Inicio/Home

Lección 4

La fe hace discípulos

Los perseguidores de estas señoritas se burlaban de ellas mientras las llevaban a su muerte. Hicieron unas coronas de paja y las pusieron en las cabezas de las señoritas.

        Entonces una señorita dijo a la otra:

        —Ya que el Señor Cristo llevó una corona de espinas sobre su cabeza por nosotras, ¿cómo no debemos llevar estas coronas de paja para honrarlo a él? En lugar de éstas el Dios fiel nos dará coronas doradas y guirnaldas gloriosas sobre nuestras cabezas.

        Así estas discípulas jóvenes se armaron con la paciencia de los santos. Permanecieron fieles hasta la muerte y obtuvieron por gracia la corona gloriosa con Dios en el cielo, en el año 1550.

—de Martyrs Mirror, páginas 500–501

Propósito del estudio: Ver que cada creyente verdadero tiene el deseo de ser un discípulo fiel de Jesús.

Versículo de memoria: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Lucas 9.23).

Escrituras para estudiar:

  1.  Mateo 4.19–22 ¿Por cuánto tiempo demoraron éstos cuando oyeron la llamada del Señor?

  2.  Marcos 10.28–30; Lucas 14.33 ¿Cuáles son algunas cosas que tenemos que dejar para seguir a Jesús?

  3.  Lucas 9.57–62 Escribe las dos excusas dadas aquí por no seguir a Jesús.

  4.  2 Timoteo 3.12 ¿Qué pasará a todos los que quieren vivir piadosa­mente?

Lectura adicional: Los sufrimientos de Pablo según 2 Corintios 11.23–33. Lee también acerca de los sufrimientos de Menno Simons, en el libro titulado Revolucionarios del siglo XVI, por William R. Estep, pp. 119–120. (Disponible de la agencia de distribución de la Casa Bautista de Publicaciones en cada país latinoamericano, o de Casa Bautista de Publicaciones, Apartado 4255, El Paso, TX 79914, EE.UU.)

Los discípulos sufren

      Cuando los creyentes del siglo dieciséis se bautizaron, esto muchas veces era igual a firmar para sí la sentencia de muerte. Para ellos no era difícil reconocer el costo de ser un discípulo de Jesús. Sintieron ese costo por toda su vida. Cada vez que fueron al culto lo hicieron a riesgo de sus vidas. Cuando no asistieron a la misa, muchas veces lo pagaron con castigos y multas. Predicar sin licencia (el estado jamás daba una licencia a un anabaptista) se castigaba hasta con la muerte. Unos perdieron la vida por haber dado hospedaje a un evangelista anabaptista. Los que no llevaron sus niños al templo católico para ser bautizados lo hicieron bajo pena de muerte.

      Durante casi toda su historia, el pueblo de Dios ha sido considerado la escoria del mundo. A veces los cristianos han sido cazados como animales. En el tiempo de la Reforma en Europa, había un cuerpo policial encargado de la tarea especial de cazar a anabaptistas. Su trabajo era bien fácil, pues al preguntar a alguien: “¿Eres tú anabaptista?” si lo era, nunca lo negaba. A veces llevaban presos a los así capturados, y a veces los mataban allí mismo.

      Pero ser discípulo no siempre significa la persecución abierta o el martirio. Jesús fijó las condiciones para el discípulo cuando dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Lucas 9.23). Por ser fiel a este mandamiento muchos mártires entregaron sus vidas por la fe verdadera.

Los discípulos se niegan a sí mismos

      A causa de su fe Menno Simons renunció la vida lujosa del sacerdocio católico. Los líderes católicos de aquella época eran los que llevaban la vida más a gusto. Tenían casas grandes, siervos, comidas exquisitas, sueldos elevados, vinos, juegos, y deleites viciosos. Menno Simons supo que para ser un discípulo de Cristo, tenía que abandonar todo esto y vivir como él mismo lo describió después:

      Yo con mi pobre y débil esposa e hijos, ya estos dieciocho años, hemos soportado afán excesivo, opresión, aflicción, miseria, y persecución.... Sí, mientras los predicadores [del estado] reposan sobre sus camas de lujo con almohadas suaves, nosotros tenemos que escondernos en rincones oscuros.... Tenemos que estar alerta cada vez que un perro ladra por miedo de que haya llegado un policía para llevarnos presos.... Mientras ellos reciben premios grandes por su obra, sueldos elevados y tiempos buenos, nuestra recompensa es el fuego, la espada, y la muerte.

      El negar a nosotros mismos significa que crucificamos la carne con sus pasiones y deseos (Gálatas 5.24). El cristiano escoge seguir la voluntad de Dios aunque sea lo más duro, lo más difícil, y lo menos agradable. La vida del discípulo de Cristo no es siempre fácil, pero por todo lo que renunciamos aquí Dios nos devolverá cien veces más, y nos dará la vida eterna (Mateo 19.29).

Los discípulos toman su cruz

      Los mártires gozosamente llevaban su cruz. Cuando el apóstol Andrés se acercó a la cruz en que había de morir, dijo:

      ¡O cruz amada! Mucho te he anhelado. Me regocijo al verte erguida aquí. Llego a ti con la conciencia limpia y con gozo. Como un discípulo de aquel que fue tendido en una cruz, yo quiero ser también crucificado.... Entre más me acerco a la cruz, más me acerco a Dios; y entre más lejos estoy de la cruz, más lejos estoy de Dios.

      Policarpio, un líder cristiano que había sido instruido por el apóstol Juan, fue cristiano por ochenta y seis años. Cuando lo llevaron a su muerte le rogaron que renunciara a Cristo para salvarse la vida. Pero él contestó: “Ochenta y seis años le he servido, y él nunca me hizo ningún mal: ¿cómo, pues, pudiera yo blasfemar a mi Rey y mi Salvador?”

      ¿Cómo podemos llevar nuestra cruz hoy en día, si no sufrimos corporalmente por la fe?

      Siguiendo las pisadas de Jesucristo nos encontramos con la cruz verdadera de la vida cristiana. Mientras andaba Jesús en la tierra, sufrió el oprobio, la vergüenza, y la burla de sus adversarios. Esas cosas son una cruz que tenemos que llevar.

      Como cristianos no podemos callarnos en cuanto a la verdad. Sentimos la necesidad urgente de hablar a todo el mundo de la salvación. Pero muchos mundanos no quieren oír. Se burlan de nosotros. ¿Qué, pues, debemos hacer? Jesús nos da la respuesta: Debemos tomar nuestra cruz, y seguirlo (Mateo 16.24). Así seremos testigos del Señor “hasta lo último de la tierra” (Hechos 1.8).

      Al hacer la decisión de “tomar la cruz”, ganamos ya la parte más grande de la batalla. Si estamos dispuestos a aguantar todo por la gracia de Dios, Dios siempre nos da fuerza mayor que la prueba.

      Discípulo, lleva tu cruz y recibirás la corona de gloria después.

Los discípulos siguen

      Los mártires de otro tiempo obedecieron el mandamiento de Jesús: “Sígueme”. Este mandamiento los conmovió a seguir todas las enseñanzas de la Biblia. Para ellos, esto significaba una vida completamente rendida a Dios. Significaba pertenecer a la hermandad bíblica. “La Biblia solamente” era su lema en los tribunales, y así taparon las bocas de los católicos romanos que añadían y substraían libremente de las escrituras.

      Las iglesias bíblicas del siglo dieciséis constaron de discípulos —seguidores de Jesús— solamente.

      Los discípulos verdaderos siguen a Jesús todavía. Cada uno sigue donde Jesús lo guíe. Unos son quemados, unos ahogados, y unos decapitados. Unos testifican del evangelio en los palacios de reyes, mientras que otros predican en los talleres sucios de trabajo. No sabemos a dónde el Señor nos va a llevar en la tierra, pero sabemos que si le seguimos fielmente, al fin llegaremos a las glorias del reino nuevo. “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son com­parables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8.18).