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Lección 8

La fe ante los gobiernos del mundo

(Un dibujo debe insertarse aquí.)

Matheus Mair fue ahogado por su fe, el 28 de julio, 1592.
           Unos funcionarios del gobierno hundieron a este anabaptista en el agua varias veces. Le preguntaron repetidamente si ya estaba dispuesto a renunciar su fe. Ya que se quedó firme, al fin lo ahogaron, y el alma de Matheus Mair pasó a la gloria eterna.

           Nota en el cuadro que un sacerdote con una cruz de madera, un representante de la iglesia, está al lado de los funcionarios del estado. Durante gran parte de la era cristiana, la iglesia y los gobiernos del mundo trabajaban juntos para así realizar las ambiciones de los dos.

—de Martyrs Mirror, páginas 1089–1090

Propósito del estudio: Ver que la fe de los cristianos los aparta del estado.

Versículo de memoria: “Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí” (Juan 18.36).

 

Escrituras para estudiar:

  1.  Juan 18.36 ¿Por qué no deben los cristianos involucrarse en la política? _______________________________________________ ________________________________________________________

  2.  Hechos 5.27–32 ¿Por qué no siempre obedecieron los apóstoles a las autoridades? ____________________________________________ __________________________________________________________

  3.  Romanos 13 ¿Deben los cristianos obedecer al gobierno civil? Explica. ___________________________________________________________ ___________________________________________________________ __________________________________________________________

La iglesia libre y universal

      En la historia de la religión “cristiana” vemos mucha corrupción. Las iglesias falsas se han unido con los gobiernos del mundo para así lograr el poder y la riqueza. Puede ser que unas hayan pensado hacerse de esta manera más fuertes en la fe, más eficaces en la evangelización, o más capaces de ayudar a otros.

      Sale todo al contrario.

      Cuando algún gobierno terrenal ayuda a dirigir a la iglesia, el Espíritu Santo se va y la iglesia pierde el poder más grande que hay.

      La iglesia caída, afiliada a los gobiernos del mundo no anda en la libertad a la cual fue llamada, sino que está sujeta otra vez a la esclavitud de leyes humanas (Gálatas 5.1, 13). Además de esto, tal iglesia pierde su universalidad. En tiempos de guerra, los “cristianos” de un país matan a los del otro.

      No se puede limitar la iglesia de Jesús a ningún territorio nacional. No conoce fronteras. No tiene un solo idioma, ni una sola cultura, ni es de una sola raza. La iglesia es un cuerpo glorioso de tantos creyentes que nadie los puede contar, de todas las naciones y todas las tribus y todos los pueblos y todas las lenguas de la tierra (Apocalipsis 7.9).

      Fue anunciado ya antes del nacimiento de Jesús que el cristianismo iba a ser universal. Jesús es la bendición prometida a Abraham: “En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra” (Génesis 22.18). Jesús es la salvación de que habló Isaías: “Te di por luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta lo postrero de la tierra” (Isaías 49.6). Y cuando por fin llegó Jesús, él mismo envió a sus discípulos a “todas las naciones” (Mateo 28.19).

      Tanto los primeros cristianos como los hermanos perseguidos durante la Reforma entendieron que el cristianismo es universal. No procuraron relacionarlo con ningún gobierno del mundo.

      La iglesia de Jesús reconoce lo mismo hoy día. No busca el poder político. Si el gobierno no se entremete en asuntos religiosos, los dos pueden vivir en armonía. La iglesia separada del gobierno es una iglesia libre y, puesto que es universal, se divulga sobre toda la faz de la tierra.

La iglesia y los gobiernos de hoy

      Como ya hemos notado, muchas veces en la historia los gobiernos del mundo se han metido en los asuntos de la iglesia. Han tratado de regir la conciencia de los cristianos. Y las iglesias caídas se han unido al estado para ejercer control sobre sus miembros.

      Hoy en día vemos algo muy distinto. Muchas iglesias caídas quieren meterse en los asuntos del gobierno. Quieren ejercer control sobre las conciencias de los gobernantes, no para convertirlos sino para influir en sus decisiones políticas. Hay iglesias que organizan campañas políticas. Otras votan. Algunas apoyan las manifestaciones antigubernamentales. Preocupadas de las cuestiones políticas, esas iglesias tienen menos tiempo para la evangelización del mundo. No andan de acuerdo al Nuevo Testamento. No guardan la fe.

      Pero, ¡gracias a Dios, la iglesia verdadera de Jesús no es así! Dios todavía preserva para sí un pueblo que no tiene mancha ni arruga, ni cosa semejante (Efesios 5.27) —un pueblo no ligado con ningún gobierno del mundo. Aprovechemos, pues, en esta época, la oportunidad de llevar el evangelio a toda persona (Marcos 16.15–16).

Anna uyt den Briel fue bautizada junto con su esposo, Arent
        Jans, a la edad de 24 años. A causa de la persecución en los Países Bajos, ellos huyeron a Inglaterra en 1536. Allí Arent murió.

        Con su niño de catorce meses, Esaías, Anna uyt den Briel regresó a los Países Bajos en 1538. Un día, Anna y una compañera suya, Christina, estaban para embarcarse en una lancha que iba a Delft. Estaban cantando. Por esto los católicos las reconocieron, las arrestaron, y las echaron en la cárcel de Rotterdam. Un mes después, Anna recibió la sentencia de muerte. Christina iba a morir con ella.

        Rumbo a su muerte, Anna dijo al gentío allí congregado:

        —Aquí tengo un niño de quince meses. ¿Quién lo quiere? Voy a dar todo mi dinero al que le da un hogar.

        Un panadero con seis hijos tomó al niño entonces, junto con el bolsillo de dinero. En el bolsillo halló una carta que Anna había escrito aquella mañana. La carta amonestaba al niño a huir del mundo y seguir a Cristo.

        He aquí una porción de la misma:

        Hijo mío, oye los consejos de tu madre, abre tus oídos a las palabras de mi boca (Proverbios 1.8). Mira, yo voy este día por el camino de los apóstoles y mártires. Voy a tomar de la copa de que ellos han tomado (Mateo 20.23). Voy por el camino en que Jesucristo anduvo. Voy a tomar de su copa y voy a ser bautizada con el bautismo con que él fue bautizado....

        Mira, pues, hijo mío, tú también tienes que entrar a la vida eterna por este camino. Tienes que entrar también por la puerta estrecha. Tienes que recibir el castigo y las instrucciones del Señor. Inclínate bajo su yugo, y llévalo con alegría desde tu juven­tud, porque el Señor no acepta a los que no castiga (Hebreos 12.6).

        Mira, pues, hijo mío; el camino del Señor no tiene desviaciones. El que lo deja, sea por un lado o el otro, heredará la muerte. Este camino es el camino hallado por pocos, y caminado por aun menos. De veras hay muchos que saben que éste es el camino a la vida. Pero el camino es demasiado duro....

        Por esto, hijo mío, no te fijes en la gran multitud de pecadores. No andes en sus caminos. Sepárate de la senda de ellos, porque van al infierno como ovejas a la matanza.... Donde oyes de un rebaño pequeño —pobre, sencillo, y rechazado por el mundo— únete con ellos. Porque donde está la cruz, allí está Cristo. Que no te apartes de aquel lugar.

        Huye del mundo. Únete con Dios. Teme a él solamente. Guarda sus mandamientos. Escribe sus palabras en tu corazón y serás un árbol bonito, una planta bendita, creciendo en Sion (Salmo 92.13).

        Por esto, mi hijo, lucha por lo bueno.... Que Dios te deje crecer en su temor, y que te llene el entendimiento con su Espíritu (2 Pedro 3.18). Santifícate para el Señor. Santifica tu conducta entera en el temor de Dios (Levítico 20.7). Lo que haces, hazlo para la gloria del Señor.... Ama a tus prójimos. Da con corazón abierto pan a los hambrientos. Viste a los desnudos. Y no procures tener dos de cualquier artículo necesario. Siempre hay los que necesitan de tu abundancia (Mateo 26.11).

        Oh hijo, ¡que tu vida sea conformada al evangelio! (Filipenses 1.27). ¡Que el Dios de paz santifique tu alma y tu cuerpo para su honra! Amén (1 Tesalonicenses 5.23).

        Oh Padre santo, santifica al hijito de tu sierva. Guárdalo de la maldad por causa de tu nombre, ¡Oh Señor!

        Pocas horas después de haber escrito esto, Anna fue ahogada por las autoridades católicas en el Río Maas. Fue el 24 de enero, 1539. Tenía 28 años.

—de Martyrs Mirror, páginas 453–454