La entrega
Lección 1-Los costos
Hace mucho tiempo, en las montañas de los Andes, había una aldea indígena que se hallaba en grave peligro. No había llovido por muchos meses. Muchos estaban a punto de morir de hambre. Y a última hora habían visto espías enemigos en los alrededores. El fin se aproximaba.
El rostro del cacique mostraba su gran preocupación. Él, usualmente un hombre de pocas palabras, dijo:
—Los dioses están muy enojados.
¡Si tan sólo viniera “El Capitán”! “El Capitán” aún vivía en las historias de la gente. Cuando él y sus hombres pasaban por la aldea, hasta los animales fieros aparecían muertos en la plaza. Los niños secuestrados aparecían a media noche, contando historias de la valentía increíble de sus rescatadores. Los ladrones desaparecían; nunca más se oía de ellos.
Una noche ya muy tarde, apareció en la presencia del cacique un sacerdote de los incas.
—Los dioses están muy enojados —dijo el sacerdote. El cacique inclinó la cabeza.
»Esta noche tendremos que hablar de hacer un sacrificio. Reúna a la gente en la plaza a la puesta del sol. —Sacudiendo su capucha adornada de cuernos, el sacerdote se marchó.
La luna salió tarde esa noche mientras la gente esperaba en la plaza. Estaba muy oscuro. Una lámpara vieja humeaba, exponiendo unas sombras misteriosas en el velo oscuro que colgaba entre dos árboles a la orilla del bosque. Nadie hablaba.
El sacerdote salió de detrás del velo:
—Hombres de esta aldea —sus palabras eran serias, y hablaba despacio—. Es un día muy malo. Los dioses exigen un sacrificio. Algunos hombres tienen que morir esta noche. Los dioses piden diez de sus hombres más valientes para que se den en sacrificio, y así se salve la aldea.
El cacique quedó boquiabierto de horror, pero pronto se controló.
Nadie decía nada.
—¿Quién va a ser el primero? —exclamó el sacerdote, mientras sacudía su capucha adornada de cuernos y sacaba su cuchillo grande—. ¿Quién irá detrás del velo conmigo?
Silencio.
Al fin el hijo del cacique se adelantó y se inclinó delante de su padre.
—¡No! —gritó su madre. El cacique levantó la mano, y pidió silencio.
—Padre —dijo el joven—, usted me ha enseñado a guiar al pueblo con el ejemplo. Yo iré primero.
El cacique no dijo nada, pero su cabeza se inclinó más.
El muchacho se levantó, se irguió, y siguió al sacerdote detrás del velo. Los jóvenes temblaban al ver al príncipe desaparecer detrás de aquel velo negro. Se vio un brillo de metal por encima del velo. Entonces se oyó un crujir cuando el cuchillo dio contra la carne y el hueso. Sangre fluyó de debajo del velo. Las jóvenes sollozaban.
El sacerdote salió de nuevo; sangre goteaba de su cuchillo:
—¿El próximo? Tienen que morir nueve más.
Un padre joven se adelantó:
—Moriré si me ofrezco, pero moriré también si no lo hago —dijo—, quizá si me muero hoy, vivirá mi familia.
Su esposa lloraba desconsolada.
Él también desapareció con el sacerdote detrás del velo. El cuchillo bajó. La sangre fluyó. El sacerdote volvió solo.
Diez veces el cuchillo se alzó. Diez veces fluyó la sangre. Pasaron jóvenes y viejos.
—Es suficiente —dijo el sacerdote—. Hagan luto esta noche; la liberación vendrá en la mañana. Vuelvan a sus chozas. Al amanecer, entierren a los muertos en un solo hoyo.
Luego de haber dicho aquello, desapareció.
Muy tarde esa noche, un muchacho menos temeroso que los demás, entró silenciosamente a la plaza y miró detrás del velo. Había diez ovejas con sus gargantas cortadas. A lo lejos, once hombres apurados cruzaban la colina, penetrando el territorio enemigo.
—Conforme ustedes dispusieron, esta noche ustedes son hombres muertos —decía “El Capitán”—. Ustedes ya no tienen una voluntad propia. De ahora en adelante todas sus órdenes vienen de mí. Deben hacer exactamente como yo diga. Nunca deben titubear o dudar.
Ésta es la leyenda de “El Capitán”.
Esperamos sangre, sudor, y lágrimas de los soldados. Ellos están dispuestos a pagar hasta el último precio, si fuera necesario hasta su propia vida, por la patria.
¿Es de extrañarse que los seguidores de Cristo paguen el mismo precio? “Así que, hermanos, os ruego ... que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo” (Romanos 12.1).
¿Qué es un sacrificio? (Véase 2 Samuel 24.24.)
¿Por qué es una cosa racional que presentemos nuestros cuerpos en sacrificio vivo?
¿Cómo se comienza un sacrificio vivo?
¿Cuándo termina?
¿Deben hacer crecer o disminuir este sacrificio los fuegos de la abnegación y de la persecución?
¿Cómo se expresa un sacrificio vivo después de la primera entrega?
Te estamos recomendando una entrega total a Jesucristo. Pero no vamos a tapar los costos. Te los vamos a presentar desde el principio.
Entregarse a una causa siempre lleva un precio. Así es en el reino de Dios y de esa manera es también en los reinos de los hombres. Muchas veces el éxito de un proyecto depende de la entrega de la gente que lo apoyan, y del precio que están dispuestos a pagar para que funcione.
“Haya, pues, en vosotros este sentir...”
Cristo, como un líder sabio y comprensivo, no pide que paguemos un precio de entrega más alto que el que él ya ha pagado. Estudia Filipenses 2.5–8.
¿Cuál fue el sentir de Jesús en cuanto a sus derechos?
¿Cuándo trazó Jesús un límite a la abnegación, declarando: “Hasta aquí llego, nada más”? Nunca hizo eso, ¿verdad?
Sabemos que Jesús hizo lo último por nosotros para salvarnos. Y ese amor tan inmenso demanda una entrega igual de parte de nosotros. “El discípulo no es más que su maestro” (Mateo 10.24).
“Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Corintios 6.20).
Nuestro Señor puso siete condiciones en los evangelios para el discipulado. Tres se relacionan con nosotros personalmente, dos se relacionan con las demás personas y cosas, una se relaciona con Cristo y su palabra, y una se relaciona con el reino nuevo y nuestros compañeros en el evangelio.
A. El “yo”
Lee Mateo 16.24–25 y luego escribe y aprende de memoria el versículo 24.
Lo más duro en cuanto al “yo” es reconocer que es nuestro enemigo. El mundo habla de libertad y de la búsqueda de la felicidad. No reconocen que con eso se están haciendo esclavos de Satanás, del pecado, y del mismo “gran yo”. El “yo” es esa parte de nosotros que actúa de forma contraria a Dios. El gozo que tanto buscamos se encuentra por entrar en la puerta estrecha (Mateo 7.13–14) en donde el “gran yo” no puede entrar.
Lucas 9.57–62 dice que tres hombres se propusieron seguir a Jesús. Pero cuando el sacrificio alcanzó hasta donde amenazaba sus comodidades personales, su trabajo y su familia, los tres desaparecen sin ni siquiera mencionar sus nombres.
Su mismo hablar reveló una contradicción absurda e imposible: “Señor, ... primero [yo]....”
¿Qué significa el título de Señor?
¿Puede haber un “primero yo” si Cristo es Señor?
La conclusión de Jesús fue que estos tres hombres no eran aptos “para el reino de Dios”. Hemos encontrado al enemigo... y él es nosotros mismos.
El costo Nº 1: Negar al “gran yo”
Aun más duro que reconocer el “gran yo” es negarlo. Negarlo es un término fuerte. Es más que sólo apartarnos de algunos lugares o ciertos placeres. Es separarnos totalmente de nuestros propios gustos.
¿De quién recibimos las órdenes si el rey “yo” ya no ocupa el trono de nuestro corazón? Del Señor Jesús.
El costo Nº 2: Llevar nuestra cruz
Además de pedir Jesús que nos neguemos a nosotros mismos, él pide que tomemos la cruz. Algunas personas piensan que la cruz es tener que ceder nuestros derechos a otros o recibir heridas de otros. Pero no es así. La cruz es un lugar de muerte; y esa muerte es la muerte de nuestra propia voluntad.
Nuestra voluntad egoísta no quiere morir. La misma negociará hasta el amargo final para quedarse con vida. Se negará de muchas cosas, esperando que así la dejemos en paz. Hay personas que se visten de ropa sencilla, manejan carros sencillos, o aun andan a caballo y se conforman a las normas de la iglesia; pero su corazón orgulloso no ha sido crucificado.
¿Es el tal un discípulo de Cristo? (Lee Juan 12.23–25.)
La cruz consiste en un conflicto de voluntades. No hay lugar para negociar con Dios. Los deseos personales y las opiniones tienen que ser arrancadas de raíz. Todos nuestros derechos de ser dueños de “lo nuestro” se ponen a un lado. La carne se crucifica con sus pasiones y deseos. Las cosas dudosas o los riesgos espirituales son entregados también. “Todo lo que no proviene de fe, es pecado” (Romanos 14.23). A veces la cruz aun mete la mano y saca cosas como un negocio o una propiedad que en sí mismos no son malos, pero están estorbando para que uno no se entregue más a Dios en la vida personal.
La cruz es un lugar de lágrimas y dolor. Todo hombre la enfrenta, y muy pocos logran la victoria. No tienes que lograrla. Es totalmente voluntario. Pero si quieres ser discípulo de Cristo, no hay otra alternativa. “Es necesario que así se haga” dijo Jesús respecto a su propia cruz (Mateo 26.54).
Uno de los testimonios más asombrosos que se ha escrito acerca del poder de la cruz se encuentra en Gálatas 6.14. Escríbelo aquí:
Pablo está diciendo, “Para mí, el mundo está muerto. No tiene poder sobre mí. Para el mundo, yo estoy muerto. Ya no respondo a sus atracciones.”
El golpe más fuerte que el “gran yo” puede tener es cuando decidimos traicionarle y ser leal a otro. Después de una terrible batalla durante la guerra civil en los Estados Unidas, en el año 1860, el General Grant (un general del norte de los Estados Unidos) le pidió al General Lee (un general del sur) una “rendición sin condiciones”. Esto era muy humillante, pero el general Lee pudo decir: “Sí”. Pero ¿qué tal si el General Grant hubiera pedido que Lee apoyara la causa del norte? El General Lee no hubiera aceptado. Sin embargo, el Señor está diciendo: “Sígueme”.
El costo Nº 3: Entregarte totalmente a seguir a Cristo
Entregarte totalmente a seguir a Cristo cambia la cruz para ser un instrumento de vida. Por cierto, la consagración habla más de vida que de muerte. “Debes” llega a ser “quiero”. La ley es una carga para el hombre carnal. Pero el hombre nuevo se dedica a servir por amor. Darse cuenta del pecado por medio de la ley es como hacer un viaje por un desierto seco. Pero al consagrarse al Señor la vida, llega a ser como andar en Canaán en victoria, llevando fruto para Dios. El grito amargo contra la maldad poco a poco se convierte en entusiasmo por las posibilidades que ahora son disponibles en Cristo. ¿Has llegado tú a este punto?
Para el seguidor de Cristo, el llevar fruto o no, no es una opción. El fruto es la señal de que el Espíritu está en su vida (Gálatas 5.22–23).
¿Qué pasó cuando Jesús miró una higuera que no daba fruto? (Marcos 11.13–14, 20–21).
Según Juan 15.8, ¿cuánto fruto debe llevar el discípulo?
¿Qué pasa si el discípulo deja de llevar tanto fruto? (Juan 15.2, 6).
B. Las demás personas y cosas
La entrega a Cristo ha hecho que el “gran yo” haya perdido su vida. Pero el dolor siempre sigue. En los evangelios Jesús habló tanto de entregar las posesiones que “los discípulos se asombraron”. Después “se asombraron aun más, diciendo entre sí: ¿Quién, pues, podrá ser salvo?” (Marcos 10.23–31). En este caso, Jesús reconoció que los costos del discipulado estaban más allá de la capacidad humana para entender o cumplir. Es un paso de fe.
El costo Nº 4: La entrega total de la familia
Acerca de la familia, Jesús dijo que había que aborrecerla (Lucas 14.26). Hay tres ejemplos en su propia vida que nos ayudan a entender qué significa eso:
1. Lucas 2.42–52: Aun cuando Jesús era niño y obediente a sus padres, él se involucró en la religión más de lo que sus padres veían necesario. Él se puso una meta en la vida: estar en los negocios de su Padre. Él aprovechó cada oportunidad para alcanzar esta meta. Eso no quiere decir que él ya no quería trabajar. Es una gloria para un joven trabajar duro durante el día, estudiar y leer en las noches, y cultivar amistades entre adultos ejemplares. En esto parece que consistía la entrega de Jesús los primeros treinta años de su vida. ¿Tienes tú algún trabajo? ¿O te parece que servir al Señor en algún servicio cristiano sería una buena manera de evitar el trabajo?
2. Juan 2.3–4; 7.3–9: Jesús no rehusó hacerle caso a su madre o aun a sus hermanos incrédulos. Pero en ninguna manera permitió que sus palabras lo desviaran de aquella “hora” que se había puesto delante de él. Ten el valor para ser diferente si eso se requiere para seguir a Jesús.
3. Mateo 12.46–50: Primero, está claro que la entrega de tus parientes no te hace a ti parte del reino de Dios. Tú no eres parte de su reino por la entrega de tu padre, ni tu hijo lo va a ser por tu entrega.
Segundo, si tu padre o madre te abandonan por causa de tu entrega a Cristo, el Señor te recogerá (Salmo 27.10).
Tercero, el compromiso de Jesús hacia nosotros es más fuerte que el de nuestras madres naturales. Si nuestra entrega a Cristo y su servicio nos alejara de nuestro hogar paternal, no estaríamos sin madres, hermanas, o hermanos en Cristo. Más bien, eso es una de aquellas cosas que vamos a recibir cien veces más. Lee 1 Timoteo 5.1–2.
¿Qué significa Lucas 14.26 cuando nos dice que debemos aborrecer a nuestra familia?
También estudia Lucas 14.27–33.
Cuando estos versículos te dicen que primero debes sentarte y calcular los gastos, no significa que debes tratar de decidir si lo puedes hacer o no. Más bien, Cristo quiere que tú te decidas a decirle que “sí” en el futuro, no importa qué pida de ti. Deja el control y el tiempo apropiado en las manos de él. “Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará” (Salmo 37.5).
El costo Nº 5: “Vended lo que poseéis”
En cuanto a las cosas, Jesús dijo: “Vended lo que poseéis” (Lucas 12.31–34). Los cristianos en todos los siglos han luchado con este versículo. Pero, ¿no sería más fácil si no estuviéramos tan acostumbrados a la comodidad y al lujo? Más fácil, tal vez; pero no es nada fácil. La pobreza tiene su propia serie de trampas. Pero, ¿quién puede negar que la comodidad nos ha hecho indiferentes? Tenemos muchas cosas buenas que no queremos perder.
El hombre siempre ha tenido este problema. Las cosas que Dios quería que estuvieran debajo de nuestros pies (Salmo 8.6) se han levantado y se han puesto en nuestro corazón. No te olvides: cuando el mundo te es crucificado a ti, tú ya no luchas por sus cosas.
Además, Jesús quiere que nos separemos de las comodidades y los lujos de la vida egoísta. ¡Vende! ¡Vende! Piensa en Moisés (Hebreos 11.24–27) y ¡vende aun más! Convierte en tesoros en el cielo lo que antes eran tesoros de esta tierra. La Biblia alaba las inversiones santificadas y el ahorro, pero condena rotundamente el materialismo. Mira a tu alrededor. ¿Te estás mimando en maneras pequeñas con muchas cositas?
¿Qué tal en tu manera de vivir? Muchas veces cuando el materialismo se ha infiltrado el corazón como el cáncer, la manera más rápida y segura de desligarse es por vender. Vende el vehículo que te estorba o el negocio que te enreda, o regala el dinero que adoras. Jesús recomienda tales acciones radicales cuando uno corre el riesgo de perder la vida eterna (Mateo 5.29–30; 19.21).
¿Tienes algo que debes vender?
El testimonio de Pablo en Filipenses 3.7–11 nos ayuda a entender el mandamiento de Jesús. Escribe el versículo 8.
El término “basura” se pudiera comparar con el desecho orgánico que se pudre para llegar a ser un abono muy importante para las cosechas. La cosecha más valiosa en nuestra vida es la justicia de Jesucristo. Cualquier otra cosa que seamos nosotros o que tengamos, debe tomar una posición muy humilde al servir en este propósito.
Tal hombre será diligente, proveyendo para las necesidades de su familia (1 Timoteo 5.8) y de otros (2 Corintios 8.14). Tendrá cuidado al gastar y así prevenir el desperdicio en sí mismo, y para poder contribuir más en mejores propósitos. Él mira adelante hacia la eternidad, no sólo hasta poder jubilarse. (De todos modos, el concepto de jubilarse no se halla en la Biblia.) Rechazará el concepto material que tiene el mundo, y se hará tesoros en el cielo al ofrecer de las tantas cosas que tiene.
También debemos considerar nuestro tiempo.
Cuando Jesús llamó a sus discípulos, ellos tuvieron que dejar sus redes. Ellos no eran unos viejitos que estaban por jubilarse. No eran haraganes sin trabajo. Eran hombres jóvenes como tú y yo.
Jesús no te está pidiendo sólo el tiempo que te sobra o tus fines de semana. Él quiere que digas: “¡Para mí el vivir es Cristo!” (Filipenses 1.21).
¿Qué significa eso?
C. Cristo y su palabra
El estudio de la entrega continuamente nos lleva a Cristo. Finalmente, sólo él queda.
“No yo, mas Cristo”, honrado y amado;
“No yo, mas Cristo”, en mi hablar y pensar;
“No yo, mas Cristo”, en mi obra y mi vida,
“No yo, mas él”, en su totalidad.
“No yo, mas Cristo”, en mi trabajo humilde;
“No yo, mas él”, en sincera labor:
¡Cristo, sólo Cristo! Sin nada de jactancia;
Cristo, y sólo él, es mí dedicación.
Cristo, sólo Cristo, lo veré muy pronto;
La gloria suprema pronto ya vendrá.
Cristo, sólo Cristo, es todo mi deseo;
Cristo, sólo él, mi todo en todo será.
—A. A. F.
¿No sería maravilloso que Cristo estuviera aquí para enseñarnos, corregirnos, y darnos el ejemplo? Así podríamos mirarlo, escucharlo, y seguirlo. Sería muy emocionante para aquellos pocos que pudieron estar con él, pero ¿qué de los demás que nacimos gentiles, lejos de Palestina, y demasiado pobres como para visitar a Jerusalén cada año? Cristo sabía que era necesario que él se fuera. Él nos dejó su santa palabra para darnos dirección, y envió a su Espíritu Santo para ayudarnos a entenderla y vivirla.
El costo Nº 6: Perseverar en la palabra
Gracias a Dios que Jesús hizo que el discipulado aceptable y la perseverancia en la palabra fueran hermanos (Juan 8.31).
¿Con qué frecuencia estudias la Biblia?
¿Qué porcentaje de tu lectura consiste en sólo la palabra de Dios?
¿Qué porcentaje de tus pensamientos diarios tienen que ver con las cosas espirituales?
Y tu testimonio, ¿pudiera calificarse como el que persevera en la palabra?
Jesús siguió enseñando que permanecer en su palabra no consiste tanto en leerla, o en entenderla, o aun en aprenderla de memoria, sino en hacerla. “Porque yo hago siempre lo que le agrada [al Padre]” (Juan 8.29).
El muchacho que puede aprender de memoria las reglas de su padre palabra por palabra, pero no las obedece estrictamente, no permanece en su palabra. ¿Hay algo que tú sabes que debes hacer para agradar al Padre que no has hecho todavía? ¡Hazlo ya! No ganarás nada al seguir estudiando acerca de la entrega si no haces lo que sabes.
Permanecer en Cristo y practicar lo que ya sabemos es más importante que seguir estudiando y aprendiendo.
D. El reino nuevo y nuestros compañeros en el evangelio
El costo Nº 7: El amor a los hermanos
“En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuvieres amor los unos con los otros” (Juan 13.35). “Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Juan 4.21). Los costos del discipulado nos han reducido a la nada delante de Cristo. Él abre la puerta a su iglesia y dice: “Ámame; ama a los míos”.
El lugar de la hermandad en la vida del creyente es una doctrina muy poca predicada y mucho menos practicada en muchas iglesias hoy en día. El Nuevo Testamento enseña que la entrega personal a Dios se muestra por entregarse a edificar la congregación local. El testimonio poderoso que saldrá de tal congregación se verá hasta los confines de la tierra (1 Tesalonicenses 1.6–10).
1. El amor busca que la hermandad sea pura
Una vez entregados, tendremos el deseo de levantarnos de un salto del lugar de la cruz, y de salir a servir a Cristo. Como Saulo, gritamos: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” El Señor quiere que nos arrimemos al hermano más cercano para oírlo. El Señor le dijo a Saulo: “Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer” (Hechos 9.6).
Pero no sirve escoger cualquier iglesia. Para Saulo fue más fácil, porque había sólo una iglesia, y era una iglesia pura (Hechos 5.11, 13). Los modernistas dicen: “Escoge la iglesia que te guste”. ¡Pero este dicho es falso!
¿Has pagado los primeros seis costos del discipulado? Entonces busca por el mundo entero una congregación de creyentes santos. Y cuando la halles, ¡no sólo asiste a la misma! Hazte miembro de ella. Ésta es una de las primeras obras del cristiano entregado, y una parte necesaria para la salvación personal (véase 1 Corintios 12).
¡Dichoso el joven que crece bajo la influencia de tal iglesia y viene a la salvación! No tiene que gastar la mitad de su vida buscando con lágrimas el pueblo de Dios. Si ésta es tu experiencia, ahora mismo saca el tiempo para darle gracias a Dios. Comprométete a proteger este tesoro para las generaciones venideras.
2. El amor defiende la hermandad
a. En maneras positivas
Haz bien a tu hermano. No seas egoísta, pues tu egoísmo murió hace tiempo. “En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos” (1 Juan 3.16). Cristo puso su vida y murió. ¿Cómo podemos nosotros poner nuestras vidas aun estando vivos?
b. Al no hablar mal
El amor no guarda rencor, todo lo cree (1 Corintios 13). El celo por la pureza de la iglesia tiene que ir equilibrado con no imaginarse ni aceptar malos informes de los hermanos, sin primero oír todos los hechos. “Inocente hasta probado culpable” es la ley del amor.
El celo por la honra de Cristo también hará que el discípulo no divulgue los problemas de la iglesia local a aquellos que no les importe.
Cuando hablamos de la iglesia, ¿decimos nosotros o decimos ellos?
c. Al tener un celo por mantener la iglesia pura
Si de veras entendemos el significado de un solo pan en la santa cena, sabremos que si tapamos el pecado del hermano, somos partícipes de los pecados de él. Por su bien y por el nuestro, debemos ayudar a nuestro hermano a llegar al arrepentimiento. Y si el que pecó no quiere arrepentirse, tenemos que dar a conocer su pecado para así sacar de en medio de la iglesia el anatema.
3. El amor se sujeta a la iglesia
Aquí está la prueba verdadera. Aquí se separan los verdaderos cristianos de los meramente religiosos. La Biblia habla claramente acerca de la unidad de la iglesia verdadera. Un ejemplo se encuentra en Filipenses 2.2: “Sintiendo lo mismo … unánimes, sintiendo una misma cosa”. La unidad se logra en dos maneras: (1) por acuerdo mutuo, y (2) por la sumisión. Nota que la sumisión es la solución para el cristiano entregado cuando falta el acuerdo mutuo. Algunos, sin duda personas como tú y como yo, que pensamos con la cabeza, que tenemos opiniones tan fuertes, tendremos que someternos a los demás y terminar hablando lo mismo que los demás.
La Biblia habla mucho de la sumisión:
â Los hijos a sus padres (Efesios 6.1–2)
â Las esposas a sus esposos (Efesios 5.24)
â Los demás miembros de la iglesia a los líderes (Hebreos 13.17)
â Todos, sumisos unos a otros (1 Pedro 5.5)
â La iglesia a Cristo (Efesios 5.23–24)
Someterse a una hermandad bíblica llega a ser la prueba suprema si el “gran yo” está crucificado. Se nos hace difícil sujetarnos al Cristo invisible. Pero, por alguna razón, se nos hace más difícil sujetarnos a su cuerpo visible, que se compone de hombres iguales a nosotros. Sin embargo, es una medida de seguridad muy importante para el cristiano.
Desde el día que se le dijo a Saulo que escuchara a los hermanos locales hasta que comenzó su obra misionera en Hechos 13.2, transcurrieron diez años. Tal vez Saulo pensaba que sus talentos se estaban desperdiciando. Dios actuó lentamente. Y mientras los hombres esperaban, Dios preparaba su plan con mucho cuidado. Cuando al fin sacó su ejército (Pablo y los otros compañeros de trabajo), trastornó al mundo entero.
Preguntas sobre la lección
1. Anota los siete costos del discipulado.
a.
b.
c.
d.
e.
f.
g.
2. Tenemos que negar al “gran yo” antes de poder tomar la cruz. ¿Cómo es eso?
3. ¿Qué significa “llevar la cruz”?
4. Una entrega total a seguir a Jesús significa:
a. que tenemos que obedecer todos sus mandamientos.
b. que queremos obedecer sus mandamientos.
c. que nos falta entusiasmo por las cosas espirituales.
d. que ya no tenemos tentaciones.
5. ¿Cuáles son algunas maneras prácticas de aborrecer a tu familia como lo enseña Lucas 14.26?
6. ¿Cuál es el valor de vender todo lo que tienes?
7. Jesús enseñó que permanecer en su palabra no consiste tanto en leerla, o en entenderla, o aun en aprenderla de memoria, sino en .
8. ¿Por qué la entrega a Cristo nos lleva a una entrega a la hermandad espiritual?