El gobierno civil y el cristianismo
Escoger otro capítuloCAPÍTULO 17
“Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad” (1 Timoteo 2.1–2).
La bondad de Dios hacia el hombre se ve en la doble provisión que hizo él para gobernar, cuidar y proteger al hombre: (1) en lo espiritual, por medio de la iglesia; (2) en lo material, por medio del estado. La Biblia enseña que la autoridad del gobierno civil y la autoridad de la iglesia son ordenadas por Dios: “No hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste” (Romanos 13.1–2).
Orden y autoridad
“Dios no es Dios de confusión, sino de paz” (1 Corintios 14.33). Aun entre los animales se puede apreciar que Dios les capacita para conducir sus asuntos en una manera ordenada. Por ejemplo, considere como un sinnúmero de hormigas o abejas viven juntas en orden. No es de extrañarse, pues, que Dios estableciera un sistema ordenado para los humanos, un sistema en el cual los justos pueden ser protegidos de la corrupción y la violencia de los injustos. Dios estableció a los gobiernos para que gobernaran a los ciudadanos de las naciones por medio de leyes basadas sobre los principios de la rectitud y la equidad. De manera que los impíos fueran refrenados de sus injusticias por medio de castigos. Respecto a la autoridad para llevar a cabo los decretos de Dios, las autoridades son responsables ante Dios por su fidelidad o infidelidad.
El propósito del gobierno
El propósito del gobierno es castigar a los transgresores (1 Timoteo 1.9) y proteger de la violencia de los malos a los que obedecen las leyes (Hechos 25.11). Se destaca la sabiduría de Dios en hacer tal provisión cuando recordamos que “el mundo entero está bajo el maligno” (1 Juan 5.19). Si no existiera alguna forma para refrenar los males comunes de la sociedad entonces los justos estaríamos a la merced de los injustos en todos los aspectos de la vida diaria.
Tal vez usted se hace las siguientes preguntas: “¿No es cierto que algunos de los pecados más perversos los cometen aquellos que están en posiciones altas en el gobierno? ¿Acaso no es cierto que muchas veces los gobiernos promueven la iniquidad en lugar de suprimirla? ¿Qué de los fanáticos religiosos que por muchos siglos hicieron correr la sangre de cristianos humildes e indefensos? ¿Qué de los gobiernos que por muchos años se han entregado al ateísmo y a la opresión? ¿Qué de los muchos casos en la historia donde el gobierno asesinó a los cristianos en lugar de darles protección? ¿Es Dios el autor de todas estas atrocidades, algunas de ellas cometidas en su nombre?”
¡No! Tampoco él es el autor de todo lo que hacen las personas infieles en las iglesias. Dios es paciente, y algunas veces en su sabiduría inescrutable espera mucho tiempo antes de llevar ante la justicia a las autoridades. Dios hace responsables a las naciones así como también a las personas por sus actos de desobediencia. A su debido tiempo, conforme a su sabiduría infinita, él traerá juicio sobre toda mala obra. Así lo ha hecho en el pasado y así lo continuará haciendo en el presente y en el futuro.
La voluntad directiva y permisiva de Dios
Esto trata principalmente acerca del asunto del gobierno de las naciones. Existen algunas cosas que Dios dirige o manda, mientras que hay otras que él sólo las permite. A continuación daremos dos ejemplos para aclarar la voluntad directiva y permisiva de Dios.
Cuando Balaam le preguntó a Dios si debía maldecir a Israel, él le dijo que no lo hiciera. Esa fue la voluntad directiva de Dios. Entonces Balaam, inquieto bajo esta prohibición de Dios, volvió nuevamente a inquirir si él podía ir hasta aquel lugar para ver lo que acontecía. Fue así que Dios le dijo que fuera. Esa fue la voluntad permisiva de Dios.
En los días de Samuel el pueblo de Israel quería tener un rey. Samuel les dijo cuál era la voluntad directiva de Dios en el asunto. Pero siendo aquel un pueblo rebelde que rechazó someterse a esta voluntad, Dios le dijo a Samuel que les concediera su demanda; que no estaban rechazando a Samuel sino a Dios. Esa fue la voluntad permisiva de Dios y el pueblo de Israel sufrió las consecuencias de no someterse a la voluntad directiva de Dios.
La voluntad permisiva de Dios no significa que él aprueba los planes de un individuo o de una nación rebelde. La realidad es que Dios dio al hombre la responsabilidad de escoger y es por eso que él no obliga al hombre a ir contra su propia voluntad.
Además, Dios permite que acontezcan ciertas cosas, no porque son buenas en sí, sino por causa del bien que resultará de ellas o porque cumplen su propósito. Algunos ejemplos de tales cosas son la opresión de Faraón sobre los hijos de Israel (Éxodo 1.1–10), la crucifixión del Señor Jesucristo (Hechos 2.23) y la dispersión de los discípulos después de la muerte de Esteban (Hechos 8.1–3). En los asuntos de las naciones, Dios permite muchas cosas por medio de la opresión y las otras formas de iniquidad de la ira del hombre. Muchas veces esto ha sido el medio por el cual se traen alabanzas a Dios. La sangre de los mártires ha sido muchas veces la simiente de la iglesia. La historia recoge muchos ejemplos de de lo anteriormente expuesto.
La relación del cristiano con el gobierno
Volvamos a la Biblia para ver cómo se debe relacionar el cristiano con el gobierno. Algunos de los puntos principales son los siguientes:
1. La sujeción
Nuestro deber principal hacia el gobierno es someternos al mismo. Aun en el caso cuando existan leyes que nos desagradan no debemos dejar de respetarlas y obedecerlas. Y esta sumisión debe ser una lealtad voluntaria en lugar de una esclavitud de mala gana: “Es necesario estarle sujetos, no solamente por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia” (Romanos 13.5). Por eso: “sométase toda persona a las autoridades superiores” (Romanos 13.l). “Recuérdales que se sujeten a los gobernantes y autoridades, que obedezcan, que estén dispuestos a toda buena obra” (Tito 3.l).
2. Una ciudadanía doble
El hijo de Dios tiene una obligación doble. Por una parte es ciudadano del país donde vive y por la otra es ciudadano del país celestial. Pablo, nativo de Tarso, en varias ocasiones se refirió a sí mismo como ciudadano romano. Pablo también era ciudadano del reino que “no es de este mundo” (Juan 18.36). A los Filipenses, Pablo les escribió: “Nuestra ciudadanía está en los cielos” (Filipenses 3.20).
3. Extranjeros y peregrinos
Aunque somos ciudadanos aquí, no debemos olvidar que no somos más que “extranjeros y peregrinos sobre la tierra” (Hebreos 11.13). Nosotros buscamos vivir en una ciudad “cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Hebreos 11.10). Reconociendo esta verdad podemos entender fácilmente cómo los apóstoles podían enseñar la sujeción a las autoridades, pero a la vez decir que los cristianos deben su primera lealtad a Dios. Ninguna ley terrenal los movía a desobedecer la ley superior de Dios. (Lea Hechos 5.25–29.) No obstante, los discípulos nunca ofrecieron resistencia alguna a su gobierno, escogiendo, en tiempos de persecución, sufrir como extranjeros.
La Biblia no enseña que la iglesia debe involucrarse en el gobierno para así influir en el mismo en beneficio de la obra de Dios. El gobierno está fuera del campo de trabajo de los cristianos. Su poder más fuerte está en la oración. Segunda de Pedro 2.8 se refiere a Lot como un hombre justo. No obstante, este hombre justo, que al parecer tenía influencia en los asuntos de Sodoma, fue incapaz de salvar la ciudad de la destrucción. Lot tenía menos influencia allí que su tío Abraham que sólo oraba por la ciudad. Cuando el Imperio Romano adoptó el cristianismo como la religión del estado, el mismo corrompió a la iglesia en lugar de la iglesia purificar al estado. Esto siempre sucede así. Es por eso que los verdaderos cristianos no se mezclan con la política del mundo. Sus esferas son totalmente diferentes. Tanto el gobierno como la iglesia marchan mejor si cada uno se dedica a la misión a la cual ha sido llamado por Dios. La idea de que el cristiano puede ayudar en la causa de la justicia al mezclarse en la política es un engaño.
4. Un poder edificador
Sin embargo, el cristiano sí tiene obligación hacia su gobierno y el gobierno recibe muchos beneficios de sus ciudadanos cristianos. Puesto que los cristianos son muy conscientes en el cumplimiento de la ley es por eso que el gobierno necesita muy poco de la policía, los tribunales o las cárceles para mantenerlos en orden. Los cristianos verdaderos son honrados, rectos, diligentes y sobrios; pagan sus impuestos y procuran vivir vidas intachables. El ciudadano cristiano siempre ejerce una influencia positiva en cualquier país que le dé refugio. La mayoría de las veces que una nación ha maltratado a sus cristianos le va mal de una forma u otra.
5. Un intercesor
Es un privilegio y un deber de cada cristiano orar por sus gobernantes y por todos los que están en autoridad: “Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia” (1 Timoteo 2.1–2). El beneficio es doble; tanto el gobierno recibe beneficio así como también el intercesor. En esto está el poder del cristiano; su oportunidad más grande es por medio de la oración. Bendita la nación que tiene dentro de sus fronteras un ejército de intercesores, porque sin dudas es el ejército más formidable que pueda tener cualquier nación. Bien se ha dicho que “la oración es el poder que mueve la Mano que gobierna al mundo”. Aboguemos por los ciudadanos cristianos que nunca dejen de orar a favor de su nación.