El lavatorio de los pies
Escoger otro capítuloCapítulo 39
“Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis” (Juan 13.17).
El lavatorio de los pies fue instituido por Cristo. ¿Por qué será que él nos mandó a lavarnos los pies? ¿Será porque no le gustaban los pies sucios? No. Él nos mandó a que nos laváramos los pies los unos a los otros para enseñarnos unos principios muy básicos de la vida cristiana: la humildad, la igualdad y el servicio mutuo. Y eso es lo que Dios quiere que recordemos cuando nos lavamos los pies con los hermanos.
El Nuevo Testamento se refiere dos veces al lavatorio de los pies de los santos. La primera se encuentra en Juan 13.1–17, donde Jesús mostró a sus discípulos cómo deben lavarse los pies los unos de los otros. La segunda se encuentra en 1 Timoteo 5.10, donde menciona “si ha lavado los pies de los santos” como un requisito que deben cumplir las viudas antes de ser puestas en la lista de ayuda eclesiástica. Pero estos no son los únicos lugares en la Biblia donde leemos acerca del lavatorio de los pies. Veamos algunos pasajes del Antiguo Testamento.
Lavatorios del Antiguo Testamento
Hay dos tipos de lavatorios de pies mencionados en el Antiguo Testamento: (1) el lavatorio tradicional y (2) el lavatorio ceremonial.
1. El lavatorio tradicional
Esta práctica común se menciona en Génesis 18.4; 19.2; 24.32; 43.24 y 2 Samuel 11.8. Esta costumbre fue conocida en los días de Cristo, como es evidente por su reprensión a Simón: “Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies” (Lucas 7.44). La costumbre en aquel tiempo era que los siervos lavaran los pies a las visitas. En nuestra cultura ya no existe esta costumbre.
2. El lavatorio ceremonial
El lavatorio ceremonial de los pies y las manos se menciona en Éxodo 30.17–21 y Éxodo 40.30–32. La primera cita tiene una lista de instrucciones específicas de Dios a Aarón y a sus hijos acerca de la ceremonia de purificación que tiene que ver con el lavatorio de las manos y de los pies. La segunda se refiere a la observancia de este mandamiento.
Juan 13.1–17
1. El ejemplo del Maestro (vv. 1–5)
Jesús se levantó de la cena, se quitó su manto, tomó una toalla y se la ciñó, puso agua en un lebrillo y lavó los pies de sus discípulos. En esta ocasión el maestro lavó los pies a los discípulos. Fue contrario a la costumbre.
2. La conversación con Pedro (vv. 6–11)
Cuando Jesús llegó a Pedro, éste le preguntó qué hacía pues lo que él hacía no era según la costumbre. Entonces al decirle Jesús que aquello era algo que él no comprendería al momento, Pedro replicó: “No me lavarás los pies jamás”. Cristo le dijo: “Si no te lavare, no tendrás parte conmigo”. A Jesús le preocupaba algo más que una simple limpieza de los pies. Cuando Pedro entendió que este lavatorio tenía que ver con su relación con Cristo entonces él quiso que no le lavaran sólo los pies, sino también las manos y la cabeza. Y en esta ocasión Cristo tampoco le concedió su petición; él quiso lavarle solamente los pies.
3. La explicación (vv. 12–17)
Luego de haber confrontado a Pedro, Cristo siguió lavando los pies de los discípulos. Después de esto se quitó la toalla, se puso su manto, se sentó y empezó a explicarles lo que había hecho. Los alabó por haberlo reconocido a él como Maestro y Señor; y ya que él, el Maestro y Señor, había lavado sus pies, ellos también debían lavarse los pies los unos a los otros. Él les había dado este ejemplo con ese mismo propósito. Al final, Cristo les dijo que ya que sabían estas cosas y habían visto su ejemplo entonces ellos serían bienaventurados si las hacían.
“Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis” (Juan 13.17).