Instrucciones para nuevos cristianos
Grandes principios bíblicos para la vida cristiana
Nosotros damos por entendido que los que estudian este libro ya han comenzado la vida cristiana con toda sinceridad y que han aceptado de todo corazón tanto las ordenanzas de la iglesia como también las demás enseñanzas bíblicas que hemos estudiado. Sin embargo, lo cierto es que todavía hay muchas cosas que deben conocer.
En este capítulo nosotros expondremos algunos de los fundamentos cristianos más importantes. En la vida cristiana, como en muchos otros asuntos, existen principios y mandamientos que llevan implícitos ciertas limitaciones y prohibiciones. Nos damos cuenta que algunos de estos principios y mandamientos requieren una acción de limitarse ante una cosa, y que otros implican una total prohibición. Sin embargo, aun estas prohibiciones tienen un lado positivo, el cual requiere una acción por parte del creyente para que se logre el efecto deseado. Por ejemplo, el mandamiento de no resistir al que es malo es meramente el amor en acción, y el de la separación del mundo requiere un conocimiento muy profundo de la voluntad de Dios.
Los fundamentos cristianos que estudiaremos en este capítulo son:
A. La obediencia
B. La no resistencia
C. La separación del mundo
D. La mayordomía
E. El discipulado
Sabemos que muchos que profesan ser cristianos no obedecen estas doctrinas. Sin embargo, ellos deben saber que las mismas son doctrinas de la palabra de Dios.
A. La obediencia
1. La obediencia a Dios
El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama (Juan 14.21). Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará (Juan 14.23). Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos (1 Juan 5.3).
Antes de nuestra conversión seguíamos las pasiones carnales, al mundo y al diablo. Pero cuando decidimos vivir para Dios, al recibir a Cristo como nuestro Salvador y Señor, experimentamos una transformación inmediata y completa. Esto quiere decir que ya no deseamos obedecer a nuestro maestro anterior, el dios de este siglo, sino que ahora deseamos obedecer a Dios y sujetarnos a su palabra en todas las cosas.
Sin lugar a duda, Dios exige la obediencia completa de todos sus hijos; él se deleita en que su pueblo lo obedezca. Este principio cristiano es tan importante que ninguna adoración será aceptada por Dios a menos que nazca de un corazón obediente. (Véase 1 Samuel 15.22.) Además, nadie podrá probar que tiene el Espíritu Santo a menos que viva en obediencia a Dios. (Véase Hechos 5.29 y haga una comparación con Romanos 8.9.)
En realidad, nosotros le debemos a Dios toda nuestra obediencia de todo corazón. Él no sólo nos creó, sino que también nos redimió al comprarnos con la sangre preciosa de Jesús. ¡Qué privilegio más grande es obedecer al Señor! Siendo así, no nos será difícil sujetarnos a su santa palabra y aceptar el Nuevo Testamento como la regla absoluta de nuestra vida.
3. La obediencia a otras autoridades
Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas (Romanos 13.1).
El versículo anterior se refiere especialmente a las autoridades civiles, las cuales debemos respetar porque Dios las ha puesto sobre nosotros. En ningún caso debemos desobedecerlas (Tito 3.1), excepto cuando una ley terrenal viola la ley de Dios. (Véase Hecho 5.29.)
La Biblia también instruye que los hijos obedezcan a sus padres “en el Señor”. Conforme a lo que enseña la palabra de Dios, honrar a nuestros padres agrada a Dios y trae grandes bendiciones a nuestras vidas. (Véase Efesios 6.1–3.)
Tampoco debemos olvidar que la Biblia nos enseña a obedecer a los patrones para los cuales trabajamos. (Véase Colosenses 3.22.) Aunque este versículo está dirigido a los siervos entendemos que el mismo también tiene su aplicación en nuestros días.
4. El verdadero motivo de la obediencia
Si me amáis, guardad mis mandamientos (Juan 14.15).
No obedecemos a Dios a la fuerza, sino porque lo amamos de todo corazón. El hijo bueno obedece a sus padres porque los ama. Obedecemos las leyes terrenales porque amamos lo bueno. Asimismo, si amamos a Dios obedeceremos los mandamientos de su palabra. Si no obedecemos sus mandamientos, en vano decimos que lo amamos, porque tales profesiones de amor no vienen del corazón. “Este es el amor, que andemos según sus mandamientos” (2 Juan 6).
5. Las bendiciones de la obediencia
Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace (Santiago 1.25).
Si somos hacedores de la ley de Dios, tendremos una gran bienaventuranza en todo lo que hacemos. He aquí estas bendiciones, promesas de Dios a los que lo obedecen: ser admitidos en la familia de Dios (Mateo 12.50); el amor y la presencia del Padre (Juan 14.23); el don del Espíritu Santo (Hechos 5.32) y el derecho de entrar en el reino de los cielos (Mateo 7.21).
6. Los resultados de la desobediencia
Nadie os engañe con palabras vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia (Efesios 5.6).
Todos debemos recordar que si rehusamos obedecer a Dios, aunque sea en un solo punto, entonces jamás entraremos en la ciudad celestial. Dios dice que la rebelión y la obstinación son como la idolatría y las hechicerías. (Véase 1 Samuel 15.23.) Y si la desobediencia no proviene de estas cosas, ¿de qué proviene entonces?
Los desobedientes se engañan fácilmente a sí mismos al pensar que de alguna manera Dios pasará por alto su desobediencia. Pero la Biblia declara inequívocamente que los desobedientes acarrean para sí la ira de Dios y el fuego de su venganza que nunca se apaga. (Véase 2 Tesalonicenses 1.8; Hebreos 2.2–3.)
Preguntas
1. ¿Por qué es necesario obedecer a Dios?
2. ¿Por qué el creyente debe sujetarse a la hermandad?
3. ¿A qué otras autoridades debe someterse el cristiano?
4. ¿Cuál debe ser el verdadero motivo de la obediencia?
5. Mencione algunas bendiciones que trae la obediencia a Dios.
6. ¿Cuál es el fin de los desobedientes?
7. Ofrezca algunos ejemplos de la obediencia y otros de desobediencia.
B. La no resistencia
1. La enseñanza de Jesús
Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra (Mateo 5.38–39).
Siglos antes que Cristo viniera a la tierra los profetas predijeron su venida al llamarlo el Príncipe de paz. (Véase Isaías 9.6–7.) Las enseñanzas y el ejemplo de Jesús concuerdan precisamente con esta profecía. Él enseña de forma clara que sus seguidores no deben resistir a los que les hacen mal, sino que deben amarlos y orar por ellos. (Véase Mateo 5.43–46.) Sus enseñanzas contra la guerra son igualmente positivas. Él ordenó a Pedro que guardara su espada. (Véase Mateo 26.51–52.) Jesús dijo que su reino no es de este mundo, y por eso sus seguidores no pelean por medio del uso de la fuerza. (Véase Juan 18.36.) Además, el Señor declaró que él no vino para perder las almas, sino para salvarlas. Fue así como él nos enseñó que el deseo de destruir a las personas no proviene del Espíritu de Dios. (Véase Lucas 9.52–56.)
2. Las enseñanzas de los apóstoles
No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres. No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal (Romanos 12.17–21).
Las enseñanzas de los apóstoles armonizan con las de Jesús. Tanto Pablo (en los versículos citados) como Pedro (en 1 Pedro 3.8–9) enseñan la no resistencia. Vemos también en 2 Corintios 10.3–4 que nuestras armas no son carnales sino espirituales. ¿Acaso pueden las armas espirituales usarse contra los hombres de carne y sangre?
3. El ejemplo de Cristo y de la iglesia apostólica
Porque esto merece aprobación, si alguno a causa de la conciencia delante de Dios, sufre molestias padeciendo injustamente. Pues ¿qué gloria es, si pecando sois abofeteados, y lo soportáis? Mas si haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios. Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente; quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados (1 Pedro 2.19–24).
Pedro cita el ejemplo de Cristo, quien pacientemente llevó todo el desprecio y maltrato que sus enemigos descargaron sobre él. El Señor Jesús no tomó en cuenta los insultos que le propinaron, en cambio oró que su Padre celestial los perdonara. (Véase Lucas 23.34.) Esteban demostró el mismo espíritu no resistente. (Véase Hechos 7.54–60.) También el apóstol Pablo siguió el ejemplo del Señor. (Véase 1 Corintios 4.12–13.)
4. No se enseñó en el Antiguo Testamento
La ley y los profetas eran hasta Juan (Lucas 16.16).
Hubo un cambio de ley cuando vino Jesús como el sacerdote eterno. (Véase Hebreos 7.12; Romanos 10.4.) Dios dio la ley del Antiguo Testamento para el pueblo de Israel, pero esa ley no tiene vigencia en nuestros días porque Cristo nos ha dado una ley nueva. Esto es evidente en lo dicho por Jesús en Mateo 5: “Oísteis que fue dicho... Pero yo os digo...” Sí, es cierto que Dios permitió la venganza y aun ordenó la guerra en el Antiguo Testamento. No obstante, esa ley no es para nosotros en la actualidad; al contrario, él nos manda a no resistir, a no vengarnos y a no pelear por la fuerza.
5. Aplicaciones prácticas de la no resistencia
Ya hemos estudiado las escrituras que nos enseñan los siguientes puntos: volver la otra mejilla cuando nos golpean; devolver bendición por maldición; orar por los que nos persiguen; hacer bien a los que nos aborrecen; dar comida y bebida a nuestros enemigos; devolver bien por mal siempre. A estos puntos deseamos añadir algunos otros.
La Biblia nos manda que no entremos en pleitos con nadie, sino que suframos el agravio. Y muchas veces esto significa dar más de lo que se nos exige. (Véase 1 Corintios 6.7; Mateo 5.40–41.) Para ser realmente no resistentes nosotros tenemos que evitar no sólo toda participación en la guerra, sino también en la fabricación de armamentos y toda participación en los asuntos políticos de nuestras naciones. Votar en las elecciones políticas nos hace parte del gobierno. Dios estableció el gobierno para hacer uso de la espada. (Véase Romanos 13.1–5.) Pero a los cristianos nos manda a guardarla en su lugar porque no somos de este mundo. (Véase Mateo 27.52; Juan 18.36.)
Una forma más de violar la doctrina de la no resistencia es hacernos socios de sindicatos, de sociedades secretas y de otras organizaciones que hacen uso de la fuerza para lograr sus fines. No importa que nosotros mismos no usemos la fuerza, cuando nos hacemos socios de estas instituciones entonces estamos apoyando a los que lo hacen y participamos en sus pecados.
6. Basada en el amor al prójimo
Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen (Mateo 5.43–44).
¿Cómo podemos hacer mal, maldecir, pelear o aun matar a quien amamos? Eso es imposible. Estas cosas provienen del odio. La Biblia dice: “El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor” (Romanos 13.10). La no resistencia es la expresión natural del segundo mandamiento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22.39).
Preguntas
1. ¿Quién fue el primero que nos enseñó la doctrina de la no resistencia?
2. Ofrezca algunos ejemplos de personas del Nuevo Testamento que practicaron la no resistencia.
3. ¿Qué enseña el Nuevo Testamento acerca de los litigios personales y en cuanto a acudir a la ley?
4. ¿Qué enseña acerca de participar en la guerra?
5. ¿Acaso estas enseñanzas son diferentes de las del Antiguo Testamento?
6. ¿Quién las cambió?
7. Facilite algunas aplicaciones prácticas de la no resistencia.
8. ¿Por qué la no resistencia es el resultado de nuestro amor?
C. La separación del mundo
1. Los dos reinos
Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo (Juan 17.14–16).
Con estos versículos Jesús nos da a entender que hay dos reinos que son muy distintos el uno del otro. Uno es el mundo, el reino de las tinieblas espirituales. El otro es el reino de la luz. Todos pertenecemos a uno o al otro.
Satanás es el príncipe o el dios de este mundo. (Véase 2 Corintios 4.4.) Para entender las características de su reino, busque y lea Efesios 2.2–3; 1 Pedro 4.3; y 1 Juan 2.16–17. Las escrituras varias veces nos ofrecen una lista de cosas que son del reino del diablo. Algunas de ellas son: incredulidad, desobediencia, avaricia, envidia, asesinato, inmoralidad, lujuria, orgullo, mentira, profanación, robo, chismes, pleitos y hechicerías.
Dios es el Príncipe del reino de luz y de justicia. Satanás trata de destruir la obra y el reino de Dios. Él se esfuerza por destruir las almas de los hombres. Él es el enemigo de Dios y de todo lo bueno.
2. El llamamiento a la separación
¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Por lo cual, Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré (2 Corintios 6.16–17).
Sabemos quién es el dios de este siglo y sabemos cuán grande es su enemistad contra Dios. Por eso, no debemos extrañarnos de que Dios nos llame a separarnos del mundo y no tocar ninguna cosa inmunda. Él nos exhorta a separarnos de los deseos carnales y vivir en justicia y santidad. (Véase Efesios 4.22–24.) Esto sólo podemos lograrlo al experimentar una transformación interna y recibir un corazón nuevo. (Véase Romanos 12.2.) Esta es la obra de Dios en la conversión. A partir de ese momento es nuestra responsabilidad llevar a cabo la separación del mundo en todos los puntos prácticos de la vida.
3. El no amar al mundo
No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él (1 Juan 2.15).
Podemos separarnos fácilmente del mundo si cumplimos este versículo. Al amar a Dios nos convertimos en enemigos del mundo, y al amar al mundo nos convertimos en enemigos de Dios. (Véase Juan 15.18–19; Santiago 4.4.) ¿Acaso puede haber acuerdo alguno entre Cristo y Satanás? ¡En ninguna manera! (Véase 2 Corintios 6.14–16.) Por eso, Jesucristo afirmó que no podemos servir a dos señores. (Véase Mateo 6.24.)
4. El no conformarnos al mundo
No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de nuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta (Romanos 12.2).
Conformarnos al mundo significa seguir las maneras y modas del mundo y estar en armonía con las costumbres del mundo. El hecho de rehusar todo esto es a lo que llamamos la disconformidad al mundo.
La disconformidad al mundo incluye muchas cosas, pero queremos llamar la atención especialmente sobre nuestra manera de vestir. Los mundanos usan el vestuario para adornar, lucir y exhibir el cuerpo. Tales cosas provienen del orgullo y de los deseos carnales. Muy al contrario, la manera de vestirse del cristiano demuestra la humildad y la santidad. Por eso, confeccionamos nuestra ropa de acuerdo con la modestia, la decencia, la utilidad, la simplicidad, y conforme a las enseñanzas de la Biblia. (Véase 1 Timoteo 2.9–10; y 1 Pedro 3.3–4.) Estos mismos versículos prohíben el uso de las joyas, porque son adornos y provienen del orgullo. Estos versículos también hablan en contra de los estilos y las formas ostentosas de peinarse, porque éstos también demuestran el espíritu mundano.
Dios ha dado a la iglesia la responsabilidad de diseñar para sus miembros una forma de vestirse de acuerdo con las enseñanzas bíblicas. Esta forma está prescrita en los reglamentos de la iglesia, y usted debe conocerlos y conformarse de buena voluntad. Creemos que ésta es la única manera de evitar que los miembros de la iglesia sigan las modas corrompidas del mundo.
5. Otras aplicaciones de la separación
Existe un sinnúmero de áreas en las cuales nos separamos del mundo. Al pertenecer al reino de Dios ya no seguimos las costumbres del mundo en sus fiestas y diversiones. No participamos en los deportes. No nos unimos con los mundanos en asociaciones de comercio, en sindicatos de obreros, en partidos políticos, en los clubes y las sociedades secretas, en matrimonio ni en cualquier otra manera porque las mismas nos conducirán a la ruina espiritual. Los seguros, especialmente los seguros de vida, destruyen la fe en Dios, además de unirnos con los incrédulos. Asimismo, participar en el sistema de escuelas públicas pervierte a nuestros hijos y muestra nuestro acuerdo con los mundanos. Estas cosas, y muchas más, las debemos evitar para separarnos del mundo y de sus malas influencias.
“Esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (1 Juan 5.4).
Preguntas
1. ¿Cómo podemos separarnos del mundo aun viviendo en el mundo?
2. ¿Por qué es imposible pertenecer a los dos reinos al mismo tiempo?
3. Mencione y escriba algunas características principales del mundo.
4. Si amamos al mundo, ¿qué sucede en nuestra relación con Dios?
5. ¿Qué significa la frase, “no os conforméis al mundo”?
6. ¿Qué principios bíblicos rigen nuestra manera de vestir?
7. ¿Qué nos enseña la Biblia sobre el uso de las joyas?
8. Haga una lista de otras costumbres del mundo de las cuales nos separamos.
D. La mayordomía
1. La base para la mayordomía
De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo y los que en él habitan (Salmo 24.1).
Dios es el dueño de todo porque él es el Creador de todo. (Véase Nehemías 9.6.) Él sostiene toda su creación con su mano poderosa. Además de crearnos a todos nosotros (Salmo 100.3), Dios también nos redimió al comprarnos por medio de la sangre de Jesús. (Véase 1 Corintios 6.19–20.) Al analizar cualquier punto de vista, él tiene derecho a nuestras vidas. Al convertirnos y hacernos cristianos nos entregamos a Dios al reconocer su señorío sobre nosotros y sobre todo lo nuestro. El hecho de que todo pertenece a Dios nos hace mayordomos, y no dueños, de todo lo que él nos da.
2. El significado de la mayordomía
Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorias como si no lo hubieras recibido? (1 Corintios 4.7).
En toda la vida debemos tomar en cuenta que todo le pertenece a Dios y que no tenemos nada sino lo que hemos recibido de él. Si todo lo hemos recibido de él y si tendremos que dar cuentas a Dios por la manera en que usamos todas las cosas, entonces entendemos que realmente no son de nosotros, sino de él. Todo lo que está a nuestro alcance lo desarrollamos y lo usamos para aquel que nos lo dio. Esto es a lo que llamamos la mayordomía.
Jesús enseña la mayordomía en la parábola de los talentos en Mateo 25.14–30. Estudie estos versículos para entenderla mejor. Estos versículos dejan bien claro que todo lo que hacemos lo tenemos que hacer para su gloria. (Véase 1 Corintios 10.31.)
3. La práctica de la mayordomía
Cuando Dios creó al hombre le encargó sojuzgar la tierra y señorear en ella. (Véase Génesis 1.28.) Eso quiere decir que lo convirtió en mayordomo de la naturaleza. Es por ello que debemos cuidar los bosques, los ríos, los terrenos, el aire y todos los recursos naturales que Dios nos da, no malgastándolos, sino usándolos en maneras provechosas.
También Dios nos ha hecho mayordomos de nuestro tiempo. Desperdiciar las horas es desperdiciar la vida. Según la Biblia, debemos usar nuestro tiempo para trabajar (Éxodo 20.9; 1 Tesalonicenses 4.11–12), para descansar lo necesario (por eso Dios hizo la noche) y para adorar a Dios, aprender de él y testificar de él. Pero ¿qué de los ratos libres? Para ser mayordomos fieles, tenemos que usar aun ésos en actividades que edifiquen y que sean para la gloria de Dios. “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría” (Salmo 90.12).
Todos nuestros recursos económicos pertenecen a Dios también. (Véase Hageo 2.8.) Malgastamos los dones de Dios si compramos cosas que para nada nos sirven, cosas que son para propósitos egoístas. (Véase Isaías 55.2.) Usamos correctamente el dinero si suplimos nuestras necesidades y las de la familia, si ofrendamos y si ayudamos a los necesitados. (Véase 1 Timoteo 5.8; 2 Corintios 9.7; Efesios 4.28.)
Los talentos y las habilidades que tenemos, las fuerzas y las energías, todo viene de Dios. ¿Acaso los usamos para él? ¡Seamos mayordomos fieles de todo lo que él nos da! “Ahora bien, se requiere de los administradores [mayordomos], que cada uno sea hallado fiel” (1 Corintios 4.2).
4. La recompensa del mayordomo fiel
El que es fiel en lo muy poco, también en lo más el fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto. Pues si en las riquezas injustas no fuisteis fieles, ¿quién os confiará lo verdadero? Y si en lo ajeno no fuisteis fieles, ¿quién os dará lo que es vuestro? (Lucas 16.10–12).
Si cuidamos y administramos fielmente las cosas materiales y naturales, Dios nos dará riquezas verdaderas, o sea, riquezas espirituales. ¡Qué recompensa más grande! En verdad la bendición del Señor enriquece. (Véase Proverbios 10.22.)
Al fin de esta vida, cuando en la resurrección Dios nos llame a dar cuentas, ¿qué recompensa recibiremos? Benditas palabras son las del Señor: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor” (Mateo 25.21). ¿Quién puede valorar esta recompensa eterna? No obstante, debemos saber también que habrá un gran castigo para aquellos que no son fieles. (Véase Mateo 25.24–30.)
Preguntas
1. Explique por qué Dios es el dueño de todo.
2. ¿Qué significa ser un mayordomo de todo lo que poseemos?
3. ¿Cómo cuida los recursos naturales el buen mayordomo?
4. ¿En qué maneras debemos usar nuestro tiempo?
5. Haga una lista de algunos de los malos usos de nuestro dinero.
6. ¿Por qué debemos ser mayordomos fieles?
E. El discipulado
1. El discípulo aprende del Maestro
Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga (Mateo 11.29–30).
El significado histórico de la palabra discípulo es “alumno”. El discípulo cristiano es aquel que aprende del gran Maestro. Cuando Jesús llamó a los primeros discípulos: “Venid en pos de mí”, ellos lo dejaron todo para seguirlo. Anduvieron con él, escucharon sus enseñanzas y se gozaron en su presencia día tras día. Pero también tuvieron que recibir sus correcciones y reprensiones porque ésta es otra parte del discipulado. No podemos ser sus discípulos aparte de la disciplina. El discípulo se disciplina a sí mismo para buscar sólo la voluntad del Maestro. El mismo aborrece todo lo que el Maestro aborrece. Se deleita en agradar al Maestro.
2. El discípulo se niega a sí mismo y lleva su cruz
Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará (Lucas 9.23–24). Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo (Lucas 14.27).
Ya que nuestra voluntad carnal se opone tanto a la de nuestro Maestro, la vida del discípulo cristiano implica una absoluta abnegación. “Niéguese a sí mismo” es el mandato del Señor. Comenzamos la vida cristiana cuando rendimos nuestra voluntad a Dios y nos sujetamos a la voluntad suya. Seguimos en la vida con Cristo precisamente en la misma manera. No hay otro camino sino el de la cruz.
La cruz es un instrumento de muerte. Tomarla y llevarla cada día no puede significar otra cosa que morir cada día a los deseos carnales, las ambiciones egoístas y las vanaglorias del mundo. ¿Morir? Sí, morir con Jesús (en un sentido real aunque espiritual) para que también resucitemos con él a una vida nueva. (Véase Romanos 6.5–8.) Eso es lo que aprendemos de nuestro Maestro. Eso es seguir en pos de él. Esa es la vida del discípulo. Esta vida nueva brota de la muerte de la vida vieja. (Véase Juan 12.24–25.) El discípulo vive su vida en completa identificación con su Maestro, de modo que su vida ya no es la suya, sino la vida de Cristo en él. (Véase Gálatas 2.20.)
3. El discípulo halla su lugar en la iglesia
Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso. (...) Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular (1 Corintios 12.18, 27).
El cuerpo de Cristo es la iglesia. La unión e identificación vital del creyente con Cristo puede realizarse solamente dentro de la iglesia. Dios coloca a cada cristiano en la iglesia, o sea, en una congregación de creyentes verdaderos. Entonces el discípulo tiene que hallar su lugar en la iglesia.
Esta serie de estudios la hemos diseñado a fin de ayudarle a saber la verdad y de prepararle para ocupar su lugar en la iglesia. No tarde usted en dar ese paso serio, pero bendito, de hacerse miembro de la iglesia. Haga todos los cambios en su vida que sean necesarios. Pida consejos de sus pastores en cualquier problema o duda que tenga. Reciba el santo bautismo. Y luego, siga en la iglesia, sujetándose de buena voluntad a los santos consejos de la hermandad y a los reglamentos de la iglesia. Dios lo bendecirá y lo guardará.
4. El discípulo recibirá una corona eterna
Deseamos animarlo a usted con unos versículos sobre la venida de Cristo y la recompensa eterna. Primero, notemos el testimonio del apóstol Pablo cuando se acercaba al fin de su vida:
He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida (2 Timoteo 4.7–8).
Su afirmación de que Dios tiene guardada una corona para todos aquellos que aman la venida de Jesús nos alienta y nos recuerda que Dios no hace acepción de personas.
Los siguientes versículos nos enseñan que Dios extiende su gracia a todos, pero sólo los que viven en santidad estarán preparados cuando Jesús venga.
Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras (Tito 2.11–14).
En 1 Tesalonicenses 4.16–17 se nos explica qué nos sucederá cuando Cristo venga:
Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor.
Citamos de 1 Corintios 15.50–53 para destacar la transformación de nuestros cuerpos mortales. Estemos muertos o vivos, “a la final trompeta (...) es necesario que (...) esto mortal se vista de inmortalidad”.
Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción. He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y este mortal se vista de inmortalidad.
El apóstol Juan, en su visión de la ciudad celestial, la describe con palabras que sobrepasan nuestro entendimiento:
La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera. Y las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de ella; y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella. (...) No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero. (...) No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará, y reinarán por los siglos de los siglos (Apocalipsis 21.23–24, 27; 22.5).
Cobre ánimo a partir de estas palabras de consuelo:
No temas en nada lo que vas a padecer. (...) Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida. (...) El que venciere, no sufrirá daño de la segunda muerte (Apocalipsis 2.10–11). Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano (1 Corintios 15.58).
Preguntas
1. ¿Qué significa la palabra discípulo?
2. ¿Qué quiere decir la palabra discipulado?
3. ¿En qué formas nos negamos a nosotros mismos como discípulos del Señor?
4. ¿Qué le significa al discípulo tomar su cruz?
5. ¿Por qué es importante que el discípulo halle su lugar en la iglesia?
6. ¿Cuál será el galardón del discípulo fiel?
F. El juicio y el fin del mundo
1. Dios nos juzgará según nuestras obras
[Dios] pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia (Romanos 2.6–8). Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo (2 Corintios 5.10).
Vimos en la primera parte de este libro que Dios nos regala la salvación. ¡Es gratis! En verdad, no existe ni una sola obra buena que podamos hacer para comprar la salvación. (Véase Tito 3.5.) Sin embargo, la Biblia dice que seremos juzgados según nuestras obras. La misma no dice en ningún lugar que seremos juzgados según nuestra fe. ¿Cómo concuerdan estas verdades?
Esto no es una contradicción. Supongamos que tenemos un vehículo que funciona muy bien. No decimos que ese vehículo se fabricó bien por haber funcionado como debía. Pero es cierto que la prueba de cuán eficiente es el mismo consiste en la calidad del servicio que brinda. Asimismo sucede con nosotros. Fuimos “creados en Cristo Jesús para buenas obras” (Efesios 2.10). Somos salvos por medio de la fe, pero se nos pone a prueba (juzga) por nuestras obras. Queda bien claro que la fe sin obras es muerta (Santiago 2.17), y una fe muerta no vale nada hoy ni en el día del juicio.
Dios puede ver nuestros corazones. Él no tendría que ver nuestras obras para saber cómo juzgarnos. Pero nosotros, al observar las obras que salen de nuestras vidas, podemos demostrar que somos verdaderos hijos de Dios. De ahí que es por nuestro bien que Dios nos ha dicho cómo nos juzgará.
2. El juicio de Dios es seguro
Porque todos compareceremos ante el tribunal de Cristo. Porque escrito está: Vivo yo, dice el Señor, que ante mí se doblará toda rodilla, y toda lengua confesará a Dios. De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí (Romanos 14.10–12).
Ya que muchos hoy en día no creen en la verdad de la creación entonces resulta lógico que no crean tampoco en el juicio que se avecina.
La Biblia enseña que el mismo Dios que creó todo el mundo lo destruirá un día y juzgará a todos. Quizá Satanás nos haría creer que ya que somos librados de nuestros pecados no habrá ningún juicio para nosotros.
Pero, ¿acaso será así?
Damos gracias a Dios que por medio del arrepentimiento nosotros no tendremos que enfrentar nuestros pecados en el día del juicio, porque Dios los quita cuando nos arrepentimos. (Véase 1 Timoteo 5.24.) No obstante, en aquel día toda persona tendrá que comparecer ante el tribunal de Cristo para que sea manifiesto a todo el universo quiénes son los redimidos y quiénes no lo son.
“No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gálatas 6.7).
3. El destino de los malos
Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. (...) Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego. (...) Los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda (Apocalipsis 20.12, 15; 21.8).
Realmente resulta un tanto negativo pensar acerca de versículos como los anteriores. Pero, ¿acaso no debemos estar agradecidos que Dios nos ha avisado de antemano qué pasará con los que continúan en el pecado? Hace muchos años que Salomón escribió que “hay camino que parece derecho al hombre, pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 16.25). Al pensar en el infierno, nos damos cuenta de la verdad de este versículo.
Nuestra naturaleza humana es corrompida. (Véase Romanos 3.10.) Nosotros nos hemos ganado el pago de la muerte eterna. Pero Dios nos ha lavado y nos ha regalado lo que nos era imposible ganar: vida eterna. (Véase Romanos 6.23.) ¡Gloria a Dios!
4. El destino de los justos
En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis (Juan 14.2–3). Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor (1 Tesalonicenses 4.16–17).
El propósito de este estudio es para ayudarnos a prepararnos para la vida eterna. Por esa razón nos hacemos parte de la iglesia, oramos, servimos al Señor y hacemos muchas otras cosas. Si no fuera por la esperanza de la vida eterna, diríamos: “Comamos y bebamos, porque mañana moriremos” (1 Corintios 15.32).
¡Aleluya! Él nos ha prometido un reposo eterno si seguimos fielmente.
“Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado” (Hebreos 4.1).
Preguntas
1. ¿Según qué cosas seremos juzgados?
2. ¿Serán juzgados o condenados los redimidos?
3. ¿Cuál es el destino que merecemos?
4. ¿Qué nos promete Dios si le servimos fielmente?