Santidad a Jehová
En aquel día estará grabado sobre las campanillas de los caballos: SANTIDAD A JEHOVÁ; y las ollas de la casa de Jehová serán como los tazones del altar. Zacarías 14.20
En mi peregrinaje por este mundo me he encontrado con Dios, quién me ha dicho:
—Habéis, pues, de serme santos.
Esto me ha impulsado a tratar de entender qué es la santidad, para vivir de acuerdo a ella y a buscar el compañerismo de otros peregrinos también buscadores de la santidad diaria.
Este estudio es para “todo aquel” que desee beneficiarse de él. No es la última palabra; es un “Eben-ezer” del camino que ayudará a otros a ganar terreno en la santidad, ojalá con más facilidad que yo. Pero no te detengas en este monumento. ¡Ve de gloria en gloria, de gracia en gracia!
Definir el término
Puede resultar confuso entrar en el tema de la santidad sin concretar lo que es ella. Dos personas pudieran escribir sobre ella y llegarán a dos conclusiones distintas. Una ojeada de una concordancia, diccionario o léxico nos aclara que la palabra “santo” y sus derivados en la lengua griega significan “pureza”, “separar” o “apartarse”. Pero las siguientes preguntas se forman aún: ¿Purificado de qué? ¿Separado de qué, para qué? ¿Purificado del aire contaminado? ¿Apartado de los chinos? ¿Puro sexualmente? ¿Separado de la agricultura? Pues, entrémonos al fondo del asunto.
Pedro nos dice en su primera carta: “Pero como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir, porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.” Sin duda alguna, Pedro se refiere—por lo menos en parte—al hermoso versículo Levítico 20.26, el cual es la base de nuestro llamado a la santidad.
“Habéis pues de serme santos, porque yo Jehová soy santo, y os he apartado de los pueblos para que seáis míos” Levítico 20.26. ¿Cómo es “puro” Dios? ¿De cual manera es él “separado”? De hecho, los dos términos pueden reducirse a una sola idea: la pureza es separarse de la impureza. Separación significa puro de “cosa fuereña”; es decir, NO HAY MEZCLA. Dios es amor, dándonos a entender que él no está mezclado con el egoísmo. Dios es Verdad, lo que significa que está apartado de la hipocresía. Una corta y concisa definición sería que Dios es santo debido a que él está:
Consagrado a una sola esfera: lo espiritual.
Lo más cerca que Dios estuviera a lo carnal y lo físico era cuando tomó forma del hombre Jesús y caminó durante 33 años como hombre. Con todo, no contagió su santidad. Estaba en el mundo sin ser parte de el mismo. Fue tentado en todo, pero sin pecar. Y él nos llama a seguir el mismo camino. “Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis.” Él caminó en la tierra sin servir a los deseos de la carne ni por un momento. Esa es la santidad: caminar en medio de una sociedad mala, en medio de tentaciones y acusaciones demoníacas, pero sin darles ni por un momento agrado.
Poniendo por obra el llamado
El llamado
Hemos percibido ya la llamada: “Sed santos porque yo soy santo.” No hay otra opción. Por medio de Hebreos 12:14—Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor—comprendemos que a menos que seamos santos, no podremos relacionarnos con Dios, porque él es santo. Esa es su naturaleza que siempre era, es y siempre será. Y su naturaleza no puede contaminarse con algo impuro. Nada menos que perfecta santidad puede entrar en su presencia, así como su Presencia no puede entrar en algo que no esté consagrado por completo a lo espiritual. Para caminar con él, tenemos que ser santificados. Por naturaleza, somos lo contrario. Siempre buscamos experimentar agradar a los ojos con belleza, o bien dar placer al cuerpo de una manera o agradecer al ego, al viejo hombre conocido primordialmente por tres pronombres: “yo, mi, mío.”
Así, tratando de reconciliarnos con Dios, nos hallamos achocándonos contra su naturaleza. La suya, pura y apartado de lo carnal, y la nuestra totalmente dedicada al egoísmo. Por ello Jesús dijo: “El que no naciere de nuevo no puede ver el reino de Dios.”
Contemplemos unas leyes espirituales…
La ley del aceite para ungir
Las leyes del Antiguo Testamento nos proveen las leyes del Reino de Dios en sombras y símbolos. En la letra, aquellas leyes se dieron para guiar al pueblo judío de aquel entonces. Pero en su espíritu son sombras del porvenir: Prevista del reino de Dios que es espiritual, invisible y eterno. Claro, como los efectos del viento, el reino de Dios produce frutos palpables, pero la fuerza que obra no se ve.
Ahora sí, comenzamos a investigar las sombras de la ley mosaica.
Éxodo 30:22-33 profetiza con claridad del Espíritu Santo, ungimiento nuestro. Enfocándonos en esos versículos veremos algunas leyes concernientes a él:
Vs. 30 Los sacerdotes—ambos el sumo sacerdote y los regulares—debían estar ungidos para servir en el templo. ¡Así es en el reino de Dios! Para ministrar con efectividad a los hombres, se requiere la unción divina.
Vs. 32 El aceite debía ser único. ¡No hay otro como el Espíritu Santo!
Vs. 33 Tratar de imitarlo era un pecado muy serio. ¡Realmente no podemos imitar una reunión, un mensaje o una consolación verdaderamente ungidos! ¿O sí?
De todo el pasaje podemos sacar puntos similares de las sombras de la ley. Sin embargo, lo que quiero enfatizar es... Vs. 32 El aceite NO puede ungir la carne.
Por más que tratemos, Dios NO PUEDE ungir corazones y acciones carnales. Es contra la ley, pues el aceite es santo y no se mezcla con la carne, o con la persona o acción inspirada por o centrada en la carne. Reitero, el aceite es santo y para recibirlo tenemos que ser santos.
¿Pero, que significa ello en términos prácticos?
Bueno, si hacemos nuestras decisiones basándolas en la carne y sus deseos, nuestra vida no será ungida. Podemos soñar que sí, leer libros de otros ungidos, asistir una iglesia llena del Espíritu, pero no tendremos el olor dulce del aceite único. Nuestra vida seguirá perfumando el aire con olor de muerte.
La ley de la casa
En Ezequiel 43 encontramos el plan de Dios para la Iglesia, por medio de una visión de la ciudad y del templo. En el versículo 12 hallamos la “ley de la casa”, y puesto que los cristianos somos la casa de Dios, esa ley nos corresponde a nosotros. “…el recinto entero, todo en derredor será SANTÍSIMO.”
¿Cómo es eso en tu vida? ¿Crees que sólo el santuario interior ha de ser santo, y que lo de afuera no importa: como dicen muchos ignorantes, “Lo que importa es sólo el corazón?”
De acuerdo a la “ley de la casa”, no sólo el santuario interno y el externo deben ser consagrados, sino “el recinto entero y todo en derredor (el limite) será santísimo.” Oye, no sólo santo, sino SANTÍSIMO. Amado lector, ¡¡La santidad al Señor NO es opcional!!
O somos santos en todo o no somos parte de la casa (la iglesia).
Pentecostés- el aceite inunda la casa
Ciertamente la frase anterior no se halla en la Biblia, pero eso es lo que ocurrió en Hechos 2.
Para que el aceite pueda derramarse, el recipiente tiene que estar desenlazado de lo carnal, consagrado a lo espiritual. ¿Fue así en el día de Pentecostés? En Hechos 1:14 vemos que “todos perseveraban unánimes en oración y ruego.” En el capítulo siguiente, se nota que “estaban todos unánimes juntos,” dándonos a entender que todos juntos estaban listos para recibir el aceite. ¿Era perfecta aquella consagración, ya sin más fallas? Indudablemente no; pero no hallamos a Pedro yendo a pescar para ganar más dracmas para decorar su barca; Juan no estaba en el festival de arte. Andrés no estaba en la Universidad local buscando un doctorado. ¡Tenían su corazón y su vida puestos en el reino de Dios totalmente...y cayó el aceite!
Luego de recibir aquel renacer del cielo, por medio de Hechos 2:46 vemos que seguían en el mismo modo de actuar. La frase clave es la de “sencillez de corazón.” Esa frase indica un propósito único espiritual. Pureza, separación a una sola cosa—lo espiritual. Un corazón sencillo—literalmente significa 'de un solo propósito'—tiene el deseo de servir a Dios únicamente. Si un corazón abarca dos deseos en él, pese a que el segundo ocupe el solo 1%, NO es un corazón sencillo. En el corazón sencillo, cada kilogramo de fuerza, deseo y voluntad se ocupa en la “una cosa necesaria” (Lucas 10.42). Todo lo demás no les importaba mucho.
Entonces vemos a aquellos cristianos recibiendo la unción en una actitud santificada. Sin duda alguna, el fuego divino les purgó a ellos aun más. Acudir a Dios sin un esforzada decisión de tener “sencillez de corazón” no vale nada; el aceite no puede ser derramado sobre la carne. La casa debe ser santísima. Eso no significa que tengamos que ser perfectos y puros antes de venir a Cristo. Lo que sí quiere decir es que nuestros deseos e intenciones han de estar en un estado de arrepentimiento, de un vehemente deseo de alcanzar la santidad de Dios, reconociendo que somos super-egoístas—y Dios no lo es. Pero acudir a Dios con un corazón sin sencillez, que aun desea los deleites temporales de la vida, no le permitirá al aceite a caer; pues no puede él ser derramado sobre la carne.
Los frutos del aceite
Veamos algunos frutos del derramamiento del Espíritu en Hechos 2:41-47:
- Añadirse al cuerpo de Cristo: todo aquel nacido de Dios habrá hambre de unirse a la iglesia (vs. 41).
- Oración: se vuelve hermoso el compañerismo con Dios (vs. 42).
- Temor a Dios: un respeto profundo a Dios al comprender Quién es y quienes somos (vs. 43).
- Todas las cosas en común: se compartían los bienes materiales entre sí (vs. 44).
- Una sola meta perseguida por todos, el bienestar comunal (vs. 44-45).
- Alabanza a Dios que fue natural y cordial (vs. 47)
¿Qué hace falta en la arriba lista (Pensando en términos del pensamiento popular de hoy)? La reunión de jóvenes con su juego de fútbol y papas fritas, el festival musical cristiano, venta de galletas para construir el templo, etc. ¿Por qué no se hallan tales actividades en el Nuevo Testamento? Otra pregunta semejante es ¿por qué no hay unción en los cultos populares de la iglesia actual? Una respuesta abarca las dos preguntas: Porque al aceite santo NO le es permitido derramarse sobre lo carnal. Santidad es separación; separación de los deseos de la carne y la auto-glorificación del yo.
Una inquietud común sale entre individuos e iglesias cuando tú hablas como lo he hecho yo: ¿Qué hay de malo en ello? Eso nos lleva al siguiente punto…
La santidad y la moralidad
Moralidad es un término para explicar nuestras relaciones como seres humanos entre sí. Eso se resume a la “Regla de Oro”: haz a otros como quieres que te hagan a ti. Muchas iglesias y personas han caído en este confortable estancamiento: conformarse a la moralidad, en vez de conformarse a la santidad. La moralidad abarca nuestro comportamiento hacia a los demás humanos, pero la santidad abarca nuestro comportamiento hacia Dios. Según tales que sí viven una vida moral pero no santa, una excursión no interfiere con los derechos de nadie, es una “diversión inocente”. Moralmente, ella sí pasa el examen. En el aspecto de santidad está totalmente reprobado. Pasa lo mismo con los deportes. ¿Qué hay de malo en el fútbol para los adultos? No lastima a nadie; es mucho menos contraproducente que beber una cerveza. Pero en cuanto a la santidad, los deportes (entre adultos) se clasifica como uno de los deseos de la carne, un entretenimiento sin valor eterno.
El joven rico es un ejemplo de vivir en la honradez de la moralidad, pero olvidadizo de la santidad personal. Cual hombre moral sería miembro destacado en muchas iglesias de hoy. Él no fumaría, ni se emborracharía, tampoco robaría ni visitaría los prostíbulos. El hombre rico había vivido así “desde su juventud,” haciendo referencia (me supongo) al día de su bar mitzvah. Él conocía la ley mosaica y la respetaba. Sin embargo de su buena moralidad, él no estaba caminando en la santidad: amaba a su dinero. En esencia, él aún estaba centrado en sí mismo. Muchos andan así hoy: a una edad joven, se arrepienten de ciertos pecados “moralmente malos”. Pero tristemente, no ingresan a la vida santa, lo que significa NO UNCIÓN. La santidad es más allá que la moralidad. Es cierto, se necesita moralidad para relacionarse con Dios, pero la sola moralidad no es suficiente. De hecho, la moralidad es un requerimiento secundario. La santidad antecede la verdadera moralidad.
El más grande mandamiento
Si ponemos todo empeño en un solo esfuerzo, ¿cuánto fuerza sobra para otra actividad más? Cero, por supuesto. Y si ponemos todo esfuerzo, deseo, propósito y aspiración en amar a Dios (el mayor mandamiento) no queda ni pizca de fuerza para otra cosa. Por tanto, amar a Dios con todo el corazón nos hace santos y separados para el reino de Dios. Jesús enseñó que el primer mandamiento es la de ser santo. El segundo—amar al prójimo—será resultado del primero. Pero no funciona de la manera opuesta. Y muchas iglesias se quedan en moralidad (que es buena), pero sin alcanzar la santidad, amor a Dios (Mateo 22:37 38).
Mi testimonio personal es muy semejante a este dilema. Yo crecí como una persona moral. Tenia mis “placeres y entretenimientos inocentes”. Cazaba, pescaba, y jugaba deportes… sin dañar a nadie...me suponía... Pero, leyendo al Biblia, empecé a pensar… Si puedo gastar muchos dólares en un rifle que no necesito, sólo para placer, ¿por qué condenar al hombre que compra billetes de la lotería? Si eso le da placer, y él puede costear los gastos, ¿por qué condenarlo? Y mi pensamiento estaba en lo correcto. Si una semana de cacería es inocente, también es un viaje de una semana a Las Vegas (centro de juegos en Nevada, EEUU). Y el hombre que va y compra marihuana para drogarse en su casa, sin dañar a otra persona, sería inocente.
Entonces los deportes, la cacería, la natación, el billar, la televisión, fumar marihuana….están todos en la misma categoría ante el santo Dios, pese a que ninguno de dichas diversiones se consideran inmoral a los mundanos. No hay diferencia entre fumar marihuana y jugar fútbol en cuanto a lo eterno. Las dos actividades no aportan nada en edificar la vida espiritual. Es verdad. Y finalmente tuve que arrepentirme de la cacería, la música y los deportes para empezar la seria búsqueda del reino de Dios. ¿Sabes qué? ¡Cayó el aceite sobre mi vida!
Inmundicia
Esta palabra se utiliza a menudo en las Escrituras. Después de reunirme en iglesias durante 30 años, apenas hace poco—luego de estudio bíblico personal—fue que llegué a entender su significado e importancia en toda su claridad.
En Ezequiel 22:26 y 44:23 hallamos una comparación que nos ayuda a definir bien lo que es la inmundicia. Dicen estos versículos: “Entre lo santo y lo profano…entre lo limpio y lo inmundo.” Un estudio más profundo revela más sobre esta palabra, pero por el momento sólo definiremos limpieza como un 100% de pura consagración a lo espiritual. La santidad es dedicarse 100% del corazón a Dios. La pureza es no tener ni gota de egoísmo en nosotros. Así, veremos que la santidad al Señor tiene mucha mayor importancia de la que se supone.
La inmundicia se menciona entre “las obras de la carne”en Gálatas 5:19. En Efesios 5:3 y Colosense 3:5 se pone junto con los graves pecados que es la fornicación. ¡Oh, que entendamos que ante los ojos de un santo Dios, un simple agrado a mí mismo y a mis deseos es igual—en cuanto a la santidad—a la fornicación!
1ª Tesalonicenses 4:7 dice: “Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación.” En toda la ley hallamos referencias a la inmundicia. Veamos algunas. Primero, Isaías 35: 8:
El Camino de santidad
La hermosa profecía de Isaías nos habla de la venida del Reino y la redención del pueblo de Dios. ¡Cuan hermoso ver esas promesas y profecías, y ver su realizaciones en la iglesia tras los siglos! Pero las promesas son condicionales, y una condición es que “no pasará inmundo por él.” A los que se les dan gusto a su egoísmo, NO pueden caminar ni entrar en el reino. ¡La santidad y el reino de Dios son inseparables!
Jerusalén-la ciudad de Dios
En Isaías 52 hallamos más profecías del evangelio y la redención. Jerusalén (que es una sombra de la iglesia) será librado de sus opresores. Pero de igual importancia es la promesa—en el primer versículo—de ser limpiado interiormente. Nadie inmundo ni el incircunciso entrarán en ella. Ambas palabras se refieren a la separación del mundo. Lo mismo nos dice Apocalipsis 21:27, que en la ciudad de Dios (la iglesia) “no entrará nada inmundo”. Como se ha notado anteriormente...¡La santidad no es opcional!
La separación del mundo
Una palabra muy común, pero malentendida y mal usada es “el mundo”. Durante años yo me imaginaba que “el mundo” se refería a los perdidos. El mundo es sinónimo de los deseos carnales. Cada ser humano es parte integral del mundo por haberse nacido en carne. 1ª Juan 2:16 nos explica lo que es el mundo: “los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida”. Para ser honestos, hemos de reconocer que todos somos participantes en ellos. No obstante, debemos pensar sobre la mundanalidad en estos términos: los deseos de satisfacer lo que el ojo ve o bien el simple deseo de dar placer al cuerpo. Dejar que estos deseos guíen nuestras decisiones nos hace inmundos, y por tanto, incapaces de entrar a la Jerusalén celestial, capital del reino de Dios.
Fundamentalmente hablando, la inmundicia es no consagrarnos a Dios por permitir que los deseos centrados en uno mismo nos afecten en las decisiones cotidianas. Podemos fallar en nuestro camino de santidad solamente por escoger de tomar una soda en vez de comerse frijoles, cuando sabemos que hemos comido suficiente dulce ya. Nuestra lengua desea el dulce; nuestro cuerpo necesita el hierro de los frijoles. La decisión que nos enfrenta es escoger entre el deseo de saborear un dulce y cumplir la voluntad de Dios.
El ascetismo
Por el cansancio que he ido experimentando de escuchar prédicas poco relevantes, escogí algo muy práctico y común en el párrafo anterior. Pero la situación antes mencionada nos puede llevar a un error extremoso que dice que todo placer es pecado. El placer no es pecado. Lo que sí es pecado es el buscar y/o satisfacer deseos centrados en el egoísmo. Muchas decisiones que hacemos nos traen placer sin separarnos de Dios, como la de sentarnos en un sillón en vez de quedarnos parados, la decisión de sentarnos a ver la puesta del sol después de un día agitado, etc. Si estamos cumpliendo la voluntad de Dios y el placer viene, ¡Gloria a Dios! Pero una persona santa no toma decisiones primordialmente en búsqueda de placer egoísta. Cuando hacemos lo bueno y agradable ante Dios, aceptamos el placer de oler una flor, etc. como un don del Señor, y diremos ¡Gloria al Señor! Pero si obedecerle a Dios nos lleva a la cárcel, lo cumplimos igual como si nos llevara a un lugar florido.
El ascetismo dice que experimentar el placer es pecado. Por eso, si vemos una hermosa flor, debemos mirar al otro lado. Si se nos ofrece un colchón esponjoso para dormir, pues debemos buscar una tabla con agudos clavos... Bueno, queda patente que ayunar y negar el cuerpo son provechosos, pero igualmente podemos recibir lo agradable de la mano de Dios de vez en cuando. En resumen, el error del ascetismo es decir que es malo traer gusto al cuerpo bajo cualquier circunstancia.
No servir los deseos de la carne
Lo distinto entre buscar el placer egoísta y recibir el placer que la vida nos conlleva se distingue en lo distinto entre la necesidad y el deseo. El cuerpo requiere comida y descanso, y somos llamados a cuidar nuestros cuerpos. Pero… ¿Por qué los hombres gastan en aros de magnesio para el auto cuando no se necesitan? ¿Por qué las mujeres se pintan, se adornan y se visten con ropas con encaje, con oro y con escotes? ¿Por qué somos glotones? ¿Por qué es pecado la perezosidad laboral? ¿Por qué la fornicación nos es una imponente tentación? Porque...todos son los deseos de la carne para sentirnos cómodos, y los deseos de los ojos para ver cosas agradables, pero innecesarios.
¿Por qué dominamos a otros? ¿Por qué oímos música a todo tiempo? ¿Porqué deseamos reconocimiento de los demás? ¿Por qué deseamos un doctorado? Es el deseo del ego, la vanagloria de la vida, que es el deseo de ser alguien destacado.
Hemos sido llamados a dedicarnos a Dios y su reino. Somos llamados a cuidar nuestro cuerpo tal como cuidamos una herramienta para que cumpla su propósito.
Gracias a Dios, muchas tareas son placenteras. La comida es sabrosa. El aire del campo nos anima. Cantar alabanzas a Dios con otros hermanos es encantador. Sin embargo, por naturaleza andamos buscando satisfacernos los deseos de la carne…¡lo cual es pecado!
La locura de la cruz
El hombre natural odia la vida santa. Él es capaz de respetar a las personas de buena moralidad, pero a un santo le será contado como loco. El porqué de ello es que la santidad toca lo más profundo del ego. O sea, está bien—según el hombre natural—ser fiel a tu esposa, pero entregarse a la oración es demasiado. Dejar de embriagarse es aceptado como un buen paso adelante, pero ¿dejar tus camisas lucientes y tu traje de lujo por ropa más humilde? La mente carnal halla una tontería en el caminar en santidad. Debido a ello, se ha cesado la persecución al cristianismo actual. Al mundo, le es locura y reproche una iglesia santa, pero recibe con gusto a una iglesia moral.
Así, el mensaje de la cruz viene a ser una realidad al hombre santo. Sus ojos, su carne y su ego claman a diario por ser agradecidos, pero el hombre santo mata sus clamores. A la comodidad y los deseos de la carne les hacen morir. El hombre santo camina para agradar a Dios y a su prójimo, no a sí mismo.
Cuando vino Jesús y enseñó que seamos respetuosos, sus seguidores quisieron hacerle rey, pero cuando él fue más al fondo, enseñando acerca de de santidad, le coronaron…¡con espinas! Y así se le sucederá a cualquier individuo o iglesia que practique la santidad. La santidad y la cruz son inseparables, porque el viejo hombre clama por ser complacido. Sin una cruz para matarlo a diario, él nos dominará y…¡adiós a la santidad!
Renunciar a todo
En Lucas 14:33 hallamos el mensaje de Jesús sobre la santidad y la cruz. Contiene tres palabras claves:
- “todo”: Esta palabra pequeña encaja el mensaje de santidad. En el primer mandamiento (Marcos 12.29-30) hallamos lo mismo: “con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas.” ¿Cuánto espacio sobra de “todo”? Ni el 0.0001% para otras cosas.
-
“renuncia”: En griego este verbo es apotasomai (ἀποτάσσομαι-que significa “decir adiós, separarse, olvidar”). Un “adiós final” implica dejar atrás algo, sin plan alguno de regresar, a menos que Dios lo indique al contrario. Hallamos así un completo abandono de TODO lo que somos y tenemos, y poner TODOS los esfuerzos y deseos en amar a Dios. Esa es la santidad. Desafortunadamente, hemos explicado el versículo en la siguiente manera: “no tienes que hacerlo literalmente, sino solo estar dispuesto a cumplirlo.” Pero veamos las palabras: ¿dice “el que no está dispuesto a renunciar…” o“el que no RENUNCIA a todo lo que posee? Multitudes dicen: ¡yo estoy dispuesto! Pero no lo hacen. Debido a eso, las iglesias andan cojas, sin poder vencer. Mucho de nuestras pertenencias son cargas en la carrera al cielo, y Dios nos manda despejarnos de ellas, si sólo escucharíamos su llamada para cumplirlo. ¡Hazlo amigo! ¡O no puedes ser un discípulo!
—¡Oye!—puedo oír que me dices—No tienes que renunciar a tu familia y a tu casa.
Pero … !si! para ser discípulo, tienes que decir adiós, sin intenciones de volver, a menos que Dios te lo ordene. (Muchas veces él te dirá que te quedes, pero ¡a veces no!) El hombre carnal tiene temor de hacerlo. ¡Lee el versículo otra vez! ¡Dios espera ungirte con su aceite, cuando RENUNCIES a todo lo que posees! Lo que nos lleva al tercer punto… - “no puede”: Si no hemos renunciado a todo, es IMPOSIBLE ser discípulo de Jesús. La Biblia no dice que el que no renunciara será un miserable discípulo, o uno de segunda clase. Realmente, dicha persona NO es discípulo de Cristo.
Cambiemos las reglas
La mayor parte de los cristianos orientan su vida según una regla, si no consciente, inconscientemente, y es la siguiente: “Todo está provechoso para mi vida, a menos que Dios me indique al contrario.” No obstante les pongo a reto a todos, a que se orienten con otra regla, sólo por una semana: “No hago nada en mi vida, a menos que Dios me diga con claridad que lo haga.” Así se eliminan por completo las así llamadas “cosas inocentes.” ¡Si la iglesia empezara a vivir así, sería un gran golpe a Satanás! Ahora seamos prácticos
Personalmente, estoy cansado de principios que no nos llevan a la practicalidad. Un principio noble es sublime, pero si este principio no nos lleva a la práctica, es sólo teoría. La santidad debe afectar nuestra vida cotidiana, en todo espacio y a todo tiempo. Veamos otros versículos que usan la palabra “TODO” o bien “NADA”:
- “…hacedlo TODO para la gloria de Dios” 1ª Corintios 10:31.
- “…hacedlo TODO en el Nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre…” Colosenses 3:17.
- “Absteneos de TODA especie de mal” 1ª Tesalonicenses 5:22.
- “Bueno es no comer carne, ni beber vino, ni NADA en que tu hermano tropiece, o se ofenda, o se debilite” Romanos 14:21.
- “Pero fornicación y TODA INMUNDICIA, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos” Efesios 5:3.
Con estos versículos en mente, consideremos la vida santa, punto a punto.
Boca santa
Comenzaremos nuestro estudio por considerar la boca. La boca santa no permitirá que se entre o se salga algo a menos que glorifique Dios. En cuanto al entrar, comprendemos que la glotonería es pecado, pues el comer para el placer se centra en el yo, no en mantener en salud el cuerpo. Así, a la hora de comer se considera la gloria del Creador, no sólo el gusto del saborear. La glotonería es un pecado que con poco frecuencia es disciplinada en las iglesias. Una iglesia puede recibir a diez glotones, mientras el fumador es rehusado. Pero la verdad es que el fumar y el comer por sólo deleite son vicios gemelos. En cuanto a lo que sale de la boca, hemos de tratar con el hablar profano. Las palabras deshonestas, las necedades y las truhanerías no se deben ver en los cristianos, ni siquiera se nombren. ¿Por qué? Dichas actividades no edifican al hombre espiritual, sino entretienen a los carnales. Entre las cientos de páginas que hay en la Biblia, no se halla Dios diciendo algo en broma. Él es santo, apartado a lo espiritual. Y tú, debes tener como lema no decir nada a menos que el Espíritu Santo lo provoque. Al meditar sobre eso me hace pensar en la gran cantidad de hablar profano en el mundo, inclusive a mí mismo; el hablar manchado por el yo.
Ojos santos
Ahora vamos a considerar lo que es tener ojos santos. Ojos santos solamente miran a lo que edifique el hombre espiritual, dándonos cuenta que a veces nos encontramos con lo inesperado. Por supuesto, tal santidad elimina por total la pornografía y las personas vestidas deshonestamente. Pero tener ojos santos es más ancho que eso.
Por muchos años yo pensaba que “el deseo de los ojos” se resumía bien en el párrafo anterior. Pero al comprenderlo de una mejor manera, llegué a entender que la pornografía es más un deseo de la carne que un deseo del ojo.
El problema radical del hombre es el de usar los sentidos para experimentar el placer corporal o el glorificar al yo. Y, excepto que Dios nos lleve a cabo un cambio radical en nuestro corazón por medio de la gracia, andamos toda la vida en búsqueda de dichas experiencias.
El deseo del ojo del cual menciona Juan el apóstol en su primera carta para describir la mundanalidad es nada menos que andar en búsqueda de agradar el ojo con placer. Este planeta está harto de ello, pues la mayoría de la gente en ella no está convertida. Para ejemplar, los adornos en el vestimento, autos elaborados y casas espléndidas abundan, todo para dar placer a los ojos.
Oídos santos
Oídos santos no escucharán con propósito lo profano. Hemos de pensar primero en la música, pues es un medio fortísimo. Un mero violín ha provocado a un hombre a llorar. Las tiendas difunden la música apacible para alentar a la gente a comprar más. Un ritmo fuerte estimula los deseos sexuales. No, la música no es un juego inocente.
Debido a ello, la iglesia primitiva no usaba los instrumentos musicales durante los primeros siglos de la historia de la iglesia, ni en los cultos públicos ni en el hogar. Y eso fue a pesar de que la sociedad en rededor y la tradición judía iba en contra. ¿Por qué? A continuación se dan unas citas de la iglesia primitiva:
Aborrezco sus reuniones paganas. Porque hay banquetes exagerados y flautas que provocan movimientos lascivos. Justino Mártir (160 d.C.)
Acerca de este tipo de personas, el Espíritu Santo dijo por Isaías: «Beben vino a la música de las cítaras, los panderos, las liras y las flautas, pero ni miran las obras de Dios, ni contemplan las obras de sus manos» Ireneo (180 d.C.) Las personas ocupadas en tocar flautas y salterios; en coros y danzas, aplaudiendo; y en otras diversiones desordenadas, se vuelven muy indecorosas. Clemente de Alejandría (195 d.C.)
Las flautas son para los que están involucrados en idolatría. Clemente de Alejandría (195 d.C.)
El Espíritu, haciendo distinción entre tales festividades y los cultos divinos, canta: “Alabadle con el son de bocina;” porque con el sonido de bocina él resucitará a los muertos. “Alabadle con el salterio;” porque la lengua es el salterio del Señor. “Y alabadle con arpa.” La arpa significa la boca tocado por el Espíritu, como si él fuera púa, “Alabadle con pandero y danza” se refiera a la iglesia que medita en la resurrección de los muertos estando ella en la resonante piel. “Alabadle con cuerdas y flauta.” El cuerpo se llama “flauta”, y los nervios son las cuerdas, por las cuales el cuerpo recibe tensiones armoniosas. Al ser tocado por el Espíritu, se da voces humanas. “Alabadle con címbalos resonantes.” Él llama a la lengua el címbalo de la boca, la cual resuena con el pulsar de los labios. A razón de ello, él hizo llamada a la humanidad, “Todo lo que respire alabe a JAH,” pues quiere cuidar a todos sus creados que respiran. Porque el hombre de veras es un instrumento pacífico, pero los otros instrumentos, si haces investigación, se hallan guerreras, provocando a las codicias, la concupiscencia y la escandalosa ira... Nosotros solo usamos el único instrumento de paz, sólo la Palabra por la cual honramos a Dios. Ya no usamos el salterio, la trompeta, el címbalo y la flauta, porque los que son expertos en la guerra hacen uso de tales instrumentos en sus coros y fiestas… Así si deseas cantar acompañada con arpa o liro, no hay culpa. Se le imitarás al justo rey hebreo en su acción de gracias a Dios. “Alegraos, oh justos, en Jehová; En los íntegros es hermosa la alabanza” dice la profecía. “Confiésese a Jehová con arpa; Cantadle con salterio y decacordio. Cantadle cántico nuevo.” ¿Y no significa el decacordio al Verbo Jesús, quien es manifestado por el número diez? Clemente de Alejandría (195 d.c.)
Satanás tienta a los ojos con imágenes seductivas y placeres que llegan con facilidad la vista para el fin de destruir la castidad… Él tienta los oídos con músicas de hermosa melodía, para que escuchando sonidos dulces, él logre relajar y debilitar la fuerza del cristiano. Cipriano (250 d.C.)
Se puede resumir las citas de arriba por decir que los primeros cristianos querían vivir santos. A ellos no se les requiriera un versículo particular para guiarles a dejar al lado la música instrumental y sensual. Tales son los efectos de vivir en santidad; se exterioriza la santidad interior, ¡hasta aun convertir los oídos en santos!
Antes de partir de este punto, vamos a hacer una comparación de cierta música “cristiana” de hoy con la de la época apostólica. Hoy, hay un fuerte ritmo, mucha bulla de instrumentos, gritos y todo acompañado a veces con palmadas. Oh, hay unas palabras bíblicas, pero muchas veces casi no se escuchan ni se entienden ellas. Sí, es una experiencia emocionante la música “cristiana” de hoy, pero al fin de la cuenta, los oyentes siguen tan carnales como antes luego de escucharla.
La alabanza de los primeros cristianos se llevó a cabo en un ambiente serio, pero alegre, sin instrumento musical alguno (pues la Biblia dice que no se puede honrar a Dios por manos humanos), pero sí con voces unidas y palabras instructivas de sana doctrina. De esa manera se preservaba la santidad de sus oídos, sólo permitiendo entrada a lo edificante.
Cuerpo santo
Para terminar, se resumirá lo restante bajo la régimen de cuerpo santo. La nariz, por ejemplo, siempre desea olores fragantes y el sentido de tacto anda en búsqueda de algo emocionante. Pablo nos dice en 1 Tesalonicenses que el cuerpo es para la santidad, no para el placer. Así nos da a entender que la fornicación es pecado por dos razones: 1. Es inmoral, pues se afectan las vidas de otras personas. 2. Aunque se numera segundo aquí, el fornicar es culpable de incumplimiento del primer mandamiento: amar a Dios de todo corazón, lo cual es la santidad. Pero debido a la intensa sensaciones físicas de la fornicación, dicho pecado es común en la raza humana. Es porque tenemos todos un fuerte deseo natural de experimentar el placer. ¡Con toda la razón Jesús dijo que hemos de nacer de nuevo!
El placer y la vida cristiana
Se ve por todos lados la enseñanza que no hay nada malo en el placer. En un sentido, sí, es verdad. Pero debido a que muchas personas piensan que no hay malo en la búsqueda del placer, se requiere un repaso a unos versículos pertenecientes. 1 Timoteo 5.6 apunta que la viuda “que se entrega a los placeres, viviendo está muerta.” Palabras fuertes son, pero no se puede negar que son verídicas. Lo distinto está en entregarse al placer y experimentar el placer que nos viene sin buscarlo. Santiago 5.5 condena al rico que vivía en deleites temporales. En la parábola del sembrador, Jesús nos indica que los placeres de la vida ahogan lo espiritual. Y Tito 3.3 nos informa que en tiempos anteriores de nuestra vida, estábamos esclavizados por “deleites diversos”. Estos testigos bastan para aclarar que el cristiano no sobrevivirá espiritualmente la búsqueda de placer. Ahora, vamos a quedarnos aquí un rato, para auto-examinarnos en cuanto a lo que es que nosotros realmente servimos. Ante de comenzar, un aviso: no se haga caso a las palabras que salgan de la boca en cuanto a quién o qué la persona sirve. Muchos cristianos se equivocan en eso, pues el testimonio verbal no es suficiente para determinar qué o quién es amo de la persona. Pero sí hay una prueba 100% justo en precisar la respuesta a dicha indagación.
Cuando se ha suplido todas las necesidades del día (como la comida, el descanso corporal, la ropa, etc.), ¿en qué te ocupas durante el resto del día?
Por ejemplo, ya has dormido ocho horas, has trabajado ocho más, y en el alimentarse y bañarse has invertido tres horas. Todas ellas se suman a 19 horas, y hay 24 horas en el día. Todavía faltan cinco horas para terminar el día. ¿En qué vas a invertir el resto del día?
¿Vas a gastar el tiempo en trabajar para que puedas comprar un electrodoméstico innecesario? ¿Vas a patear un fútbol durante todas la horas que puedas? ¿Vas a leer un novela romántica? ¿Vas a ayudar al vecino en su trabajo? ¿Vas a orar y leer la Biblia? ¿Vas a salir a la calle para predicar las buenas novedades del reino de Dios?
Ahora, puedes ver con claridad lo que es que tú amas. Si andas en búsqueda de placer corporal o mejorar el auto-estima, andas errado, pues no andas en santidad al Señor. En lo que inviertes tu tiempo libre, en ello se indica tu verdadero amor. ¿Es Dios y las cosas de él? O, ¿es otra cosa de este mundo?
Así cumplimos nuestro auto-examen.
Ahora vamos a investigar una frase en otro versículo vinculante, el 2 Timoteo 3.4: “amadores de los deleites más que de Dios.” Es muy comprensible que este versículo se entendiera como si dijera que uno no debe amar los deleites más que amar a Dios. O sea, está bien amar los deleites, pero ese amor no debe ser mayor que el amor a Dios. No obstante, la palabra griega que aquí significa “más” debe entenderse mejor como “en lugar de”. El léxico Thayer (en inglés) dice lo que está a continuación en cuanto a la palabra “más” que se encuentra en 2 Timoteo 3.4: se opone a algo, y lo repone; por eso se puede decir “en lugar de”. Se notan dos puntos:
1.Como se ha explicado anteriormente, santidad al Señor es “amar a Dios de todo corazón”. No de 50%, ni 99% del corazón. Si 100% del corazón se ha entregado al Señor, ¿Cuánto sobra para entregarse al placer? ¡Cero, por cierto!
2.En lugar de amar los deleites, debemos haber amado a Dios. Si acaso hay un amor, pequeño que sea, a los deleites, hemos de exterminarlo por completo y reponerlo con amor a Dios.
Pablo apunta en el siguiente versículo algo también fuerte: “...a estos evitan.”
¡La santidad al Señor no se discute!
¿Qué podemos gozarnos, pues?
El mismo Pablo que escribió a Timoteo acerca de amar más el placer que amar a Dios, le había escrito anteriormente “que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos.” Desafortunadamente, muchas personas tergiversan esta frase. ¿Qué es el que Dios nos ha dado para disfrutar? ¿Acaso fueran la marihuana y la cocaína? ¿O bombas y ametralladores? Claro que no, pero acaso son las rosas, las chuletas y la música clásica?
Mirando otra vez al versículo mencionado, se ven seis cosas para disfrutar:
1.Hacer bien
2.Buenas obras
3.Dar mucho
4.Compartir nuestros bienes
5.Atesorar bendiciones para el futuro
6.Echar mano a la vida eterna
Ni siquiera una de las anteriormente mencionadas actividades está en contra de la vida santa. Pero sí todos están en contra de la vida egoísta. Aprovecha de esas seis cosas. ¡Dios te ha proporcionado todos para que las disfrutaras en abundancia!
El yo santificado
¿Es posible santificar el yo, o sea el ego? Nosotros los humanos siempre andamos en búsqueda de una notoriedad. Pero Juan lo tilde de la vanagloria de la vida. Al hombre carnal, su vestimenta, su auto, su casa y su ámbito deben declarar todos del prestigio y valor de él.
Pero, para andar con Dios, todo ello tienen que ser santificado, y la única manera para realizarlo es matarle al hombre natural junto con sus deseos.
¿Por qué es tan difícil recibir una corrección? Es a razón de nuestra prestigio, que no quiere reconocer su fragilidad. Sí, al hombre natural le da satisfacción corregir a los demás. La venganza no es pecado sólo por ser un asunto de moralidad, pero toca también la santidad, pues la venganza emana del hombre carnal y su deseo de dominar a los otros.
Es verdad: se puede resumir los párrafos anteriores por decir que debemos tener hasta una actitud santificada.
Lo que no es la santidad
Si alguna vez ha leído algo escrito por el conocido predicador Carlos Finney, es posible que hayas notado que él explica lo que es algo, para luego articular lo que el mismo no es. Trataré de hacer lo mismo con la santidad.
La pureza
“Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” dice Mateo 5.8. Se pudiera escribir “bienaventurados los de santo corazón,” pues la pureza y la santidad son casi sinónimos. Lo que no dice el versículo citado es, “bienaventurados los de un perfecto actuar.” La santidad inaugura en el corazón y de allí va exteriorizándose paso a paso. No se puede comenzar una relación con Dios sin pureza de corazón, pero sí es posible iniciar una relación con él con un actuar imperfecto debido a la ignorancia. Esa ignorancia puede ser enorme, tanto que ni siquiera saber que el emborracharse fuera pecado. Pero una vez que el corazón fuera santificado, el actuar comenzará a conformarse a la santidad paso a paso. Así, la pureza espiritual lleva tiempo para perfeccionarse exteriormente, pero sin la santidad del corazón, no se verá Dios.
El apartarse del mundo
Apartarse del mundo no es un mero actuar de modo distinto sólo para mostrarse peculiar en el exterior. La santidad sí te hará distinto que la sociedad en general, pero el mero comportarse de un modo singular no santifica a nadie. Pues todos se visten con los botones al frente, ¿ya soy santo por haberse puesto mi camisa al revés? ¡Claro que no! El apartarse del mundo es apartarse de lo carnal del hombre, del egoísmo que hay en todos por naturaleza. Sin embargo, el hombre que anda en la santidad andará distinto que sus vecinos en muchas cosas. Hasta su manera de vestir será distinto, pero no para ser contrario y contencioso.
¿Apartado a qué?
Hay un secreto en el método de comerse una sandía. Si sacas el corazón—la parte más sabrosa—y lo guardas apartado hasta terminar comiendo el resto, puedes gozarse de lo mejor al fin, en vez de la cáscara, que no es tan dulce.
Así, he dejado el mejor de la santidad para último.
Hemos notado que apartarse del mundo no es un comportamiento basado en el sólo ser contrario a los demás. Es una separación de lo carnal, a...¿qué?
¿Recuerdas el primer versículo citado del libro Levítico en este artículo? Lo voy a poner otra vez frente a nuestros ojos: “Habéis, pues, de serme santos, porque yo Jehová soy santo, y os he apartado de los pueblos para que seáis míos” Levítico 20.26.
Todo el porqué de la santidad se resume en la última frase de cuatro palabras: “para que seáis míos.”
Dios ama a la raza humana. Y nos ama cada uno en particular. Él anhela relacionarse con nosotros particularmente, corazón a corazón. Es más, desea relacionarse con nosotros como unidos en un cuerpo cristiano.
Pero... Hemos nacido corruptos, con una naturaleza contraria a la suya. Las dos naturalezas no se pueden mezclar. Es imposible, como tratar de mezclar el agua y el fuego. No, Dios y el hombre natural no pueden morar unidos. Y a Dios, no le es posible que se cambie.
Pues es una problemática gigantesca nuestra situación como seres humanos.
No obstante, ¡hay remedio! Por la muerte y la resurrección de Jesucristo, al hombre le es posible una transformación radical. Nuestro Redentor dio su sangre para vivificarnos, conquistando el poder del pecado que hay en el hombre natural. Sí, ¡el reino de Dios está aquí!
Lo que hace falta en muchas personas es reconocer que el corazón tiene que ser santificado, consagrado a Dios, para poder caminar con Dios. Se ha de arrepentir de la vida egoísta. Se ha de rendir a Dios, permitiéndole que realice una limpieza de lo profano que hay en el corazón.
¿Por qué hemos de ser santos? Porque Dios es santo, y si deseamos ser unidos a él, es imprescindible ser santificado por el Espíritu Santo. Es el anhelo de Dios apartarnos de lo profano que nos rodea por todos lados. Pero fíjate otra vez en la razón por la cual Dios nos llama a arrepentirse de servir el yo:
¡ ¡ ¡PARA QUE SEAIS MIOS! ! !
¿Lo harás, amigo?
—Miguel Atnip