Quinta parte
Cuando ser un cristiano del reino era ilegal
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El reino clandestino
En la cuarta parte de este libro analizamos en detalle el híbrido constantiniano: lo que creía la Iglesia híbrida y cómo actuaba. También vimos cómo actuó el estado “cristianizado”. En esta última parte del libro veremos cómo el reino de Dios continuó a pesar de la caída espiritual de la Iglesia institucional.
¿Qué tiene que ver el emperador
con la iglesia?
Anteriormente, notamos los orígenes de los donatistas. Y vimos que sus orígenes no fueron particularmente heroicos. Ellos querían los nuevos beneficios que Constantino le estaba ofreciendo a la Iglesia institucional. Ellos tampoco vacilaron en pedirle al Emperador que interviniera en su disputa eclesiástica.
Sin embargo, resultó ser una bendición que todas las decisiones judiciales resultaran en contra de los donatistas. Pues esto los obligó a retroceder y reevaluar en qué se había convertido la Iglesia institucional. Sus ojos fueron abiertos y se dieron cuenta de que la Iglesia ya no era un cuerpo santo. Más bien, ésta se había convertido en una institución mundana que ahora promovía a los ricos y a los poderosos. A consecuencia de esto, los donatistas perdieron completamente su interés original de obtener la aceptación del Emperador. Como el propio Donato dijo: “¿Qué tiene que ver el emperador con la iglesia?”1 De modo que ahora los donatistas comenzaban nuevamente a centrar su atención en el reino de Dios.
El donatismo estuvo limitado casi exclusivamente a África del Norte. Allí existió junto con la Iglesia institucional o católica. Sin embargo, había una diferencia notable entre los dos. Los católicos tendían a ser urbanos, mejor educados y más ricos. Los donatistas, por su parte, provenían principalmente de entre los pobres. En esto, ellos se parecieron mucho a casi todos los “movimientos del reino” desde el tiempo de Constantino hasta los tiempos modernos.
El estilo de vida del reino dentro
de la Iglesia
Sin embargo, sería un error pensar que los únicos cristianos del reino después de la época de Constantino fueron los que formaban parte de grupos parecidos a los donatistas. A decir verdad, hubo otras iglesias del reino, tales como los novacianos. Pero muchos cristianos del reino permanecieron dentro de la Iglesia Católica.
Aunque la Iglesia Católica Romana siguió a Agustín en la mayoría de sus enseñanzas, no aceptó sus enseñanzas sobre la predestinación. Por esa razón, en muchos lugares ella continuó enseñando la necesidad de vivir en obediencia a Cristo. Pero en lugar de apoyar completamente las enseñanzas del reino de Jesús, la Iglesia Católica las relegó al ámbito del “perfeccionismo”. La Iglesia enseñaba que sólo los que querían ser “perfectos” tenían que vivir literalmente las enseñanzas de Cristo. Hay que señalar a su favor que la Iglesia alentó tal “perfeccionismo” cristiano, en tanto que éste permaneciera bajo el control de la Iglesia. A consecuencia de esto, hubo decenas de miles de cristianos medievales que vivieron de manera muy literal las enseñanzas de Jesús.
Muchos de estos cristianos, tales como Francisco de Asís y Tomás de Kempis, siguieron un estilo de vida del reino bajo los auspicios de algún tipo de orden espiritual o comunidad. Ellos vivieron vidas tranquilas de oración, servicio y amor. Otros cristianos del reino eran campesinos rurales analfabetos, bien alejados de los centros de poder y la sofisticación mundana. Otras eran amas de casa que vivían las enseñanzas de Jesús en un ambiente familiar.
Por supuesto, hubo muchas personas cuya vida externa se asemejó bastante a la de los cristianos del reino, pero que no tuvieron una relación genuina con Cristo. Algunos esperaron ganarse su entrada al cielo viviendo una vida ascética. Muchos fueron hipócritas e impostores. Aun así, no faltaron los verdaderos cristianos del reino.
El enfrentamiento entre el reino y la Iglesia
Como ya he dicho, por lo general la Iglesia Católica no tenía inconveniente en que alguien viviera una vida del reino… siempre y cuando esa persona no hiciera nada que perturbara el sistema religioso existente. Sin embargo, cuando los cristianos del reino comenzaban a predicar el mensaje del reino o trataban de reformar la Iglesia, el martillo de la Iglesia era duro con ellos.
Un ejemplo de esto lo fue Arnaldo de Brescia, un clérigo italiano que trató de reformar la Iglesia mundana del siglo XII. Él sostuvo que todos los miembros del clero, desde el Papa hasta el sacerdote del pueblo, debían vivir como vivieron los apóstoles. Él tildó a algunos del clero de “cambistas y cuevas de ladrones”. También condenó el sistema papal por haber perdido la visión total de la verdadera misión apostólica. Arnaldo predicó que la Iglesia debería despojarse de todo poder secular y dedicarse exclusivamente al evangelio de Cristo.2
¿Cuál fue la reacción de la Iglesia? El Papa hizo que ahorcaran a Arnoldo y que luego lo quemaran. Sus cenizas fueron lanzadas al Río Tíber que pasa por Roma.
Casi al mismo tiempo que Arnaldo se encontraba predicando en Italia, un pobre sacerdote aldeano se encontraba viajando descalzo a través de todas las ciudades y pueblos del sur de Francia, predicando el reino de Dios. Pierre de Bruys, como se llamaba, atrajo una gran multitud de seguidores de entre los pobres. Él enseñaba que los templos eran un derroche extravagante. La iglesia, decía él, es una comunidad espiritual que no necesita de edificios para existir. También enseñaba que las obras hechas en beneficio de los muertos son inútiles. Además, él predicaba en contra de la misa romana y de las oraciones repetitivas. Pierre de Bruys les decía a sus oyentes que ellos no deberían venerar o adorar la cruz o las imágenes. De hecho, él los alentaba a que destruyeran cualquier objeto de idolatría.3
Pierre les leía los cuatro evangelios a sus oyentes y les predicaba el verdadero reino de Dios. Desgraciadamente, algunos de sus seguidores no abrazaron completamente la doctrina de la no resistencia. Estos destruyeron altares e imágenes, quemaron crucifijos y destruyeron iglesias. Al igual que la mayoría de los maestros del reino durante la Edad Media, Pierre finalmente fue quemado por sus adversarios católicos.
Un último ejemplo de un predicador del reino medieval fue Henri de Lausana, quien viajó a través del norte de Francia a principios del siglo XII, predicando el reino de Dios. Él no sólo predicaba el mensaje del reino, sino que también atacaba fuertemente al clero rico. Él les decía a sus oyentes que no asistieran a las iglesias católicas. Sus predicaciones y censuras enardecidas atrajeron a una gran cantidad de partidarios de entre los pobres. Finalmente, la Iglesia usó el poder de la nobleza para expulsar a Henri del norte de Francia.
Luego Henri viajó a través del sur de Francia y el norte de Italia, animando a los cristianos en todas partes a que regresaran a la sencillez de los apóstoles y de la iglesia primitiva. En lugar de depender de la autoridad de la Iglesia, Henri citaba el Nuevo Testamento como su única autoridad. Él les decía a los cristianos que ellos debían confesar sus pecados los unos a los otros. Además, que no era necesario obtener penitencia ni absolución de un sacerdote. Miles y miles de los pobres respondieron al mensaje de Henri y centraron sus vidas en Jesús y su reino.
Aproximadamente a mediados del siglo XII, Henri de Lausana desapareció de los archivos históricos. Si él fue capaz o no de mantenerse apenas a salvo de los cazadores de herejes y continuar predicando, no lo sabemos. Sin embargo, lo que sí sabemos es que sus predicaciones dieron mucho fruto.4
Rasgos comunes
Ya fueran individuos discretos o miembros de uno de los movimientos medievales del reino, los cristianos del reino durante la Edad Media por lo general tuvieron dos rasgos en común:
En primer lugar, la vasta mayoría de ellos procedían de las clases pobres e incultas. No es de extrañarse que Jesús dijera: “Bienaventurados los pobres”. Ellos tenían poco interés en este mundo, de manera que era poco lo que tenían que dejar atrás. Verdaderamente, el reino de los cielos sí les pertenecía. Apartados de toda sofisticación y minuciosidad teológica, ellos pudieron ver el sencillo mensaje del reino que aparece tan claramente en los evangelios. Como Jesús dijo: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños” (Mateo 11.25).
En segundo lugar, ellos derivaron su autoridad únicamente del Nuevo Testamento, especialmente de las enseñanzas directas de Jesús. Algunos de los cristianos del reino tuvieron una formación teológica formal, pero la mayoría no la tuvo. Por lo general, estos cristianos del reino habían leído o escuchado una y otra vez las enseñanzas de Jesús, y las llevaron a la práctica muy literalmente.
Y precisamente de eso se ha tratado, desde sus inicios, el cristianismo del reino.
Notas finales
1 Tim Dowley, ed., Eerdmans’ Handbook to the History of Christianity (Grand Rapids: William B. Eerdmans Publishing Company, 1977) 202–203.
2 Martin Erbstösser, Heretics in the Middle Ages (Leipzig: Druckerei Fortrschritt Erfurt, 1984) 80–81.
3 Erbstösser 83.
4 Erbstösser 85.