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La guerra en Irak...y el soldado de Cristo

Hoy es el 2 de abril de 2003. En estos momentos ruge una guerra en Irak. Mientras escribo estas mismas palabras los soldados estadounidenses y británicos están luchando contra las fuerzas armadas de Saddam Hussein. Al mismo tiempo, muchas iglesias evangélicas hispanas están cantando así:

“¡A combatir! resuena la guerrera voz

Del buen Jesús, que hoy llamando está;

Sin desmayar seguidle siempre con valor,

Y la victoria plena os dará.

¡A la batalla, oh cristiano!...”

Por una parte la guerra en Irak y por la otra la guerra espiritual a la que se enfrenta cada hijo de Dios constantemente. ¿Puede un cristiano, soldado de Cristo, pelear en la una y la otra? ¿Qué opinión debe tener el cristiano al respecto?

Me parece que todo el mundo tiene su opinión en cuanto a la guerra en Irak. Muchas personas a escala mundial se han mostrado en contra de la guerra en Irak. Marchan por las calles protestando y gritando todo tipo de consignas en contra de la guerra. Sin embargo, también hay muchas personas que muestran su apoyo a la guerra al enarbolar la bandera de los Estados Unidos. Unas voces están en contra de la guerra, otras la apoyan. Y el soldado de Cristo ¿a cuál voz debe prestarle atención?

El soldado de Cristo oye la voz de Cristo, quien es su Capitán, sin prestarle atención a las voces del mundo. Cristo le dice a su ejército: “Las armas de nuestra milicia no son carnales [físicas]” (2 Corintios 10.4). El soldado de Cristo lucha en una guerra espiritual. No se mete en las guerras de este mundo porque no es de este mundo (véase Juan 17.14-16). Cristo jamás manda al cristiano americano a disparar contra el cristiano iraquí ni el cristiano mexicano a luchar contra el cristiano guatemalteco. Todos los soldados de Cristo estamos en el mismo lado. Luchamos juntos contra el mal “para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia de Cristo” (2 Corintios 10.4-5). La guerra de nosotros consiste en vencer los deseos malos de la carne y ganar almas para Cristo. Y esta guerra se lleva a cabo en los corazones humanos, no en los campos de batalla en Irak.

A nosotros Cristo nos dice: “No resistáis al que es malo. (...) Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen” (Mateo 5.39, 44). La misión de cualquier soldado de este mundo es resistir al soldado enemigo, hasta matarlo. Pero nosotros como soldados de Cristo amamos a nuestros enemigos y les damos de comer. Somos soldados de reinos distintos. No tenemos los mismos propósitos y métodos; tampoco nos toca luchar en el mismo campo de batalla.

Sin embargo, debemos reconocer que Dios sí usa a las naciones del mundo para castigar a otras naciones según sus propósitos y su voluntad: “Está el corazón del rey en la mano de Jehová; a todo lo que quiere lo inclina” (Proverbios 21.1). Como soldados de Cristo, creemos que Dios es soberano y que él determinará el fin de la guerra en Irak.

Pero, ¿acaso el soldado de Cristo debe adoptar una postura totalmente pasiva en cuanto al conflicto en el medio oriente? ¡No! En este momento al soldado cristiano le toca involucrarse más que nunca en la batalla espiritual. Debe orar por los gobernantes mundiales: el iraquí, el americano y los demás, sin hacer distinción. Debe orar que Dios le conceda vivir “quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad” (1 Timoteo 2.2). Debe honrar al gobierno civil y al puesto que cumple en el plan de Dios. También debe orar por los de cualquier nacionalidad que sufren, especialmente por los de la fe. El soldado de Cristo debe estar dispuesto a socorrer a los que pueda. El que lucha al lado de Cristo sabe confiar, no en las fuerzas armadas de cualquier nación, sino en Dios... Y en él encuentra la paz. Los soldados de las naciones siguen peleando en Irak. Pero el soldado de Cristo sigue fiel en la batalla a la cual su Capitán le ha llamado.

¡A [su] batalla, oh cristiano!...

[Es una] lucha contra el mal.

—Natán Hege