de asuntos. Y las personas que residen en ese estado tienen que obedecer tales leyes. Pero, ¿qué tal si una ley de un estado entra en conflicto con una de las estipulaciones de la constitución? En ese caso, la constitución deja sin efecto la ley del estado, nunca lo contrario. Asimismo, las leyes de Dios siempre dejan sin efecto las leyes opuestas del hombre. Si el César ordena hacer una cosa pero Dios ordena hacer otra, la ley de Dios prevalece, no la del hombre. Esta es una de las reglas cardinales del reino de Dios.
Amemos a nuestros enemigos
Aparte de la persecución religiosa, las leyes del César y las leyes de Cristo probablemente entran en conflicto más a menudo en el área de la no resistencia. Por ejemplo, un gobierno terrenal le dice a un joven que él tiene que alistarse en las filas de las fuerzas armadas, tomar las armas y matar a los enemigos de su país. Sin embargo, nuestro Rey ya nos ha ordenado que amemos a nuestros enemigos y que no los aborrezcamos. Sean budistas, musulmanes o ateos, difícilmente podemos matarlos y aun así afirmar que los amamos. Así que no podemos obedecer a Cristo y al César.
Si las leyes de Cristo no nos permiten matar a los incrédulos, cuánto más nos prohíben matar a nuestros hermanos cristianos. Sin embargo, en casi todas las guerras libradas por los norteamericanos o los europeos en los últimos 1.700 años ha habido cristianos profesos en ambos bandos. Si un gobierno extranjero le ordenara a un norteamericano que luche contra sus conciudadanos norteamericanos y los mate, la mayoría de los norteamericanos se negarían a hacerlo. No obstante, si un gobierno terrenal le ordenara a un cristiano que luche contra sus hermanos cristianos de otro país y los mate, la mayoría de los cristianos profesos lo harían.
Nuestra lealtad absoluta no puede pertenecer a dos reyes. Cuando un cristiano mata a un conciudadano del reino de Dios simplemente porque algún gobernante terrenal se lo ha ordenado, está demostrando que su lealtad absoluta es para su gobernante terrenal. Él pone el bienestar de su país por encima del bienestar del reino de Dios y la hermandad de Cristo.
Pero, lo que es más, la negativa de un cristiano a portar armas no se aplica solamente a las guerras que involucran a otros cristianos. Jesús nos dijo que amemos a nuestros enemigos. Si nos negamos a tomar las armas sólo contra nuestros conciudadanos del reino, no nos diferenciamos en mucho del mundo. La gente del mundo también se niega a tomar las armas contra sus conciudadanos. Unirnos al reino de Dios significa que vamos un paso más allá que el mundo: amamos a nuestros enemigos así como también a nuestros hermanos.
Honremos al gobierno
Debido a las enseñanzas de Jesús sobre la no resistencia y el amor a nuestros enemigos, algunos cristianos tienen la idea errónea de que los cristianos deben oponerse y despreciar a los soldados y a los oficiales de la policía. Sin embargo, ese no es el caso. Jesús y sus apóstoles fueron siempre respetuosos para con los soldados con quienes se encontraron. Las escrituras nos dicen que Dios les ha confiado la espada a los gobiernos de este mundo. Mientras que el reino de Dios no necesita de las fuerzas militares, los gobiernos de este mundo normalmente sí las necesitan. Las enseñanzas de Jesús son para su reino. Él no pretendía que un gobierno de este mundo pudiera operar sin la espada del poder.
Por esa razón, yo siempre trato de mostrarles cortesía y respeto a los soldados y a los oficiales de la policía. De hecho, pienso que una de las auténticas injusticias sociales en nuestra sociedad es el bajo salario que los soldados reciben. Ellos soportan toda clase de dificultades y arriesgan hasta sus propias vidas en beneficio de sus conciudadanos. Sin embargo, ellos se encuentran casi en el lugar más bajo de la escala salarial. En el año 2003, el salario básico para un soldado norteamericano con un año de servicio era sólo $15.480,00. Esto es apenas un poco más que el salario promedio de un ujier de cine norteamericano ($14.144,00) y de una persona encargada de ayudar a los niños a cruzar la calle ($15.080,00).2
Por supuesto, me encantaría ver a todos los soldados inscritos en el ejército del reino de Dios y no en los ejércitos de este mundo. Sin embargo, esta es una decisión a la que ellos deben llegar por sí mismos. Pero, mientras estén sirviendo al pueblo de su país en nombre de su gobierno, ellos merecen respeto, no burla. Y al mismo tiempo merecen que su gobierno les pague en proporción a los sacrificios que ellos están llamados a hacer.
Notas finales
1 Tertuliano On Idolatry cap. 15; ANF, Tomo III, 70.
2 “Survey: U. S. Pays Soldiers Less Than $16K,” en http://www2.hrnext.com/Article.cfm/Nav/5.0.
Introducción
El reino que trastornó el mundo - Introducción
Primera Parte
El reino de valores trastornados
4 ¿Has hecho ya el compromiso del reino?
5 Un cambio en nuestro concepto de las riquezas
6 Un nuevo estándar de honradez
7 Las leyes del reino sobre el matrimonio y el divorcio
Segunda parte
El gran tropiezo
10 Pero, ¿no dicen las escrituras que…?
11 ¿Qué tal de los reinos del mundo?
12 La vida bajo la influencia de dos reinos
14 ¿Nos hace esto activistas en pro de la paz y la justicia?
15 ¿Ha vivido alguien así en la vida real?
16 ¿Es este el cristianismo histórico?
Tercera parte
¿Cuál es el evangelio del reino?
17 El camino de Jesús a la salvación
20 El reino no puede permanecer en secreto
Cuarta parte
Nace un híbrido
21 ¿Qué le pasó al evangelio del reino?
23 ¿Acaso estaba Dios cambiando las reglas?
24 Cómo desaparecieron las enseñanzas de Jesús
25 La era de oro que nunca tuvo lugar
26 Agustín: apologista del híbrido
27 ¡Falsificación en el nombre de Cristo!
Quinta parte
Cuando ser un cristiano del reino era ilegal
31 Los valdenses se encuentran con los reformistas suizos
33 La bandera del reino se levanta de nuevo