Capítulo 6
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Introducción

Menno Simons-su vida y escritos

CAPÍTULO VI

IMPORTANCIA DE MENNO SIMONS

Menno Simons no es el fundador de la Iglesia Menonita. Esta fue fundada en Zurich, Suiza, en enero de 1525 por Conrad Grebel, Félix Manz, George Blaurock y otros, once años antes que Menno renunciara al Catolicismo. Tampoco fundó la Iglesia de Holanda. Si alguno merece este título, es Obbe Philips que en 1533 empezó a congregar a los Hermanos en Friesland. Pero a pesar de esto, existe una razón histórica para que la Iglesia Menonita ostente el nombre de Menno Simons, pues en tiempos de gran necesidad Menno fue el guía enviado del cielo que encaminó los escasos y esparcidos creyentes, dándoles el ejemplo que necesitaban, en fe, espíritu y doctrina. El fue quien los dirigió con seguridad y les hizo pasar a salvo épocas de tribulación "a pesar de peligros, fuego y espada".

La grandeza de Menno no reside tanto en su elocuencia, aunque era un buen orador, ni en su arte literario, aunque podía escribir bien para el común del pueblo. No era un gran teólogo, aunque sabía presentar las enseñanzas de la Biblia con fuerza y claridad. Tampoco fue un gran organizador, aunque prestó un verdadero servicio a la naciente Iglesia mediante la orientación que dio a obispos y pastores. Pero Menno fue uno de los grandes líderes religiosos de su época y de su nación, tal vez el más conspicuo de los Países Bajos, en su tiempo. Su obra e influencia han tenido un valor permanente en la historia de la Iglesia que lleva su nombre y a través de ellas, su importancia ha llegado al mayor número de iglesias libres de Inglaterra y América.

La grandeza de Menno Simons reside en tres factores esenciales: su carácter, sus escritos, su mensaje. Su carácter constituyó una fuerza firme, segura, constructiva, en los largos y duros años de persecución y angustia, desde 1535 a 1560, con su profunda convicción, devoción inconmovible, valor intrépido, y serena confianza. Sus escritos, aunque parezcan al considerarlos en conjunto, repetidos e insignificantes, incluyen algunos tratados admirables para la época, agudos, sencillos, bien ajustados a su propósito. Llegaron al común del pueblo a su debido tiempo y fueron poderosos agentes para la edificación y fortaleza de la Iglesia y para conseguir nuevos adherentes. Pero más que todo, fue el mensaje de Menno lo que le hizo el gran líder de una gran causa. No construyó un nuevo sistema de Teología, ni descubrió un principio nuevo ni uno por largo tiempo olvidado; alcanzó, simplemente, una clara visión de dos ideales bíblicos fundamentales: el ideal de la santidad práctica y el ideal del alto puesto de la Iglesia en la vida del creyente y en la causa de Cristo.

Sobre la base del primer ideal, luchó por un genuino cambio de vida y la práctica constante de una vida cristiana como Cristo la enseñó y vivió; la vida de justicia, santidad, pureza, amor y paz. Para él, el Cristianismo era algo más que una mera fe; era fe y obras. Y este Cristianismo práctico significaba para Menno el abandono absoluto, de parte del cristiano, de toda clase de contienda y guerra, en fin, del uso de la fuerza en cualquier forma, así como la completa separación del pecado de la sociedad mundana. El ideal de la Iglesia que Menno sustentaba, era el principio de la doctrina y vida cristianas en su concepto cabal. Para él, la Iglesia era el representante y agente de Cristo en el mundo, y como tal, debía mantenerse santa y pura en vida y doctrina y dar un fiel testimonio hasta Su segunda venida. Estos ideales de Menno han sido los principales en los cuatrocientos años de historia menonita, porque también han sido compartidos por los Menonitas Suizos y Sudalemanes, y constituyen el canon de la Iglesia Menonita. De ellos surgió la idea de la completa separación de la Iglesia y el Estado, de tolerancia y libertad de conciencia, de normas sociales y morales elevados, de la predicación y práctica de la paz, de la absoluta soberanía de Cristo sobre los suyos en este mundo, ideales todos avanzados para su época, pero que aún hoy día constituyen legítimamente la posesión común y muy apreciada de una gran parte del Protestantismo Inglés y Americano.

No es por lo tanto a la grandeza de Menno Simons, el hombre, ni a sus humanas proezas, que rendimos este tributo de admiración; nuestra admiración va dirigida a la grandeza de los ideales y convicciones que poseía su alma y gobernaban su vida, y que han sido motivo de bendición para innumerables seres desde sus días.