Lección 13
Tú... y tu fe
(Debe insertarse un dibujo aquí)
Anneken Hendriks era una mujer de Amsterdam, en los Países Bajos. Tenía 53 años y era casada. No pudo leer ni escribir. Cuando los católicos la arrestaron, la torturaron severamente para que les dijera los nombres de otros creyentes en la ciudad. Pero Anneken no les dijo nada. Por esto los católicos la ataron a una escalera. Le llenaron la boca con pólvora, y así la echaron al fuego para quemarla viva. Esto pasó el 10 de noviembre, 1571, en la plaza principal de Amsterdam.
—de Martyrs Mirror, páginas 872–874
Propósito del estudio: Ver cómo la fe nos cambia hoy en día.
Versículo de memoria: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2.20).
Explica en tus propias palabras lo que este versículo significa para tu vida.
En estas lecciones hemos examinado la fe. Hemos visto la fe de Noé, de Abraham, de los primeros cristianos, y de los anabaptistas del siglo dieciséis. La Biblia nos anima a mirar la fe de nuestros antepasados para que la imitemos (Santiago 5.10–11; Hebreos 13.7).
Contesta las siguientes preguntas para ver si andas en el camino de la fe verdadera en Cristo.
1. Hechos 7.54–60 ¿Piensas tú que valía la pena que Esteban sufriera tanto por la fe?
2. Hechos 26.18 ¿Te ha lavado Dios del pecado?
3. Gálatas 3.14 ¿Ha venido el Espíritu de Dios a morar en tu corazón?
4. Efesios 3.11–12 ¿Has puesto tu confianza en Dios?
5. Efesios 4.11–16 ¿Estás unido espiritualmente a la iglesia de Jesús?
6. Efesios 6.16 ¿Resistes las tentaciones con que te enfrentas?
7. Colosenses 1.21–23 ¿Eres santo, sin mancha, e irreprensible delante de Dios?
8. Santiago 2.21–22 ¿Perfeccionas tu fe con obras?
9. 1 Pedro 1.8–9 ¿Esperas con gozo la venida del Señor, cuando vas a heredar el reino nuevo?
10. 1 Juan 3.3 ¿Están completamente limpias tu mente y tu conciencia?
11. 1 Juan 5.4 ¿Estás venciendo al mundo?
Si puedes contestar estas preguntas con un “sí”, ya sabes que tu fe te ha salvado (Lucas 7.50). Por gracia eres salvo, por medio de la fe, no por obras, para que no te gloríes (Efesios 2.8–9). Has recibido ya “la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo” (Romanos 3.22) y eres justificado “gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre” (Romanos 3.24–25).
“¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe” (Romanos 3.27).
La Biblia habla de dos caminos, dos maneras en que las personas buscan salvarse: por las obras y por la fe. Los que se quieren salvar por las obras son los que ponen mucha confianza en lo que están haciendo. Todos los que viven así andan perdidos y van al infierno (Gálatas 3.10–1 l).
Los que viven por la fe son los que serán salvos. Son los que saben que sus buenas obras no los van a salvar. Pero saben también que si uno peca, muestra por sus obras que no cree a Dios, y pierde así la salvación. ¿Cómo muestran los creyentes que tienen fe? (Santiago 2.18).
“Ahora, pues, ninguna ________________ hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la __________, sino conforme al _____________. Porque la ley del _____________ de _________ en ___________ __________ me ha librado de la ley del ___________ y de la ___________” (Romanos 8.1–2).
Si quieres saber si tus obras muestran tu fe, examínate a la luz del código evangélico que sigue. Pon una “X” en la cajita al lado de las leyes que no estás obedeciendo. Ojalá que no vayas a tener que marcar ni una.
El código evangélico
Cree en Dios
q Sé salvo por la fe (Romanos 4.5; Efesios 2.8–9; Tito 3.5–17).
q Arrepiéntete y confiesa tus pecados (Mateo 4.17; Marcos 1.15; Romanos 10.10).
q Cree que Jesús murió por tus pecados (Juan 3.3, 14–18; 6.47–58).
q Confiesa que Jesús es tu Señor (Romanos 10.9).
q Recibe el perdón de Dios y el Espíritu Santo (Juan 14.16–17; Hechos 5.32; 1 Juan 1.9).
Muestra tu fe por tus obras
q Obedece las leyes de Dios (Juan 14.15, 23–24).
q Sirve sólo a Dios (Mateo 4.10; 1 Juan 5.21).
q Ora a Dios (Mateo 6.5–15; 7.7–12; Lucas 11.9).
q No te afanes (Mateo 6.25–34; Lucas 12.11).
q No pongas tu corazón en cosas terrenales (Mateo 6.19–24; Colosenses 3.1).
q Adora a Dios (Juan 4.24).
Obras de virtud
q Sé humilde y asóciate con los humildes (Mateo 20.26; Marcos 9.35; Romanos 12.16; Gálatas 5.26).
q Sé misericordioso como lo es Dios (Lucas 6.36).
q Sé paciente en las aflicciones (Romanos 12.12; Gálatas 5.22–23; Efesios 4.2, 26–27).
q Sé gozoso, aun en la persecución (Mateo 5.11–12; 1 Tesalonicenses 5.16).
q Da gracias a Dios en cada situación (Efesios 5.20; Colosenses 3.17).
q Conténtate con lo que tienes (1 Timoteo 6.6–10).
q Sé hospitalario (Romanos 12.13; Hebreos 13.2).
q Sé firme en tu decisión de servir a Dios (Mateo 10.22; Lucas 9.62; 2 Timoteo 4.5; Hebreos 12.4–11; Santiago 1.2–4, 12).
q No te avergüences de predicar el evangelio (Mateo 5.16; 10.26–33; Romanos 1.16).
Obras de abstinencia
q Apártate de los pecadores y de la tentación (Marcos 9.43–48; Romanos 13.14; 1 Corintios 5.6–13; 15.33; 2 Timoteo 3.1–5).
q Guarda tu cuerpo de los vicios que lo corrompen (1 Corintios 6.12–20; Gálatas 5.19–21; Efesios 5.18).
q No lleves ropa deshonesta o costosa, ni joyas (1 Timoteo 2.9; 1 Pedro 3.3).
q No tengas nada que ver con el ocultismo (Efesios 5.11–12; 1 Timoteo 4.7).
q No comas animales ahogados, ni sangre (Hechos 15.29).
q No hurtes (Mateo 19.18; Efesios 4.28).
Obras de pensar y hablar
q No pienses en cometer actos inmorales (Mateo 5.27–30; 2 Timoteo 2.22).
q No pienses en cometer suicidio o algún homicidio (1 Juan 3.15).
q Piensa en lo puro, lo amable, y en lo que es de buen nombre (Filipenses 4.8).
q No hables malas palabras ni palabras innecesarias (Mateo 12.36; Efesios 4.29; 5.4; Santiago 3.1–12).
q No hables mal de tu prójimo (1 Pedro 2.1; Tito 3.2; Santiago 4.11).
q No jures (Mateo 5.33–37).
q Habla siempre la verdad (Efesios 4.25; Colosenses 3.9).
Obras de la vida pacífica
q Obedece a tus padres en todo, salvo si te mandaran a desobedecer a Dios (Mateo 19.19; Efesios 6.1; Colosenses 3.20).
q Respeta a los mayores (1 Timoteo 5.1–2; 1 Pedro 5.5).
q Nunca enseñes a los niños a hacer mal (Marcos 9.42).
q Trata igual a todos los hombres (Mateo 23.8–11; 1 Timoteo 5.21; Santiago 2.1–13).
q Ayuda a tus prójimos (Mateo 5.42; 6.14; Lucas 10.30–37; Romanos 15.1; Gálatas 6.1–2; 1 Tesalonicenses 5.14–15).
q Ocúpate de lo tuyo, no de lo ajeno (1 Pedro 4.15).
q No tengas prejuicios raciales (Gálatas 3.28; Colosenses 3.9–11).
q Ama a todos y no aborrezcas a nadie (Mateo 5.43–48; Lucas 6.27–35; Gálatas 5.26).
q No te levantes nunca en defensa propia (Mateo 5.38–41; Romanos 12.19–21).
q Perdona siempre a los que te ofenden (Mateo 18.21–22; Marcos 11.25–26).
Obras que mantienen el orden establecido por Dios
q Obedece a las autoridades superiores en el temor de Dios (Hechos 5.29; Romanos 13.1–2; 1 Tesalonicenses 5.12–13; Tito 3.1; 1 Pedro 2.13–14).
q Ama y respeta a tu cónyuge (1 Corintios 7.1–5; Efesios 5.22–25; Colosenses 3.18–19; 1 Pedro 3.7).
q No te divorcies de tu cónyuge, ni te cases con alguien divorciado (Mateo 5.31–32; Marcos 10.2–12).
q Sé bueno con tus hijos y enséñales lo bueno (Efesios 6.4; Colosenses 3.21).
q Hombre: Pórtate como varón, corta tu pelo, y ora con tu cabeza descubierta (1 Corintios 6.9–10; 11.4, 7, 14; Efesios 5.28; 1 Pedro 3.7).
q Mujer: Sométete a la autoridad del varón, evita cortarte el cabello, cubre tu cabeza con un velo, y no enseñes en la asamblea de creyentes (1 Corintios 11.5–6, 13, 15; 14.33–35; Efesios 5.22; Colosenses 3.18; 1 Timoteo 2.11–15; 1 Pedro 3.1–6).
q Ora por los gobernantes (1 Timoteo 2.1–2).
Obras de buen comercio
q Trabaja con tus manos para sostenerte y proveer para tu familia (1 Tesalonicenses 4.11–12; 2 Tesalonicenses 3.10–12; Tito 3.14).
q Procura arreglar tus deudas (Romanos 13.8).
q No demandes a nadie ante los tribunales (1 Corintios 6.1–11).
q Paga tus impuestos (Romanos 13.6–7).
q No te hagas socio con los incrédulos (2 Corintios 6.14–18).
q Obedece a tu patrón (1 Pedro 2.18; Colosenses 3.22).
q Paga un sueldo justo (Colosenses 4.1; Santiago 5.4).
Obras de la religión verdadera
q Confiesa tu fe públicamente y sé bautizado con agua (Romanos 10.10; Hechos 2.38).
q Hazte miembro de una congregación de creyentes verdaderos (1 Corintios 12.12–27).
q Reúnete regularmente con otros creyentes (Hebreos 10.25).
q Confiesa a los hermanos las faltas que tienes (Santiago 5.16).
q Saluda a los hermanos con ósculo santo (2 Corintios 13.12; 1 Tesalonicenses 5.26).
q Canta alabanzas con tus amigos cristianos (Efesios 5.18–19).
q Examínate antes de tomar la santa cena en memoria de Cristo (1 Corintios 11.26–32).
q Lava los pies a otros cristianos (Juan 13.14–17).
Obras de buen hermano en la iglesia
q Sométete a la hermandad en el temor de Dios (Romanos 12.10, 16; Filipenses 1.27; 2.2; 1 Pedro 5.5).
q No juzgues (Mateo 7.1–5).
q Ora por todos los creyentes (Efesios 6.18).
q No guardes rencor contra nadie (Mateo 5.21–25; Hebreos 12.14–15).
q Amonesta a tu hermano si está en error (Mateo 18.15–17; 2 Tesalonicenses 3.14–15; Gálatas 6.1).
q Evita el contacto social con los que se rebelan contra Dios (Romanos 16.17; 1 Corintios 5.4–5, 9–11).
q No tomes parte en llevar a cabo un acuerdo que tú crees ser antibíblico (1 Timoteo 4.1–3; Colosenses 2.16–18; Efesios 4.14; 5.6).
q No tomes parte en dividir la iglesia de Jesús (1 Corintios 1.10–13; 3.3–5; Gálatas 5.19–21).
q No dejes la verdad; está firme en ella (1 Corintios 16.13; 2 Tesalonicenses 2.15).
Una hermana valiente
(Debe insertarse un dibujo aquí)
Se oyó en las calles angostas de Monschau la voz clara de una mujer cantando. Su voz, que vibró contra los edificios, llamó la atención de la gente y muchos vinieron corriendo. Una multitud de monjes y oficiales estaba pasando por la calle hacia el río. En medio de ellos iba la mujer que cantaba, con la cara igual de brillante y clara como la voz. Aunque era prisionera, parecía que María era la única en la multitud que tenía la cara alegre.
Uno de los presentes, por casualidad, la oyó decir:
—Esta es mi segunda boda. Una vez fui novia de un hombre. Hoy espero ser la novia de Cristo. Hoy espero heredar su reino con él.
Hace mucho tiempo María había esperado este día. Hacía un año ya que el magistrado la había arrestado porque era cristiana y había sido bautizada como muestra de su fe. El magistrado la había amenazado y aun había tratado de sobornarla. Él quiso que María asistiera a la iglesia del estado. Puesto que ella rehusó, fue condenada a ser ahogada. Ésta fue una forma clemente de ejecución que usaban mayormente para mujeres.
Llevaron a María a la orilla del agua, pero no la echaron. Por dos horas y media la tentaron a dejar su fe.
—María, María, irá mal contigo. Mira el agua —susurró uno.
Un muchacho pequeño cogió una piedra y la tiró. Cayó en el río, y las ruedas formadas en el agua se hicieron más y más grandes, extendiéndose sobre la superficie. El agua brillaba débilmente y parecía tan fría. María casi pudo sentir el susto de estar sumergida en el agua. Un escalofrío la cogió, pero entonces ella habló:
—Yo me adhiero a mi Dios. Lo que Dios comenzó en mí hace muchos años será completado hoy.
María se quitó los zapatos y se preparó para ser echada al agua. La ataron firmemente para que no pudiera nadar. Ella dijo:
—Oh, Padre celestial, en tus manos encomiendo mi espíritu.
Así María fue ahogada. Pero su espíritu se fue a Dios, de quien ella recibió la corona de los mártires. Los creyentes, a quienes ella dejó atrás, estaban conmovidos grandemente por su ejemplo.
El río en el cuadro probablemente es el Rur, que pasa por Monschau (Montjoie), una ciudad de Alemania cerca de la frontera con Bélgica.
—de Martyrs Mirror, páginas 525–526
Él tenía una mansión celestial
(Debe insertarse un dibujo aquí)
El viento frío de una noche de diciembre golpeó la cara de Enrique (Hendrik) Eemken mientras se abrigaba mejor. Él y su esposa Ana caminaban con dificultad por una callejuela oscura en una parte desconocida de Utrecht. Enrique estaba preocupado que alguien de la guardia nocturna todavía andara acechando. La vigilancia era más estricta en esta parte de la ciudad habitada por los ricos que en la parte donde vivían ellos.
Enrique había sido bautizado solamente esa primavera en una reunión en la calle Homburger en la casa de un botonero pobre. Ahora él y su esposa estaban en camino a una reunión en la majestuosa mansión de Cornelio van Voort, una mansión tan importante que aun tenía nombre —el “Cranesteyn”. Enrique susurró el nombre varias veces a su esposa. Parecía impresionante al sastre sencillo.
Eran las cuatro de la mañana. Se les había dicho que vinieran a esa hora. Tendrían que quedarse dentro de la casa grande todo el día. No podrían salir antes del anochecer. De esta manera nadie sabría que un grupo de gente se había congregado en el “Cranesteyn” ese día.
La puerta en el muro del jardín estaba sin cerrojo así como se le había dicho a Enrique. A través del jardín de los van Voort y hacia arriba por los peldaños se fueron a tientas. Aunque no había ni el más tenue rayo de luz, ellos llamaron quietamente en una puerta. Una criada con una candela en la mano la abrió. La ventana de la puerta estaba cubierta por dentro con un paño negro y grueso.
Con su sombrero en las manos Enrique entró en el salón de baile donde iban a celebrar la reunión. Las candelas en la araña de cristal arrojaban una luz centelleante sobre los costosos mobiliarios dorados del salón. Las ventanas también estaban cubiertas con varios paños negros y gruesos. El viejo Cornelio van Voort era muy amigable con los hermanos, pero no era miembro de la iglesia. Se acercó y ofreció un pequeño himnario a Enrique, quien lo rehusó, diciendo que no sabía leer.
Pronto comenzó la reunión. El hombre que tuvo el mando estaba vestido de negro. Era de estatura corriente con barba gris y cabello canoso. Le dijeron a Enrique que se llamaba Ricardo (Dirk) Filips. Enrique escuchó con cuidado la predicación clara de Ricardo.
En esta reunión nocturna la esposa de Cornelio van Voort y dos de sus hijos fueron bautizados junto con Beatriz, su criada. Entonces la santa cena fue servida a casi veinte miembros de la iglesia, a los ricos y a los pobre igualmente. Era la segunda santa cena para Enrique.
Después del culto Enrique disfrutaba las horas en la casa grande mientras esperaban el anochecer y su salida de la reunión. Habló con los otros hermanos acerca de las escrituras y especialmente trató de oír todo lo que dijo Ricardo Filips. Aunque Enrique no sabía leer, su interés vivo en la palabra de Dios lo motivó a aprender rápidamente. Él podía decir a otros en cuál capítulo hallarían esta declaración o ésa —¡en un libro que él mismo no sabía leer!
En la primavera del año siguiente, 1562, mientras Enrique Eemkens y su esposa asistían a otra reunión en la mansión de los van Voort, las autoridades entraron por la fuerza. Unos de los fieles escaparon, pero Enrique y su esposa no. Unas de las personas capturadas evitaron la sentencia de muerte por medio de retractarse. Cornelio van Voort, aunque no era hermano en la iglesia, fue desterrado con su esposa, y sus riquezas fueron confiscadas.
A Enrique Eemkens, el sastre pobre, no le podían quitar nada sino sólo la vida. Él fue sentenciado a morir el 10 de junio de 1562, en Utrecht.
En su ejecución cuando Enrique se arrodilló para orar, el verdugo brutal le dio un tirón a la camisa haciéndole pararse, así que no pudo terminar su oración. Entonces Enrique tenía que pararse en un banco pequeño, que se puede ver en el cuadro. Todo el rato él siguió hablando y amonestando a la multitud congregada a arrepentirse y a volver a Dios. El verdugo lo ató a la estaca con una cadena y colgó una bolsa de pólvora en el cuello.
Puesto que Enrique habló tan atrevidamente, el verdugo brutal le pasó una cuerda por el cuello, y con varias torceduras acalló sus palabras. Quitando el banco de debajo de los pies de Enrique, metió una horca con un manojo de paja en el fuego. Cuando la paja prendió fuego, la alzó a la bolsa de pólvora colgada del cuello de Enrique. Ésta se encendió con una llamarada, y pronto los sufrimientos terrenales de Enrique Eemken se habían terminado.
—de Martyrs Mirror, páginas 660–661