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Más que el instinto —Autor desconocido—
Capítulo 1 Lukich En una aldea de Rusia que se llamaba Pokrovsky, el grupo comunista estaba bastante ocupado; organizaba a los campesinos de alrededor y los congregaba en reuniones para “alumbrar su conocimiento”. Últimamente los comunistas hablan empezado a organizar una lucha contra la religión, con un intento de adoctrinar la población con la idea de que la religión es una superstición y por eso únicamente la gente inculta y analfabeta podía aceptarla. Invitaban a oradores de una ciudad cercana a las reuniones para motivos de propaganda. Colgaban letreros para anunciar cada reunión en las paredes de las oficinas locales del gobierno soviético y a veces aun en las puertas de la iglesia. Al principio, la gente mostró interés en estas reuniones. Los oradores demostraban bastante fervor; prometían muchas cosas y predecían un futuro maravilloso para los trabajadores. Más tarde, de todos modos, la gente perdió su interés en los oradores que seguían repitiendo la misma cosa y cuyas promesas nunca se llevaban a cabo. Y las condiciones de la vida se empeoraban cada día. Poco antes de la Navidad un cartel apareció en la puerta de la iglesia. Anunciaba que el 25 de diciembre, el propagandista comunista, Matunín, llegaría a la aldea para dar un discurso. El tema del discurso sería “¿Dónde se originó la fe en Dios?” Después del discurso habría una discusión. Carteles idénticos aparecieron en la escuela y en los puestos de administración del municipio. La gente de la aldea se interesó. La discusión les interesaba más. A los aldeanos les gustaba escuchar debates. Pero nadie sabía quién podría debatir con Matunín. A cinco kilómetros de la aldea, cerca de su jardín de abejas, vivía un agricultor cristiano bien conocido, Demio Lukich Kisly. Nadie la llamaba por su apellido, sino más bien le llamaban "Demio Lukich" o nada más “Lukich”. Él no era muy anciano y tenía salud bastante buena. Desde su juventud, iba a las grandes ciudades para ganar dinero como albañil. Trabajó en Varsovia, Odesa, Kiev, San Petersburgo y Moscú. Siempre estaba deseoso de aprender, y se enseñó a sí mismo la lectura, la escritura y la aritmética. Cuidadosamente observaba la vida en las ciudades grandes y le gustaba hacer preguntas acerca de todo. Leyó muchos libros y tenía la reputación de un hombre estudiado. No le gustaba la vida en las ciudades a causa de su ruido y depravación y siempre estaba agradecido para poder volver a su hogar cerca de la aldea. A eso de diez años antes, había dejado su trabajo de albañil y desde entonces ganó la vida con su jardín de abejas solamente. Amaba la naturaleza y admiraba la creación de Dios; aunque fuera una planta, una flor, la grama, un animal o un insecto. Le encantaba mirar el cielo con sus estrellas resplandecientes. Se hizo una cama en un encino y a veces pasaba una noche entera admirando el cielo lleno de estrellas. Los aldeanos lo querían, lo respetaban, le llamaban “el sabio” y frecuentemente le pidieron consejo en cuanto a cómo resolver sus problemas. A él le gustaban los temas religiosos. Su manera de hablar era inteligente y persuasiva. Por todas estas razones los aldeanos decidieron pedirle que hablara con Matunín. A Demio Lukich no le cayó bien la idea. ¿Para qué debo yo hablar con estas personas impías? —preguntó él—. Ellos sólo van a burlarse de nuestra fe. No podremos convencerles. De plano que nos ha llegado el tiempo en que la impiedad se ha divulgado por todo el mundo. Esto se menciona en las Escrituras —dijo Demio Lukich. La gente de todos modos no se rindió. Insistieron en que se debía proteger la fe, no por beneficio de los impíos, sino por beneficio de los cristianos fieles: porque algunos de ellos habían empezado a tener dudas. Les llevó mucho tiempo convencer a Demio Lukich. Él por fin convino en llegar, pero dijo que tal vez no iba a participar en la discusión. Pensó consigo mismo: ¿Quién sabe qué van a decir? Su modo de hablar sería tan científico, que yo ni podría entenderlo. Ellos no querrán creer las Escrituras; quieren ser persuadidos por la vía de la razón. Pero el intelecto mío es del agricultor y de un hombre común. ¿Qué podría decirles? Sus amigos lo consolaron y dijeron que la sabiduría vendría de Dios. Demio Lukich mismo estaba deseoso de escuchar el informe. Le interesaba el sujeto de “¿Dónde se originó la fe en Dios?” Iba a escuchar qué dirían las personas impías. Sabía que necesitaba el don de Dios. Él no podía imaginar que una persona intelectual quisiera vivir sin Dios. Los ateos, según su opinión, eran mentirosos todos. Sabía que ellos solamente se fingen no creer en Dios, pero que en realidad todavía hay un poco de creencia en sus almas. Para Demio Lukich, estas almas eran preciosas, que a veces también podían ser contaminadas, y todavía continuaban siendo una fuente de vida. Él sentía la curiosidad de averiguar cómo ellos iban a intentar probar que no hay Dios. A él le gustaría preguntarles: —¿Cómo podrían existir todas las cosas sin Dios'? Si no hay Dios,¿quién creó todo lo que vemos? ¿De dónde vino todo el mundo? —Él por fin decidió asistir en la reunión, no por el motivo del debate, sino nada más por la curiosidad. Quería escuchar a estas personas astutas y educadas en el ateísmo.
Capítulo 2 Matunín Cuando Demio Lukich llegó a la reunión, el cuarto ya estaba atestado de gente. Pronto el orador y sus compañeros también llegaron. Lukich se sentó en la primera fila. El orador y sus compañeros parecían muy jóvenes. El orador bien afeitado casi parecía ser muchacho. Demio Lukich se desilusionó. Él había esperado escuchar a personas más grandes y más educadas de más experiencia. Él pensó: ¿Qué sabrán estos jóvenes? Ellos no han tenido tiempo para mirar bien el mundo de Dios, ¡y de todos modos quieren intentar resolver las preguntas acerca de Dios mismo! Ellos ni estarían capaces de describir un insecto, ¿y cómo entonces podrán hablar acerca de un Ser Supremo, quien está más allá del entendimiento humano? Así eran sus pensamientos mientras cuidadosamente observaba los rostros de los propagandistas. En cuanto a la audiencia, muchos de ellos miraron a Demio Lukich con algo de esperanza. Todos esperaban con curiosidad el debate acerca de la fe. Algunas personas estaban bastante seguras de que Demio Lukich no podría decir nada a sus oponentes bien educados porque él era nada más un campesino sencillo. Otros esperaban mucho de parte de él, porque sabían que a pesar de su enseñanza limitada, era una persona inteligente más que lo normal. Dijeron: —No importa que no tiene educación; él es sabio por naturaleza y ha leído muchos libros. Él por eso podría ser más fuerte en un debate que sus oponentes. El orador, Matunín, también echó un vistazo a Demio Lukich. Los comunistas de la vecindad le habían dicho que Demio, quien era bien conocido a los aldeanos, tal vez participaría en el debate. Esto dejó indiferente a Matunín. A pesar de su edad joven, él estaba muy confiado en sí mismo. Ya tenía una buena reputación entre sus compañeros quienes lo respetaban como un orador experimentado y astuto. Ya había dado muchos discursos sobre este tema y también sobre otros temas. Empezó su discurso firmemente, estando bien seguro de sí mismo. El contenido del discurso fue como lo usual. Matunín insistió en que los hombres de las cuevas habían inventado la religión por causa del temor. Fueron horrorizados por los fenómenos naturales como el trueno, el relámpago, la tempestad y el terremoto, y pensaban que había alguna fuerza invisible que los causaba. Empezaron a adorar a esta fuerza invisible, a llamarle "Dios", y a honrar a este Dios como el hacedor y organizador de los fenómenos naturales. Luego exclamó: —Allí empezó la religión, del temor de los hombres primitivos y su incapacidad de entender la naturaleza y sus leyes. A causa de su temor e ignorancia, la gente inventó los dioses. —Se refirió a las creencias de los salvajes como los australianos, los africanos, los polinesianos, los melanesianos y otros. Además hizo mención de los peruanos, los mejicanos, los iroqueses, los hotentotos y otros. Quería dejar asombrada a la audiencia con sus amplios conocimientos, y él realmente los impresionó. Los jóvenes, quienes ya estaban envenenados con el ateísmo, aplaudieron con ánimo. Los que creían en Dios se desanimaron. Su esperanza de que Demio Lukich ganara, se disminuyó. Pensaron: ¿Qué podría decir Demio acerca de todas aquellas gentes, quienes según los eruditos inventaron a Dios? Algunos amigos de Demio Lukich estaban tan trastornados, que estaban dispuestos a abandonarlo, y algunos salieron de la reunión. Después del discurso, fue anunciado un descanso de diez minutos, después del cual seguiría una discusión. Algunos de sus amigos se acercaron a Demio Lukich y le preguntaron: —¿Cómo se siente? —Confío en el Dios Todopoderoso que nos muestre qué decir —él contestó humildemente. —El orador habla con gran erudición —dijo uno de los amigos de Demio Lukich. Y su mejor amigo dijo: —¿No sería mejor ir a la casa, Demio Lukich? ¿Para qué debemos hablar con ese hombre? ¡La gente sólo va a reírse de nosotros! —Vamos a esperar un rato dijo Demio Lukich. Y pensó consigo mismo: ¡Qué gente de poca fe! Hasta mis mejores amigos tienen miedo de hacerse ridículos, mientras que sabemos que los cristianos antiguos no tenían temor de la tortura. Y Demio Lukich suspiró tristemente. Con eso, sus amigos perdieron el resto de su valor y lo abandonaron, tomando asientos en las últimas filas. La audiencia estaba esperando el debate con curiosidad, como que fuera alguna clase de pelea de gallos.
Capítulo 3 El debate Demio Lukich se quedó solo, directamente en frente del escritorio del orador. Él no se preocupaba de las creencias de la gente de los países extranjeros, y dijo a sí mismo: Que ellos crean como quieran, es asunto de ellos. La cosa principal para nosotros ahora, es preservar nuestra fe en el Dios verdadero. Conforme a su costumbre, empezó a pensar en Dios, y a meditar. Las palabras del salmista le llegaron a la mente mientras pensaba: “¡Todo esto es la creación de Tu sabiduría!” Sus pensamientos estaban volando como los relámpagos, de una criatura de Dios hasta otra. Él ni se fijó en que el descanso se había terminado. Estaba pensando. De repente una nueva voz le llamó de sus meditaciones. Fue el presidente de la reunión, Alchulero, quien había llegado a la aldea con el orador Matunín. —Compañeros —dijo él a la audiencia—, ahora tendremos un intercambio de opiniones sobre los temas mencionados en el discurso. Quien quiera debatir con el orador o hacer algunas preguntas, por favor que venga al escritorio del orador. Nadie contestó, ni siquiera Demio Lukich. Alchulero lo dijo otra vez. Pero esta vez también, ninguno respondió. Todos miraron a Demio Lukich. Él se quedó silencioso. Por fin después de que Alchulero repitió su oferta por tercera vez, alguien en la audiencia dijo: —¡Quisiéramos que Demio Lukich debata con el orador! —¿Va a debatir? —preguntó el presidente, quien ya sabía algo acerca de Demio Lukich por el informe de sus compañeros. —No —dijo Demio Lukich suavemente—, yo no tenía la intención de debatir; yo sólo quisiera hacer algunas preguntas. —¿Quiere preguntar algo? —dijo Matunín cortésmente. —Sí, mi buen amigo —dijo Demio Lukich con algo de vacilación y en una voz muy baja. —Hable recio! ¡Vaya al escritorio! —dijeron las personas en la audiencia. Demio Lukich fue invitado a la plataforma y Matunín permaneció ante el escritorio. Ahora todos podían ver a Demio Lukich, y su valor parecía crecer, tal vez por el contacto de los ojos. Se sintió más seguro y empezó a hablar más recio y más claro. Tenía una voz fuerte y agradable y su hablar era correcto porque la lectura era su pasatiempo. Tenía la costumbre de decir “Mi buen amigo” muchas veces. —Nos dijo mucho, mi buen amigo —dijo Demio Lukich—, acerca de los varios pueblos y sus creencias. Fue un placer escucharlo. Pero está equivocado de que estos pueblos inventaran a Dios. Dios es eterno y existía antes de la creación del mundo. ¿Cómo sabe? —preguntó Matunín muy cortésmente. —Espere, y pronto va a saber. —¡No lo interrumpa! —llamaron personas de la audiencia. Pero Demio Lukich no pensaba dar un discurso, sino que sólo quería hacer algunas preguntas a los hombres estudiados (como él les llamaba). —“Tu sabiduría lo creó todo...” —empezó Demio Lukich, refiriéndose a los Salmos. Pero detrás de él algunos jóvenes empezaron a reírse. —Él empieza con las Escrituras, con Salmos... —susurraron algunas personas en burla. Demio Lukich se detuvo por un momento y luego dijo: —No quiero hablar de las Escrituras, sino de la naturaleza y la vida creada por Dios. Por ejemplo, tengo abejas en mi jardín. Los comunistas se rieron otra vez, y lo interrumpieron. Uno de ellos dijo, suficientemente recio para que Demio Lukich lo oyera: —¡Ahora empieza su insensatez otra vez! No obstante, esto no desanimó a Demio Lukich. Él no abandonó el tema de sus abejas sino que continuó: —Así como ven, estas abejas muestran una sabiduría maravillosa. Construyen sus celdas de manera tan bonita y regular que nosotros nunca podríamos imitarlas. Yo he leído en algunos de los libros de ustedes que una abeja podría ser más lista que un arquitecto, pues tan sanamente están construidas sus celdas. Hay aun más sabiduría en la manera en que cosechan y preservan la miel. Aun los eruditos más grandes del mundo no podrían hacerlo. Así que, mis queridos amigos —dijo Demio Lukich al orador y a sus compañeros comunistas—, ¿pueden explicarme, por favor, de dónde recibieron las abejas esa sabiduría? ¿Quién les enseñó a actuarse de manera tan inteligente? Matunín contestó pronto: —Se tiene que considerar que las abejas son guiadas por lo que se llama su instinto. El instinto les hace actuar sanamente, como usted dice. El instinto es subconsciente. Las abejas no saben qué hacen; su trabajo no lo entienden ellas mismas. El instinto se encuentra también en la naturaleza humana. Por ejemplo, si alguien lo ataca a usted, usted de manera subconsciente levanta el brazo en defensa. Lo haría sin pensar, sin razonar, como que los brazos se levantaran automáticamente. Sus brazos, en este caso, serían puestos en movimiento por una fuerza extraña, que se llama el instinto. Y aquí es otro ejemplo: supongamos que una luz fuerte de repente se dirigiera hacia sus ojos. Los ojos inmediatamente tendrían la tendencia de entrecerrar y sus pupilas se harían más pequeñas. Esto sucede subconscientemente, de manera que su intelecto y su voluntad ni participan en ello; sucedería aun si fuera contra su voluntad. Esto es el instinto. Por supuesto, el ojo no se da cuenta de lo que está haciendo, porque el ojo mismo no posee nada de intelecto, pero de todos modos es para su beneficio porque de esa manera está protegido contra la luz excesiva. ¿Ya entiende cómo funciona todo esto'? Los jóvenes estaban bien satisfechos con la explicación de Matunín. Su modo era claro, como el de un maestro de una clase. Sus compañeros comunistas también quedaban bastante satisfechos y su respeto para él aumentó. Consideraron este debate como un juego entre gato y ratón. Pero pronto se darían cuenta de que Demio Lukich no era como un ratón, sino como un gato perspicaz y experimentado. Demio Lukich contestó suavemente y con dignidad: —Yo entendí lo que usted dijo, pero usted no entendió mi pregunta. Vamos a aceptar la idea de que las abejas actúan conforme a su instinto. Pero, ¿de dónde vino la sabiduría de aquellos insectos? ¿Quién los enseñó? ¿Quién les dio esa sabiduría? ¿Me entiende ahora? Esta vez también no hubo vacilación en la respuesta de Matunín. —Pues sí, yo también le entendí la primera vez. Únicamente no terminé mi explicación. Como veo, usted ahora se da cuenta de que las abejas actúan subconscientemente, siendo guiadas por su instinto. Ahora tenemos que darnos cuenta de dónde vino ese instinto sabio. Bueno, ha sido creado por medio de la costumbre. El instinto es una costumbre. Nosotros, por ejemplo, hemos estado acostumbrados desde la niñez, a usar los pies para andar, y ahora no tenemos que pensar en c6mo usar los pies; lo hacen por sí mismos por medio de la costumbre o el instinto. Nosotros tenemos muchas costumbres; y no nos fijamos en la mayoría de ellos. Así cuando escribimos, no miramos los movimientos de la mano; las letras salen automáticamente. Los animales también han creadó costumbres semejantes. Tales costumbres se crean después de muchos años: miles de años. Los instintos de las abejas aparecieron después de un tiempo muy largo. Ya debe de saber el origen de su instinto. También debe de poder entender quién les dio esta sabiduría asombrosa que las capacita a construir sus celdas y llenarlas de miel. El poder de la costumbre lo explica todo. Los jóvenes otra vez se encantaron con tal respuesta. Pero el orador todavía tendría que contestar otras preguntas del campesino sencillo, Demio Lukich. —Por tanto —preguntó—, ¿será cierto que hace miles de años, las abejas eran mucho más sabias y mucho mejor educadas que los eruditos y arquitectos de hoy? —¿Por qué? —preguntó el orador atónito. —Porque —contestó Demio Lukich—, nuestros eruditos son incapaces de hacer trabajo complicado hasta ahora. No pueden recoger miel de las flores, mientras que las abejas pueden hacerlo sin problema. Yo, como cuidador de abejas, una vez leí que las abejas agregan el 25 por ciento de agua y una pequeña cantidad de cierta sustancia desinfectante para preservar la miel de la fermentación. Esto es otra prueba de la sabiduría de las abejas. Son más inteligentes que nosotros. Usted dice que han estado acostumbrados a esa sabiduría por miles de años. Esto quiere decir que lo que las abejas han sabido por miles de años, nosotros ni hoy lo sabemos. Por esto le ruego, mi querido amigo, que por favor me diga de dónde consiguieron esa sabiduría. ¿Quién las enseñó? Nosotros los humanos necesitamos ser enseñados cómo caminar y cómo escribir. ¿Quién, entonces, enseñó a las abejas una sabiduría que hasta los eruditos no pueden obtener? Por primera vez, Matunín vaciló. El presidente de la reunión trató de ayudarlo. —Por favor quédese con el tema —dijo Alchulero—. Queremos discutir el tema del discurso y no las abejas. Nuestro tema es “¿Dónde originó la fe en Dios?” Y usted habla de las abejas. Como presidente de la reunión actual, no puedo permitir la discusión de las cosas que no tienen nada que ver con el discurso y por lo tanto están fuera de propósito. Demio Lukich continuó: —Pero alguien tuvo que ser el originador para producir y enseñar la naturaleza y el instinto. ¿Quién es aquel jardinero o cuidador de abejas? Esa es la pregunta para la cual quisiera tener una respuesta de parte de ustedes. ¡Qué campesino más persistente! pensó el presidente. En cuanto a Matunín, él no tenía prisa de dar una respuesta. Por tanto Demio Lukich siguió adelante: —No es fácil injertar una planta. Requiere mucho entendimiento y sabiduría. Pero sencillamente no podemos imaginar cuánta sabiduría requiere para enseñar las abejas. Así que, mi amigo muy respetado, por favor no esconda de nosotros la identidad del maestro de las abejas. Díganos quién les enseñó esa sabiduría enorme. ¡Por favor no lo guarde como un secreto! —Pero ya contesté esa pregunta —dijo Matunín—. La naturaleza misma es el gran maestro de la vida. Es lo que produce, enseña y selecciona. La naturaleza es quien hace todo. —Que Dios le bendiga por su respuesta —dijo Demio Lukich y se detuvo por un momento, como que estuviera pensando acerca de algo muy importante. —Los comunistas empezaron a reírse. —¿Por qué nos molesta ese loco con sus abejas? —dijeron algunos de ellos. A la vez otros quienes eran más simpáticos, le tenían lástima por la estupidez que supuestamente tenía. El presidente estuvo alegre. Pensó que este "campesino orgulloso" por fin quedó satisfecho y ya no iba a fastidiar a Matunín con sus abejas. Pero Alchulero estaba equivocado. Para Demio Lukich esto sólo era el inicio de las preguntas importantes, y las abejas eran nada más un medio para permitirle presentar mejor el asunto. Después de pensar un rato, Demio Lukich preguntó: —¿Y qué es la naturaleza? —La naturaleza es todo lo que nos rodea, todo lo que vemos y todo lo que existe alrededor de nosotros: los cielos, las estrellas, los océanos, el suelo, las plantas y el mundo entero de animales —explicó Manan. —¿Puede explicarme por favor —dijo Demio Lukich—, qué parte de la naturaleza enseñó a las abejas una sabiduría tan grande, una sabiduría que nuestros eruditos todavía no han alcanzado? ¿Tal vez el sol se la enseñó, o los océanos? ¿O puede ser que algunos animales dieran la enseñanza? Es bien conocido que aun centenas de personas estúpidas no podrían enseñar nada de sabiduría a ninguna sola persona, mientras que una persona inteligente puede enseñar a centenas de personas. ¿Quién, entonces, es el ser inteligente que pudo enseñar cosas tan maravillosas a las pequeñas abejas? —¡Aquí está con sus abejas una vez más! —dijo uno de los comunistas. Pero ya no hubo risa. Evidentemente hasta las pobres personas engañadas empezaron a entender que el asunto de las abejas no era broma, sino una respuesta directa al tema del informe “¿Dónde originó la fe en Dios?” El resto de la audiencia estaba escuchando el debate con gran interés. —Ya expliqué —dijo Matunín , que las abejas son guiadas en sus acciones por el instinto y no por el intelecto. No tienen ni intelecto ni voluntad. Esto es aun más maravilloso —dijo Demio Lukich—. Es fácil enseñar algo a una persona que tiene un intelecto y puede hablar. Pero usted ciertamente haría un milagro si pudiera enseñar a una vaca o a un caballo cómo leer o escribir. Es un milagro todavía más grande enseñar a los insectos, a las abejas, a hacer cosas maravillosas que aun los eruditos grandes no pueden hacer. ¿Quiere por fin decir quién hizo ese milagro? ¿Quién es aquel maestro que puede instruir a los pequeños insectos cómo actuar con una sabiduría tan grande? ¿Quién es? ¡Favor de contestar!
Capítulo 4 Los asuntos Demio Lukich sabía que la verdad estaba a su lado y ahora se dio cuenta de que la victoria de la verdad estaba cerca. Matunín se sentía muy avergonzado, y también lo sentían sus compañeros los comunistas. Por fin el presidente intentó salir del problema por medio de anunciar un descanso de 15 minutos. Durante el descanso, la gente empezó a hablar. Los que creían en Dios le rodearon a Demio Lukich y lo agradecieron, diciéndole lo contentos que estaban. Pero hubo confusión en el grupo opuesto. Entre los comunistas jóvenes, el ateísmo frecuentemente era superficial, semejante al polvo que puede ser barrido sin problema alguno. Mientras tanto, Matunín y Alchulero estaban sentados en el siguiente cuarto, frenéticamente consultando varios folletos y libros comunistas para encontrar una respuesta apropiada. —¿Qué debemos decir'? —preguntó Matunín. —Dígale otra vez que la naturaleza creó las abejas. Hágalo parecer como un necio por medio de alguna declaración evasiva, y déjelo explicar qué significa. ¡Confúndalo! —sugirió el presidente. Matunín vaciló un poco y dijo: —Estamos tratando con un campesino perspicaz y muy persistente. Cuando yo hablo del instinto, él pregunta “¿Y quién les dio ese instinto?” Cuando hago mención de las leyes de la evolución, él dice “¿Quién creó esas leyes?” Cuando hablo de la naturaleza él inmediatamente pregunta “¿Quién, en la naturaleza, enseñó a las abejas la sabiduría que poseen?” ¡No es tan fácil burlarse de él! Por fin salieron para la reunión sin ninguna respuesta preparada. Después del descanso, Matunín empezó en su manera amable y cortesa como siempre. Dijo: —La pregunta de Demio Lukich es de gran interés científico. Se refiere después de todo, no a la religión, sino a la ciencia natural, o más bien a la física. Las abejas de las cuales él hace preguntas, se refieren a la ciencia natural, mientras que las fuerzas que causan que actúen de esa forma, se refieren a la física. Ya dije que la naturaleza les enseñó su sabiduría. Si Demio Lukich no queda satisfecho con mi respuesta, lo más probable es que él tenga un concepto equivocado de la naturaleza. Los eruditos tienen un concepto de la naturaleza diferente de las personas no educadas. La ciencia nos informa que la naturaleza es hecha no solamente de materia visible, sino también de muchas fuerzas preservadas en dicha materia. Así por ejemplo, una persona no educada vería nada más una materia muerta en una piedra, mientras un erudito sabe que una piedra preserva dentro de sí una energía potencial, es decir una fuerza escondida. Nuestro término "fuerza" no sería completamente exacto, porque la fuerza y la energía no son la misma cosa, pero podríamos usarlo para simplificar nuestra tarea. Tal fuerza potencial podría convertirse en una fuerza cinética, es decir una fuerza que mueve. También podría producir el calor. Si usted golpeara una piedra contra otra, notaría que se hacen más calientes. A veces hasta veríamos chispas. Así, podemos ver que hay muchas fuerzas escondidas, aun en una piedra sencilla y muerta. Estas fuerzas son invisibles, pues están escondidas, pero existen. Producen movimiento, calor y luz. En la naturaleza existe también una fuerza que se llama la fuerza de la atracción, o sea de la gravedad. Una piedra se cae a la tierra no porque es pesada, sino a causa de la fuerza de la gravedad. Mire el cielo donde están el sol, la luna, los planetas y las estrellas. ¿Qué los mantiene? No tienen soportes y de todos modos viajan y siempre siguen el camino correcto. Mueven tan correcta y exactamente, que los astrónomos pueden predecir muchos años antes cuándo sucederá un eclipse o la apariencia de un cometa. Se podría hacer entonces la pregunta "¿Qué mantiene todos estos planetas? ¿Quién los guía en un camino tan perfecto?" Los eruditos descubrieron que hay una fuerza en la naturaleza que se llama la fuerza de la gravedad. Cada planeta tiene esta fuerza y por medio de ella atrae otros planetas. Por eso no se caen al espacio, sino que mueven de manera regular, atrayendo unos a otros con una fuerza equilibrada. No podemos ver, ni sentir, ni oír aquella fuerza, pero allí está sin duda. Para los eruditos es evidente por sí mismo, pero las personas no educadas tendrían dificultad en entenderle. El discurso de Matunín hizo una buena impresión. Los comunistas se sintieron mejor. Demio Lukich estaba escuchando muy atentamente. Matunín siguió para decir: —Hay muchas fuerzas misteriosas en el mundo que no podemos entender. Usted probablemente sabe de la existencia de los imanes. Una pieza sencilla de hierro atrae metales diferentes. La aguja del compás siempre está atraída al Norte. La naturaleza exacta de la fuerza del magnetismo se desconoce, ni tampoco se conoce la naturaleza de la electricidad. Todas las fuerzas misteriosas, escondidas e incomprensibles que acabo de mencionar están actuando más que todo en la naturaleza que se llama muerta. No obstante, la naturaleza viva tiene aun más perplejidades. Una de ellas es el instinto de las abejas. Alguna fuerza misteriosa y desconocida está detrás de ese instinto. No tenemos ninguna manera de examinarla, pero ciertamente existe. Y es precisamente esta fuerza que es aquel maestro de las abejas acerca de quien Demio Lukich está preguntando. Para Demio Lukich, esta contestación fue un verdadero placer. Él sinceramente agradeció al orador y dijo: —Que Dios salve su alma, muy querido amigo mío, por esta explicación inteligente. Ciertamente podemos ver que usted es una persona perspicaz y bien educada. Bueno, un día dos compañeros se acercaron a mí y empezaron a argumentar acerca de la existencia de Dios y acerca de la naturaleza. Siguieron repitiendo que no hay nada en el mundo sino la naturaleza; ningún misterio ni ninguna fuerza incomprensible. Insistieron en que la única cosa que existía era la materia. Hasta me agotaron la paciencia. Por fin yo les dije que eran locos y paró la conversación. De hecho, todos sabemos que es imposible convencer a un loco puesto que no es capaz de analizar las cosas. Él cree cualquier clase de insensatez y hasta lo propaga. Pero usted es bien educado e inteligente, y siempre es un placer hablar con una persona perspicaz. También quisiera pedirle que explicara amablemente otra cosa acerca del maestro de las abejas: Ciertamente no piensa que fue la electricidad que les enseñó cómo construir sus celdas y preparar la miel, ¿verdad que no? —¡Por supuesto que no! —dijo Matunín. —¿Ni el imán? —No. —¿Qué fuerza, entonces, les enseñó a actuar en una manera tan milagrosa? —Se desconoce —dijo Matunín, y explicó que la naturaleza de esa fuerza todavía no había sido descubierta por los científicos. —¿No piensa que esto es una fuerza inteligente y no una fuerza ciega? —insistió Demio Lukich. —No se sabe nada acerca de ella —contestó Matunín, irritado—. Los eruditos no han clarificado esa pregunta todavía. La pregunta acerca de la fuerza misteriosa y la enseñanza de la sabiduría a las abejas era tan interesante, y la única respuesta posible parecía tan sencilla y clara, que Demio Lukich no pudo dejarla a medias. Él por tanto insistió: —Vamos a suponer que encontramos un libro en algún lugar, lo leímos, y encontramos que su contenido era interesante en extremo a causa de su sabiduría enorme. ¿Qué, en su opinión, pensaríamos acerca del autor? —Ciertamente tendríamos que reconocer que é1 es un gran erudito o un escritor ingenioso —respondió Matunín con poca gana. —¡Así que vemos a qué conclusión ese libro nos traería! Sólo podemos dar el crédito a una persona estudiada y sabia —comentó Demio Lukich. —¡Aun un ciego puede ver qué sucede! —dijo alguien en la muchedumbre. Y Demio Lukich continuó: —Vamos a suponer, mi querido, que llegamos a una ciudad grande y vimos una casa construida de manera maravillosa y hermosa. Ciertamente decidiríamos que había sido planeada por un arquitecto grande, ¿verdad que sí? Matunín asintió con la cabeza. —Y otra vez, vamos a suponer que llegamos a una fábrica donde vimos una máquina enorme, sorprendentemente complicada y maravillosa. ¿No es obvio que cada uno de nosotros ciertamente reconocería que no llegó a la existencia por sí misma, sino que fue inventada y planeada por una persona inteligente?
Capítulo 5 El veredicto Matunín ahora estaba escuchando con gran respeto a Demio Lukich, quien poco a poco le estaba trayendo más y más cerca de Dios mientras continuaba. —Al observar la sabiduría de la pequeña abeja, nos llega a ser evidente que el que la creó y enseñó no era estúpido ni ciego sino muy inteligente. ¡Sólo piense, mi querido amigo, en qué cosas maravillosas una abeja sabe! ¿Quién, por ejemplo, podría enseñarle a agregar cierta sustancia desinfectante a la miel para evitar que fermente? Usted dice que ella actúa inconscientemente. Eso quiere decir que hay un intelecto y una voluntad en algún lugar que está guiándola. ¿Quién entonces, está pensando para ella? ¡Y qué maravillosos y poderosos son aquellos pensamientos! Para agregar un desinfectante a la miel se tiene que descubrirlo en la naturaleza, conocer sus características, calcular sus ingredientes y la cantidad apropiada de ellos. ¿Cómo puede la pequeña abeja saber todo eso? Los eruditos necesitan décadas para entender la naturaleza de aquella sustancia desinfectante, y la pequeña abeja la encuentra inmediatamente, sin ningún problema. ¿Qué debemos decir acerca de tal clase de sabiduría? ¿Quién la instruyó de tal manera que no hay error en su trabajo? Claramente es Aquel que conoce las características de todas las cosas. Aquel que es capaz de hacer un pequeño insecto que multitudes de eruditos la tienen que admirar. Aquel a quien toda la naturaleza obedece y Aquel que le dio a la naturaleza las fuerzas y las leyes. ¿No es así, mi querido amigo? —preguntó Demio Lukich. ¿Quién es aquel? —preguntó Matunín. El Dios Todopoderoso —dijo Demio Lukich con reverencia. “Hiciste todas ellas con sabiduría” (Salmos 104:24). —Cada cual puede pensar como quiera —dijo Matunín. —Pero de todos modos, mi querido amigo, díganos, ¿quién en su opinión enseñó a la pequeña abeja a actuar tan sabiamente? —Ya lo dije; la pregunta está resuelta —dijo Matunín, enojado y malhumorado. —¿No puede decir nada que tenga que ver con el tema del discurso? —le dijo el presidente a Demio Lukich. Pero Demio Lukich ni le prestó atención y continuó dirigiéndose a Matunín. —Usted dijo, mi querido amigo, que el libro nos comprobaría que lee escrito por un escritor estudiado y apto, y la máquina nos diría que ha sido planeada y construida por un técnico famoso, y la actividad de la abeja es más sabia que cualquier libro y más maravillosa que cualquier máquina. Esto quiere decir que la abeja ha sido enseñada por un ser superior y más sabio que cualquier criatura y más inteligente que los eruditos del mundo. ¿No es así, mi querido amigo'? Matunín quedó silencioso. Estaba tan profundamente absorto en sus pensamientos, que ni oyó la pregunta. —¡Quiero pedirle otra vez que trate de decir algo que tenga que ver con el tema del discurso! —dijo el presidente, y siguió adelante—. Les ha sido explicado que la fe en Dios se inició entra los hombres de las cuevas por causa de su ignorancia. De eso debe hablar, o de otra manera no le va a permitir que hable. La gente en la audiencia le pidió dejar que Demio Lukich hablara para dar una respuesta a la pregunta acerca de la creación de las abejas y sus actividades. No obstante, esto no le apaciguó al presidente, y él siguió insistiendo que Demio Lukich hablara acerca del inicio de la fe' en Dios por causa de los fenómenos. Él por fin amenazó cerrar la reunión. —De hecho, lo que digo se refiere al tema y tiene que ver con él. Por favor, permítame que les lea algo de la Santa Biblia acerca de los salvajes —dijo Debió Lukich calmadamente, y sacó una Biblia de la bolsa. La audiencia estaba escuchando con respiro entrecortado. Los comunistas ya no se rieron de que Demio Lukich leyera de las Escrituras. Algunos de ellos ya habían salido, dándose cuenta de que la reunión era un fracaso completo, y otros se quedaron en la audiencia. Su curiosidad fue excitada acerca de la manera en que el campesino debatía con los comunistas intelectuales, “los que protegían a los trabajadores contra la pobreza y la explotación”. —Por favor, permítanme leer Romanos 1:21-25 —dijo Demio Lukich, y siguió adelante—. “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén.” La Biblia también dice que los paganos adoraban al sol, a la luna y a las estrellas. Pero en vez de dar honra a la creación, o sea a la naturaleza, debían pensar en su Creador y adorarle a Él. Por la ignorancia no conocían a Dios. —Esto es precisamente lo que está sucediendo con ustedes —explicó Demio Lukich—. Ven la creación de Dios y observan su sabiduría sin fin, pero son incapaces de percibir al Creador. ¿Son ustedes entonces mejores que todos aquellos iroquines y tenetotos? —Está confundido. Quiere decir iroqueses y hotentotos —corrigió Alchulero con una sonrisa orgullosa. —¡Entienden! —dijo Demio Lukich—. Los salvajes se consideran como pueblos que no han sido civilizados. Con razón están equivocados. Pero, ¿qué de ustedes? ¿Cómo es posible que ustedes los intelectuales son incapaces de darse cuenta de que una creación inteligente sólo podría ser el resultado del trabajo de un Creador más sabio, y que la sabiduría del Creador siempre debe de ser mucho más poderoso que la sabiduría de las criaturas? —¡No dé amonestaciones, por favor! —dijo el presidente enojadamente. Pero Demio Lukich siguió para decir: —El Apóstol Pablo dijo: “La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Romanos 1: 18-20). —Una pequeña abeja —dijo Demio Lukich—, ¡es un testimonio tan poderoso de la sabiduría y el poder de Dios! Los ateos no lo pueden negar. Por eso se quedan callados. La fe en Dios no ha sido inventada por los salvajes. Es una dádiva que ha nacido dentro de cada persona. Está en la naturaleza del hombre, igual que la forma de su cuerpo, su intelecto y sus sentimientos. Y un ser humano, justamente como un árbol, puede desarrollarse de manera anormal, puede degenerar y llegar a ser feo, estúpido e incrédulo. Su crianza y su voluntad son los factores mayores. El hombre recibió su razonamiento y su voluntad como dádivas de Dios y tiene también la libertad de escoger entre el bien y el mal. Mientras tanto, Matunín dejó el escritorio, se sentó en algún lugar en el rincón y empezó a pensar, sin prestar atención a todo lo que estaba sucediendo alrededor de él. Era un hombre sensible de corazón caluroso y de intelecto vivo. Había leído muchos libros, pero había sido sometido a un procedimiento cuidadoso y complicado para engañarle, de manera que su educación llegó a ser parcial y desequilibrada. Él admiraba la enseñanza de Darwin, o sea la evolución, pero la entendía de manera superficial. Su explicación de los fenómenos naturales era demasiado simplificada. Él creía en leyes que organizaban la materia, pero pasaba por alto el hecho de que la materia no crea las leyes, las cuales son valores espirituales e impensables sin un Legislador. El darwinismo para él había sido una solución definitiva, hasta que la pregunta de un campesino lo dejó perplejo. De hecho, pensó Matunín, ¿Cómo podríamos dar una explicación del darwinismo para las habilidades de las abejas? Tienen una distribución muy bien organizada para su trabajo: algunas construyen las celdas y recogen la miel, otras protegen la colmena y otras la limpian. En cuanto a la reina, la única cosa que hace es producir huevos. Los zánganos no hacen ningún trabajo. Las varias ocupaciones de las abejas han sido causadas por sus varias habilidades, ¿De dónde vienen estas habilidades? No pueden recibirlas de la reina porque no las tiene ella. No pueden recibirlas de los zánganos, porque los zánganos no hacen nada y ellos mismos nacen de huevos infecundos. ¿Quién, entonces, les da estas habilidades maravillosas? Si un lobo trajera al mundo una posteridad que fuera capaz de volar y contar como un pájaro, ¿no sería un milagro? Por medio de las abejas podemos observar tales milagros y ninguna teoría es capaz de explicarlos. Las abejas definitivamente obedecen algunas leyes inteligentes y misteriosas. Y hay millones de milagros semejantes en el mundo, pues hay millones de tales leyes. ¿Quién es el Legislador? ¿Quién es el Ingeniero eterno? ¡ES DIOS! Traducido de Beyond Instinct, publicado en inglés por Grace Press, Inc.
Traducido por: David K. Siegrist 431 East Lincoln Ave. Myerstown, PA 17067 U.S.A. año 2002
Declaración de permiso Se permite copiar esta traducción, haciendo algunos mejoramientos si así se desea, siempre que se incluya esta misma declaración de permiso con cada copia. —el traductor |