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Martirio de Esteban
ÉSTE ES EL TESTIMONIO Y LA HISTORIA DE LA MUERTE DE ESTEBAN, TAL Y COMO LOS APÓSTOLES NOS LA DEJARON EN LAS ESCRITURAS, HECHOS 6 Y 7
Y Esteban, lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y señales entre el pueblo. Entonces se levantaron unos de la sinagoga llamada de los libertos, y de los de Cirene, de Alejandría, de Cilicia y de Asia, disputando con Esteban. Pero no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba. Entonces sobornaron a unos para que dijesen que le habían oído hablar palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios. Y soliviantaron al pueblo, a los ancianos y a los escribas; y arremetiendo, le arrebataron, y le trajeron al concilio. Y pusieron testigos falsos que decían: Este hombre no cesa de hablar palabras blasfemas contra este lugar santo y contra la ley; pues le hemos oído decir que ese Jesús de Nazaret destruirá este lugar, y cambiará las costumbres que nos dio Moisés. Entonces todos los que estaban sentados en el concilio, al fijar los ojos en él, vieron su rostro como el rostro de un ángel.
El sumo sacerdote dijo entonces: ¿Es esto así? Y él dijo: Varones hermanos y padres, oíd: El Dios de la gloria apareció a nuestro padre Abraham, estando en Mesopotamia, antes que morase en Harán, y le dijo: Sal de tu tierra y de tu parentela, y ven a la tierra que yo te mostraré. Entonces salió de la tierra de los caldeos y habitó en Harán; y de allí, muerto su padre, Dios le trasladó a esta tierra, en la cual vosotros habitáis ahora. Y no le dio herencia en ella, ni aun para asentar un pie; pero le prometió que se la daría en posesión, y a su descendencia después de él, cuando él aún no tenía hijo. Y le dijo Dios así: Que su descendencia sería extranjera en tierra ajena, y que los reducirían a servidumbre y los maltratarían, por cuatrocientos años.
Mas yo juzgaré, dijo Dios, a la nación de la cual serán siervos; y después de esto saldrán y me servirán en este lugar. Y le dio el pacto de la circuncisión; y así Abraham engendró a Isaac, y le circuncidó al octavo día; e Isaac a Jacob, y Jacob a los doce patriarcas. Los patriarcas, movidos por envidia, vendieron a José para Egipto; pero Dios estaba con él, y le libró de todas sus tribulaciones, y le dio gracia y sabiduría delante de Faraón rey de Egipto, el cual lo puso por gobernador sobre Egipto y sobre toda su casa. Vino entonces hambre en toda la tierra de Egipto y de Canaán, y grande tribulación; y nuestros padres no hallaban alimentos. Cuando oyó Jacob que había trigo en Egipto, envió a nuestros padres la primera vez. Y en la segunda, José se dio a conocer a sus hermanos, y fue manifestado a Faraón el linaje de José. Y enviando José, hizo venir a su padre Jacob, y a toda su parentela, en número de setenta y cinco personas. Así descendió Jacob a Egipto, donde murió él, y también nuestros padres; los cuales fueron trasladados a Siquem, y puestos en el sepulcro que a precio de dinero compró Abraham de los hijos de Hamor en Siquem.
Pero cuando se acercaba el tiempo de la promesa, que Dios había jurado a Abraham, el pueblo creció y se multiplicó en Egipto, hasta que se levantó en Egipto otro rey que no conocía a José. Este rey, usando de astucia con nuestro pueblo, maltrató a nuestros padres, a fin de que expusiesen a la muerte a sus niños, para que no se propagasen. En aquel mismo tiempo nació Moisés, y fue agradable a Dios; y fue criado tres meses en casa de su padre. Pero siendo expuesto a la muerte, la hija de Faraón le recogió y le crió como a hijo suyo. Y fue enseñado Moisés en toda la sabiduría de los egipcios; y era poderoso en sus palabras y obras. Cuando hubo cumplido la edad de cuarenta años, le vino al corazón el visitar a sus hermanos, los hijos de Israel. Y al ver a uno que era maltratado, lo defendió, e hiriendo al egipcio, vengó al oprimido. Pero él pensaba que sus hermanos comprendían que Dios les daría libertad por mano suya; mas ellos no lo habían entendido así. Y al día siguiente, se presentó a unos de ellos que reñían, y los ponía en paz, diciendo: Varones, hermanos sois, ¿por qué os maltratáis el uno al otro? Entonces el que maltrataba a su prójimo le rechazó, diciendo: ¿Quién te ha puesto por gobernante y juez sobre nosotros? ¿Quieres tú matarme, como mataste ayer al egipcio? Al oír esta palabra, Moisés huyó, y vivió como extranjero en tierra de Madián, donde engendró dos hijos.
Pasados cuarenta años, un ángel se le apareció en el desierto del monte Sinaí, en la llama de fuego de una zarza. Entonces Moisés, mirando, se maravilló de la visión; y acercándose para observar, vino a él la voz del Señor: Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob. Y Moisés, temblando, no se atrevía a mirar. Y le dijo el Señor: Quita el calzado de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra santa. Ciertamente he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su gemido, y he descendido para librarlos. Ahora, pues, ven, te enviaré a Egipto. A este Moisés, a quien habían rechazado, diciendo: ¿Quién te ha puesto por gobernante y juez?, a éste lo envió Dios como gobernante y libertador por mano del ángel que se le apareció en la zarza. Este los sacó, habiendo hecho prodigios y señales en tierra de Egipto, y en el Mar Rojo, y en el desierto por cuarenta años.
Este Moisés es el que dijo a los hijos de Israel: Profeta os levantará el Señor vuestro Dios de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis. Este es aquel Moisés que estuvo en la congregación en el desierto con el ángel que le hablaba en el monte Sinaí, y con nuestros padres, y que recibió palabras de vida que darnos; al cual nuestros padres no quisieron obedecer, sino que le desecharon, y en sus corazones se volvieron a Egipto, cuando dijeron a Aarón: Haznos dioses que vayan delante de nosotros; porque a este Moisés, que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido. Entonces hicieron un becerro, y ofrecieron sacrificio al ídolo, y en las obras de sus manos se regocijaron. Y Dios se apartó, y los entregó a que rindiesen culto al ejército del cielo; como está escrito en el libro de los profetas: ¿Acaso me ofrecisteis víctimas y sacrificios en el desierto por cuarenta años, casa de Israel? Antes bien llevasteis el tabernáculo de Moloc, y la estrella de vuestro dios Renfán, figuras que os hicisteis para adorarlas. Os transportaré, pues, más allá de Babilonia. Tuvieron nuestros padres el tabernáculo del testimonio en el desierto, como había ordenado Dios cuando dijo a Moisés que lo hiciese conforme al modelo que había visto. El cual, recibido a su vez por nuestros padres, lo introdujeron con Josué al tomar posesión de la tierra de los gentiles, a los cuales Dios arrojó de la presencia de nuestros padres, hasta los días de David. Este halló gracia delante de Dios, y pidió proveer tabernáculo para el Dios de Jacob. Mas Salomón le edificó casa;
Si bien el Altísimo no habita en templos hechos de mano, como dice el profeta: El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies. ¿Qué casa me edificaréis? dice el Señor; ¿O cuál es el lugar de mi reposo? ¿No hizo mi mano todas estas cosas? ¡Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos!Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros. ¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Y mataron a los que anunciaron de antemano la venida del Justo, de quien vosotros ahora habéis sido entregadores y matadores; vosotros que recibisteis la ley por disposición de ángeles, y no la guardasteis.
Oyendo estas cosas, se enfurecían en sus corazones, y crujían los dientes contra él. Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios, y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios. Entonces ellos, dando grandes voces, se taparon los oídos, y arremetieron a una contra él. Y echándole fuera de la ciudad, le apedrearon; y los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba Saulo. Y apedreaban a Esteban, mientras él invocaba y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió.
Martirio de Juan Claess
JUAN CLAESS Y LUCAS LAMBERTS, UN ANCIANO A QUIEN LLAMABAN “EL ABUELO”; TAMBIÉN VARIOS TESTAMENTOS ESCRITOS POR JUAN CLAESS A SU ESPOSA, A SUS HIJOS Y A OTROS AMIGOS MIENTRAS ESTABA EN LA PRISIÓN EN ÁMSTERDAM, EN EL AÑO 1544 d. de J.C.
Un testamento a su esposa
Un saludo afectuoso en el Señor, a mi querida esposa a quien ya no amo según la carne, sino según el alma. Oye mi advertencia:
Tú sabes que mientras disfrutábamos la prosperidad con Israel según la carne, ignorábamos como éramos; pero ahora que nuestro Padre bueno puso la mano sobre nosotros, sentimos que estamos enfermos, somos débiles, miserables y pobres, y estamos desnudos. Por eso, mi querida esposa, toma a Jesucristo por ejemplo. Considera bien la senda que él transitó antes de nosotros, y reflexiona que nosotros con mucha tribulación debemos entrar en el reino de los cielos (Santiago 5.10; 2 Timoteo 3.12). Olvídate de mi carne y toda tu sensualidad y tus deseos carnales, y ora que Dios te conceda fe para vencer.Y yo también me entregaré de buena gana al Señor así como él me conforta el corazón por su gracia. Tú todavía tienes tiempo para perfeccionarte, pero yo me agarro sólo de su gracia en la cual confío. Por eso no pienses en el pasado, sino persevera, confiando completamente en el Señor; él te ayudará en todo para bien. Entrégate a buscarle a él, y únete siempre con los que temen al Señor, pues esto será para tu provecho. Pues “bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado; sino que en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche” (Salmo 1.1–2).
Mi querida esposa, los que temen a Dios hablan de ello, y es por medio de ello que la gente se aparta del mal; pues por medio del temor de Dios los hombres se apartan del mal, y toda cosa buena se logra por el amor (Proverbios 16.6). Despierta, pues ambos hemos sido negligentes. Permite que la palabra del Señor te mueva a toda buena obra. Pídele a Dios su Espíritu Santo que te puede confortar. “Las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8.18). Ésta es la prueba a la que es sometida nuestra fe, que es mucho más preciosa que el oro, aunque sea probada con fuego (1 Pedro 1.7).
Mi estimada esposa, si hubiéramos podido entrar en el reino de Dios de la manera en que comenzamos, y de la manera en que anduvimos tanto tiempo, el camino no habría sido estrecho. Pero nuestro Salvador tuvo que entrar en su propia gloria por medio del sufrimiento y la angustia. ¿Cómo, pues, podremos nosotros entrar por el camino ancho? Porque angosto es el camino, dice el Señor, que lleva a la vida, y pocos son los que lo hallan, y aun menos los que caminan rectamente en él (Mateo 7.14). El buen Padre sí me mostró este camino, pero mi malvada carne era demasiada poderosa y me apartó de él. No obstante, yo espero la salvación por medio de la gracia del Señor. Pablo dice: “Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve” (1 Corintios 13.3; Efesios 2.4).
Considera lo que es este amor, y podrás aceptar como lo mejor cualquier cosa que el Señor te mande. No puedo ni expresar qué es el amor, pues es la naturaleza misma de Dios. Que este amor esté contigo y con todos nosotros. Te lo doy como un saludo muy cariñoso. Que el Padre misericordioso y bueno lo derrame en todo corazón por medio de su Hijo. Amén.
Saluda a todos mis queridos amigos en el Señor. Ora al Señor por mí. Todo lo que él me dé, yo lo impartiré a otros (3 Juan 15; 1 Tesalonicenses 5.25).
Otro testamento de Juan Claess, a su esposa, 1544 d. de J.C.
Ten por cierto, mi esposa a quien amo muchísimo, que es mi deseo que de ninguna manera te apartes de la palabra del Señor, sino que siempre te consueles en ella. “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8.18), si continuamos en la fe. Por ella seamos vencedores; no nos apartemos del camino y recibiremos la corona que el buen Señor ha prometido a todos los que aman su venida (2 Timoteo 4.8). Si deseamos permanecer aquí, no amamos su venida. Pero si le pedimos el Espíritu Santo, el mismo nos enseñará todas las cosas, nos consolará, y nos fortalecerá por su gracia. Oremos, pues es sólo por medio de la oración que recibiremos todo esto. Por eso, mi querida esposa, no te preocupes por las cosas que tienen que ver con el cuerpo. Más bien, busca el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas te serán añadidas. Te encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, que puede fortalecerte y guardarte en toda tentación. Que la gracia de Dios esté con todos nosotros. Amén. Mi último deseo es que críes a mis estimados hijos en el temor del Señor, y que te asocies con los buenos, pues ellos prosperan. No desees las cosas materiales, pues lo visible perecerá. Lleva contigo lo que puedas, y deja el resto con amigos fieles, y vete lo suficiente lejos con los niños para que estén fuera de peligro de los hombres. Críalos en la amonestación del Señor, y asóciate con aquellos que lo temen (Deuteronomio 6.20). Mi querida esposa, acéptalo. Si el Señor me hubiera llevado de repente por una enfermedad, habría sido tu deber agradecerle; haz eso ahora. Yo te dejo esto como un testamento. Todos los días de tu vida, espera la venida de nuestro Señor Jesucristo (1 Timoteo 6.14). La gracia del Señor sea contigo. Amén.
Un testamento a sus hijos, y después a su esposa
Mis queridos hijos, Claes Jans y Gertrudis Jans, yo les dejo esto como un testamento para cuando sean mayores. Oigan la instrucción de su padre. Odien todo lo que ama el mundo y su naturaleza carnal, y amen los mandamientos de Dios (1 Juan 2.16). Permitan que éstos los instruyan, pues enseñan: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo”, es decir, olvídense de la sabiduría propia, y oren fervientemente: “Señor, que se haga tu voluntad” (Lucas 9.23; Proverbios 3.5; Mateo 6.10). Si ustedes hacen esto, el Espíritu Santo les enseñará todo lo que deben creer.
No crean lo que dicen los hombres, sino obedezcan los mandatos del Nuevo Testamento, y pídanle a Dios que les enseñe su voluntad. No confíen en su propia sabiduría, sino confíen en el Señor. Permitan que el Señor sea quien les aconseje, y pídanle que él dirija vuestros caminos.
Mis hijos, el Nuevo Testamento les enseñará cómo amar a Dios, cómo honrar y amar a su madre, cómo amar a los vecinos, y cómo cumplir todos los demás mandamientos del Señor (Mateo 22.37, 39). No crean nada que no esté en el Nuevo Testamento; obedezcan todo lo que allí encuentren. Asóciense con los que temen al Señor, que se apartan del mal, y que hacen toda buena obra con amor. No miren a la multitud ni a las viejas costumbres, sino busquen a la manada pequeña que es perseguida por causa de la palabra de Dios. Pues los buenos no persiguen, sino que son perseguidos. Cuando ustedes han hecho todo esto, tengan cuidado de no prestar atención a ninguna doctrina falsa; pues Juan dice: “Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo” (2 Juan 9). La doctrina de Cristo es: amor, misericordia, paz, castidad, fe, mansedumbre, humildad y obediencia perfecta a Dios (Gálatas 5.22–23).
Mis queridos hijos, entréguense a lo que es bueno, y el Señor les dará entendimiento en todas las cosas. Con esto me despido de ustedes. Aprecien el castigo del Señor; pues si ustedes hacen el mal, él los castigará en el alma (Job 5.17). Apártense del mal, clamen al Señor por ayuda, odien el mal, y el Señor los ayudará, y ustedes prosperarán. Que Dios el Padre, por medio de su Hijo Jesucristo, les dé el Espíritu Santo, para que él los guíe a toda la verdad. Amén. (Juan 16.13)
Yo, Juan Claess, vuestro padre, he escrito esto al estar en la prisión por causa de la palabra del Señor. Que el buen Padre les dé de su gracia. Amén.
Mi querida esposa, pido que críes a mis hijos con toda buena instrucción y que les leas mi testamento. Críalos en la amonestación del Señor, según tu habilidad, todo el tiempo que tú estés con ellos. Y deseo que no te ames a ti ni a los niños más que al Señor y a su testimonio (Lucas 14.26). No dejes que tu carne te venza (1 Pedro 2.11). Si no te toleran en esta ciudad, pásate a otra (Mateo 10.23). Pero esto te pido de todo corazón: siempre anda con los buenos, pues bendito es el que se asocia con ellos. El Padre, que siempre ha sido el ayudador del humilde, te ayudará (Lucas 1.48). Si no puedes mantenerte firme sola, cásate con un marido que teme al Señor (1 Corintios 7.2); pero no abandones al Señor en ningún caso por un poquito de potaje (Génesis 25.34). Y no importa qué excusa tengas, nunca dejes al Señor ni aun por toda la ciudad de Ámsterdam. Por la gracia de Dios, yo no lo dejaría ni aun por el mundo entero, y ojalá que tú tampoco (Mateo 16.26). Prosigamos a la meta por la fuerza. Yo, por la gracia de Dios, voy a perder mi carne; sacrifica tu carne también (Mateo 11.12; 16.25).
Mi estimada esposa, si nos fijáramos sólo en los sufrimientos, nunca saldríamos de ellos; pero tenemos que ver más allá de las pruebas al galardón eterno.Yo con alegría me consuelo en el Señor; haz tú lo mismo.Yo pudiera haberme muerto acostado en mi propia cama, y tú habrías tenido que conformarte con eso. Cuánto más ahora, pues no sabes cuánto tiempo permanecerás aquí. Por eso, haz lo que el Señor te aconseja: siempre está lista para su venida, y podrás vencer todas las cosas. A los que vencen, se les promete descanso eterno (Apocalipsis 21.7).
Una fe firme, una esperanza segura del premio eterno, y un amor ardiente para con Dios y nuestros vecinos sean contigo y con todos nosotros. Amén. (Mateo 21.21; 1 Pedro 4.8)
Cuéntame de inmediato por escrito como estás, y seré más consolado si obedeces mi ruego. Ora. El Señor escuchará, esto ya lo experimento. Oren todos juntos que la voluntad de Dios sea hecha en mí y en todos ustedes. Amén. (Mateo 6.10; 7.11)
Martirio de Juan Claess
Un testamento de Juan Claess a sus hermanos y a su hermana en la carne
Que sepan ustedes, mis estimados hermanos, Cornelio Claess y Gerritt Claess, y mi estimada hermana Adriaentgen Claess, que de todo corazón deseo que ustedes reciban al Señor. Deseo que dejen el orgullo, la codicia y toda maldad, así como todo compañero malo, y estén tranquilos, asociándose con los buenos.
Estudien la Biblia, pídanle a Dios que les dé el Espíritu Santo, y él les enseñará todo lo que deben saber. Esto ocurrirá si ustedes se niegan a sí mismos y renuncian su propia voluntad, pues el Señor dice: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame”. Por eso, mueran a todos sus deseos carnales y ustedes nunca morirán, pues la paga del pecado es muerte (Colosenses 3.5; Romanos 6.23). Pero pídanle a Dios el Espíritu Santo. Él les cambiará la mente y ustedes odiarán lo malo y huirán de él. Mis amados, odien lo que es malo y amen lo bueno; y Dios, el único que es bueno, estará con ustedes. Pero si continúan en su sensualidad, les testifico por la palabra del Señor que se condenarán a sí mismos (Romanos 8.13). Pero yo me persuado de mejores cosas de ustedes, aunque hablo así (Hebreos 6.9). Guarden lo que el Señor les ha dado a conocer, que es: “Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos”. Al hacer esto, les irá bien y prosperarán en toda cosa buena. Que el buen Dios les ayude a hacer todo esto, por medio de Cristo Jesús su Hijo amado. Amén.
Otro testamento de Juan Claess a todos sus parientes
Entiendan ustedes, estimados hermanos, primos y parientes, y todos mis familiares, que yo no sufro como ladrón, asesino o malhechor, sino por la ordenanza que enseñaron e instituyeron los apóstoles del Señor, a saber, la ordenanza de la iglesia santa, dada hace mil quinientos años, la cual mandó Cristo Jesús a sus amados discípulos, y selló con su sangre. Los apóstoles la predicaron y enseñaron, y la confirmaron con su sangre (1 Pedro 4.15; Marcos 16.15; Hebreos 9.14; Hechos 2.14; 7.58; 12.2). Mis estimados amigos, no se desalienten ni se desanimen a causa de que digan que yo morí por anabaptista y hereje. Hay sólo un bautismo, y ése por fe. Dios no nos ordena bautizarnos antes de tener fe. Alguien podría preguntar: “¿Qué? ¿No se debe bautizar a los infantes?” No; pero ellos son salvos por los méritos de Cristo Jesús y son bautizados en su sangre. Pues está escrito: “Porque así como enAdán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15.22). Esto es por pura gracia, sin ninguna señal (Hechos 15.11). Pero, mis estimados amigos, el Señor ha ordenado que se predique el evangelio, y que los que lo crean, sean bautizados (Marcos 16.16). Él también ordenó que los creyentes observen su cena en memoria de él, de la manera en que él la instituyó y la practicaron los apóstoles (Mateo 26.26; Hechos 2.42). Además de esto, él no les ordenó nada: ni la misa, ni el bautismo de infantes, ni la confesión al sacerdote, ni ninguna otra señal de culto externo. Él sí les ordenó que amaran sólo a Dios, que obedecieran su palabra, y que amaran a sus vecinos como a sí mismos (Lucas 10.27). ¿Y dónde encontraremos a los que hacen esto? Estudien la Biblia; no hay ningún cristiano que no sabe esto.Y con esto no pueden apoyar ustedes lo que ellos enseñan: que deben seguir en la Iglesia Santa. Les voy a aclarar que la iglesia santa es la congregación de los creyentes nacidos de nuevo por la palabra de Dios (1 Pedro 1.23). Porque como bien saben, nadie puede entrar en este mundo sin nacer. De la misma manera, nadie puede entrar en el mundo venidero, a menos que nazca de nuevo como dice Pedro, “no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Pedro 1.23; Juan 3.3). ¡Cuán bendito el que nace por ella! Los que son regenerados así practican el verdadero bautismo y la verdadera cena. Ellos también se separan de todos los que enseñan una doctrina escandalosa o viven desordenadamente, y evitan su compañía hasta que se arrepientan. Tampoco destruyen el cuerpo, pues la Biblia no enseña eso (2 Tesalonicenses 3.6). Son la iglesia cristiana, la comunidad de los santos. Tienen perdón de pecados, pues no hay otro nombre bajo el cielo (menos el de Jesús) dado a los hombres por el cual podemos ser salvos, es decir, por sus méritos (Hechos 4.12). Ellos creen sólo las ordenanzas de Cristo y viven según ellas. Cristo no mató a aquellos que no creyeron en él. Tampoco su santa iglesia lo hizo. Pero a Cristo y a los suyos se les ha matado desde el principio, y así seguirá ocurriendo (Apocalipsis 13.8). Con esto sabrán ustedes quién es de él. No aquellos que se jactan del nombre de Cristo, y promueven su causa con la espada, sino aquellos que viven según el ejemplo de su Señor, y confirman su causa con la palabra de Dios que es la espada de los verdaderos creyentes (1 Pedro 2.21; Efesios 6.17).Alguien podría preguntar: “¿Qué de nuestros antepasados que no sabían esto?” Dejaremos que Dios juzgue eso. Otra cosa que se les debiera recordar es que el Señor prometió estar con nosotros hasta el fin del mundo (Mateo 28.20). Él siempre está con los creyentes, pero nunca con los incrédulos. Siempre estará con los que siguen su palabra y usan de manera correcta los símbolos como el bautismo y la cena, y con aquellos que caminan en el bien, y viven conforme a la Biblia.
Queridos amigos, durante la época de los apóstoles se levantaron siete sectas diferentes, pero la verdadera doctrina no se debía rechazar sólo por eso. El hecho de que actualmente muchos sinvergüenzas se han levantado profesando el evangelio, no resta valor a la palabra de Dios: el que quiere salvarse tiene que sujetarse a ella (Romanos 9.6). En la época de Tobit, todo el pueblo de Israel adoraba a los becerros de oro que el rey Jeroboam había mandado hacer. Sólo Tobías se apegó al Señor su Dios e hizo lo que él le había ordenado.
Amigos, no se fijen en la multitud, sino en la palabra de Dios, que no los engañará. “Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo (…). Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová” (Jeremías 17.5, 7). Yo confío en que Jesús le ora a su Padre, no sólo por aquellos que estaban con él, sino también por todos los que vendrán a él por la palabra (Juan 17.20). Que el buen Padre, por medio de su Hijo unigénito, Cristo Jesús, les dé el entendimiento verdadero para que puedan llegar a conocerle (2 Timoteo 2.7).
La sentencia que dictaron en contra de Juan Claess y el anciano Lucas Lamberts de Bevoren, al que también le decían “El abuelo”; y cómo murieron
Cuando Juan Claess y Lucas Lamberts, un anciano de ochenta y siete años, al que le decían “el abuelo”, entraron en la corte, ellos se saludaron con un beso.
Juan Claess le preguntó al abuelo:
—Estimado hermano, ¿cómo se siente?
—Bastante bien, estimado hermano —contestó el abuelo con un semblante alegre.
Juan Claess entonces dijo:
—No le tenga miedo ni al fuego ni a la espada. ¡Y qué fiesta se nos preparará antes que sea el mediodía!
Con esto los separaron.
El alguacil dijo entonces:
—Usted se rebautizó.
Juan Claess contestó:
—Yo fui bautizado por confesión de mi fe, como lo debe hacer todo cristiano según las escrituras; léalo. (Mateo 28.19)
Ellos le dijeron de nuevo:
—Usted pertenece a esos anabaptistas malditos que originan sectas extrañas, opiniones, errores y contiendas entre la gente. (Hechos 16.20; 17.6)
Juan Claess: “Nosotros no somos de los tales; no deseamos nada más que la verdadera palabra de Dios. Y si tengo que sufrir por eso, exijo los siete jueces.”
Entonces le pidieron confesar que él se había rebautizado hacía como cuatro años.
Juan Claess contestó:
—Hace como tres años que me bauticé como debe bautizarse todo cristiano.
La corte dijo:
—¿Entonces usted lo reconoce?
Juan Claess: “Sí.”
La corte: “Bien, como usted lo confiesa, nosotros tenemos la autoridad plena de los siete jueces.”
Juan Claess: “¿Y por qué no me conceden que estén todos los jueces? Si ustedes se lo conceden a los ladrones y asesinos, ¿por qué a mí no?”
Los cuatro jueces salieron entonces para pronunciar la sentencia.
Alzando su voz, Juan Claess dijo:
—Misericordioso Padre, tú sabes que nosotros no deseamos la venganza (Romanos 12.19). —Y él, retorciéndose las manos, decía—: Misericordioso Padre, concédeles tu Espíritu para que no les tomes en cuenta esta maldad (Hechos 7.60).
Los cuatro jueces volvieron a entrar, y se sentaron para pronunciar la sentencia, que rezaba así: “Juan Claess, natural de Alkmaar que les ha enseñado doctrinas falsas, errores y nuevas opiniones
a la gente…”
En esto, Juan Claess contestó:
—No es cierto.
Los señores de la corte le prohibieron hablar, y el buen Juan Claess se quedó callado para poder oír la sentencia. Ellos procedieron entonces con la sentencia y le dijeron al secretario:
—Lea su crimen.
Él leyó que en Amberes había mandado a imprimir seiscientos libros que él había terminado con Menno Simons, y los había repartido en todas partes en este país, libros que contenían opiniones extrañas y el sectarismo, y que había enseñado clases y celebrado reuniones para introducir errores entre la gente (Hechos 17.6), lo cual es contrario al decreto del emperador y nuestra madre, la Iglesia Santa.Y no es apropiado que los señores de la corte toleren esto, sino que lo corrijan.
En este punto Juan Claess los amonestó como antes, diciendo:
—Esto no es sectarismo, sino la palabra de Dios (Hechos 24.14).
Entonces los señores de la corte dijeron:
—Nosotros lo condenamos a muerte. Lo decapitarán con espada, pondrán el cuerpo en la rueda y la cabeza en un poste; no lo condenamos nosotros, sino la corte.
Cuando Juan Claess salió de la corte, dijo:
—Ustedes los ciudadanos son testigos de que nosotros no morimos por otra razón, sino por la verdadera palabra de Dios. —Habiendo subido al cadalso, se dirigió a la gente con estas palabras—: Oigan, ciudadanos de Ámsterdam. Que sepan ustedes que yo no sufro como ladrón o asesino, o por buscar la propiedad o vida de otros. Sin embargo, no crean que lo digo para justificarme o exaltarme; yo vengo como el hijo pródigo, y sólo dependo de la pura palabra de Dios. Con esto el verdugo lo golpeó en el pecho. Juan Claess se volvió, y exclamó en voz alta: —Señor, no me desampares, ni ahora, ni en la eternidad. Señor, Hijo de David, recibe mi alma.
Así el estimado hermano, Juan Claess, confirmó la palabra de Dios con su sangre carmesí. Pusieron la cabeza entonces en un poste, y el cuerpo en la rueda, para que se lo comieran los pájaros y los animales silvestres. Y “el abuelo” de ochenta y siete años, también de buena gana, por la verdad de Cristo Jesús, entregó su cabeza, con barba y canas, a la espada de esos tiranos. Juan y él ahora reposan bajo el altar.
Martirio de Hans van Overdam
HANS VAN OVERDAM, A QUIEN MATARON EN GANTE; TAMBIÉN SU CONFESIÓN, ESCRITA MIENTRAS ESTUVO ENCARCELADO, LA CUAL DESPUÉS SELLÓ CON SU SANGRE EN EL AÑO 1550 d. de J.C.
Hans van Overdam, junto con sus compañeros de prisión por el testimonio de Cristo Jesús, les desea a todos los hermanos en el Señor la gracia, paz y ardiente amor de Dios el Padre y del Señor Jesucristo. A él sean dados la alabanza, el honor y la majestad por los siglos de los siglos. Amén.
Queridos, no se aflijan por mí (Efesios 3.13), más bien alaben al Señor que me es un Padre tan bueno que yo puedo sufrir cadenas y encarcelamientos por el testimonio de Cristo, por el cual también espero entrar en el fuego. Que el Señor me dé fuerza por medio de su Espíritu Santo. Amén. Anden en el temor del Señor, así como fueron llamados (1 Corintios 7.17).Y aunque no nos veamos más en esta vida, ojalá nos veamos en el futuro, en el reino de nuestro Padre, donde espero estar pronto. La paz del Señor esté con ustedes.Amén.
Estimados hermanos en el Señor, el deseo ardiente de mi corazón, y mi oración es (Romanos 10.1) que constantemente puedan poner más diligencia para asegurarse del llamado de Dios el Padre, por medio de Cristo. Por él también fueron llamados a la majestad y gloria del reino de su amado Hijo que compró su iglesia con su propia sangre y se dio por ella; para santificarla y limpiarla con el agua mediante la palabra, y para presentársela a sí mismo como una iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga, ni ninguna otra imperfección, sino santa e intachable (Efesios 5.25–27).
Por eso, amados amigos, ¡observen cuán gran amor nos ha mostrado el Padre! Él no escatimó a su unigénito Hijo, y Cristo se entregó de buena gana, sufriendo en la cruz una muerte tan vil y vergonzosa.Allí derramó su sangre preciosa para lavar y limpiarnos de nuestros pecados. Estimados hermanos, pongamos atención, y con diligencia oremos y velemos, no sea que descuidemos y olvidemos la gracia redentora de Dios, y el amor incomprensible del Padre y de Cristo (Hebreos 12.15).Y esto por los cuidados y las ansiedades de este mundo, o las concupiscencias y los deseos que matan el alma, y seamos quitados por ser manchas y arrugas en la iglesia gloriosa de Cristo. Sí, cortados como ramas sin fruto y echados en el fuego. Pues, mis amados, no basta el recibir el bautismo por fe y ser injertados en Cristo, si no mantenemos firme hasta el fin la confianza que teníamos al principio (Hebreos 3.14). Por tanto, si hay alguno que siente que ha llegado a ser una mancha o arruga, debe asegurarse de que se apresure antes que ese día llegue y le sea como la trampa que atrapa pájaros. Debe arrepentirse con verdadero dolor y contrición, levantar las manos caídas y las rodillas paralizadas, y correr con todas las fuerzas la carrera que tiene por delante, para que lo cojo no se aparte del camino; sino que sea sanado y recobre fuerzas. Así podremos pasar el tiempo de nuestra peregrinación en el temor de Dios y mantenernos sin mancha en este mundo malo y perverso, lleno de engaño, trampas y redes, que el diablo pone con el propósito de seducir a las almas de los hombres y tomarlos cautivos por diversos concupiscencias y engaños.
Oh, Señor, guarda (de este asesino) a los peregrinos que viven esperando en ti, y esperan recibir ayuda y consuelo sólo de ti. Oh, Padre celestial, por medio de Cristo Jesús nuestro Señor, consérvanos para que puedas llevar a cabo la buena obra que has comenzado en nosotros, para alabanza y gloria de tu santo nombre. Tú, omnipotente y eterno Dios, ¡cuán incomprensibles son tu gracia y tu misericordia paternal sobre los que te temen y te aman! Padre, ¿quién no temerá a tal Dios que sabe liberar a los suyos? Aunque parezca que son desamparados por un tiempo, despreciados de todos, rechazados y maldecidos en esta tierra, con todo, él no desampara a los suyos porque los consuela por medio de su Espíritu Santo en el corazón, que nos hace fuertes y jubilosos aunque suframos reproche por su nombre.Y nosotros, por la bondad de Dios esperamos que nuestra peregrinación termine pronto, y seamos rescatados de este miserable mundo y valle de lágrimas. Esperamos también que esta morada terrestre, esta tienda de campaña, se deshaga para que podamos llegar a nuestro hogar y Padre celestial, y recibir allí la corona de vida eterna, la cual tenemos por delante y esperamos que nadie nos la quite. Con este fin, que el todopoderoso y eterno Dios, el misericordioso Padre, nos fortalezca por medio de Cristo Jesús nuestro Señor. Amén.
Estimados amigos, les quiero contar lo que pasó antes de mi encarcelamiento, y cómo nos han tratado después.
Cuando quemaron a mis cuatro amigos de quienes compuse el himno, y cuya muerte observé, oí decir que habían empezado a discutir con nuestros amigos que todavía estaban encarcelados. Lo hacían con gran destreza y engaño, así como se habían jactado que lo harían. Lo llevaron a cabo por el consejo de los falsos profetas, cuya mente está siempre llena de la sutileza del diablo. Los amigos que estaban allí eran dos muchachos y una muchacha, por quienes le pedimos al Señor a diario, temiendo que de alguna manera abandonaran la fe. A diario esperábamos oír que los ejecutarían y, porque eran jóvenes, me propuse estar con ellos junto al cadalso en el momento de su muerte. Así, si se afligieran o preocuparan por algo, los animaría. Quería estar también para amonestar a los monjes, los cuales afligen y molestan a nuestros amigos cuando los van a matar. Pero, ¡ay! Los pobrecitos no lograron llegar al cadalso porque permitieron que esos falsos profetas entablaran discusiones con ellos. Se les había aconsejado tener mucho cuidado y no llegar a discutir con ellos si valoraban el alma. Pues no todos tienen el don de discutir, pero sí de confesar su fe con valor. Esto, al recibirlo del Señor, les conviene a los cristianos.
Pero cuando estos pobrecitos entraron en discusiones, quedaron perplejos en la conciencia y apostataron de la fe. Esto fue causa de gran jactancia por parte de esos falsos profetas, ya que habían ganado el alma de ellos y los habían vuelto a la Iglesia Santa. Al darme cuenta, se me conmovieron el alma y el espíritu por la pérdida de esas pobres ovejas. También me afligí mucho porque los falsos profetas y los consejeros se gloriaban tanto de la caída y la destrucción de los corderitos y niños a quienes ellos habían obligado a retractarse al implorarles de la manera que les contaré en otra carta.
Estando afligido por eso, suspiré y le lamenté a Dios por la violencia y el poder del diablo, los cuales ejerce por medio de los incrédulos. Entonces se me vino la idea de escribir unas cartas para informarles a muchos del asunto, y reprender la vana alegría de los que se jactaban de la pérdida que sufrieron esos pobres corderos cuya alma mataron. Yo empecé a escribir entonces, y al estar en ello se me conmovió el alma, de modo que lo que yo creía que sería una pequeña cartita, llegó a llenar una página entera. El Señor me abrió el entendimiento, y de manera maravillosa les pude demostrar a los señores, por medio de la Biblia, el castigo que sufrirán con todo el Imperio Romano, y también su fin. En la carta les escribí que deseaba la libertad (y que se la pedía) para discutir públicamente con todos los sabios en la presencia de un gran fuego en el cual se echaría al que perdía el debate. También les dije que deben dejar en paz a los pobres corderitos, y que deben dejar que el poder secular maneje la espada, y deben contender sólo con la palabra de Dios.
Cuando había completado esta carta, se la mostré a los hermanos, a quienes les gustó. Entonces se la di a un hermano que tenía mejor caligrafía que yo, para que me hiciera seis copias. Mientras tanto, los pobrecitos se retractaron del todo y los soltaron de la cárcel. Uno de los muchachos se murió el mismo día en que salió, como a una legua de la ciudad, y así llegó a ser un ejemplo de lo que les pasa a los que quieren salvarse la vida.
En esos días yo llegué con Hansken Keeskooper de Amberes, e hicimos todos nuestros arreglos para enviar las cartas. El sábado por la tarde se las enviamos a los señores de la ciudad, y también pusimos dos copias en un lugar público en medio de la ciudad para que todos pudieran leerlas. Alabamos mucho al Señor y estamos agradecidos que lo hiciéramos antes que caímos presos. Pues todos fuimos traicionados por un Judas que estaba entre nosotros, que parecía ser uno de los más sinceros entre los hermanos que estaban allí. ¡Tanto éxito tuvo en engañarnos! Según comprendemos ahora, ya hacía mucho tiempo que él había ideado traicionar a bastantes hermanos de un solo. Este traidor estaba presente cuando publicamos las cartas. Habíamos quedado de encontrarnos el domingo por la mañana para hablar de la palabra del Señor, pues pensaba salir en un viaje el siguiente día. Mas, alabado sea el Señor que cambió nuestros planes. Muy de mañana, Hansken fue conmigo al bosque dónde íbamos a congregarnos. No encontramos a nuestros amigos en el lugar esperado. Los buscamos por como media hora y llegamos a la conclusión de que no habían llegado todavía, pues la noche antes había caído una lluvia recia. Estábamos a punto de irnos cuando dije:
—Puede ser que ellos ya llegaron —y me puse a cantar en tono suave para que tal vez me oyeran si ya habían llegado. Entonces oí un ruido en la maleza, y le dije a Hansken—: Nuestros amigos ya llegaron. —Esperamos un poco para ver quién venía. Entonces aparecieron tres hombres con armas y palos.
Yo dije:
—Bueno, muchachos, ¿han estado cazando conejos, y no han matado ninguno?
Se pusieron pálidos, pero siguieron hacia nosotros. Prendiéndome del brazo, dijeron:
—Ríndase.
Así nos prendieron, mientras nos decían:
—Hemos prendido a muchos más.
Entonces vimos una carreta llena de nuestros hermanos. Estaban sentados y amarrados, y tres jueces, con numerosos siervos, guardaban a los prisioneros. Cuando llegamos a donde estaban ellos, saludamos a los hermanos con la paz del Señor. También los animamos con las palabras de Dios, recordándoles que con valor debían luchar por el nombre de Cristo.
Reprendimos entonces a los jueces por estar tan listos para derramar sangre inocente. Con eso, a Hansken y a mí nos ligaron con grillos, y también ligaron nuestros dedos pulgares. Creímos que nos llevarían a la ciudad; pero como nos habían prendido en otro municipio, nos llevaron como una legua más adelante. Lo consideramos como un privilegio estar juntos por todo el camino, pues así pudimos animarnos los unos a los otros con la palabra del Señor antes de que nos separaran.
Nos llevaron entonces a un castillo que estaba como a una legua de la ciudad, donde nos pusieron juntos en un cuarto grande por tres días, pues así requería la ley de ese municipio donde nos habían prendido. Allí otra vez alabamos al Señor nuestro Dios y le dimos gracias por haberlo ordenado así, pues pudimos exhortarnos con libertad los unos a los otros. Mucha gente también llegó de la ciudad para vernos y escuchar lo que decíamos. Pero ya al fin no le dieron permiso a nadie entrar en el cuarto donde estábamos.Allí el alguacil principal de la región de Aelst nos examinó con respecto a nuestra fe, la cual le declaramos con libertad. Esperábamos que nos llevaran aAelst; pero ya que el alguacil de Gante era el que nos había puesto en la carreta cuando nos prendieron, tenían que llevarnos a todos a Gante.Al hombre que nos traicionó, lo prendieron junto con nosotros para que no notáramos nada. A él lo pusieron en un cuarto aparte y le teníamos lástima porque no podía estar con nosotros. Aún no sabíamos que él nos había traicionado. A él también lo llevaron en la carreta junto con nosotros a la cárcel en Gante. Fue allí que nos dimos cuenta de que él nos había traicionado.
Cuando nos sacaron del castillo para llevarnos a la ciudad, mucha gente llegó de la ciudad a vernos. Allí detuvieron a mi cuñada, que también era hermana en la fe, pues me habló. Entonces la subieron a la carreta. También prendieron a un hombre que nos deseó la bendición de Dios. Nosotros les hablábamos con libertad a las personas que habían venido y les decíamos que el que se arrepiente de la maldad y sigue a Cristo tiene que ser atacado por todos (Isaías 59.15). Había muchos que querían hablar con nosotros, pero no se atrevieron por esos jueces malvados. Nosotros éramos diez. Dos estaban listos para bautizarse, y cuatro eran nuevos en la fe. A los otros dos los prendieron porque nos habían hablado. Así llevaron dos carretas llenas a la ciudad, en pleno día. De camino también prendieron a una mujer sólo porque nos dijo: “Que Dios los guarde”. A ella también la subieron a la carreta. Pero si hubieran prendido a todos los que nos hablaron cuando entramos en la ciudad, y a quienes les contestamos con la palabra de Dios, no habrían podido cargarlos ni en veinte carretas. Pues llegaban corriendo de cada esquina que pasábamos; y como el agua que baja de la montaña llega a ser un río, así se juntó la gente. Ellos siguieron junto con nosotros desde una de las puertas de la ciudad hasta que llegamos al castillo del noble, al otro extremo de la ciudad. Para recorrer esa distancia a pie, se tarda como una hora. Nos llevaron al castillo, y el juez del país deAelst nos entregó a los señores del Concilio Imperial.Allí nos pusieron en celdas separadas, algunos en los cuartos superiores.A las mujeres también las encerraron arriba. Pero a once de nosotros nos llevaron a un calabozo profundo y oscuro, en el cual había diferentes celdas hechas de piedra. En estas celdas nos iban echando de tres en tres, pero a Hansken y a mí nos echaron en la más oscura de todas, en la cual sólo había un poquito de paja desmenuzada con que nos podíamos abrigar.Yo dije:
—Está tan oscuro que me parece que estamos con Jonás en el vientre de la ballena. Bien podemos, al igual que Jonás, clamarle al Señor y pedir que él sea nuestro consuelo y ayudador; pues aquí no podremos esperar ni consuelo ni ayuda de hombres.
Esto no nos desalentó; más bien alabamos a Dios y le dimos las gracias que pudiéramos sufrir por causa de su nombre. También hablábamos con nuestros hermanos que estaban en las otras celdas, pues con facilidad podíamos escuchar a los otros hablar. Después que nos habíamos quedado allí unos tres o cuatro días, Hansken y yo fuimos convocados ante los señores. Nos examinaron e interrogaron acerca del fundamento de nuestra fe, y también de cuándo nos habíamos bautizado.
El Señor entonces, según su promesa, nos dio palabras para hablar con valor, y nosotros les pedimos que nos dejaran defender-nos con la Biblia en público. Ellos contestaron que nos mandarían hombres sabios que nos instruirían. Con eso, nos llevaron al calabozo de nuevo.
No mucho después, me llevaron arriba a otro cuarto donde estaban dos consejeros y un secretario. Allí me interrogaron muy detalladamente. Me preguntaron adónde había estado, y que si yo sabía que me habían desterrado hacía seis años en los días de Martín Huereblock, y dónde habíamos celebrado nuestras reuniones. Todo esto ya lo sabían ellos, pues el traidor ya se lo había dicho. Yo les contesté:
—¿Por qué me preguntan a mí, pues soy extranjero? —(Yo nunca había hecho muchas preguntas para que si me prendieran, no les pudiera dar mucha información.)— ¿Y por qué me hacen tantas preguntas? ¿Es que aún no tienen suficiente sangre inocente? ¿Quieren derramar aun más? —También les dije—: Háganme todas las preguntas que quieran, pues el Juez justo les hará aun más, si no se arrepienten.
Ellos me hicieron aun más preguntas, y me conjuraron por mi bautismo que debía contestarles.
—Pues —dijeron ellos—, nosotros sabemos que ustedes no mienten. Por eso, contéstenos.
Yo les dije:
—Que ustedes sepan que nosotros no mentimos es para nosotros un testimonio de salvación, pero para ustedes de perdición (Filipenses 1.28), pues matan a los tales. Pero la conjuración de ustedes no tiene poder contra la verdad.
Todo lo que yo decía lo iban apuntando, y me amenazaron con torturarme si no les dijera todo. Yo les contesté:
—Yo no puedo decirles lo que no sé. —Por eso me torturaron largo rato, después de lo cual me llevaron al calabozo de nuevo. De esta manera trataron a todos nuestros amigos, cada uno por sí solo.
Un día sábado me llevaron de nuevo al mismo cuarto. Cuatro monjes estaban presentes: el guardián de los minoritas con un compañero, y el superior de los jacobinos, también con su compañero. Iba conmigo un hermano joven que no había recibido el bautismo todavía, pero que ya estaba listo para bautizarse.
Cuando ya me había sentado, les pregunté qué querían. Ellos dijeron que fueron enviados por los señores para instruirnos, y para conversar con nosotros acerca del fundamento y los artículos de la fe.Yo les contesté que congusto recibiríainstrucción de lapalabra de Dios, y conversaría acerca del fundamento y artículos de la fe, y esto en público, en presencia de los jueces que nos juzgarían, y de nuestros hermanos que encarcelaron con nosotros.
Respuesta: “Ellos no permitirán eso.”
Hans van Overdam: “Bien, que hagan lo que es de su agrado. Nosotros no discutiremos en secreto, ni solos, no sea que perviertan lo que decimos.”
Respuesta: “No pervertiremos lo que ustedes digan.”
Hans: “No, nosotros los conocemos bien.”
Pregunta: “¿Y quiénes nos cree ser? ¿Qué mal le hemos hecho a usted? Díganos, ¿qué mal sabe usted de nosotros?”
Hans: “Pues si ustedes quieren saberlo, yo los tengo por falsos profetas y engañadores.”
Con esto empezamos a discutir acerca de su estado espiritual y los mandatos del Papa acerca de la pureza de los sacerdotes y monjes. También discutimos acerca de por qué ellos se llamaban “espirituales” y tildaban a otros de “seculares”, cuando todos
debían ser espirituales.
Ellos dijeron entonces:
—Esto no es de provecho. Hablemos de los artículos de la fe.
—Lo que dije, ya lo dije —les respondí yo.
Ellos contestaron que les dirían eso a los señores. Así partimos, habiendo discutido durante dos horas completas. Dos días después, a Hansken y a mí nos llamaron a aparecer ante los señores. Los cuatro monjes estaban presentes, e intentaron abordar un debate.
Yo les pregunté entonces a los señores:
—Señores, ¿en qué casa estamos? ¿En una casa de justicia, o de violencia?
Respuesta: “En una casa de justicia.”
Hans: “Ojalá. Dios quiera que así sea. Pero, señores, ¿de qué nos acusan que merezca que nos mantengan encarcelados como ladrones y asesinos? ¿Acaso le hemos hecho un mal a alguien, o nos acusan de violencia, asesinato o picardía?”
Respuesta: “No; no sabemos que hayan cometido alguna cosa por el estilo.”
Hans: “Bien, señores, ¿por qué, pues, nos tienen encarcelados?”
Respuesta: “Sus adversarios les dirán eso.”
Hans: “¿Son ustedes nuestros adversarios?”
Respuesta: “No, pero somos jueces.”
Yo entonces les dije a los monjes:
—¿Son ustedes nuestros adversarios?
Respuesta: “No.”
Hans: “Bien, si nadie es nuestro adversario, ¿por qué nos encarcelaron?”
—El emperador es su adversario —dijo entonces un consejero.
Hans: “Nunca hemos desobedecido a su Majestad Imperial en el poder que ha recibido de Dios, y lo obedeceremos en todo, hasta donde sea posible hacerlo de acuerdo con la verdad.”
Consejero: “Usted ha celebrado reuniones de esta doctrina nueva, y el emperador ha ordenado que eso no debe hacerse.”
Hans: “Dios no le ha autorizado para hacer tales leyes. En esto él traspasa el poder que Dios le ha dado, y por eso no podemos hacerle caso en este punto. La salvación del alma tiene más importancia, y por eso obedecemos a Dios.”
—Nosotros somos sus adversarios —dijeron entonces los monjes—, en que la doctrina que ustedes tienen no es buena. Pues si fuera buena, no predicarían en los bosques y en los rincones, sino abiertamente.
—Dennos un lugar en el mercado, o en algún monasterio o iglesia, y verán si vamos al bosque —dijo Hans—. Pero no, ustedes tienen miedo de ser reprendidos por la verdad. Es por eso que nos persiguen y nos han echado de las ciudades y regiones.
Monjes: “¡Ay! Pero nosotros no lo hemos hecho. Fue el emperador.”
Hans: “Ustedes le han instado a que lo haga.”
Monjes: “Mentiras; no lo hemos hecho.”
Los señores entonces empezaron a hablar en nuestra contra y a acusarnos de no estar satisfechos con la fe de nuestros padres y con nuestro bautismo.
—No conocemos ningún bautismo de infantes, sino un bautismo de fe, de la cual nos enseña la Biblia —contestamos nosotros.
Nosotros entonces hablamos de muchas otras cosas, y los amonestamos por tratar de ser jueces en asuntos de la fe cuando ni entendían la Biblia.
—Si ustedes desean ser jueces —les dijimos—, sean imparciales, y permitan que el asunto proceda según el orden acostumbrado. Dejen que ambos grupos aparezcan juntos, y permitan que nuestros hermanos que fueron encarcelados con nosotros, aparezcan con nosotros. Entonces uno de nosotros, a quien el Señor le dé palabras, hablará, y todos los demás callarán mientras él habla. Así también lo harán nuestros adversarios.
Señores: “No les vamos a permitir estar juntos. Nosotros queremos que ustedes discutan aquí solos.”
Entonces les dijimos:
—Señores, les sería más conveniente, y el caso terminaría con un solo debate. De otra manera tendrán que hablar con uno o dos a la vez.
Señores: “Y eso ¿qué? Nosotros no lo queremos así.”
—Ellos quieren estar juntos para seducirse aun más —dijo entonces un consejero—; por eso no podemos permitir que estén juntos.
Hans: “Señores, ustedes dicen que son jueces, pero nosotros los consideramos nuestros adversarios. Pues buscan dañarnos de cualquier manera, y tratan con violencia y sutileza, que nosotros y los hermanos nos apartemos de la fe.”
Respuesta: “¿Y por qué no debemos hacer eso, para que vuelvan?”
Hans: “Pues, señores, oigan esto: Ya que comprendemos que no son jueces, sino nuestros adversarios, y que emplean cuando puedan, toda violencia y sutileza que les aventaje a ustedes y nos destruya a nosotros, les digo lo siguiente: Primero, con violencia nos han quitado nuestros testamentos, en los cuales encontramos nuestro consuelo; segundo, nos han encerrado por separados, a algunos en calabozos profundos y oscuros, y a otros en los cuartos arriba; y tercero, buscan seducir y engañarnos al hablar con nosotros por separado, y así poder decirles a nuestros hermanos que ustedes nos han vencido, y decirnos a nosotros lo mismo de nuestros hermanos. Por eso, señores, nosotros no disputaremos aquí, a menos que nuestros hermanos estén presentes.”
Cuando ellos oyeron que su plan contra nosotros no procedía según querían, se enojaron muchísimo, y los monjes también. Así con facilidad vimos lo que nos querían hacer, y que todo lo que hacían era puro engaño. Y aunque les demostramos con la Biblia que en varios puntos ellos estaban en error, se justificaron diciendo que el emperador lo había mandado, y los monjes dijeron que esto ya había sido costumbre de la Iglesia Romana por muchos años (Sabiduría 14.16), y que tantísimos de nuestros antepasados también lo habían hecho así. Y cuando con la Biblia les probábamos su error, seguían en lo mismo, y era como si le estuviéramos hablando a la estufa.
Entonces les preguntamos:
—Señores, ¿nos permitirán un juicio normal como nosotros se lo hemos pedido?
Respuesta: “No.”
—Bien —dijimos nosotros—, ustedes conocen el fundamento de nuestra fe, la cual les hemos confesado con libertad. Pueden hacer cuanto les guste con nosotros (Jeremías 26.14), hasta donde Dios lo permita; pero tengan cuidado en lo que van a hacer, pues hay un Juez que es mayor que ustedes (Efesios 6.9). Ojalá el Señor les abra los ojos del entendimiento, para que ustedes puedan ver cuán miserables son y cuán engañados están por los falsos profetas. Sí, a tal grado que luchan contra Dios y el Cordero, por lo cual les irá muy mal, a menos que se arrepientan.
Otra vez nos llevaron a las celdas porque no discutiríamos más. Esto lo habíamos acordado cuando estábamos juntos todavía en el castillo fuera de la ciudad, para que ellos no pudieran engañar a ninguno por sus discusiones. Así no podrían convencer a ninguno de que habían engañado a los otros, sabiendo que ninguno iba a discutir con los jueces al menos que fuera en la presencia de otros hermanos, y en ese caso el debate animaría y exhortaría a los hermanos. Cuando se dieron cuenta de que eso no les servía, probaron otra táctica. Enviaron a un consejero y a dos frailes (uno vestido de gris y uno de negro), a un cuarto, ante quienes traían a un hermano o una hermana, uno a la vez, para discutir con ellos y defender el fundamento de su fe. Pero siempre les decíamos que no discutiríamos solos en un cuarto, sino abiertamente, cuando estuviéramos todos juntos ante los señores. Ellos dijeron entonces:
—Nosotros los ordenamos solemnemente por su fe y su bautismo que discutan aquí.
El hermano contestó:
—Yo conozco mi fe y mi bautismo; pero no pongo cuidado en su orden; por eso permitan que estemos juntos. Pues nosotros queremos dialogar con ustedes en público, pero no lo haremos solos en un cuarto.
Convocaron a otro entonces, y siguieron así hasta que todos habían llegado ante ellos; pero nadie discutió con ellos de esa manera. Yo también tuve que aparecer solo en un cuarto, ante un consejero y dos monjes que empezaron a ordenarme solemnemente a mí también. Yo les contesté:
—¿Por qué quieren que eche rosas ante los perros, y perlas ante los cerdos, para que ustedes las puedan pisotear? El Señor ha prohibido que haga esto (Mateo 7.6). Yo estimo como demasiado preciosas las palabras de Dios como para dejar que brillen en vano aquí, donde no servirían para iluminar a nadie, sino que ustedes blasfemarían y se burlarían de ellas, pues esto hacen cuando se les dice la verdad.
Ellos entonces me ordenaron solemnemente aun más; pero yo les contesté:
—¿Por qué me ordenan tanto? Me tiene sin cuidado su orden, pues de esa manera hacen los hechiceros que obran en contra de la verdad (2 Crónicas 33.6). Pero ahora veo claramente cómo ustedes engañaron y mataron el alma de nuestros dos hermanos y nuestras hermanas (Ezequiel 13.19). Fue por sus órdenes hechizantes, pues ellos no se guardaron de la sutileza del diablo, y no tenían el don de discutir.
El guardián dijo entonces:
—Usted se jactó en su carta que discutiría públicamente. ¿Por qué no se atreve a hacerlo ahora?
Hans: “Monje, todavía deseo con todo el corazón defender mi fe públicamente con la palabra de Dios (1 Pedro 3.15). Pero su capucha se movería de otro modo si usted tuviera que discutir conmigo a riesgo de fuego, y si las autoridades no lo protegieran.”
Consejero: “Nosotros no tenemos ningún deseo de permitir que usted hable en público; ahora está en nuestras manos.”
Hans: “Yo quise hablar en público con ustedes antes que yo supiera que iba a caer en sus manos. Ahora veo que he caído en las garras del águila (2 Esdras 11), y el que cae en ellas no puede escapar sin perder o alma o cuerpo.”
Consejero: “¿Quién es el águila? ¿El emperador?”
Hans: “No, es el Imperio, o el Poder Romano. Lea la carta que les escribí. Ella se lo dirá.”
Hablamos mucho más, y los monjes se enojaron conmigo y comenzaron a hablar de manera orgullosa. Yo dije entonces que Pablo había profetizado correctamente acerca de ellos, que eran blasfemos, orgullosos y vanagloriosos (2 Timoteo 3.2).
Entonces el fraile Jan de Croock se enojó tanto que empezó a gritar:
—¡Necios, necios, herejes, herejes son!
Hans: “Mire, ¡qué maestro! Pero Pablo dice que el maestro no debe ser soberbio, ni iracundo” (1 Timoteo 3.3; Tito 1.7). El consejero se sintió avergonzado de que el monje actuara de esa manera, y le ordenó que se quedara callado.
Otra vez llegaron dos sacerdotes seculares: Sr. William de Nieuwenland, y el sacerdote de la parroquia de San Miguel. Yo les pregunté qué querían. Ellos contestaron:
—Nosotros hemos venido a buscar su alma.
Esta vez no les dije mucho porque esperaba que pudiéramos dialogar en público con los señores, pues ellos me dijeron que se esforzarían a que se llegara a eso. Pero cuando supe que no lo lograrían, me propuse que cuando vinieran de nuevo con el secretario, hablaríamos de una manera diferente a la que habíamos hablado la vez pasada. Por eso les pregunté:
—¿Qué quieren?
Respuesta: “Nosotros deseamos que usted permita que lo instruyamos; pues, buscamos su alma.”
Hans: “¿Y es que ustedes se esfuerzan tanto en buscar almas?”
Respuesta: “Sí.”
Hans: “Bien, entren entonces en la ciudad, a todo lugar donde estén los borrachos, las prostitutas, los maldicientes, los codiciosos, los orgullosos, los idólatras, los mujeriegos, los glotones y los asesinos que derraman sangre inocente. Todos estos son sus hermanos. Vayan a buscar su alma; Cristo ha encontrado la mía.”
Respuesta: “Nosotros ya los amonestamos, y con eso hemos hecho nuestra parte.”
Hans: “Eso no es suficiente. Ustedes deben ir a ellos y reprenderlos, y si no los oyen, deben traerlos ante la Iglesia y exhortarlos en público; si todavía se niegan a oír, exclúyanlos de la Iglesia, y ténganlos como paganos y pecadores, de la manera que lo enseña Cristo, y Pablo les escribe a los corintios. También exhorten a sus jueces, que hacen violencia e injusticia, y derraman sangre inocente.”
Uno de los sacerdotes entonces preguntó:
—¿Debemos nosotros ir a exhortar a los magistrados?
Yo les pregunté si Dios hace acepción de personas.
Respuesta: “No.”
Hans: “¿Es usted ministro de Dios, y hace acepción de personas?”
Respuesta: “Pero eso causaría un alboroto en la ciudad, y ellos nos matarían.”
Hans: “Entonces sufra por causa de la justicia.”
Pero me parecía que realmente no deseaban sufrir por la justicia. En fin, hablamos tanto de la excomunión que si se siguieran las enseñanzas de Cristo y de Pablo, quedarían excluidos el Papa, los prelados, el emperador y el rey, sí, todos ellos con toda su multitud, y sólo unos cuantos quedarían.
Yo les dije entonces que su casa se estaba quemando, encendida por las llamas del infierno, y que debían apagar eso primero, antes de venir a ver si nuestra casa estaba en peligro de quemarse. Con esto, ellos se marcharon. Uno de los sacerdotes nunca volvió. Así también hablé con el Sr. Antonio van Hille; él atormentó a los otros, pero a mí no me hizo nada.
Con esto yo encomiendo a mis estimados hermanos en el Señor en las manos del omnipotente Dios y Padre, por medio de Cristo Jesús nuestro Señor. Amén.
Escrito mientras estuve en la prisión por el testimonio de Cristo. Estuve en un calabozo oscuro durante un mes; ahora estoy en un hoyo redondo y profundo, donde hay un poquito más luz, y aquí he escrito esta carta. Espero ofrecer mi sacrificio esta semana, si es la voluntad del Señor, junto con los que el Señor ha predestinado a eso. Si no nos ejecutan esta semana, de seguro que no será sino dentro de unos dos meses, pues no habrá sesión de la corte por otras seis semanas después de eso. Sepan ustedes que nuestros hermanos están contentos y de buen ánimo, por la gracia del Señor; que Dios sea alabado por eso.Yo les pido, por el amor fraternal que ustedes me tienen, que envíen esta carta a Friesland, y en especial a Emdenland; sí, esta misma carta, en cuanto puedan. La pueden copiar, pero dense prisa. Les pido que la cuiden bien, para que no se manche ni se rompa. Los hermanos que están en el calabozo conmigo saludan a todos con la paz de Dios. Nosotros oramos a diario por ustedes; hagan lo mismo por nosotros. Anden en la paz del Señor, y les irá bien. Cuando hayan leído esta carta, mándenla a Amberes para que ellos puedan enviársela a la iglesia en Emden, para que todos la puedan leer. Esto deseo de mis estimados hermanos, por el amor fraternal que ustedes me tienen.
La carta que Hans van Overdam les mandó a los señores de la ley y a los consejeros, en Gante, el día antes de su captura
Entiendan bien:
El que tiene oídos para oír, oiga, y el que lee, atienda, y juzgue con el entendimiento de las santas escrituras; pero, ¡ay del que juzga sin entendimiento! Escuchen, pues les hablo, generación carnal, ismaelitas, que se jactan de ser cristianos porque son nacidos del agua sin el Espíritu, y persiguen a los hijos de la promesa que, por la fe en la palabra de Dios, nacen del agua y del Espíritu. Sí, ustedes los persiguen, como Ismael persiguió a Isaac, como Esaú persiguió a Jacob, y como los judíos persiguieron a Cristo. De la misma manera, los anticristianos, que son nacidos de la carne, persiguen a los cristianos nacidos del Espíritu. Persiguen a los que recibirán la promesa del reino eterno por medio de Cristo, que es el heredero de todas las cosas y hace que su reino sea proclamado por medio del evangelio, y llama al arrepentimiento y a la verdadera tristeza por las obras muertas, por fe en él. Ellos condenan a sus testigos, etcétera. Ve bien, águila, que éste es el viento que sopla por donde quiere, mas no sabes de dónde viene, ni a dónde va. Oye ya su voz que el Altísimo ha reservado para los últimos días, para revelarte tus transgresiones y tu castigo. Y Dios ha empezado a sacar a sus hijos por medio de mucha miseria y tribulación.
¡Pon atención, águila! El fin de tus días se acerca. ¿No eres tú la cuarta bestia? Claro que sí, eres la bestia que vio Daniel (Daniel 7.7) que devoraba todo con sus dientes de hierro y desmenuzaba y pisoteaba las sobras con sus pies, y le nació el pequeño cuerno malo (Daniel 7.7–8). Has habitado por largo tiempo en la tierra con engaño, y no has juzgado la tierra con verdad. Pues tú has afligido al manso, has herido al pacífico, has amado a los mentirosos, y has destruido la morada de los que producen fruto, y has derribado las paredes de los que no te hicieron daño. Por eso tu mal comportamiento ha llegado hasta el Altísimo, y tu orgullo hasta el Poderoso. Y ya no aparezcas más, águila, para que la tierra pueda refrescarse y pueda volver, habiendo sido librada de tu violencia, para que ella pueda esperar el juicio y la misericordia de aquel que la hizo, cuyo juicio será mejor y más justo que el tuyo. Por eso tus malvadas cabezas que permanecerán hasta el fin serán el medio por el cual harás tus peores maldades, junto con tus malvadas plumas, que también permanecerán hasta el fin. Por eso oiga, cuerpo vano del águila, que te jactas de ser lo que no eres, es decir, cristiano. Oigan ustedes también, garras malignas, que están listas para desgarrar y destruir lo que tus malvadas cabezas les manden, por medio del consejo de mentirosos, que ellas aman. ¿Por qué se regocijan en la miseria y en la caída de los pobres corderitos y lactantes, que todavía se alimentan de leche, y que ustedes mantienen encarcelados con violencia, y cuya alma asesinan con trucos? Ellos a lo más han oído la verdad un año o dos. ¿Y no tienen ustedes a alguien que los instruya en los artículos de la fe? Avergüéncense de su jactancia de que por medio de sus hombres carnales, ciegos y entendidos ustedes han vencido a los inocentes con trucos sutiles y engañosos, y con textos parciales de la Biblia. ¡Ay, ay! ¡qué miseria y qué épocas tan terribles! La maldad ha ganado tanta ventaja que ni se permite que la verdad se defienda a sí misma en público. Ojalá la miseria, la violencia y el gran dolor de las embarazadas y los lactantes de estos tiempos asciendan a los oídos del Altísimo, pues ningún consuelo, ayuda o auxilio les pueden dar aquellos que el Señor ha dotado de más gracia y dones para acallar la boca de los adversarios.
Pero quizás usted dirá: “Que se presenten, pues, los que han recibido más gracia y son dotados de mejores dones”. A esto contestamos que el lobo podría llamar mucho tiempo antes de que las ovejas vinieran; las que saben bien que él las desgarraría con gran crueldad, sin derecho o razón. ¡Ay, ay! qué juicio y castigo tan horrible de la feroz y devoradora ira de Dios, recibirán los que sin misericordia persiguen y asesinan a los inocentes y temerosos de Dios. Ellos mismos viven tan perdidamente en las maldades de la carne que no heredarán el reino de los cielos. Babilonia espiritual, ¡cómo te visitará Dios y se vengará de las almas inocentes y la sangre de sus testigos!, pues todo esto fue hallado en ti. Has embriagado a los reyes de la tierra y a todas las naciones con el vino del adulterio espiritual de tal modo que no pueden ver la verdad ni oírla. Ojalá pudiéramos, aunque sea una vez, defendernos libremente en público con la palabra de Dios, contra todos ustedes, los doctores, licenciados, sacerdotes y monjes que ayudan a fortalecer, proteger, preservar y mantener el reino del anticristo. Lo haríamos en presencia de una gran hoguera, y los que perderían el debate serían echados en la hoguera. Entonces no sería necesario atormentar ni afligir a los pobres corderitos, y la fe de ustedes se podría probar para saber cómo concuerda con la verdad. Entonces no se necesitaría lavarse las manos con Pilato, ni habría necesidad del mandato imperial, y las autoridades permanecerían limpias de la sangre de los inocentes, ya que no dejan que la palabra de Dios sea juez de la fe. Pero no, los falsos profetas y engañadores bien saben que con eso se manifestaría demasiado su engaño y fraude. Por eso, ellos gritan constantemente así como lo hicieron los escribas y los fariseos: “Crucifícale, crucifícale”. El mandato del emperador tiene que prevalecer.Así era al principio de la cuarta bestia, y así es ahora al final. Que el que pueda comprender esto, observe con entendimiento, que el fin es lo peor de todo.
“Princesa, arrepiéntete y enmienda tus caminos; pues el fin de todas las cosas se acerca. ¡Ay de ustedes, falsos profetas, que se oponen a la verdad, así como los magos egipcios se opusieron a Moisés! Pero la maldad de ustedes será manifiesta a todos los hombres, así como ya comienza a manifestarse. ¡Ay de ti, campeón anticristo, que te pones las costumbres venerables de la Iglesia Romana como una armadura con que defenderte contra la verdad, y usas el mandato del emperador como un escudo, y manejas la espada del poder judicial! Esto haces en cada país para derramar la sangre inocente de aquellos que no se defienden con las armas terrenales o carnales, sino sólo con la palabra de Dios que es nuestra espada aguda de dos filos. Pero a diario nos calumnian grandemente aquellos que dicen que nosotros defendemos nuestra fe con la espada, como lo hicieron aquellos de Münster. ¡Que el omnipotente Dios nos guarde de tales abominaciones!
Sea de vuestro conocimiento, distinguidos señores, consejeros, jueces y burgomaestre, que nosotros reconocemos que su función es apropiada y buena; sí, es ordenada e instituida por Dios, es la espada que Dios les dio para castigar a los malos y proteger a los buenos. Y es nuestro deseo obedecerlos en todos los impuestos, tributos y ordenanzas, en todo lo que no sea contrario a los mandamientos de Dios.Y si desobedecemos en estas cosas, de buena gana recibiremos nuestro castigo como malhechores. Dios, que conoce cada corazón, sabe que ésta es nuestra intención. Pero entiendan, distinguidos señores, que el abuso de sus oficios no es de Dios, sino del diablo.Y el anticristo, por la sutileza del diablo, les ha hechizado a ustedes y les ha cegado los ojos para que no reconozcan quiénes son, ni cuánto han incurrido en la ira de Dios. Sean sobrios, pues, despiértense, abran los ojos del entendimiento, y vean contra quien luchan, que no es contra hombres, sino contra Dios. Por esto no los obedeceremos, pues es la voluntad de Dios que seamos probados así. Antes de obedecerlos en cualquier cosa que sea contraria a la palabra de Dios, preferimos, por la gracia de Dios, dejar que el cuerpo terrenal sea quemado, ahogado, decapitado, atormentado o torturado, como mejor les parezca a ustedes, o si quieren azotarnos, desterrarnos, ahuyentarnos, o robar lo que tenemos.Y en ello seremos pacientes, dejando la venganza en las manos de Dios. “Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor.Y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo. ¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!” (Hebreos 10.30–31). Y el Espíritu testifica que esto se aproxima, y ya ha comenzado.
Escucha, tú que estás ya casi por dar a luz: Prepara tu cama; pues pronto darás a luz. ¿Y qué darás a luz? El fruto de tu labor, con dolor y angustia, y después la muerte. Escucha, tú que estás a la mano derecha: Prepara la medida. ¿Y para qué la prepararás? Para medir a tu prójimo, y entonces tú también serás medido. Prepárate, hoguera, y no esperes. Escuchen, que yo les hablo a los que tienen el mismo propósito que los cuernos (Apocalipsis 17.13), el día de su fiesta ha venido, su carne está lista. Coman con rapidez la gordura del ebrio, para que se le dé el poder a la bestia. Ha sido puesto en el corazón de ustedes ejecutar esto. Tendrán poder por un poco de tiempo después de la bestia. Ustedes luchan contra el Cordero, pero el Cordero los vencerá; él es Rey de reyes y Señor de señores, y su reino durará para siempre. Amén.
Nosotros testificamos que es él que vendrá. Sí, pronto vendrá el Señor Jesús que recompensará a cada hombre según sus obras.
Capítulos
IntroducciónEsteban y otros
Miguel Sattler y otros
Martirio de cuatro señoras
Cartas y confesiones escritas en la cárcel
Lenaert Plover y otros