Lección 9
La fe produce evangelistas celosos
(Un dibujo debe insertarse aquí)
Maeyken Wens, la esposa de un predicador evangélico del siglo dieciséis, fue quemada viva en la hoguera. Su lengua había sido fijada a su paladar con un tornillito para que no pudiera cantar ni testificar durante su ejecución.
Adriaen, hijo de Maeyken y un joven de quince años, presenció la muerte de su madre. Con su hermanito Juan en un brazo, Adriaen se quedó a un lado de la multitud de espectadores. Al ver los sufrimientos terribles de su madre, se desmayó y permaneció inconsciente hasta después de la ejecución. Entonces buscó en las cenizas el tornillito que Maeyken tuvo en la lengua. Ese tornillito lo guardó como recuerdo del testimonio fiel y piadoso de su madre martirizada en Amberes, Bélgica, en 1573.
—de Martyrs Mirror, páginas 979–981
Propósito del estudio: Ver que la fe y el Espíritu en los cristianos verdaderos les da fuerza para evangelizar el mundo, aun en tiempos de persecución.
Versículo de memoria: “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1.8).
Escrituras para estudiar:
1. Lucas 19.41–44 ¿Qué hizo Jesús cuando se acercó a Jerusalén?
2. Juan 3.16 ¿Por qué mandó Dios a Jesús al mundo para morir por nosotros?
3. Romanos 9.1–3 ¿Qué debe ser nuestro responder cuando vemos a los perdidos?
El celo espiritual
Muchas veces, en camino a su ejecución, los mártires anabaptistas cantaban y alababan a Dios y hablaban de la salvación a las multitudes que vinieron a ver el espectáculo de su muerte. El testimonio de estos valientes cristianos obró de tal manera que las autoridades exclamaban al fin: “Vea, entre más matamos, tanto más se multiplican”.
Para impedir el testimonio de los mártires, los verdugos a veces fijaron sus lenguas a sus paladares con tornillos. Pero los mártires todavía pudieron sonreír y dar señas con las manos de que estaban felices y constantes en la fe. ¡Qué celo!, ¡qué entusiasmo!, ¡qué ardor! ¿Qué era lo que obligó a los mártires a testificar de su fe aun ante la muerte?
El cristiano, salvado por su fe en Dios, recibe el Espíritu Santo. Con el Espíritu por dentro, el cristiano no puede callar en cuanto a la verdad. El Espíritu le llena y le motiva a ir predicando el evangelio a toda persona (Marcos 16.15–16).
Como los mártires, podemos testificar de nuestra fe tanto con nuestras palabras como con nuestras obras.
La iglesia evangelizadora
Jesús otorgó a su iglesia el privilegio de evangelizar a todo el mundo. La iglesia de Jesús siempre ha sido caracterizada por su celo en llevar a cabo esta obra. Tan pronto que los hermanos suizos fundaron congregaciones bíblicas en 1525, comisionaron a muchos evangelistas. Éstos andaban por los pueblos de Europa, estableciendo congregaciones de creyentes en dondequiera.
En una ocasión los anabaptistas evangélicos convocaron una asamblea de dirigentes para dividir la tierra entre ellos, a fin de evangelizarla toda. Según la historia, los apóstoles del primer siglo después de Jesucristo hicieron lo mismo.
Tanto los anabaptistas como los primeros apóstoles eran destituidos, perseguidos, y muchas veces sin casa ni hogar. Pero el Espíritu de Dios los llevó a testificar de la fe.
¿Tenemos la misma fe y el mismo Espíritu hoy en día?
“Recibiréis poder”
Lo último que dijo Jesús antes de regresar al cielo fue: “Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1.8).
Menno Simons, un líder anabaptista del siglo dieciséis, escribió lo siguiente:
Con corazones ardientes deseamos, aun si nos costara la vida, que el evangelio de Cristo sea enseñado por todo el mundo como el Señor Jesucristo mandó a sus discípulos en su última amonestación en la tierra.
El deseo de mi corazón es: extender el reino de Dios, revelar la verdad, reprender el pecado, enseñar la justicia, alimentar almas hambrientas con la palabra del Señor, guiar a las ovejas errantes en sendas rectas, y ganar muchas almas para el Señor por medio de su Espíritu, poder, y gracia....
Por eso, predicamos cuando podamos, tanto de día como de noche, en casas y en campos, en bosques y en desiertos, aquí y ahí; en casa y en el extranjero, en cárceles y calabozos, desde la horca y bajo torturas, en el agua y en el fuego, ante señores y príncipes, por boca y por pluma, con posesiones y sangre, con vida y muerte. Esto hemos hecho ya por muchos años, y no nos avergonzamos del evangelio de la gloria de Cristo.1
Los reformadores protestantes en el tiempo de Menno Simons resistieron a estos misioneros “vagabundos”. Ya que eran reformadores de las iglesias estatales, limitaron sus enseñanzas a sus territorios nacionales. No comprendieron a los anabaptistas porque éstos vagaban por todo el mundo, sin reconocer fronteras, predicando el evangelio dondequiera.
El celo misionero hoy
En nuestro día hemos visto que cuando las congregaciones cristianas se avivan espiritualmente, sienten un gran anhelo de evangelizar. Los cristianos con la fe verdadera en sus corazones se sienten conmovidos a ganar para Cristo las almas de sus vecinos.
No podemos explicar en esta lección exactamente cómo se debe llevar a cabo la evangelización en nuestro día. Sólo diremos como Cristo: “Recibiréis poder [dirección, y los dones necesarios], cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo” (Hechos 1.8). Para que venga el Espíritu, tenemos que ser completamente rendidos y sometidos a su voluntad. Debemos estar orando por un avivamiento en nosotros y en nuestras congregaciones. Y debemos estar obrando en lo que el Señor ya nos ha mandado. Rendido a Jesús, orando y obrando, la iglesia evangelizará el mundo aun en nuestro día.