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Lección 3

La fe establece la hermandad cristiana

(un dibujo debe insertarse aquí)

 A veces cuando los cristianos se encontraban reunidos en sus templos, el emperador Máximo mandaba a sus soldados a amontonar leña alrededor de los edificios y quemarlos con los cristianos adentro. Pero antes de prender el fuego, se proclamaba que cualquiera que estuviera dispuesto a salir afuera y sacrificar al dios Júpiter salvaría su vida. Contestaban entonces, desde adentro, que no conocieron a Júpiter; que Cristo fue su Señor y Dios, y que para él vivirían o morirían. Fue un milagro de gracia que de entre estos varios miles de cristianos así amenazados con la muerte no salió ni uno. Todos unánimemente cantaron y alabaron a Cristo mientras el humo de su sacrificio subió como una nube a los cielos. Esto ocurrió alrededor del año 237 a.d.

—de Martyrs Mirror, páginas 131–132

Propósito del estudio: Ver que todos los que han sido salvos por la fe en Jesús son hechos hijos de Dios. Todos son hermanos y hermanas de los demás.

Versículo de memoria: “Finalmente, sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables” (1 Pedro 3.8).

Escrituras para estudiar:

¿Qué dicen las siguientes escrituras en cuanto a la hermandad cristiana?

  1.  Mateo 18.15–20

  2.  Hechos 4.32

  3.  1 Corintios 8

  4.  1 Tesalonicenses 5.26

  5.  1 Pedro 5.5

  6.  1 Juan 3.16

Lectura adicional: James Lowry, En el vientre de la ballena, Publicadores Lámpara y Luz, Farmington, NM. Lee el capítulo titulado “Traidor sin querer”.

Palabras de amonestación de un mártir: Así dijo Juan Symons en 1567: “Asóciense siempre con los santos del Señor, porque estando entre los santos, uno llega a ser santo” (Martyrs Mirror, página 710).

¿Es necesaria la hermandad?

      La Biblia nunca indica que haya tal cosa como ser cristiano sin ser parte de una iglesia, una congregación de creyentes. Si nos identificamos con el Señor Jesucristo, también nos identificamos con los suyos. Todos los cristianos verdaderos llegan a ser nuestros hermanos en la familia de Dios. No podemos sobrevivir sin esta hermandad. No podemos aguantar las pruebas de la vida cristiana sin el apoyo de hermanos espirituales. Primera de Corintios 12.13–21 compara la iglesia a un cuerpo. Ningún miembro de ese cuerpo espiritual puede decir a los otros: “No los necesito. Me cuido muy bien solo.”

      En la hermandad cristiana florece el amor fraternal, no fingido, de corazón puro (1 Pedro 1.22). “El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1 Juan 4.8). Esta es una razón por la cual necesitamos tanto la hermandad. Todos necesitamos el amor... y necesitamos amar.

La hermandad y la amonestación mutua

      Si la iglesia a la cual pertenecemos es una hermandad verdadera, no nos extrañamos cuando un hermano nos da un consejo o nos amonesta. Pablo escribió así a los romanos: “Estoy seguro de vosotros, hermanos míos, de que vosotros mismos estáis llenos de bondad, llenos de todo conocimiento, de tal manera que podéis amo­nestaros los unos a los otros” (Romanos 15.14). Nos debe dar un sentido de seguridad cuando hermanos, conmovidos por el amor, se sienten completamente libres para amone­starnos. No nos debe ser una molestia cuando se interesan en cómo hablamos, cómo nos conducimos, cómo nos sentimos, cómo gastamos el dinero, cómo nos vestimos, y cómo nos divertimos.

      Los hermanos verdaderos agradecen la ayuda espiritual que reciben. Siempre están dispuestos a demostrar su interés en el bienestar espiritual de otros, actuando según la regla de Cristo en Mateo 18.15–19. En la hermandad cristiana, tanto los líderes como los demás hermanos se sujetan al consejo de otros hermanos fieles.

La hermandad y la comunidad de bienes

      Al ver la manera en que los hermanos cristianos compartieron sus bienes entre sí, sus perseguidores a veces los acusaban de tener una “comunidad de bienes”. Los acusaban de formar una sociedad comunista.

      Pero la mayoría de los cristianos a través de la historia no practicaron ni enseñaron la necesidad de una comunidad de bienes. Lo que sí enseñaron eran las siguientes verdades bíblicas en cuanto a la posesión de bienes materiales:

      1.   La acumulación de bienes materiales por razones egoístas es pecado (Mateo 6.19).

      2.   Cada uno debe suministrar de lo que tiene al que padece necesidad (1 Juan 3.17).

      En algunas iglesias cristianas del siglo dieciséis, los aspirantes para el bautismo tenían que contestar la siguiente pregunta: “Si la situación lo exigiere, ¿estarías dispuesto a entregar todas tus posesiones al servicio de la hermandad, y estás de acuerdo a jamás faltar a cualquier miembro necesitado cuando le puedes ayudar?”

      Aunque por causa de la persecución había gran número de viudas y huérfanos en las iglesias neerlandeses, Menno Simons escribió a sus perseguidores:

      A ningún feligrés que se ha unido a nosotros, ni tampoco a ningún niño huérfano, hemos dejado mendigar.... Tal misericordia, tal amor, tal comunidad de bienes sí enseñamos.

      Entonces señalando a sus acusadores católicos, Menno Simons añadió:

      Avergüéncense ... ustedes que con su evangelio y sus sacramentos no han podido quitar sus necesitados de sus calles, aunque las escrituras dicen bastante claro: “El que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” (1 Juan 3.17).

      Unos anabaptistas, los huteritas, sí tenían en común todos sus bienes materiales. Para ellos no fue suficiente decir que uno estuviera dispuesto a dejar todo por la hermandad; también lo hicieron. Su testimonio brilló bien claro durante muchos años de persecución y los evangelistas huteritas eran de los más celosos en el tiempo de la Reforma.