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La era de oro que nunca tuvo lugar
Ya he hablado bastante de los aspectos negativos del híbrido constantiniano. Pero sería un error pensar que no hubieron aspectos beneficiosos también. La Iglesia nunca habría mordido el anzuelo si todo hubiera sido malo. Por tanto, echémosle un vistazo a algunos de estos aspectos beneficiosos.
El cambio visible y más inmediato que el nuevo híbrido trajo consigo fue la legalización del cristianismo. El estado favoreció el cristianismo y eximió a la propiedad de la Iglesia del pago de impuestos. Además, Constantino hizo del domingo un día feriado, facilitándole a la población asistir a la adoración los días domingo. Él también declaró ilegal todas las prácticas ocultas.1
El rápido auge del cristianismo, particularmente en la esfera pública, estuvo acompañado por la rápida decadencia y el exterminio final del paganismo clásico. Aunque Constantino toleró la adoración pagana y declaró la libertad de adoración para todos (excepto para los herejes), prohibió que los funcionarios del estado hicieran ofrendas paganas en nombre del estado. Él también retiró los fondos para la posterior construcción de templos paganos, y convirtió algunos templos en iglesias.
En el ámbito social, Constantino promulgó una ley que les ofrecía ayuda financiera pública a las familias pobres, para que éstas no siguieran la práctica común de abandonar a los infantes no deseados para que murieran. Él prohibió los crueles combates de los gladiadores en muchas ciudades, cerró los teatros lascivos y declaró ilegal la prostitución. Constantino también prohibió el concubinato, castigó el adulterio e hizo que el divorcio fuera más difícil de obtener.2
El lado oscuro del híbrido
Creo que Constantino verdaderamente quería mejorar la sociedad romana y prohibir las cosas que eran ofensivas para Dios. Sin embargo, él no era un cristiano nacido de nuevo. Él era un hombre “de este mundo”. Por lo tanto, la única manera que él conocía para lograr sus objetivos era por medio de los métodos del mundo, los cuales a menudo resultaron crueles y brutales. Por ejemplo, Constantino hizo que el acoso sexual y la seducción se convirtieran en delitos mucho más graves de lo que habían sido anteriormente. Eso fue bueno. Pero las penas que impuso a estos delitos fueron horribles: quemar viva a la persona acusada, hacer que las bestias salvajes la despedazaran en el anfiteatro, o derramar plomo fundido en su garganta.3
Además, Constantino y sus funcionarios continuaron practicando rutinariamente las torturas, tal y como sus predecesores paganos lo habían hecho. De hecho, con el paso de los años, Constantino degeneró en un gobernante cruel y autocrático que derrochó los fondos públicos como un marinero embriagado. Para pagar sus muchos gastos, Constantino recargó a la gente con algunos de los impuestos más altos que el Imperio jamás había experimentado.4
La codicia por el poder
Como ya hemos comentado, Jesús nos dijo que tenemos que renunciar a todo. Tenemos que renunciar a todas las cadenas que nos mantienen atados a la tierra. Tenemos que renunciar a todas las posesiones que nos hacen estar ansiosos, a cada tesoro por el cual nuestros corazones pudieran sentir afecto. Y el poder terrenal es igualmente una posesión como lo son el oro y la plata. Éste es tan embriagador como las riquezas, para no decir que es más. Una vez que las personas beben su primer trago de poder, por lo general desean más. Muy pronto, están dispuestas a hacer prácticamente cualquier cosa para mantener el poder que poseen. No sólo eso; de ser posible, tratan de incrementar su poder. Esa es una de las razones que explica por qué los cristianos de los primeros tres siglos exigían de los altos funcionarios del gobierno que renunciaran a sus cargos si deseaban convertirse en cristianos.
Constantino amó el poder terrenal y fue despiadado en su deseo de proteger su poder. Por ejemplo, él instituyó un sistema de espías a través de todo el Imperio para que lo mantuvieran al corriente de cualquier crítica, cualquier posible adversario y de cualquier preparativo para una rebelión. Si sus espías acusaban a alguien de deslealtad a Constantino, las autoridades tomaban al acusado y lo llevaban a la fuerza a Milán o Constantinopla para que enfrentara los cargos. Si no había suficiente evidencia en su contra, los carceleros torturaban al acusado hasta que confesara su “crimen”. El hecho de que el acusado fuera cristiano no cambiaba para nada la situación.
Como ya he mencionado, Constantino y su cuñado Licinio habían proclamado en conjunto el Edicto de Milán en el año 313. Constantino gobernaba el Imperio Romano Occidental y Licinio gobernaba el Oriental. Pero Constantino realmente no deseaba un Imperio dividido. Su ambición era gobernar todo el Imperio Romano. Y Constantino temía que Licinio pudiera tener la misma ambición.
Por tanto, en el año 324, Constantino invadió el territorio gobernado por Licinio. Constantino justificó esto ante la Iglesia alegando que Licinio había comenzado a perseguir a los cristianos nuevamente.5 A diferencia de todas las guerras romanas anteriores, en ésta guerra contra Licinio los soldados cristianos participaron en la propia matanza. Constantino les pidió a los obispos de la Iglesia que acompañaran a su ejército y oraran por ellos durante la batalla. Él también hizo que se construyera una cruz enorme como un estandarte de batalla, la cual sus soldados cargaron como un talismán que aseguraría la victoria.6
Finalmente, las tropas de Constantino resultaron victoriosas y Constantino tomó prisionero a Licinio. Ahora él era el único gobernante del Imperio Romano. Y proclamó que Dios había obrado todo lo sucedido:
Sin duda, no se puede considerar arrogancia en alguien que haya recibido beneficios de Dios, que los reconozca en los términos más sublimes de alabanza. Yo mismo, pues, fui el instrumento cuyos servicios él escogió. Yo fui a quien él consideró apto para cumplir su voluntad. (…) Por medio de la ayuda del poder divino, yo eliminé y quité completamente toda forma de maldad que prevalecía. Esto fue hecho con la esperanza de que el género humano, el cual había sido iluminado por medio de mis esfuerzos, fuera restituido al debido cumplimiento de las santas leyes de Dios. Y también para que nuestra más bendita fe pudiera prosperar bajo la dirección de su mano todopoderosa.7
Después de su victoria sobre Licinio, Constantino le hizo una promesa solemne a su hermana, Constancia, la esposa de Licinio. Le prometió que le permitiría a Licinio pasar el resto de su vida en paz y tranquilidad. Él incluso confirmó esta promesa con un juramento. Sin embargo, en menos de un mes, Constantino mandó que ejecutaran a Licinio.8 Él no pudo permitirle vivir a ningún adversario potencial.
No obstante, ya había adversarios potenciales en todas partes. De manera que Constantino no se detuvo con Licinio. Muy pronto, Constantino asesinó a su propio hijo, Crispo. Posteriormente, asesinó a un sobrino que en su opinión podría desear su trono. Aparentemente, Constantino incluso asesinó a su segunda esposa, Fausta, temiendo que ella pudiera estar conspirando en su contra.9 Sin embargo, la Iglesia hizo la vista gorda y evitó condenar a Constantino, o tan siquiera reprenderlo, por cualquiera de estos asesinatos.
En su lecho de muerte, Constantino legó el Imperio Romano a sus tres hijos sobrevivientes (Constancio, Constante y Constantino II) y a sus dos sobrinos mayores. Los cinco eran cristianos. ¡Roma continuaría siendo un imperio cristiano! Sin embargo, esos cinco hombres, sin excepción, compartían la ambición de Constantino por el poder. De modo que al poco tiempo después de haber muerto Constantino, su hijo Constancio asesinó a los dos sobrinos que también habían de ser gobernantes, y masacró prácticamente a todos los varones por parte de su familia.
Con los dos sobrinos fuera de su camino, los tres hijos de Constantino se dividieron el Imperio entre ellos. ¡Sin duda, ahora podría haber paz, ya que estos hombres eran hermanos de sangre y cristianos! Pero el nuevo cristianismo no se comportó de ninguna manera como el auténtico cristianismo del reino. Ninguno de los tres hermanos estaba satisfecho con tener sólo la tercera parte del Imperio. Poco después, Constantino II invadió Italia para apoderarse de la parte del Imperio que había sido dada a su hermano Constante. Sin embargo, Constantino II murió en el intento. Esta situación dejó solamente a dos gobernantes de los cinco que había originalmente. Constante gobernó el Imperio Romano Occidental y Constancio gobernó el Oriental.
Pero ni siquiera esta sencilla división de poder duró mucho tiempo. Pronto, un general llamado Magnensio derrocó a Constante y se apoderó del Imperio Occidental. No obstante, él no estuvo satisfecho con solamente poseer el Imperio Occidental. Deseando dominar todo el Imperio, él y sus ejércitos atacaron a Constancio, el único hijo sobreviviente de Constantino. Esta vez, Magnensio fue derrotado y huyó a Gales. Esto dejó a Constancio como el único emperador.10
Pero, ¿dónde estaba la era de oro que se suponía que el cristianismo traería al Imperio? Hubo más guerras civiles en los primeros cincuenta años del nuevo Imperio Romano “cristiano” que en los primeros doscientos años del Imperio Romano pagano. Los primeros emperadores paganos habían traído doscientos años de estabilidad, prosperidad y paz, la Pax Romana. Los primeros emperadores cristianos trajeron un período de guerras civiles interminables, impuestos agobiantes y la rápida decadencia del Imperio.
Valentiniano
Después de la muerte de Constancio, un sobrino de Constantino llamado Juliano se convirtió en el nuevo Emperador. Juliano fue uno de los pocos miembros de su familia que logró escapar de la masacre llevada a cabo por Constancio el hijo de Constantino. Él había visto suficiente del “cristianismo” en acción y no quería nada que ver con él. De manera que, aunque toleró a los cristianos, Juliano trató de revivir el paganismo clásico en el Imperio. Pero sus esfuerzos fracasaron.
Un año después de la muerte de Juliano, un cristiano “fiel” de la Iglesia llamado Valentiniano fue proclamado como el nuevo emperador. Como cristiano católico, Valentiniano vivió una vida casta, y promovió muchas leyes loables. Por ejemplo, él estableció un médico público en cada uno de los catorce distritos de Roma para que cuidara de los pobres. Él permitió la libertad de religión para los paganos, los judíos y los cristianos de todos los credos.11 La vida bajo el gobierno de Valentiniano debió haber sido la era de oro que los cristianos estaban esperando. Sin embargo, no fue así.
Al igual que los emperadores cristianos que le precedieron, Valentiniano nunca vivió un solo día sin el temor de que alguien le asestara un golpe y le arrebatara su preciado trono. Por tanto, al igual que Constantino, él hizo uso de espías para tratar de detectar cualquier deslealtad, particularmente de aquellos que podían convertirse en adversarios potenciales. Valentiniano medía la eficacia de sus gobernadores y magistrados de acuerdo a la cantidad de ejecuciones que estos llevaran a cabo en sus tribunales. Los espías y los enemigos políticos a menudo presentaban cargos infundados incluso contra ciudadanos respetables. Las confesiones que se obtenían por medio de las torturas crueles eran consideradas como evidencia sólida contra los acusados. Muchas familias ricas quedaron desamparadas y centenares de senadores, jefes y filósofos padecieron muertes ignominiosas en mazmorras malsanas y cámaras de tortura.12
Los ciudadanos inocentes en todas partes vivían atemorizados de que alguien por cualquier razón los acusara de traición. Valentiniano adoptó la posición de que la sospecha equivalía a la prueba cuando se tratara de deslealtad a su mandato.13 La ofensa más mínima o imaginaria podría resultar en la amputación de la lengua de un ciudadano o en que fuera arrojado vivo en la hoguera. Un historiador hizo la observación de que las palabras que más usó Valentiniano fueron: “decapítenlo”, “quémenlo vivo” y “golpéenlo con porras hasta que muera”.14 Él podía observar tranquilamente a los ciudadanos torturados retorcerse en agonía y no sentir compasión por ellos en absoluto. Tampoco sintió que esto de alguna manera violara sus creencias cristianas.15
Finalmente, el propio carácter descontrolado de Valentiniano significó su ruina. Uno de sus funcionarios había invitado a un rey bárbaro a un banquete, pero luego de forma traicionera lo asesinó en el mismo banquete. En respuesta a este acto, la tribu bárbara del rey asesinado tomó represalias contra los romanos, saqueando varias provincias romanas.
En lugar de disculparse por el asesinato y de obrar en aras de la reconciliación, Valentiniano dirigió a sus ejércitos romanos contra los bárbaros y obtuvo una venganza sangrienta. Cuando los embajadores de los bárbaros vinieron a la tienda de campaña de Valentiniano para pedir clemencia, Valentiniano se enfureció tanto con ellos que su rostro se tornó casi de color púrpura. Valentiniano les gritó a los mensajeros a más no poder. Sin embargo, debido a su furia, un vaso sanguíneo de su cerebro se rompió y murió instantáneamente.16
La caída de Roma
Uno de los mitos históricos más duraderos es que Roma cayó debido a que entró en vicios paganos, en orgías frecuentes y en entretenimientos sanguinarios. He leído a muchos escritores cristianos que señalan a Roma como una lección de lo que le sucederá a los Estados Unidos si no restablece la moralidad bíblica.
Sin embargo, Roma no cayó cuando fue gobernada por los paganos. Cuando Roma cayó, las peleas de gladiadores habían sido declaradas ilegales y una estricta moralidad del Antiguo Testamento había sido impuesta sobre la población. Lo que es más, casi toda la población estaba compuesta por cristianos.17
¿Y ante quienes sucumbió Roma? La representación popular nos da la imagen de
hordas de bárbaros salvajes, semidesnudos y adoradores de Thor, trepando los
muros de Roma en masa y masacrando a todos los que se encontraban a su paso.
Pero esto también es un mito. Los pueblos germánicos que conquistaron Roma no
eran salvajes ni poco civilizados.
Eran medio romanos en su cultura, y muchos de ellos habían sido aliados y hasta
protectores del Imperio. Lo que es más, ellos también eran cristianos profesos.18
La era de oro que se suponía que florecería en esta etapa nunca se realizó. A decir verdad, el Imperio Romano ya se encontraba en decadencia cuando los cristianos lo heredaron. Con todo, los cristianos no demostraron ser mejores gobernantes que sus predecesores paganos. En lugar de resolver los problemas, los emperadores cristianos sólo los empeoraron. Sus impuestos agobiantes y sus interminables luchas internas aceleraron la decadencia que había comenzado bajo los emperadores paganos del siglo III, hasta que finalmente cayó todo el Imperio Occidental.
Esencialmente, los cristianos de principios del siglo IV habían cambiado el reino de Dios por el reino de este mundo. Esto tiene que figurar como uno de los peores negocios de todos los tiempos, junto con el cambio que hizo Esaú de su primogenitura por un poco de guisado. Pero al menos Esaú se comió el guisado. Los cristianos no sólo perdieron el reino de Dios, sino también el Imperio Romano.
Los acontecimientos que tuvieron lugar desde el ascenso al trono de Constantino en el año 312 hasta el derrocamiento del último emperador del Imperio Occidental en el año 476 debió haberles dado a los cristianos mucho en que pensar. Los emperadores romanos paganos habían resultado victoriosos en la mayoría de sus guerras, pero no así los emperadores cristianos. Cristo es el Príncipe de paz. En ese caso, ¿por qué pudieron los emperadores paganos, incluso los malvados como Calígula y Nerón, mantener la Pax Romana y los emperadores cristianos no pudieron? ¿Por qué no sólo había sobrevivido el Imperio, sino que también había florecido bajo los emperadores paganos del primer y segundo siglos, mientras que cayó bajo los gobernantes cristianos del cuarto y quinto siglos?
Ya para el año 476, debió haber sido obvio que el híbrido constantiniano no era de Dios.
El modelo del híbrido
Pero la caída de Roma no llevó a la Iglesia al arrepentimiento. Tampoco llevó al híbrido constantiniano a su fin. De hecho, la Iglesia se convirtió en la institución dominante de la Edad Media. El modelo social del híbrido continuó a través del período medieval: los pecados sexuales, la hechicería, el aborto y los entretenimientos lascivos fueron condenados (aunque, en lo referente a la inmoralidad sexual, la nobleza no se ajustó a los mismos parámetros). La acumulación de riquezas, la prestación de juramentos y la matanza en la guerra fueron consideradas aceptables. Ese fue el modelo en los tiempos de Constantino, ese fue el modelo durante la Edad Media… y ese ha sido el modelo en la mayoría de los gobiernos “cristianos” hasta nuestros días.
Notas finales
1 Philip Schaff, History of the Christian Church. 8 tomos. (Grand Rapids: William B. Eerdmans Publishing Company, 1910) Tomo III, 33–35.
2 Schaff 107–125.
3 Gibbon 252.
4 Gibbon 380.
5 Eusebio, Constantine, Libro II, cap. 3; Schaff, 500.
6 Eusebio, Constantine, Chaps. 7–9.
7 Eusebio, Constantine, Chaps. 24–29.
8 Gibbon 258.
9 Gibbon 380.
10 Gibbon 382.
11 Gibbon 470–472.
12 Gibbon 476.
13 Gibbon 477.
14 Gibbon 478.
15 Gibbon 478.
16 Gibbon 509.
17 Lynn H. Nelson, “The Later Roman Empire,” http://www.ku.edu/kansas/medieval/108/lectures.
18 Gibbon 562–619. Véase también Vincent Bridges, “Arthur and the Fall of Rome,” http://www.sangraal.com/library/arthur1.htm.