La doctrina del hombre
Escoger otro capítuloDios creó al hombre a su imagen y le dio la capacidad de razonar y de escoger a quien servir. Si escoge servir a Dios entonces las virtudes de Dios se perfeccionan en él. Si escoge servir al diablo entonces llega a ser más perverso y diabólico.
El hombre tiene una doble naturaleza, pues él es carne y espíritu. Por una parte, él es semejante a Dios; y por otra, es como los animales. El hombre tiene una voluntad al igual que Dios. Él también tiene un espíritu que goza de compañerismo espiritual y posee un alma que tiene una existencia eterna. Sin embargo, así como el cuerpo de los animales se enferma y muere también el cuerpo del hombre.
Cuando comparamos al hombre con Dios nos damos cuenta que el hombre es inferior a Dios en todo. Podemos expresar la diferencia de la siguiente manera: El hombre es finito; Dios es infinito. Aunque una persona se convierta al Señor siendo muy joven y le siga fielmente durante toda su vida esto no quiere decir que alcanzará la perfección de Dios en esta vida. No importa cuanto haya crecido espiritualmente, todavía puede seguir creciendo.
Cuando comparamos al hombre con los animales entonces vemos que él es superior a ellos en inteligencia, dominio y poder. Su capacidad, sea para el bien o para el mal, sobrepasa la de ellos. Mientras que los animales son gobernados por el instinto, el hombre puede razonar, lo cual le proporciona una esfera muy superior. Cuando un animal muere sólo queda un montón de estructuras óseas que vuelve al polvo. Cuando muere una persona su cuerpo vuelve al polvo mientras que el alma continúa existiendo para siempre. No obstante, cuando el hombre se somete al dominio de la carne entonces él cae en una profundidad de depravación desconocida aun entre los animales.
De modo que, la pregunta práctica con la cual nos enfrentamos a menudo es: ¿Nos arrastraremos como los animales en el polvo o moraremos, como Dios, en lugares celestiales?
CAPÍTULO 7
El hombre
“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1.27).
El salmista, meditando sobre la bondad y la misericordia de Dios, consideró la gran diferencia existente entre el Dios infinito y el hombre finito. Entonces exclamó diciendo: “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria?” (Salmo 8.4).
¿Qué es el hombre?
1. El hombre es una imagen finita del Dios infinito
Después que Dios creó todas las plantas y todos los animales todavía no existía una criatura que llevara su propia imagen. Por tanto, Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen” (Génesis1.26). El hombre, al igual que su Creador cuya imagen él lleva, es un ser compuesto. Cuando Dios dijo, “hagamos”, él se refirió a la trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. El hombre también es trino, pues tiene “espíritu, alma y cuerpo” (1 Tesalonicenses 5.23). Dios le dio al hombre una mente que lo capacita para dominar la tierra. Todos los atributos morales de Dios (véase el capítulo 1), los cuales Dios posee a la perfección, los dio al hombre hasta cierto punto. El hombre, aunque lleva la imagen de Dios, nunca puede ser igual a él porque Dios es perfecto e infinito en todo, mientras que el hombre es imperfecto y finito.
2. El hombre es distinto a las demás criaturas de la creación
Dios creó el mundo a fin de proveer un hogar para el hombre (Isaías 45.18). Dios le dio poder al hombre para enseñorearse de todos los animales y las plantas, y con el objetivo de que los utilice para sus necesidades físicas. Solamente el hombre posee un espíritu y puede comunicarse con su Creador. Dios va a rescatar solamente al hombre de esta tierra para vivir con él en la eternidad.
3. El hombre caído es la criatura más vil de la tierra
Las bestias del campo, las aves del cielo y los peces del mar están cumpliendo el propósito de Dios. Sólo el hombre ha traicionado a su Creador. En lugar de llevar la imagen de Dios, el hombre, por medio del pecado, llega a pensar y a comportarse peor que los animales. El hombre, en su estado caído, rechaza a Dios, blasfema de él, lo aborrece y se deleita en lo que Dios prohíbe. Debido a su desobediencia, el hombre se convierte en un hijo del diablo. (Lea Jeremías 17.9; Romanos 1.18–2.2.)
4. El hombre es el objeto del amor divino
Cuando pensamos en el estado depravado del hombre caído, y luego en lo que Dios ha hecho y está haciendo para su bien, nos maravillamos con el salmista, diciendo: “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria?” En esto se manifiestan la gracia, la bondad maravillosa y la infalible sabiduría de Dios. El hombre, aunque es depravado, posee un alma que Dios quiere salvar. Dios proveyó esta salvación al enviar a su Hijo al mundo. El amor del padre al hijo pródigo (Lucas 15) al velar y anhelar el regreso de su hijo rebelde es una pequeña ilustración del amor del Padre celestial hacia sus criaturas caídas. Él entregó a su Hijo unigénito como un sacrificio para lograr la redención y la restauración del hombre. Aquellos que son sensibles a esa gracia maravillosa verdaderamente pueden decir: “Le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4.19). (Lea también Juan 3.16–17; Romanos 5.1–8; 1 Juan 3.)
5. El hombre es el siervo de Dios
En el principio Dios puso al hombre “en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase” (Génesis 2.15). Aunque hay muchos hombres infieles que son siervos voluntarios del pecado, y no de Dios, hasta cierto punto todos los hombres son siervos de Dios. Los justos son siervos de Dios de forma voluntaria. En cambio, los injustos se convierten en siervos involuntarios de Dios cuando a él le agrada usarlos para cumplir sus planes. Existen varios ejemplos en la Biblia que demuestran lo anteriormente expuesto: Faraón, a quien Dios levantó para cumplir su promesa a los hijos de Israel; Nabucodonosor, a quien Dios usó para castigar al pueblo rebelde de Israel; Ciro, a quien Dios usó como su siervo para restaurar a Judá a la tierra prometida; y los hombres que tuvieron parte en la crucifixión de Cristo “por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios” (Hechos 2.23). Todos estos hombres fueron siervos involuntarios de Dios. Ya sea voluntaria e involuntariamente, constante e inconstantemente, todo hombre es siervo de Dios. Sin embargo, el hombre impío que sirve involuntariamente no tiene recompensa. Lea Hechos 1.18–25 en cuanto al fin de Judas. Con relación a los obedientes, lea Romanos 6.16.
El dominio del hombre
Dios le dio al hombre el dominio sobre toda la tierra cuando dijo: “Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Génesis 1.28). Este mandamiento obliga al hombre a:
“Fructificad y multiplicaos”: Desde el principio ha sido el plan perfecto de Dios que los humanos se casen y críen hijos. El hombre no tenía que pecar para cumplir este mandamiento. Dios instituyó el matrimonio con el objetivo que los hijos pudieran ser criados bajo la protección y la bendición de un hogar piadoso.
“Llenad la tierra, y sojuzgadla”: Es evidente que en la tierra había algún trabajo que hacer y algún territorio que ocupar. Recuerde que solamente existía una familia y un solo huerto donde habitar. ¡Cuán hermoso habría sido si todo el género humano hubiera permanecido fiel a Dios! Entonces toda la tierra con el tiempo hubiera sido un maravilloso paraíso de Dios; un lugar donde el hombre hubiera vivido en perfecta felicidad y todo hubiera estado sujeto a él. Pero como Satanás engañó al hombre esta sujeción nunca se ha llevado a cabo completamente.
“Señoread en los peces (…), en las aves (…), y en todas las bestias”: Dios entregó a los animales al dominio del hombre. Adán les puso nombre a todos. El dominio trae consigo la responsabilidad de la mayordomía. Dios quiere que el hombre haga uso de la creación para suplir sus necesidades físicas, pero no quiere que él abuse de la misma. La idea que el hombre debe tratar a los animales de igual a igual contradice este mandamiento.
Por tanto, Dios hizo provisiones para la felicidad y el bienestar del hombre en la creación. “Vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Génesis 1.31). Así fue hasta el día en que el tentador engañó al hombre, y éste pecó. La vida del hombre cambió completamente al no permanecer fiel al plan de Dios para su vida.