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La
nueva
Sion
en Ginebra
Después de la conferencia en Chanforans, Guillermo Farel se trasladó a Ginebra, donde se hizo amigo de un joven predicador muy dotado llamado Juan Calvino. Farel persuadió a Calvino para que escribiera el prefacio de la nueva traducción reformada que los valdenses habían consentido en usar. Farel también convenció a Calvino para que se quedara en Ginebra y dirigiera la Reforma allí. Pronto Ginebra se convirtió en el centro de la Reforma Suiza.
Al igual que Zwinglio, Calvino aceptó el híbrido constantiniano sin reservas. En lugar de conducir a Ginebra de regreso al evangelio del reino, Calvino deseó establecer en Ginebra un estado similar al Israel del Antiguo Testamento. Todos los ciudadanos del estado tendrían que aceptar la Reforma y asistir a los cultos. Y el estado estaría activamente involucrado en la obra de establecer y mantener una doctrina “verdadera” y una vida piadosa. Para aquellos que apoyaban fuertemente a Calvino, esto era un sueño hecho realidad.
Sin embargo, para los que no estaban de acuerdo con Calvino ni con sus reformas, esto era un reino de terror. Para mantener la disciplina sobre la población, los reformistas de Ginebra establecieron un cuerpo conocido como el consistorio. Éste estaba compuesto de todos los pastores en la ciudad, junto con doce presbíteros. Los ciudadanos que se opusieran a la doctrina de Calvino o que no asistieran a los servicios de la Iglesia eran citados ante el consistorio para que fueran disciplinados.1 El consistorio emprendió su tarea con gran entusiasmo. Para ello, varios funcionarios fueron ubicados en varios distritos de la ciudad con el objetivo de vigilar la conducta de la población. Estos funcionarios civiles denunciaron a cualquier persona ante la más mínima infracción. Ellos interrogaban a los niños a fin de obtener información acerca de sus padres.2
Si alguna persona era sospechosa de oposición al régimen de Calvino, las autoridades inmediatamente registraban su hogar en busca de alguna evidencia que les incriminara. Si no se encontraba ninguna prueba sólida, por lo general las autoridades torturaban a los sospechosos para hacerlos confesar. Sus confesiones entonces eran tomadas como evidencias incontrovertibles de su culpabilidad. Ahora permítame compartirle algunos ejemplos:
En junio de 1546, alguien dejó una nota anónima en el púlpito de la iglesia de San Pedro en Ginebra que condenaba a los predicadores reformistas y amenazaba con vengarse de ellos. El gobierno de la ciudad inmediatamente entró en acción. Las autoridades arrestaron, sin más fundamento que una sospecha arbitraria, a un librepensador irreverente llamado Jacques Gruet. Luego registraron su domicilio. Sin embargo, ellos no encontraron ninguna evidencia que lo relacionara con la nota anónima. No obstante, cuando las autoridades revisaron las notas privadas de Gruet, encontraron unas pocas que contenían comentarios críticos sobre Calvino. Eso fue suficiente para convertir a Gruet en un criminal. De manera que lo torturaron espantosamente hasta que él “confesó” su crimen. Luego lo decapitaron.3
Unos meses más tarde, un predicador de la Reforma llamado Jean Trolliet criticó la doctrina de Calvino de la doble predestinación según se enseñaba en la obra de Calvino Los fundamentos de la religión cristiana. Trolliet señalaba que la doctrina de Calvino, en esencia, convertía a Dios en el autor del pecado. Dicha doctrina pretendía decir que Dios estaba castigando a los malvados aun cuando había sido su decisión hacerlos malvados. Sin embargo, Calvino se negó a discutir el asunto con Trolliet o con cualquier otra persona. En su lugar, él respondió de forma altanera que las doctrinas en su Fundamentos fueron puestas en su mente por Dios. Después de esto, Calvino hizo que desterraran de Ginebra judicialmente a Troillet.4
La quema de los herejes
Calvino le había enviado una copia de su Fundamentos de la religión cristiana a un pensador español llamado Miguel Servet. Servet era un científico y geógrafo dotado. De hecho, él fue la primera persona en describir de manera acertada el aparato circulatorio humano. Siendo un hombre de muchos intereses, Servet también escribió algunas obras teológicas. Estas obras contienen tanto observaciones bien fundamentadas como especulaciones erróneas. Al enviarle a Servet una copia de su obra teológica, Calvino esperaba “enderezarlo”.
Servet leyó la obra de Calvino, y escribió en el margen varias notas, críticas y refutaciones a medida que leía. Tres de las cosas que él criticó eran las enseñanzas de Calvino sobre el bautismo de infantes, la predestinación, y la explicación de Calvino acerca de la Trinidad. Aunque Servet creía en la deidad de Cristo, su comprensión de la Trinidad estaba un poco confusa y definitivamente era incorrecta en algunos puntos. Luego Servet le envió de nuevo a Calvino su Fundamentos, con todos los comentarios que él había hecho. Enfurecido, Calvino comentó que si alguna vez Servet venía a Ginebra, nunca saldría vivo de la ciudad.5
Sin embargo, la Inquisición atrapó a Servet antes que Calvino lo hiciera. Lo arrestaron en Francia (adonde él había huido) y lo sentenciaron a ser quemado en la hoguera como un hereje. No obstante, Servet escapó de la prisión y se dirigió a Italia. Rumbo a Italia, Servet imprudentemente pasó por Ginebra. Él pensó que sería interesante escuchar a Calvino predicar. Pero Calvino reconoció a Servet y ordenó su arresto. Luego las autoridades lo echaron en una horrible mazmorra sin ninguna fuente de luz o calor y con poca comida.6
En su juicio, a Servet se le negó el derecho a un abogado.7 Las autoridades lo acusaron de cuarenta artículos de herejía. La mayoría de estos artículos tenían que ver con la Trinidad, pero otros estaban relacionados con el hecho de que él negaba el bautismo de infantes y enseñaba que los niños pequeños son inocentes y sin pecado hasta que llegan a una edad de más entendimiento. El cargo que formularon contra Servet también lo acusaba de hacer comentarios insultantes contra la teología de Calvino. El juez no le permitió a Servet que explicara o defendiera ninguna de las cosas que había escrito.
Luego de escuchar la evidencia, las autoridades de Ginebra condenaron a Servet a morir quemado en la hoguera por sus enseñanzas heréticas, a pesar de que él ni siquiera era un ciudadano de Ginebra, sino que sólo pasaba por allí. Guillermo Farel, el hombre que había persuadido a los valdenses para que se unieran a la Reforma, acompañó a Servet al lugar de la ejecución, regañándolo en voz alta todo el tiempo por su herejía.
Cuando llegaron al lugar donde Servet iba a morir, Farel le advirtió a la multitud de observadores: “Aquí ustedes pueden ver el poder que posee Satanás cuando él tiene a un hombre en su poder. Este hombre es un sabio destacado, y tal vez él creía que estaba actuando correctamente. Pero ahora está poseído completamente por Satanás, tal y como él puede poseerlos a ustedes si caen en sus trampas”.8
Los verdugos entonces encadenaron a Servet a la hoguera y amontonaron haces de leña a su alrededor. Casi la mitad de la leña estaba verde, por lo que Servet sufrió una muerte lenta y agonizante… mientras la multitud disfrutaba del espectáculo.
Aunque Calvino había recomendado que Servet fuera ejecutado de otra manera que no fuera en la hoguera, él no usó su influencia para impedir que fuera quemado. De hecho, meses más tarde, Calvino escribió: “Muchos me han acusado de semejante crueldad feroz que (afirman ellos) a mí me gustaría matar nuevamente al hombre que he destruido. No sólo permanezco indiferente a sus comentarios, sino que me regocijo en el hecho de que ellos me escupen en la cara. (…) Quienquiera que ahora argumente que es injusto darle muerte a los herejes y a los blasfemadores incurrirá en la misma culpa de ellos a sabiendas y de buena gana”.9
No puedo evitar preguntarme qué pensaban los valdenses acerca de todas estas cosas. Hacía sólo unas décadas, ellos habían sido la presa perseguida y los que estaban siendo quemados en la hoguera. Ahora ellos eran parte de un movimiento que hacía lo mismo con los demás.
¿Qué ganó la Reforma?
¿Qué había ganado la Reforma suiza? A decir verdad, en los cantones reformados, la reforma había limpiado a las iglesias de la gran mayoría de las añadiduras de Roma a la escritura: La adoración a María, las imágenes, los santos, los papas y cardenales, las peregrinaciones y otras añadiduras no bíblicas. Y eso fue maravilloso. Sin embargo, Zwinglio, Farel y Calvino no hicieron nada por extender las enseñanzas del reino de Jesús.
De hecho, la teología reformada era en algunos aspectos más opuesta al evangelio del reino que la teología de Roma. Como ya hemos analizado, Roma había relegado las enseñanzas del reino de Jesús al ámbito del “perfeccionismo”. Si un cristiano quería dar el paso extra de alcanzar la perfección cristiana, debía vivir estas enseñanzas. En cambio, Calvino convirtió en algo totalmente irrelevante las enseñanzas de Cristo sobre el reino.
Bajo la doctrina calvinista de la predestinación, no importa si una persona vive las enseñanzas de Jesús o no. Pues absolutamente nada de lo que la persona haga puede afectar el destino que Dios ya ha determinado para él. Lo que es más, Calvino, al igual que Agustín, negaba específicamente que Jesús hubiera introducido alguna moral nueva o enseñanzas nuevas sobre el estilo de vida más allá del Antiguo Testamento. Al escribir en contra de los cristianos del reino de su tiempo, Calvino dijo:
El único subterfugio que queda (…) es afirmar que nuestro Señor requiere una mayor perfección en la iglesia cristiana de la que él requirió del pueblo judío. Ahora bien, esto es cierto en lo que respecta a las ceremonias. Pero que hay una norma de vida distinta con relación a la ley moral (…) que la que tuvo el pueblo de Dios en la antigüedad… esto es una opinión falsa. (…)
Por tanto, mantengamos esta posición: que con relación a la verdadera justicia espiritual, o sea, con relación a un hombre fiel que anda con buena conciencia, e íntegro delante de Dios tanto en su ocupación como en todas sus obras, existe una guía completa y clara en la ley de Moisés, a la cual sencillamente debemos aferrarnos si deseamos seguir el sendero correcto. Así que, cualquiera que añada o quite algo de la misma excede los límites. Por tanto, nuestra posición es clara e infalible.
Adoramos al mismo Dios que adoraron los padres de la antigüedad. Tenemos la misma ley y norma que ellos tuvieron, la cual nos muestra cómo dominarnos a nosotros mismos a fin de andar correctamente delante de Dios. De lo cual se deduce que una ocupación que fue considerada santa y lícita en aquel entonces, no puede prohibirse a los cristianos hoy.10
Al igual que los católicos romanos, Calvino enseñaba que la Iglesia y el gobierno civil son simplemente partes gemelas del reino de Dios. De modo que era el deber del estado establecer la fe verdadera, proteger a la Iglesia y obligar a los ciudadanos del estado a conformar sus vidas a la ley moral del Antiguo Testamento. Esto se declaró expresamente en la Segunda Confesión Helvética (Suiza) de 1566:
Realmente enseñamos que el cuidado de la religión pertenece especialmente al santo magistrado. Por tanto, permitámosle sostener la palabra de Dios en sus manos, y que tenga cuidado de que no se enseñe nada contrario a ella. Asimismo, permitámosle gobernar a la gente confiada a él por Dios con buenas leyes establecidas conforme a la palabra de Dios, y permitámosle también mantenerlas en disciplina, deber y obediencia. Permitámosle ejercer juicio juzgando correctamente. Permitámosle que no respete la persona de ningún hombre y que no acepte sobornos. Permitámosle proteger a las viudas, a los huérfanos y a los afligidos. Permitámosle castigar e incluso desterrar a los criminales, impostores y bárbaros. Porque no en vano lleva la espada (Romanos 13.4).
Por tanto, permitámosle desenvainar esta espada de Dios contra todos los malhechores, los sediciosos, los ladrones, los asesinos, los opresores, los blasfemadores, los perjuradores y contra todos los que Dios le ha encomendado castigar e incluso ejecutar. Permitámosle reprimir a los herejes rebeldes (quienes son verdaderamente herejes), quienes no dejan de blasfemar la majestad de Dios ni de perturbar y hasta destruir la Iglesia de Dios.
Y si es necesario preservar la seguridad de la gente por medio de la guerra, permitámosle librar guerra en el nombre de Dios; con tal que él primero haya buscado la paz por todos los medios posibles, y no pueda salvar a su gente de otra forma que no sea por medio de la guerra. Y cuando el magistrado hace estas cosas en fe, él sirve a Dios mediante las mismas obras que son realmente buenas, y recibe una bendición del Señor.11
Cuando algunos cristianos cuestionaron a Calvino sobre si era o no correcto que un cristiano hiciera uso de la espada en calidad de magistrado, Calvino contestó: “Pregunto, si este llamamiento a cumplir el oficio de la espada o del poder temporal es repugnante para la vocación de los creyentes, ¿cómo es posible que los jueces en el Antiguo Testamento, especialmente los buenos reyes como David, Ezequías y Josías, y hasta algunos profetas como Daniel, hicieran uso de ella?”12
Es decir, en la mente de Calvino, con la llegada del cristianismo no había cambiado nada. Todo, excepto la teología y las ordenanzas, era igual que lo que había sido en Israel. Al igual que Josías y Ezequías, los cristianos debían tratar de ocupar el cargo de magistrado de manera que pudieran proteger la verdadera religión con todos los poderes de la autoridad civil, incluyendo la espada.
Sin embargo, Jesús había dicho específicamente que sus discípulos no pelearon para protegerlo a él por la sencilla razón de que su reino no era “de este mundo”. De modo que al decir que los cristianos debían hacer uso de la espada para defenderse a sí mismos y a su Iglesia, Calvino estaba reconociendo que el reino que él buscaba proteger era de este mundo. Su Nueva Sion era un reino de este mundo, al igual que todos los reinos terrenales.
Notas finales
1 Grimm 338.
2 Grimm 325.
3 Grimm 342.
4 Rahull Nand, “John Calvin: Not So Tyrannical” en http://oprfhs.org/division/history/interpretations/2000interp/.doc.
5 “The Murder of Michael Servetus” en http://www.bcbsr.com/topics/servetus.html.
6 John F. Fulton, Michael Servetus Humanist and Martyr (Herbert Reichner, 1953) 35.
7 Philip Schaff, History of the Christian Church, Tomo VIII (Grand Rapids: William B. Eerdmans Publishing Company, 1910) 768.
8 Walter Nigg, The Heretics (Alfred A. Knopf, Inc., 1962) 328.
9 “The Murder of Michael Servetus.”
10 John Calvin, “On the Magistrate” en Treatises against the Anabaptists and against the Libertines (Grand Rapids: Baker Bk. House, 1982) 77–78.
11 “Second Helvetic Confession,” cap. XXX, reproducido en John H. Leith, ed., Creeds of the Churches (Atlanta: John Knox Press, 1973) 190–191.
12 Calvin 77.