No son del mundo
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No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo” (Juan 17.15–16).
La doctrina de “la separación del mundo” (basado en escrituras tales como Romanos 12.2: “No os conforméis a este siglo”, y 2 Corintios 6.17: “Salid de en medio de ellos, y apartaos”) es una parte de la enseñanza y práctica de todos los cristianos que procuran tomar la Biblia como el guía de su vidas. Pero, ¿qué en verdad significa “apartaos” del mundo? A través de los siglos, los cristianos han contestado esta pregunta en maneras muy variadas. Algunos creyentes de los siglos III y IV “se separaron del mundo” por medio de vivir vidas solitarias en el desierto, en alguna cueva, o encima de un pilar. Otros han seguido viviendo entre la sociedad, pero separándose de la mayoría de las personas por su forma de vestir, por el idioma que hablan entre sí, o por su rechazo de ciertas tecnologías, facilidades o prácticas de la cultura que los rodea. Muchos cristianos modernos escogen participar plenamente en la vida social, cultural y hasta política de la sociedad en la que se encuentran, proponiendo que la “separación del mundo” es nada más una condición del corazón.
¿Cuál, entonces, será la respuesta correcta al llamado de Dios: “Salid de en medio de ellos, y apartaos”? En las frecuentes discusiones y debates sobre este tema, demasiadas veces pasamos por alto lo que Jesús mismo enseñó acerca del mundo. ¿No deberían las palabras de Jesús más bien ser el punto de partida en nuestra búsqueda de una vida verdaderamente separada del mundo? Según Jesús, ¿qué es el mundo, y en qué maneras deben los cristianos vivir apartados del mundo? En tres ocasiones, Jesús enseñó de manera específica sobre las maneras en las que sus seguidores serían distintos a la sociedad que los rodea. Notemos estos tres pasajes:
1. “Vosotros, pues, no os preocupéis por lo que habéis de comer, ni por lo que habéis de beber, ni estéis en ansiosa inquietud. Porque todas estas cosas buscan las gentes del mundo; pero vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de estas cosas. Mas buscad el reino de Dios, y todas estas cosas os serán añadidas” (Lucas 12.29–31).
2. “Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor” (Marcos 10.42–43).
3. “Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí” (Juan 18.36).
En estos tres pasajes, ¿cuáles son las características del mundo que Jesús describe?:
1. En Lucas 12, describe el mundo como una sociedad de personas a quienes les obsesiona la riqueza: un sistema, una cultura, una economía, una forma de vivir edificado sobre la avaricia y la búsqueda de posesiones y placeres materiales.
2. En Marcos 10, Jesús describe el mundo como una sociedad a que le obsesiona el poder: un sistema, una cultura, una economía, una forma de vivir basado en la búsqueda de poder, autoridad, supremacía y fama… casi siempre al costo de oprimir a otras personas o aprovecharse de ellas.
3. En Juan 18, Jesús describe el mundo como un reino basado en la espada: una cultura y economía de egoísmo, defensa propia, odio, venganza y muerte. Estos tres pasajes pintan un cuadro de lo que Jesús llamaba “el mundo”. Todos los sistemas políticos, económicos, gubernamentales y culturales del mundo tienen estas tres características. Aunque estos sistemas a veces aparentan ofrecer avances y mejoras para la calidad de vida, la verdad es que tales logros casi siempre se motivan por el orgullo, la avaricia, el odio o la sed de poder y autoridad, y casi siempre van acompañados de mayor sufrimiento (guerra, opresión, pobreza, etc.) para otros sectores de la humanidad.
De hecho, el apóstol Pablo declaró que este sistema político, económico y cultural en su totalidad (lo llama “la corriente de este mundo”) está a su vez bajo el poder y la dirección de un “príncipe” (Efesios 2.2). A este príncipe Jesús mismo lo llamó “el príncipe de este mundo” (Juan 12.31). Este príncipe del mundo es la personificación de las características que Jesús describió en Lucas 12, Marcos 10 y Juan 18. Es el enemigo declarado de Dios y de todo lo que Dios es, hace, produce y ama.
Este enemigo, Satanás, ha establecido un sistema, un “mundo”, que es completamente contrario al carácter de Dios y su plan para la humanidad. Aunque este enemigo muchas veces esconde su verdadera naturaleza de sus seguidores, su único propósito es la destrucción de todo lo que es bueno, bello y conforme al carácter de Dios.
Es esencial que entendamos que el “mundo” que Satanás nos ofrece es una falsificación del plan original y perfecto de Dios para su creación. El propósito de Dios desde el principio fue que el ser humano viviera en paz, gozo y belleza bajo el reinado de Dios mismo, en compañerismo con él y en armonía con sus prójimos. Satanás destruyó aquel paraíso y luego estableció su propio reino de odio, poder, avaricia y espada, sujetando al ser humano bajo la esclavitud de temor y muerte (Hebreos 2.14–15).
Pero Dios no abandonó a su creación. Llegó a la tierra como el Mesías, el Gran Emancipador, el Príncipe verdadero que regresa para recuperar su reino del poder enemigo. Como el conquistador que despliega su bandera sobre el territorio que vuelve a tomar, Jesús empezó su ministerio al proclamar: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado” (Marcos 1.15).
Luego, por su enseñanza y ejemplo, Jesús demostró que su reino es muy distinto al reino de este mundo, porque se basa en actitudes, principios y valores muy distintos a los que guían a las naciones. Es un reino que se basa en el amor en lugar del odio; es una cultura de abnegación y sacrificio en lugar de avaricia; es una forma de vivir que valora y expresa perdón en lugar de venganza, servicio humilde en lugar de poder y autoridad opresora. Este reino es tan único que a sus primeros ciudadanos los tildaron de “estos que trastornan el mundo entero” (Hechos 17.6).
Por supuesto, estos primeros “cristianos” (partidarios del Príncipe Jesús) más bien estaban arreglando un universo que se había trastornado y arruinado por su peor enemigo. Pero el problema es que todos hemos vivido en este mundo trastornado por tanto tiempo que nos sentimos en casa, y el reino de Dios, para el cual fuimos creados, nos parece extraño y raro.
Esto es, hasta que nazcamos de nuevo como ciudadanos de este reino celestial. Cuando nacemos de nuevo en el reino de Dios, experimentamos un cambio de naturaleza, ciudadanía, actitudes y valores. Nos damos cuenta de que hemos vuelto a casa, al reino donde se vive como Dios siempre había dispuesto que el ser humana viviera. En este reino las cualidades exhibidas por un niño pequeño, tales como la humildad, el amor y el sacrificio, son lo que realmente importa en la vida. En este reino es un hecho conocido que los valores mundanos de “los grandes” (la avaricia, el poder y la espada) son malignos.
Entonces, el primer paso en apartarnos del mundo tiene que ser siempre un cambio de lealtad, un cambio de ciudadanía. Tenemos que renunciar nuestra ciudadanía en el mundo de Satanás y nacer de nuevo (véase Juan 3.3) como ciudadano del reino del Príncipe Jesús. Esto es exactamente lo que él quería decir y lo que sus oidores entendían cuando predicaba, diciendo: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 4.17). Arrepentirse significaba, y todavía significa, ni más ni menos que tal cambio de lealtad. Pablo lo describió de esta manera: “[El Padre] nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo” (Colosenses 1.13).
Una vez que hayamos renunciado el reino del príncipe de las tinieblas y nos hayamos unido el reino “de nuestro Señor y de su Cristo” (Apocalipsis 11.15), descubrimos que “la separación del mundo” llega a ser sencillamente un asunto de dirigir nuestras vidas diarias según los valores y las realidades del reino de Jesús. Él nos explicó los valores y las realidades de su reino en el Sermón del Monte (Mateo 5–7). Ya no buscamos “todas estas cosas”, las cuales “buscan las gentes del mundo”, sino que buscamos primeramente el reino de Dios y su justicia (Mateo 6.33 y Lucas 12.30). Ya no trepamos la escalera de poder, autoridad y fama, sino que nos arrodillamos para lavar los pies de los necesitados y darles vasos de agua a niños sedientos. Ya no herimos con espadas, acciones o palabras a nuestros prójimos, sino que los perdonamos aun cuando nos estén clavando en una cruz.
Estas, entonces, son las características que marcan la diferencia entre el reino de las tinieblas y el reino glorioso del Príncipe Jesús. Estas son las cosas que crean una distinción verdadera y visible entre el partidario de Jesús y el ciudadano del mundo. La persona que vive según los valores que Jesús enseñó, no tendrá solamente una “separación de corazón”; tendrá una vida entera que refleja su lealtad a un Príncipe distinto. Hará más que solamente apartarse de la sociedad mundana o establecer una subcultura de prohibiciones y prescripciones religiosas: vivirá una verdadera contracultura, una forma de vivir que se opone a la cultura del mundo y sus valores, actitudes, acciones y obsesiones.Porque separarse del mundo, según Jesús, no consiste en mirar al mundo y procurar hacer lo contrario, sino que consiste en ser transformados según la imagen de él (véase Romanos 8.29).
La separación auténtica del mundo es seguir el ejemplo y la dirección de nuestro Príncipe, expresando los valores de su reino en nuestra vida diaria: el amor, la bondad abnegada, el servicio y el perdón. Es un estilo de vida que abarca todo aspecto y cada momento de nuestras vidas. Este estilo de vida llega a ser tanto el “acta de nacimiento” (Juan 3.3) como el “documento de identificación” del ciudadano del reino celestial: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13.35).
Podemos decir, entonces, que una persona, un hogar o una iglesia es tan “cristiano” como lo indica su grado de conformidad a los valores de Cristo y su reino. Así que, para analizar si nuestra “separación del mundo” es auténticamente cristiana, hagámonos las siguientes preguntas:
• El grado de importancia que ponemos en las posesiones materiales, ¿concuerda más con los valores que Jesús enseñó, o con los valores que el mundo las asigna?
• ¿Cuánto nos dejamos llevar por la presión del sistema socioeconómico del mundo que a diario nos bombardea con propaganda y ofertas que afirman que la vida buena consiste en el dinero, y las posesiones, comodidades y placeres que el dinero puede conseguir?
• ¿Cuánto dependemos de la obsesión de la cultura moderna con el placer, el lujo y el gusto momentáneo para ganarnos la vida (en contraste con los oficios más básicos y necesarios, pero que muchas veces ofrecen menos ganancia)?
• ¿Vemos el sistema económico, con su propaganda, competencia, especulación, jactancia y falta de escrúpulos como un amigo, o como un enemigo?
• ¿Cuán a menudo juzgamos el valor de una persona según el criterio mundano de la riqueza, estatus social, apariencia o fama que posea?
• ¿Edificamos nuestras vidas personales y nuestros hogares e iglesias sobre los valores y los métodos que el mundo llama “exitosos”, o sobre el amor abnegado, el perdón, y el estimar “cada uno a los demás como superiores” a nosotros mismos (Filipenses 2.3)?
• ¿Consideramos la “autoridad” (sea en el hogar, en la iglesia, en el negocio, o donde sea) como una manera de procurar fama y beneficios
personales, o como el privilegio de ayudar a otros con humildad servicial? • ¿Dirigimos nuestras iglesias e instituciones según el modelo mundano que depende de un sistema de “enseñoreo” y “dominio”, o según el ejemplo de Jesús, quien “no vino para ser servido, sino para servir” (Mateo 20.28; véase también Marcos 10.43–45)?
• ¿Se conocen nuestras iglesias por el amor, la humildad, el perdón y el servicio abnegado que se expresan entre sus miembros, o se conocen por la competencia, la crítica, los rencores, la superioridad y el orgullo?
• ¿Cuál consideramos como la verdadera medida de la espiritualidad: sólo la conformidad a normas externas, o la conformidad al ejemplo de Cristo en toda la vida, incluyendo los valores de sinceridad, humildad y servicio?
• En todas las decisiones de la vida diaria (aun en cuestiones de vestuario, alimentación, trabajo, transporte, amistades, música, etc.), ¿es nuestra meta principal la de expresar fielmente los valores del reino de Cristo?
Jesús nos llama a que demos nuestra lealtad a él y a su reino. Que vivamos conformes al ejemplo y la enseñanza de nuestro Rey. Entonces la “separación del mundo” que vivimos será más que una artificial línea divisoria que establecemos según nuestras preferencias culturales. Será la vida de un verdadero ciudadano del reino de Jesús, y mostrará a los ciudadanos del mundo que vivir bajo el reinado del Príncipe de Paz es una vida de gozo, belleza y santidad auténticos.
“No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12.2).
“El reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Romanos 14.17).
—Leslie Alan Stover