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EL TESORO BÍBLICO

Por Guillermo McGrath- ©1985 usado con permiso

Capítulo 6

La salvación bíblica

¡Cómo encontrarla, cómo mantenerla, cómo disfrutarla!

La salvación... ¿qué es? Bueno, una cosa es cierta: no podemos hallar algo si no sabemos lo que buscamos. Así que, antes de poder encontrar la salvación, tenemos que averiguar qué es. Un diccionario nos dice que la salvación es “el proceso o el estado de estar a salvo de algún mal; es la liberación de peligro, mal o perdición”. Dicho sencillamente, la salvación significa el alivio, la paz, y el gozo que resultan de estar a salvo o rescatado de algún gran peligro. La palabra original griega para salvación y sus varias formas (salvo, salvar, Salvador) se refiere a ser hecho y guardado sano de peligro o daño. El peligro mayor que enfrenta a la humanidad es la muerte y el juicio que sigue. La sentencia de muerte fue pronunciada por Dios sobre el género humano por causa del pecado. Son las consecuencias del pecado, la muerte, el juicio, y el infierno, que para la humanidad son verdaderamente temerosas y espantosas. La Biblia dice que exactamente por esto necesitábamos un Salvador. Necesitábamos a alguien que, por su muerte en la cruz y su resurrección, pudo quebrantar el poder de Satanás, “y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” (Hebreos 2.15).

En el Nuevo Testamento se encuentra más de 170 veces la palabra griega original que significa salvación (soteria) y sus formas relacionadas (salvo, salvar, Salvador). Como hemos indicado, la palabra significa “sanado”, y la Biblia dice que eso tiene que ser hecho por un Salvador mandado del cielo. El hombre no es “sano” por naturaleza, sino que es inconstante, intranquilo, temeroso, y enfermo. Su enfermedad verdadera es el pecado. Eso puede ser curado sólo por un poder fuera de uno mismo —el poder del gran Médico. La palabra alemana para decir salvador, heiland, expresa mejor el sentido de uno que cura o sana el corazón quebrantado o la vida arruinada. También la palabra alemana para decir santo, heilig, expresa el mismo pensamiento vital: el hombre que es hecho santo por Cristo es un hombre de una mente constante (ya no más es de doble ánimo, dudoso (Santiago 1.6–8); tiene el ojo bueno, (Mateo 6.22; Lucas 11.34); sirve a Dios con alegría y sencillez de corazón (Hechos 2.46); y ya no más está tratando de servir ambos a Dios y al mundo (Mateo 6.24).

El mundo está lleno de gente religiosa que trata de servir a Dios sólo por ritos exteriores, pero internamente se sienten miserables porque saben que también están tratando de servir al mundo y al pecado. Lo que necesitan es “ser sanados”, encontrar la salvación que les hará sanos (internamente), santos y alegres. Esta clase de salvación es exactamente lo que la Biblia nos ofrece: “El reino de Dios no es comida ni bebida [ritos exteriores], sino justicia [santidad], paz [sanidad interna] y gozo [alegría] en el Espíritu Santo” (Romanos 14.17). Si tú no estás en ese sentido sano, santo y alegre, ¡necesitas la salvación!

Al estudiar lo que dice la Biblia acerca de la salvación, repasaremos cómo encontrarla, cómo mantenerla, y cómo disfrutarla. Hay muchas ideas falsas acerca de la salvación. Unos enseñan que “Una vez salvo, salvo para siempre”. Otros enseñan que la salvación se logra por medio de ceremonias y membresía en tal iglesia. ¡Otros afirman que solamente después de la muerte podrá uno saber si es salvo o no! La Biblia rechaza estas ideas falsas. Algunos aun enseñan que la salvación es posible sólo para una clase de gente especial, ¡como si Dios tuviera prejuicio! La Biblia dice: “Todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (Romanos 10.13). Y asimismo: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él (Juan 3.16–17). Y hay muchos pasajes semejantes que prueban que la salvación es disponible para cualquiera. (Véanse, por ejemplo: Lucas 3.6; Hechos 2.21; Romanos 5.18; 1 Timoteo 2.4; Tito 2.11–12; 2 Pedro 3.9). Así que si has pensado en Dios como un Dios duro e injusto que reparte la salvación de manera arbitraria sólo a unos pocos preferidos, ¡piensa nuevamente y escucha a lo que dice la Biblia!

La salvación —cómo encontrarla: En el año 1632, unos hermanos escribieron la “Confesión de la fe de Dortrecht” (Holanda), y eso tiene mucho que decir acerca de la salvación. Por ejemplo, el Artículo 6 (El arrepentimiento y la rectificación de la vida) de esta confesión claramente dice:

Ni el bautismo, ni el sacramento, ni la unión religiosa, ni ninguna otra ceremonia externa puede, sin fe, sin el nuevo nacimiento, sin un cambio o una vida renovada, ayudar o capacitarnos para agradar a Dios, o recibir consolación o promesa de salvación de él.

Así que es claro que estos hermanos entendieron y creyeron firmemente que el bautismo y la membresía en la iglesia no fueron su esperanza de salvación. ¿Por qué es que tantos hoy día confían en reglamentos, en el bautismo, y en hacerse miembros de la iglesia?

Seguidamente tenemos que estudiar lo que dice la Biblia acerca del tiempo de la salvación, puesto que hay enseñanza falsa que dice que uno no puede ser salvo hasta después de esta vida. Hay tres períodos de vida humana: la vida aquí en la tierra, la vida después de la muerte, y la vida después de la resurrección del cuerpo. Tocante al primer período, la vida de ahora y aquí en esta tierra, la Biblia dice:

¡He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación! (2 Corintios 6.2).

A quien [Cristo] amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas (1 Pedro 1.8–9).

El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva (no quitando las inmundicias de la carne, sino como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios) por la resurrección de Jesucristo (1 Pedro 3.21).

Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu (Romanos 8.1).

Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios (1 Corintios 1.18).

Todos éstos y muchos más versículos nos enseñan que el cristiano es uno que es salvo aquí y ahora en esta vida. Si uno se muere sin salvación en esta vida, es demasiado tarde para encontrarla en la vida venidera. Como cae el árbol, salvo o no salvo, así yacerá durante toda la eternidad (véase Eclesiastés 11.3).

Por supuesto, la Biblia habla también de que la salvación será completada en la vida venidera. Esta consumación de la salvación será solamente para aquellos que ya han sido salvos en esta vida: “Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira (Romanos 5.9). El tiempo de tratar con el problema del pecado es ahora. Si llegamos al día del juicio y todavía tenemos pecados que no hemos abandonado, será demasiado tarde: “Los pecados de algunos hombres se hacen patentes antes que ellos vengan a juicio, mas a otros se les descubren después” (1 Timoteo 5.24).

Un cristiano verdadero es el que es salvo aquí por Cristo, que al morirse irá a estar con Cristo (Filipenses 1.23), y quien en el día del juicio volverá en espíritu con Cristo del cielo y será vestido con un cuerpo resucitado, nuevo e inmortal (1 Tesalonicenses 3.13; 4.14, 16; 1 Corintios 15.52–53). La Biblia enseña que podemos ser salvos ahora y aquí, que los salvos estarán con Cristo después de la muerte, y que la salvación será completada en la resurrección. Ahora podemos ser salvos del poder del pecado; en la eternidad seremos salvos de la misma presencia del pecado (Apocalipsis 21.4; 22.3).

Pues, ¿cómo entonces podemos encontrar la salvación ahora? Volvamos a un versículo a que nos hemos referido ya: “El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva (no quitando las inmundicias de la carne, sino como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios) por la resurrección de Jesucristo” (1 Pedro 3.21). Parece que este versículo dice que el bautismo nos salva, pero si lo leyeras con cuidado, comparándolo con otras escrituras, entenderás que no dice que es el bautismo de agua que nos salva. Al contrario, dice que el bautismo no quita las inmundicias de la carne, sino es la expresión de nuestro anhelo vivo (aspiración) de vivir delante de Dios en buena conciencia. Toda el agua en el mundo, y todos los bautismos de agua, no pudieran lavar la conciencia. El agua puede quitar sólo la suciedad y la mugre externa; se necesita algo más para lavar la corrupción espiritual y los pecados que ennegrecen la conciencia humana. Ese “algo más” es claramente la sangre de Jesucristo: “¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?” (Hebreos 9.14).

Somos justificados o salvos por la sangre de Cristo. Nuestra parte es confesar nuestros pecados a él, confesar nuestra incapacidad de salvarnos por nosotros mismos, y depender completamente de la misericordia de él para perdón y salvación (Romanos 5.1, 6, 9, 11; 1 Juan 1.8–9; Romanos 10.9–10; Lucas 18.13). Esto es la gracia (Efesios 2.1–9; 1.7).

La salvación es una obra de Dios en el hombre. Esta obra se describe con varias palabras, tales como: expiación, reconciliación, redención, liberación, justificación, propiciación, lavamiento, y otras. ¿Qué significan? La separación entre el pecador y Dios puede ser eliminada solamente por medio de la obra de Cristo en la cruz. Eliminar esta separación lo llamamos expiación. El que recibe a Cristo ha recibido la expiación (Romanos 5.11). La enemistad del pecador con Dios puede ser perdonada sólo por la muerte de Cristo. Esto es reconciliación (Romanos 5.10). El pecador puede ser comprado de la esclavitud del pecado solamente con el precio de la sangre de Cristo. Esto lo llamamos redención (1 Pedro 1.18–19). El pecador puede ser liberado de la servidumbre de Satanás sólo por la muerte de Cristo en la cruz. Hablamos de esto como liberación (Hebreos 2.14–15). El pecador puede ser declarado justo por la gracia de Dios. Cuando cree en verdad en Cristo como su Salvador, Dios le borra todos los pecados y su fe se le cuenta por justicia. Esto se llama justificación (Romanos 4.4–8, 22–25). La ira de Dios contra el pecador puede ser aplacada solamente por la muerte del Salvador inocente. Esto lo llamamos propiciación (Romanos 3.25; 5.9). Nuestros pecados son tan inmundos que sólo la sangre de Cristo nos puede lavar. Eso es lavamiento (Apocalipsis 1.5). ¿Ves ahora porqué nadie puede salvarse a sí mismo aparte de la sangre derramada de Cristo? ¿Has confesado tú ya tu incapacidad y le has recibido como Salvador tuyo?

Para resumir ahora lo que hemos dicho acerca del plan de Dios para la salvación como lo enseña la Biblia, vamos a ponerlo en orden así como sigue, señalando claramente los pasos requeridos para encontrar la salvación:

  1.   La fe —creer que Dios existe y que recompensa el bien y castiga el mal (Hebreos 11.6); creer que Jesús es el Señor y que Dios le levantó de los muertos, sujetándonos a su señorío en todo (Romanos 10.9).

  2.   La convicción de pecado (Juan 16.8–9; 8.9; Judas 15; 1 Corintios 14.24). Nos es necesario reconocer que nuestros pecados son una abominación ante Dios y sentirnos agobiados por ellos.

  3.   La confesión de pecado (1 Juan 1.8–9; Lucas 18.13). A no ser que veamos que por el pecado estamos perdidos, arruinados, incapaces, ¿cómo podemos ser salvos? (Mateo 9.13; Romanos 5.6).

  4.   El arrepentimiento (Lucas 15.7; Marcos 2.17; Mateo 4.17). La palabra arrepentirse significa estar apenado por tu pecado y apartarte de él. Entonces Dios lo remite (Lucas 24.47).

  5.   La conversión (Mateo 18.3). Hacerse como un niño pequeño es posible solamente por la regeneración, por el nuevo nacimiento (Juan 3.3–7). Esto resulta cuando nos apartamos de nuestros pecados y volvemos al Salvador, pidiéndole que nos perdone, que nos purifique, y que viva en nosotros por medio de su Santo Espíritu. Los discípulos no estaban completamente convertidos y nacidos de nuevo hasta que nacieron del Espíritu Santo en el día de Pentecostés (Lucas 22.32; Hechos 1.5, 8; 2.4, 17). Esta experiencia de conversión, en que Cristo llega a morar en el corazón (Juan 1.12; 2 Corintios 3.17; Colosenses 1.27), es lo que falta en la vida de la mayoría de la gente religiosa. Tratan de agradar a Dios con las obras de la carne en su propia fuerza, pero se ven obligados a preguntarse por qué no tienen poder ni paz. Tal vez hayan creído en Jesús casi como los budistas creen en Buda, pero nunca han recibido a Cristo en sus corazones. Lee Santiago 1.21. Lo que sella nuestra conversión es recibir a Cristo, la palabra viviente, en nuestros corazones (Efesios 1.13). La conversión es completada por nuestro bautismo con el Espíritu Santo, cambiándonos a criaturas nuevas, nacidas del Espíritu (Romanos 5.5; 6.3; 8.9; 1 Corintios 12.13; Mateo 3.11; Juan 3.3–7; 2 Corintios 5.17; Gálatas 6.15).

Para explicarlo más detalladamente, el plan de Dios para la salvación incluye a la vez lo que nosotros tenemos que hacer y lo que Dios tiene que hacer, así como sigue:

 

He aquí la gran superioridad del Nuevo Testamento sobre el Antiguo. En el Antiguo Testamento el plan de la salvación fue solamente prometido, mirando hacia delante al sacrificio de Cristo en la cruz. Bajo el Nuevo Testamento disfrutamos del cumplimiento de las promesas. Ya no tenemos que hacer todos aquellos sacrificios de animales y las ceremonias del templo que eran sólo símbolos oscuros de la realidad en Cristo (Hebreos 9.9–15, 22; 10.6–22). Mientras que el pacto del Antiguo Testamento fue compuesto de ordenanzas y leyes externas, el pacto del Nuevo Testamento es implantado en el mismo corazón regenerado por el Espíritu Santo. ¡Este cumplimiento es lo que el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento anticipaba y anhelaba! Como dice la “Confesión de la fe de Dortrecht” del año 1632:

Y así creemos que el Hijo de Dios murió para “que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos”, derramando su sangre preciosa. Hirió así la cabeza de la serpiente, destruyendo las obras del diablo y “anulando el acta de los decretos que había contra nosotros”. Compró la redención para todo género humano, así llegando a ser él la fuente de la salvación eterna para todo aquel que, desde los tiempos de Adán hasta el fin del mundo, haya creído en él y le haya obedecido.

La salvación —cómo mantenerla: El Nuevo Testamento está lleno de muchas amonestaciones acerca de los que apostatan de la fe, pierden su salvación, vuelven al mundo, y renuncian a Cristo. Por lo tanto, sabemos que no es cierto que los hombres son “una vez salvos, salvos para siempre”. La palabra de Dios pone condiciones para permanecer salvos. Nadie que pasa por alto estas condiciones puede mantener su salvación. Y aun así, no es cosa de depender de nuestro propio esfuerzo humano. El libro de Judas, por ejemplo, habla no solamente de cuántos se apostatan, sino también subraya el plan de Dios para permanecer fiel. Notemos el equilibrio de los puntos principales de este libro: (1) Somos guardados por Dios; (2) Contendemos ardientemente por la fe; (3) Nos conservamos en el amor de Dios, mirando a Cristo; (4) ¡Dios nos guarda sin caída por su poder! (Judas 1, 3, 21, 24). ¡Cuánta consolación es para el hijo de Dios la bendición preciosa en Judas 24: “Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría”. Ciertamente el Dios que tiene poder para guardarnos sin caída también está dispuesto a guardarnos, con tal que nosotros estemos dispuestos a ser guardados. Lo siguiente es una lista de enseñanzas neotestamentarias sobre cómo mantener la salvación.

  1.   Cerciórate de que tu salvación esté basada en Cristo (1 Corintios 3.11).

  2.   Cerciórate de que no tengas ningún pecado que no has confesado (1 Juan 1.6–9).

  3.   Cerciórate de que seas completamente consagrado (Mateo 13.44–46).

  4.   Cerciórate de que no estés tratando de servir a dos señores (Mateo 6.24).

  5.   Cerciórate de que huyas de las tentaciones en vez de caer en ellas (1 Corintios 10.13).

  6.   Depende del poder de Dios para tu liberación. Ora que te liberte (1 Pedro 2.9).

  7.   Recuerda que las obras no ganan la salvación, pero sí resultan de ella (Efesios 2.8–10).

  8.   Sigue a Cristo, no al mundo (Mateo 4.19; Juan 10.27; Romanos 12.2).

  9.   Sigue a los líderes de la iglesia solamente hasta donde ellos siguen a Cristo (1 Corintios 11.1; Hebreos 13.7–8, 17).

10.   Recuerda que los desobedientes pierden la salvación: (Hebreos 5.9).

11.   Sé misericordioso, cariñoso, perdonador, compasivo (Santiago 1.27; Mateo 5.7; 6.14–15; Efesios 4.31–32).

12.   Sobre todo lee, estudia y aliméntate de la palabra de Dios (Santiago 1.22–25; 2 Timoteo 2.15).

“Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás” (2 Pedro 1.10). En este versículo, el apóstol Pedro nos recuerda a todos que la salvación es condicional, que depende de nuestro rendimiento a Dios. Pero si estamos dispuestos a ser guardados, él es más que competente para guardarnos de caer. Pedro habla en los versículos anteriores acerca del crecimiento cristiano, de como la gracia y la paz son multiplicadas y de que Dios nos da dones y conocimiento. Él habla de como estaremos entonces añadiendo más fe, virtud, conocimiento, dominio propio, paciencia, piedad, afecto fraternal, y amor mientras crecemos en nuestra vida cristiana. El cristiano que no está creciendo no está vivo; el que está muerto no puede guardar la salvación. Tenemos que estar vivos espiritualmente, creciendo en Cristo y llegando a ser más como él. Si no, seguramente perderemos la salvación. No hay otra cosa que anublará y destruirá tu salvación más rápidamente que faltar de entregarte completamente a Cristo. Recibir la salvación significa ser hecho sano, y tener paz con Dios requiere que permanezcamos rendidos a la dirección del Espíritu Santo. Él nos guía mientras crecemos a la estatura de la semejanza de Cristo. Cuando decimos no a la dirección del Espíritu Santo en nuestra vida, nos estamos rebelando contra su poder de guardarnos: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tesalonicenses 5.23). La paz y la preservación dependen del poder de Dios y también de nuestro rendimiento y obediencia a la obra de su poder.

La salvación —cómo disfrutarla: En Romanos 14.17 se halla un versículo clave que explica qué significa la vida cristiana: “Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo”. En el capítulo donde se encuentra este versículo, el escritor habla de como varios miembros de la iglesia tienden a disputar sobre diferencias de convicciones en asuntos de poca importancia. El enemigo de nuestras almas sabe que si él puede lograr que los miembros de la iglesia den mucho énfasis a asuntos de poca importancia, él puede lograr que se juzguen y acusen el uno al otro. Estas personas entonces definen la salvación según sus ideas insignificantes y según sus preferencias individuales. Cuestiones tales como qué clase de cosas se debe comer tienen poco que ver con la vida cristiana. Sabiendo que pueden destruir la iglesia, el escritor clama angustiado: “No destruyas la obra de Dios por causa de la comida” (Romanos 14.20). Ciertamente las disputas en la iglesia sobre cuestiones de detalles diminutos pueden destruir la paz en la hermandad. También pueden destruir la salvación del individuo si él llega a envolverse tanto en esas cuestiones fútiles que ya no ve la gran verdad de que la vida cristiana tiene que ver con justicia, paz, y gozo en el Espíritu Santo.

En nuestro artículo sobre cómo encontrar la salvación, hablamos de la justicia que nos llega como una dádiva gratuita de Dios. En la parte sobre cómo guardar la salvación, hablamos de la justicia que Dios requiere de nosotros; obediencia, rendimiento, amor al prójimo... como también del poder guardador de Dios. Ahora hablemos de cómo disfrutar la salvación. Algunos son tan ignorantes de las realidades de la vida espiritual en Cristo que tienen la idea de que hay que estar angustiado para ser piadoso. El Nuevo Testamento utiliza más de cien veces la palabra gozo y palabras relacionadas (regocijarse, etc.). La disposición dominante del Nuevo Testamento es la de regocijo en Cristo. Aun cuando los cristianos fueron perseguidos, ¡se regocijaron de haber sido tenidos por dignos de padecer! En 1 Timoteo 6.17 se halla un versículo clave que recuerda a los ricos de no ser altivos, ni poner la esperanza en las riquezas inciertas, sino más bien a confiar “en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos”. El pecador tiene solamente los placeres del pecado que disfrutar, y eso sólo por un tiempo corto antes de que se vuelvan cenizas. Pero el cristiano, según lo describe la palabra de Dios, es uno que se regocija en el Señor siempre (Filipenses 4.4). El cristiano se regocija aquí en esta vida y, además, por toda la eternidad: “En tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre” (Salmo 16.11). Consideremos cómo y por qué el cristiano puede disfrutar la salvación.

La primera razón por la cual el cristiano disfruta de su salvación en Cristo es porque él tiene la seguridad de que pertenece a Dios. La seguridad cristiana es una verdad muy descuidada en muchas iglesias. ¿Cómo pueden las personas ser dichosas si no tienen ninguna seguridad, ninguna paz, ninguna confianza, ninguna esperanza? Muchos están confusos acerca de “la esperanza” del Nuevo Testamento. Creen que no podemos hacer más que “esperar que seamos cristianos”. La palabra que usa el griego para decir esperanza significa confianza. Así que el versículo que dice que fuimos salvos en esperanza (Romanos 8.24) quiere decir que somos salvos por confianza o fe en las promesas de Dios. Esto se refiere especialmente a la esperanza de la segunda venida de Cristo y la redención y resurrección de nuestros cuerpos (Romanos 8.23). Entonces seremos salvos no sólo del poder del pecado, sino aun de la misma presencia del pecado. Se refiere a la segunda venida de nuestro Señor Jesús como “la esperanza bienaventurada” (Tito 2.13). ¡Esto ciertamente no quiere decir que solamente “esperamos” que él vendrá otra vez! ¡Quiere decir que somos dichosos (bienaventurados) por razón de nuestra confianza en que él sí vendrá otra vez! La epístola de 1 Juan es una receta maravillosa para los que carecen de la seguridad de la salvación. Esta epístola fue escrita para que sepamos que tenemos vida eterna (1 Juan 5.13). Las palabras “conocer” y “saber” son usadas veintiséis veces en estos capítulos cortos. Aquí hay solamente unos pocos de los muchos versículos sobre la seguridad cristiana: Romanos 8.16; 8.1; 10.9–10; Juan 3.36; 5.24; 6.47; 1 Juan 5.13; 3.14; 5.6, 12, 19; 4.13, 17–18; Juan 10.28–30; 2 Corintios 5.17; 2 Timoteo 1.12; 2 Pedro 1.10; Gálatas 5.22–24. Si tienes problema con la inseguridad, estudia con oración la primera epístola de Juan. Fue escrita para que nuestro gozo sea cumplido (1 Juan 1.4). Sin la seguridad de la salvación, no puede haber gozo verdadero.

La segunda razón por la cual el cristiano disfruta de su salvación en Cristo es por la victoria cristiana. ¿Qué queremos decir cuando hablamos de victoria? Aunque el cristiano tendrá su porción de enfermedad, duelo, persecución, apuros, oposición, desavenencias, tentaciones, y otras pruebas de la vida, Dios no permitirá que sea tentado más de lo que pueda resistir, por su gracia. Resistir y vencer en cada tentación —¡eso es victoria! Estudia 1 Corintios 10.13. Véase también 1 Corintios 15.57. Allí dice que ni aun la muerte puede robarnos de nuestra victoria en Cristo. Y 1 Juan 5.4 dice: “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe”. Siguiendo, el escritor dice que es nuestra confianza en Jesucristo que nos trae su gracia para ganar la victoria. Con esto no estamos diciendo que el cristiano nunca falla, que nunca se desanima, etc. Pero sí estamos diciendo que hay poder para conseguir la victoria. Hay poder disponible en Cristo para vencer cada prueba y tentación de la vida, si tan solamente lo apropiamos. Aquí hay una lista de pruebas en que, sin embargo, los cristianos tienen gozo victorioso y triunfante:

•  ¿Hambriento? “El corazón contento tiene un banquete continuo” (Proverbios 15.15).

•  ¿Afligido? “Como entristecidos, mas siempre gozosos” (2 Corintios 6.10).

•  ¿En dificultad? “También nos gloriamos en las tribulaciones” (Romanos 5.3).

•  ¿Faltó la cosecha y hay sequía? “Con todo, yo me alegraré” (Habacuc 3.17–18).

•  ¿Preocupado? “Por nada estéis afanosos [preocupados]” (Filipenses 4.6).

•  ¿Culpable? “Ninguna condenación hay para los que están en Cristo” (Romanos 8.1).

•  ¿Desanimado? “Ten ánimo” (Hechos 23.11).

•  ¿Tienes enemigos? “En nada intimidados por los que se oponen” (Filipenses 1.28).

•  ¿Temeroso? “El perfecto amor echa fuera el temor” (1 Juan 4.18).

•  ¿Solitario? “Alabando al Señor en vuestros corazones” (Efesios 5.18–20).

•  ¿Calumniado? “Bienaventurados ... cuando ... os vituperen” (Mateo 5.11).

•  ¿Perseguido? “Bienaventurados los que padecen persecución” (Mateo 5.10).

•  ¿Se acerca la muerte? “Estar con Cristo ... es muchísimo mejor” (Filipenses 1.23).

•  ¿Tienes que trasladarte? “He aprendido a contentarme, cual­quiera que sea mi situación” (Filipenses 4.11).

•  ¿Débil? “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4.13).

En resumen, el cristiano victorioso es uno que puede, por la gracia de Dios, tomar para sí y creer y vivir la maravillosa promesa de Cristo: “¡Nadie os quitará vuestro gozo!” (Juan 16.22). Asimismo el Señor dijo: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, ¡yo he vencido al mundo!” (Juan 16.33). Porque Cristo vive en el creyente, su gozo victorioso nos da poder: “Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1 Juan 4.4).

¿Dónde está nuestro gozo? ¿Está en la salud? ¿Está en la riqueza? ¿Está en la comodidad? No, nuestro gozo es victorioso porque está en algo que el mundo no nos puede robar. Está en Cristo: “¡En quien ... os alegráis con gozo inefable y glorioso!” (1 Pedro 1.8) ¿Por qué? Por la razón, dice el versículo que sigue, de haber recibido el fin de nuestra fe, “¡que es la salvación de vuestras almas!” (1 Pedro 1.9). Lo que el mundo llama “diversión” o placer depende de las circunstancias externas. Lo que el cristiano conoce como gozo depende sólo de una relación espiritual victoriosa con Cristo en el corazón. Cuando Satanás viene a atacar o a destruir nuestro gozo, le vencemos “por medio de la sangre del Cordero” y la palabra de nuestro testimonio, menospreciando nuestras vidas tanto que dejamos de defendernos (Apocalipsis 12.11). En cambio, vencemos por rendirnos y dejar que Dios tome posesión de nosotros con su gracia. También dejamos que Dios nos llene con gozo en el Espíritu Santo. (“El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz...” Gálatas 5.22). Cuando el enemigo de nuestras almas trata de desanimarnos o hacernos dudar, sólo oramos a Dios para ayuda y los dardos de fuego rebotarán de nuestro escudo de fe y de nuestro yelmo de la salvación (Efesios 6.10–17). Nos es necesario también la armadura del Espíritu: “¡Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu!” (Efesios 6.18). ¡Nadie puede mantener y disfrutar la salvación sin tener una vida sumergida en oración! Recuerda, ¡si no encuentras la salvación en esta vida, el infierno te espera! Si encuentras la salvación en esta vida, ¡el cielo te espera!

Preguntas de estudio
para diálogo en la clase y la iglesia

   1.  ¿Qué significa la palabra salvación?

   2.  ¿Quiere decir “la salvación” que “una vez salvo, salvo para siempre”?

   3.  ¿Nos salva el bautismo de agua?

   4.  ¿Habrá otra oportunidad de salvarnos después de la muerte?

   5.  Hablen de los seis pasos de la salvación.

   6.  ¿Qué incluye la conversión?

   7.  Hablen de “mantener la salvación”, según el libro de Judas.

   8.  ¿Cuáles doce cosas podemos hacer para ayudarnos a mantener la salvación?

   9.  Hablen de las dos razones principales por las cuales el cristiano disfruta de la salvación.

  10.  Hablen del gozo cristiano.