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Boletín Hijos del Reino

Primera parte-El reino de valores trastornados

Capítulo 3 - Un reino de otra naturaleza

El año 30 d. de J.C. comenzó como cualquier otro año. Los sacerdotes judíos aún ofrecían sacrificios diarios en el templo. Los agricultores trabajaban en sus campos, y las mujeres lavaban ropa en los arroyos. Los pescadores colgaban sus redes para que se secaran a orillas del Mar de Galilea. ¡Pero de pronto apareció en escena un profeta llamado Juan! Vestido con pelo de camello y un cinto de cuero, Juan era un personaje que atraía la atención de la gente. Y consigo traía un mensaje alarmante: ¡el reino de Dios estaba cerca!

¿Estaba cerca el reino de Dios? Para los judíos, esto significaba que el Mesías estaba por venir. ¡Significaba la expulsión del control romano! Significaba que ellos recuperarían su independencia como nación. No es de extrañarse que el mensaje de Juan llamara la atención de todos. La gente en tropel acudió a él para averiguar qué deberían hacer a fin de prepararse para este reino.

Sin embargo, cuando Juan identificó a Jesús como su tan esperado Mesías, la mayoría de los judíos no se sintieron emocionados. ¿Jesús de Nazaret? Él no parecía ser el Mesías que ellos esperaban. Obviamente, él no era un guerrero. Y ni siquiera intentaba organizar un ejército para liberar a los judíos del poder romano. De hecho, él ni siquiera predicaba contra los romanos.

¿Sobre qué predicó Jesús? Estimado lector, me gustaría hacerle esta pregunta. ¿Cuál fue el tema principal de la predicación de Jesús? ¿La necesidad de salvación del hombre? ¿El amor de Dios por el género humano? ¿La necesidad de nacer de nuevo? ¿El hecho de que Jesús moriría en rescate por nosotros?

Por supuesto, Jesús habló acerca de todas estas cosas. Y todas ellas son verdades esenciales. Sin embargo, ninguna de ellas fue el tema principal de su mensaje. Las escrituras sólo registran una ocasión en que Jesús habló sobre el nuevo nacimiento: su conversación privada con Nicodemo. Él mencionó su muerte en rescate por nosotros sólo una vez. Sólo existen cinco o seis pasajes en los que él usó la palabra “salvación”.

No, el tema principal del mensaje de Jesús fue el reino de Dios. Hay cerca de cien referencias al reino de Dios a través de los evangelios. Además, la mayoría de las parábolas de Jesús fueron sobre el reino. De hecho, Jesús dijo que la razón por la que él fue enviado a la tierra fue para anunciar el reino: “Es necesario que también a otras ciudades anuncie el evangelio del reino de Dios; porque para esto he sido enviado” (Lucas 4.43). Eso no es precisamente lo que estamos acostumbrados a escuchar, ¿verdad? A todos se nos ha querido dar la impresión de que el propósito principal de la venida de Jesús a la tierra fue salvarnos de nuestros pecados. Y definitivamente ese fue uno de los propósitos de su venida. Pero ése no fue el único propósito.

Dondequiera que fue, Jesús anunció el reino de Dios. “Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado. (…) Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. (…) Y cuando la gente lo supo, le siguió; y él les recibió, y les hablaba del reino de Dios, y sanaba a los que necesitaban ser curados. (…) Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo” (Mateo 4.17, 23; Lucas 9.11; Mateo 9.35).

Lo irónico es que si bien el reino de Dios fue el tema principal de la predicación de Jesús, el mensaje del reino está casi totalmente ausente del evangelio que se predica en la actualidad. ¿Cuál es el tema principal de la mayoría de las predicaciones de hoy? La salvación personal del hombre, ¿verdad? No es el reino de Dios.

¿Qué predicaron los apóstoles?

Quizá usted esté pensando: Bueno, tal vez Jesús predicó acerca del reino, pero no lo hizo así con sus discípulos. Él les dijo que predicaran acerca del nuevo nacimiento y la salvación, no acerca del reino, ¿verdad? Falso. Cuando Jesús comisionó a sus discípulos, les dijo específicamente que predicaran acerca del reino.

Note sus instrucciones sobre lo que debían predicar: “Y yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado. (…) Y los envió a predicar el reino de Dios, y a sanar a los enfermos. (…) Y sanad a los enfermos que en ella haya, y decidles: Se ha acercado a vosotros el reino de Dios” (Mateo 10.7; Lucas 9.2; 10.9). Por favor, comprenda que estos no son algunos pasajes aislados citados como prueba. En casi todos los pasajes en los que Jesús les dio a sus discípulos instrucciones de predicación, les dijo que predicaran acerca del reino.

Seguramente usted recuerda al discípulo que dijo que seguiría a Jesús, pero que primero enterraría a su padre. ¿Qué le dijo Jesús? “Deja que los muertos entierren a sus muertos; y tú ve, y anuncia el reino de Dios” (Lucas 9.60).

Pero, por favor, no me malinterprete. De ninguna manera quiero yo minimizar nuestra necesidad del nuevo nacimiento o la salvación. Estos son aspectos trascendentales del evangelio. Sin embargo, son un medio para lograr un fin: entrar en el reino de Dios. Jesús nunca pretendió que sus seguidores predicaran de la salvación y el nuevo nacimiento como cosas aparte del reino. El reino es un aspecto absolutamente elemental del evangelio. Cuando les hablamos a las personas de la salvación, pero no decimos nada acerca del reino, no estamos predicando el evangelio de Jesucristo.

¿Y qué evangelio dijo Jesús que sería predicado en todo el mundo antes del fin? Él dijo: “Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (Mateo 24.14). Actualmente se predica un “evangelio” en todo el mundo, pero, ¿es el evangelio del reino?

¿Qué es este reino de Dios?

Todo reino posee cuatro componentes fundamentales: (1) un gobernante o gobernantes, (2) súbditos, (3) un territorio o área dominada y (4) leyes. El reino de Dios no es diferente. Posee un gobernante, súbditos, territorio y leyes. Sin embargo, ya que el reino de Dios es una clase de reino revolucionario, estos cuatro componentes fundamentales adquieren aspectos únicos.

Para comenzar, el reino de Dios no tiene un gobernante terrenal. Su gobernante es Jesucristo quien reina desde el cielo. Los reinos terrenales cambian de gobernantes y políticas cada cierto tiempo. En cambio, Jesús es eterno y sus políticas no cambian. “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13.8).

¿Quiénes son los ciudadanos del reino de Dios? ¿Los judíos? No, Jesús les dijo a los judíos muy intencionadamente: “Por tanto os digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él” (Mateo 21.43). ¿A cuál nación daría Jesús el reino? ¿A los romanos? ¿A los británicos? ¿A los sudamericanos? ¿A los norteamericanos? No, a ninguno de estos, por cuanto las escrituras nos dicen: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa” (Gálatas 3.28–29).

De manera que todos los que pertenecemos a Cristo, todos los que verdaderamente somos nacidos de nuevo, somos los ciudadanos de este reino. Nos hemos convertido en los herederos de la promesa de Dios, los ciudadanos de su nueva nación. Al escribirles a los cristianos gentiles de su tiempo, Pedro se dirigió a ellos con las siguientes palabras: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia” (1 Pedro 2.9–11).

De modo que los ciudadanos del reino de Dios son llamados a ser una nación santa, un reino de sacerdotes, tal y como los israelitas habían sido llamados (véase Éxodo 19.5–6). Sin embargo, el reino fue quitado de los israelitas y dado a una nación (la nación de los creyentes nacidos de nuevo) que produjera los frutos de justicia.

Un aspecto único del reino de Dios es que sus ciudadanos no ocupan cierta porción de tierra, como los ciudadanos de otros reinos. Los ciudadanos del reino de Dios están esparcidos por todas las naciones del mundo. Este rasgo ha sido la causa de un conflicto constante para el reino de Dios. Esto se debe a que sus ciudadanos siempre viven bajo dos reinos diferentes, un reino del mundo y el reino de Dios.

Jesús le dijo a la samaritana: “Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre” (Juan 4.21). El reino de Dios no tendría ninguna capital terrenal ni lugar sagrado.

Todo esto fue algo nunca antes visto tanto para los judíos como los gentiles del tiempo de Jesús. El reino de los israelitas había abarcado un área geográfica específica. De igual forma había sucedido siempre con todos los reinos del hombre. Los israelitas siempre habían tenido una ubicación física donde se encontraba su tabernáculo o templo. Por mil años, ese lugar había sido Jerusalén. Todo reino humano posee una capital terrenal, pero no así el reino de Dios.

El reino de Dios está entre vosotros

Por si todo esto no fuera sumamente asombroso, Jesús les dijo a los fariseos algo aun más alarmante: “Preguntado por los fariseos, cuándo habría de venir el reino de Dios, les respondió y dijo: El reino de Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros” (Lucas 17.20–21).

¿Qué tipo de reino es este? ¿Un reino que está entre vosotros? Jesús realmente estaba introduciendo algo maravillosamente nuevo, algo revolucionario. No era sólo un nuevo reino. Era un reino de otra naturaleza. Era un tipo de reino totalmente diferente de lo que cualquier persona, fuera judía o gentil, jamás hubiera escuchado. Un reino que está “entre vosotros”.

Tal vez usted esté pensando: ¡Ah, ya veo! Jesús estaba hablando de un reino espiritual, no de un reino verdadero. No, Jesús estaba hablando de un reino verdadero. El antiguo reino de los israelitas definitivamente era un reino verdadero, ¿no es cierto? Tenía reyes verdaderos, súbditos verdaderos y leyes verdaderas. El reino de Dios es tan verdadero como el antiguo reino israelita. Este reino también tiene un Rey verdadero, súbditos verdaderos y leyes verdaderas. Su dominio abarca toda la tierra, aun cuando la mayor parte de la población de la tierra no son ciudadanos de este reino.

¿Qué quiso decir Jesús cuando dijo que el reino de Dios está entre vosotros? Tertuliano, un escritor cristiano de la iglesia primitiva, comentó sobre esta frase: “Bien, ¿quién no comprende que la frase ‘entre vosotros’ significa en vuestras manos o en vuestro poder? O sea, ¿si escuchas y haces los mandamientos de Dios?”1 Cualquier persona puede escoger ser un ciudadano del reino de Dios si está dispuesta a comprometerse como se requiere. La persona no tiene que ir a ninguna parte ni pagar ninguna suma de dinero para convertirse en un ciudadano.

Aquellos líderes religiosos le habían preguntado a Jesús cuándo vendría el reino. Él les dijo: “El reino de Dios está entre vosotros”. Es decir, el Rey y algunos de sus súbditos ya se encontraban en medio de ellos, pero ellos no se daban cuenta. Los súbditos del reino de Jesús viven en medio de los pueblos de este mundo; sin embargo, el mundo no puede ver este reino. El reino de Jesús no tiene fronteras nacionales, no tiene rey terrenal ni fuerzas militares. El llegar a ser un ciudadano del reino de Dios está al alcance de todos.

El reino de Dios está cerca

Muchos cristianos creen que el reino de Dios solamente es algo del futuro. Pero no es así; el reino de Dios es algo que está aquí en este preciso momento. Pablo escribió a los colosenses: “El cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo” (Colosenses 1.13). Pablo aquí habla en tiempo pasado. Dios ya nos ha trasladado a su reino. Él no nos lleva a su reino después que morimos. Él nos lleva a su reino tan pronto nacemos de nuevo.

Resulta extraño que muchos cristianos no se dan cuenta de que el reino de Dios es una realidad actual en la tierra. De hecho, muchos cristianos ni siquiera saben qué es el reino de Dios. Al igual que los fariseos, ellos no ven el reino de Dios. Y es por eso que nunca se comprometen con el reino.

Notas finales

1  Tertuliano, Against Marcion, Libro IV, cap. 26; ANF, Tomo III, 409.

Leer Capítulo 4 -- ¿Has hecho ya el compromiso del reino?

El reino que trastornó el mundo - Introducción

Primera Parte

El reino de valores trastornados

¿Guerra santa?

El reino al derecho

Un reino de otra naturaleza

¿Has hecho ya el compromiso del reino?

Un cambio en nuestro concepto de las riquezas

Un nuevo estándar de honradez

Las leyes del reino sobre el matrimonio y el divorcio

Segunda parte

El gran tropiezo

¿Amar a mis enemigos?

Pero, ¿qué tal si…?

10  Pero, ¿no dicen las escrituras que…?

11  ¿Qué tal de los reinos del mundo?

12  La vida bajo la influencia de dos reinos

13  ¿Soy yo de este mundo?

14  ¿Nos hace esto activistas en pro de la paz y la justicia?

15  ¿Ha vivido alguien así en la vida real?

16  ¿Es este el cristianismo histórico?

Tercera parte

¿Cuál es el evangelio del reino?

17  El camino de Jesús a la salvación

18  Cómo entrar en el reino

19  No hay lugar para fariseos

20  El reino no puede permanecer en secreto

Cuarta parte

Nace un híbrido

21  ¿Qué le pasó al evangelio del reino?

22  El reino de la teología

23  ¿Acaso estaba Dios cambiando las reglas?

24  Cómo desaparecieron las enseñanzas de Jesús

25  La era de oro que nunca tuvo lugar

26  Agustín: apologista del híbrido

27  ¡Falsificación en el nombre de Cristo!

Quinta parte

Cuando ser un cristiano del reino era ilegal

28  El reino clandestino

29  Los valdenses

30  Una corriente alternativa

31  Los valdenses se encuentran con los reformistas suizos

32  La nueva Sion en Ginebra

33  La bandera del reino se levanta de nuevo

34  Ahora nos toca a nosotros


Bibliografía