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Lección 10

La fe está basada en la Biblia, no en milagros

(Debe insertarse un dibujo aquí)

De camino a su ejecución el hermano Leonhard Keyser cortó
         una flor y dijo:

        —Señor juez, aquí corto una flor. Si usted me puede quemar con esta flor, soy condenado justamente. Pero si usted no puede quemarme, ni tampoco esta flor, considera lo que ha hecho y arrepiéntase.

        Los verdugos amontonaron mucha leña y, poniendo al hermano encima, la prendieron. Pero cuando toda la leña se había quemado, el hermano estaba bien y la flor no se había marchitado. Alistaron, pues, otro montón de leña, pero cuando la prendieron sucedió lo mismo.

        Al fin cortaron en pedazos el cuerpo del hermano, y los echaron al fogón. Ni los pedazos se quemaron.

        Al ver esto, tomaron el cuerpo despedazado de Leonhard y lo tiraron al río Inn.

        El juez se asustó tanto que renunció su cargo y se fue a un

pueblo lejano. Su ayudante principal fue a Moravia donde se juntó a los hermanos anabaptistas. Allí vivió como servidor fiel de Jesús hasta la muerte.

—de Martyrs Mirror, páginas 420–422

Propósito del estudio: Ver que la fe por la cual vale morir halla fundamento amplio en la Biblia. No está fundada en milagros.

Versículo de memoria: “He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librar­nos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará” (Daniel 3.17).

Escrituras para estudiar:

  1.  Daniel 3.16–18 ¿En qué confiaron estos jóvenes?

  2.  Mateo 7.21–23 En el día de juicio, ¿qué será la prueba de que somos hijos de Dios?

  3.  Mateo 12.39–42 ¿Qué señal dio Jesús en su muerte que confirmaba que él era el hijo de Dios?

Los mártires y los milagros

      El libro Martyrs Mirror cuenta del martirio de 4.011 creyentes. Sabemos que muchos más murieron, de los cuales no hay registro. Muchos fueron quemados vivos. Otros fueron degollados, ahogados, crucificados, o descuartizados por causa del nombre de Jesús. Los creyentes todavía son perseguidos y hasta martirizados en algunos países.

      Dios pudiera dar fin, una vez para siempre, a este escenario sangriento. Milagrosamente pudiera arrebatar del peligro a sus hijos. Pero en la historia de la iglesia de Jesús, muy pocas veces lo ha hecho Dios.

      La mayoría de los mártires no esperaban evitar la persecución por algún milagro. Ellos más bien pen­saban en 2 Timoteo 3.12: “Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución.” No consideraban su vida como algo de gran valor. Al contrario, muchos, como Anneken van den Hove, estaban muy dispuestos a morir porque supieron que el Señor, Juez justo, ya pronto les iba a dar la corona de justicia (2 Timoteo 4.8). Su fe y fuerza moral estaban basadas en las promesas de Dios y no en los milagros.

      Sin embargo, para un testimonio a los incrédulos, Dios en ciertas ocasiones ha obrado milagros a favor de sus hijos afligidos. El libro Martyrs Mirror cuenta de unos que escaparon de la cárcel cuando ángeles vinieron a abrir las puertas. Cuenta de otros que lograron pasar por en medio de sus enemigos sin que éstos los reconocieran. Cuando el hermano Hans Haslibacher fue decapitado en Suiza, el sol se oscureció y del pozo público salió agua sangrienta.

Anneken van den Hove era creyente. Trabajaba para dos
        señoras, también creyentes, en Bruselas, Bélgica. Un día las dos señoras, junto con Anneken, fueron arrestadas por las autoridades católicas. Las dos señoras se arrepintieron y fueron soltadas. Pero Anneken permaneció firme en la fe.

        El 19 de julio, 1597, dos padres Jesuitas la llevaron como a un kilómetro de distancia de la ciudad de Bruselas. Allí la enterraron viva.

        Anneken tenía 48 años y era soltera cuando murió.

—de Martyrs Mirror, páginas 1093–1095

Los milagros y la fe

      Desde el principio de la era cristiana, unos han querido ver milagros. Para algunos, el deseo de ver lo sobrenatural ha sido mucho más grande que el deseo de escuchar la sana doctrina. Herodes esperaba ver una señal de Jesús (Lucas 23.8). Los fariseos y saduceos también querían ver milagros. Al fin Jesús les dijo: “La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás” (Mateo 16.4).

      Aunque Dios haga milagros, la fe, dice Pablo, viene “por el oir, y el oir, por la palabra de Dios” (Romanos 10.17). La fe por la cual vale morir está fundada en la Biblia, no en los milagros. La fe está fundada en la verdad, no en experiencias humanas. La fe per­manece inmovible sobre el cimiento de la sana doctrina, no sobre el hablar en lenguas, el obrar milagros, ni el tener revelaciones sobrenaturales.

      El que basa su fe en lo que sucede, no tiene la fe que preserva el alma (Hebreos 10.39). Anda por la vista natural. El que insiste en que alguna falsa doctrina es la verdad porque “así me lo enseñó el Espíritu”, miente. A lo mejor habla palabras de Satanás, porque Satanás también tiene espíritus que enseñan y hacen milagros (2 Tesalonicenses 2.8–9).

      “Entonces, si alguno os dijere: Mirad, aquí está el Cristo, o mirad, allí está, no lo creáis. Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos” (Mateo 24.23–24).

      El cristiano cree a Jesús más que a sus propias experiencias. No se preocupa de los milagros hechos por evangelistas mundanos, aunque unos vienen de las campañas de ellos, diciendo: “¡Yo vi tal y tal con mis propios ojos!” El cristiano verdadero sabe que la fe basada en señales no dura; cambia con cada nuevo viento de doc­trina. El cristiano fiel, con todos los mártires del pasado, pone su con­fianza en la palabra de Dios. La palabra es tan firme como el mismo Dios que la inspiró. Si Dios quiere hacer algún milagro, bien; pero si no, la confianza del cristiano no se disminuye.