Lección 5
La fe edifica
la iglesia de Jesús
(Debe insertarse un dibujo aquí.)
Jacob de Keersgieter era un tejedor de la ciudad de Brujas, Bélgica. Por la obra del Espíritu Santo fue convertido y dejó la iglesia romana en 1551. Nueve años después fue ordenado ministro. Trabajó fielmente como evangelista en los Países Bajos, viajando mucho. Tenía un deseo fuerte de edificar la iglesia verdadera de Jesús, y predicó en las congregaciones de Armentieres, Kortrijk, Meenen, Wervik, Poperinge, Roesselare, Ieper, Thielt, Gent, St. Andries, y Brujas. En abril de 1569 fue arrestado y encarcelado por sus actividades. En la cárcel disputó varios días con el franciscano, Fray Cornelis. Estas discusiones se preservan en el Martyrs Mirror junto con algunas de sus largas cartas que escribió a su familia y a las iglesias bélgicas.
Con Herman van Vlekwijk, otro hermano anabaptista, Jacob de Keersgieter fue quemado vivo en Brujas, el 8 de junio, 1569. (Para ver el dibujo, cómprese el libro.)
—de Martyrs Mirror, páginas 774–818
Propósito del estudio: Ver que la fe en Cristo nos conmueve a edificar la iglesia cristiana.
Versículo de memoria: “Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1 Corintios 3.11).
Escrituras para estudiar:
1. Mateo 18.18–20 ¿Qué requiere Cristo que hagamos para que él esté con nosotros?
2. Efesios 4.1–16 ¿Cuáles virtudes edifican la iglesia de Cristo?
3. Apocalipsis 3.20 ¿Qué quiere Cristo que haga la iglesia caída?
Los cimientos de la iglesia de Jesús
La verdad
Lee Juan 8.31–32. Los cristianos creen que toda la Biblia es la verdad y aceptan todas las enseñanzas del Nuevo Testamento como reglas de la iglesia. Cada enseñanza, orden, disciplina, o práctica de la iglesia verdadera debe ser bíblica.
La obediencia
La iglesia consta de cristianos que siguen el Nuevo Testamento. Las personas desobedientes no pueden ser miembros del cuerpo de Jesús. Jesús mismo nos pregunta: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lucas 6.46).
La pureza
Lee Efesios 5.25–27. Cuando algún miembro de la iglesia de Jesús cae en el pecado, los demás miembros se esfuerzan a restaurarlo. Si persiste en el pecado, la hermandad lo disciplina sin parcialidad (Santiago 2.8–9).
La libertad
Lee Hechos 2.41. La iglesia es la unión libre de todos los creyentes verdaderos. Cada miembro escoge por voluntad propia si quiere ser parte de ella o no (Apocalipsis 22.17). La iglesia de Jesús nunca recurre a la violencia ni a la presión social para ganar miembros.
Un paso de fe
Era la noche del 21 de enero, 1525. Una docena de hombres, bien preocupados por la condición caída de la iglesia estatal, se habían congregado en la casa de Félix Manz, en Zurich, Suiza.
Y sucedió que estuvieron reunidos hasta que un ansioso temor vino sobre ellos, sí, y fueron conmovidos en sus corazones. Entonces comenzaron a doblar sus rodillas ante el altísimo Dios de los cielos, rogando a aquel que conoce los corazones, implorándole que los capacitase para hacer su divina voluntad y que les manifestase su misericordia. Porque ni la carne ni la sangre ni el esfuerzo humano los impulsaban, dado que ellos sabían bien lo que tendrían que sufrir y soportar a consecuencia de su decisión.
Después de la oración, Jorge de la casa de Jacobo se levantó y pidió a Conrado Grebel que lo bautizara en el nombre de Dios con el verdadero bautismo cristiano, es decir, sobre la base de su fe y de su conocimiento. Y cuando se arrodilló con aquel pedido y deseo, Conrado lo bautizó porque no había en ese entonces un ministro ordenado para cumplir tal función.1
Después de su bautismo por manos de Grebel, Jorge bautizó a todos los demás presentes. Entonces los recién bautizados se prometieron que serían discípulos fieles de Cristo, que vivirían vidas separadas del mundo, que enseñarían el evangelio, y que preservarían la fe que los había conducido a este suceso monumental.
Un poco después de la fundación de esa hermandad bíblica en Suiza, los cristianos en muchas otras partes de Europa establecieron grupos semejantes. Este movimiento, conocido como anabaptista (porque bautizaron otra vez a los que habían recibido el bautismo en su infancia), no era el establecimiento de una religión nueva, sino un retorno a la enseñanza original de Jesús.
El movimiento anabaptista creció fenomenalmente. Un gran número de cristianos motivados por la fe tomaron el paso de separarse de las iglesias caídas para restablecer hermandades bíblicas. Miles de ellos pagaron por esa decisión con el precio alto de martirio.
Siempre ha habido una iglesia verdadera. Desde la época de los apóstoles, durante siglos de apostasía y confusión, la iglesia de Jesús ha sobrevivido en la hermandad de los fieles. En esas hermandades hallamos la iglesia de Jesús hoy en día también.
La iglesia de Jesús en el siglo veintiuno
El cristiano fiel está dispuesto a entregar su vida por la verdad bíblica. La iglesia de Jesús consta de creyentes, entregados a poner por obra lo que Dios ha mandado.
En los países libres es fácil decir: “Sí, estoy dispuesto a morir por Jesús”. Pero la verdadera prueba de esa declaración es estar dispuesto a vivir por él. Muchos creyentes hay, y muchas iglesias hay hoy en día. Pero la prueba de que una iglesia es iglesia neotestamentaria es la siguiente: una iglesia neotestamentaria está dispuesta a cambiar su doctrina o su costumbre cada vez que por la Biblia se hallara equivocada.
Cuando una iglesia se halla sobre un fundamento hecho por hombres, existe la necesidad de regresar a la verdad bíblica. Cualesquier cristianos, completamente entregados a Jesús, pueden realizar tal regreso. Dios les ha dado este privilegio y esta obligación. Si andan según las normas, doctrinas, disciplinas, y prácticas del Nuevo Testamento, el Espíritu de Dios va a bendecir su obra.
La fe de los anabaptistas edificó la hermandad cristiana en el siglo dieciséis. Fue quizás la iglesia más pura, más bíblica, y más poderosa desde la época de los apóstoles. Si andamos por la misma fe, nosotros también edificaremos la iglesia.
Cada creyente tiene algo que hacer en edificar la iglesia neotestamentaria. Cristo mismo “constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquier de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor” (Efesios 4.11–16).