La salvación en el cristianismo
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Somos salvos por la bondad y la gracia de Dios, y no por la bondad y la justicia del hombre. Esto pone la salvación al alcance de todo ser humano y nos impone una deuda eterna a causa de la dádiva preciosísima que Dios nos da al nosotros cumplir las condiciones necesarias.
Si estudiáramos la salvación desde el punto de vista humano, comenzaríamos con la fe; pero como Dios llevó a cabo nuestra redención aun desde la fundación del mundo entonces decidimos empezar con la obra de Dios en la expiación. Sin embargo, el orden de estos temas es más o menos arbitrario, pues no hay orden cronológico para su ubicación. Además, todos estos temas están tan estrechamente relacionados que ninguno de ellos puede excluirse del plan perfecto de Dios para la salvación.
Para una mejor descripción de la salvación, volvamos a la Biblia:
“Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros. Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna” (Tito 3.3–7).
En los nueve capítulos siguientes presentamos esta doctrina más detalladamente como lo enseña la Biblia.
Capítulo 24
La expiación
“Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación” (Romanos 5.10–11).
La expiación resumida
Una vez estuvimos muy lejos de Dios (Efesios 2.12–13). Cuando el hombre pecó, no solamente llegó a ser un ser pecaminoso, sino que estaba también sin recurso o auxilio para volver a Dios. Del hombre caído está escrito: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas” (Isaías 53.6). “Todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3.23). “La muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5.12). Ningún hombre pudo redimirse de su pecado al hacer las obras de la ley ni por su bondad humana (pues por naturaleza, no existe), ni por sus riquezas, ni aun por la obediencia estricta de la ley. El hombre estaba perdido; esa palabra resume toda la historia.
Pero Dios, quien creó al hombre a su propia semejanza, quiso que el hombre tuviera la oportunidad de resplandecer a la imagen suya en la eternidad. Por eso Dios proveyó para la expiación del pecado al enviar al mundo a su propio Hijo amado, Jesucristo. Jesús era el unigénito del Padre y como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo murió en la cruz para quitar el pecado del mundo (Juan 1.29). “Por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53.5). También dice: “porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10.14). Sólo por el poder de la sangre que derramó Jesucristo podemos tener vida espiritual.
La expiación es lo que Dios provee para reparar el efecto (que es la muerte espiritual) de nuestro pecado. Por medio de la misma él quita nuestramuerte y restaura su vida en nosotros.
El día de la expiación
Dios introdujo la expiación en el Antiguo Testamento. Un estudio de la expiación en ambos pactos es necesario para darnos un entendimiento amplio de esta doctrina.
1. El antiguo pacto
Los judíos celebraban un día de humillación nacional, guardando el décimo día del mes séptimo (Levítico 16; 23.26–27). En ese día confesaban sus pecados y ofrecían una ofrenda para la expiación de los mismos. Preparaban dos machos cabríos; mataban uno y sobre la cabeza del otro el sacerdote ponía los pecados del pueblo y lo enviaba al desierto. De esa manera los pecados de la gente les eran quitados. El cabrío llevó el pecado para lejos y los pecadores podían regresar a sus casas libertados del pecado.
La obra de estos animales expiaba el pecado porque era una sombra de la obra de Cristo como el Cordero de Dios. Su sufrimiento y muerte por el pecado del pueblo cumplieron todos los sacrificios judíos que jamás habían sido ofrecidos. “La ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan” (Hebreos 10.l). (Lea también Hebreos 9; 10.14).
2. El nuevo pacto
Como ya notamos, los sacrificios judíos sólo eran un símbolo del sacrificio perfecto, Jesucristo. El sacrificio perfecto de Cristo cumplió el propósito de los sacrificios que se ofrecieron bajo la ley, pues todos estos se cumplieron en él. Así la expiación del antiguo pacto introduce la del nuevo pacto, y la expiación del nuevo pacto cumple el símbolo (o sea, la sombra) del antiguo.
Nosotros hoy podemos pensar en nuestro día de expiación en dos sentidos: (1) Podemos meditar en el día en que Jesucristo estuvo colgado, ensangrentado en la cruz, donde “con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10.14). (2) Esta nueva época es un “día de expiación”, porque tenemos acceso continuo al altar de Cristo, nuestro gran sumo sacerdote. En cualquier momento podemos tomar la sangre de ese sacrificio para librarnos de nuestros pecados y volver a Dios regocijándonos, perdonados y sin pecado. La muerte de Cristo es nuestra esperanza eterna.
La muerte de Cristo
1. Nuestra propiciación
Al Cristo morir llegó a ser “la propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 2.2). Es decir, la sangre de Jesucristo es la vida que conquista nuestra muerte. Jesús es el que “Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre” (Romanos 3.25). Hemos sido reconciliados con Dios por la vida que hay en la sangre de Jesucristo. Por él la ira de Dios ha sido calmada, y ahora podemos acercarnos a Dios confiando que la nueva vida que él nos dio es suficiente para unirnos a Dios.
2. Nuestro Cordero
En el Antiguo Testamento Dios introdujo el principio que un inocente puede regalar su sangre a los culpables para proveer vida para los mismos. La vida quitaría la muerte del pecador. Dios dio la expiación a los sacerdotes para “llevar la iniquidad de la congregación, para que sean reconciliados delante de Jehová” (Levítico 10.17). En el día de la expiación el sacerdote ponía los pecados de la gente sobre la cabeza de un macho cabrío que más tarde era llevado al desierto (Levítico 16). Esto es una figura de las víctimas de los sacrificios que llevaban los pecados ajenos.
De la misma manera, Cristo, el Cordero de Dios inocente, murió a fin de proveer nueva vida para los culpables. Jesús puso “su vida en expiación por el pecado” (Isaías 53.10). “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5.21).
3. Nuestro abogado
La vida de Jesucristo en la tierra hizo posible que él se convirtiera en nuestro abogado en el cielo (Hebreos 2.16–18; 4.15). Luego de haber sido crucificado, él ascendió a la gloria y ahora está a la diestra del Padre como nuestro representante, intercesor y abogado. Esteban vio a Jesús que estaba a la diestra de Dios (Hechos 7.55–56). Cristo vive “siempre para interceder” (Hebreos 7.25) por todos los que por medio de él se acercan a Dios. “Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 2.1).
Algunas opiniones erróneas
Existen numerosas teorías relacionadas con la muerte de Cristo que pueden parecer buenas, pero que en realidad son contrarias a la doctrina de la expiación del pecado por medio de la sangre que derramó Jesucristo en la cruz. Veamos algunas de ellas:
1. Que Cristo sólo padeció la muerte de un mártir
La Biblia no se refiere a la muerte de Cristo como a la de un mártir. Cristo dijo claramente que él no iba a morir a la fuerza, sino que daría su vida voluntariamente (Juan 10.17–18). Y, además, él dijo por qué daría su vida “en rescate para muchos” (Marcos 10.45). Pedro dice que Cristo fue “entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios” (Hechos 2.23). Tal opinión de la muerte de Cristo puede producir mártires, pero no puede salvar a los pecadores. La muerte de Cristo significa mucho más que la muerte de un mártir. Significa la salvación de los pecados.
2. Que la muerte de Cristo sólo es un ejemplo de heroísmo
Si este hubiera sido el propósito de su muerte entonces, ciertamente, fue en vano.El valor de Cristo ha servido de inspiración a muchos de sus seguidores; pero su muerte no fue más heroica que el resto de su vida. El pecador necesita no sólo un ejemplo, sino la salvación. La gran obra de Cristo en la cruz fue la de la expiación, no del ejemplo. Su vida entera nos muestra un ejemplo perfecto del valor.
3. Que la muerte de Cristo fue un hecho casual
Hace algunos años yo leí una carta que pretendía ser escrita por Poncio Pilato. En esa carta Pilato declaraba que si hubiera tenido un día más para meditar en cuanto a su decisión él nunca hubiera permitido que Jesús fuera crucificado. Algunas personas contienden que la muerte trágica de Cristo fue algo casual y que la misma resultó por la combinación desafortunada de las circunstancias que trajeron el fin de su carrera. Si este hubiera sido el caso, entonces la mayor parte de la Biblia hubiera tenido que ser escrita nuevamente y la declaración de Cristo en cuanto a su poder (Mateo 26.53; 28.18) sería una mentira. Los muchos pasajes bíblicos que enseñan que su muerte fue necesaria para redimir al hombre también serían mentira si sólo murió por pura casualidad. Cristo fue “entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios” (Hechos 2.23).
4. Que Cristo sólo murió para mostrarle a la gente cuánto los amaba
Sin embargo, ya Dios había mostrado su amor hacia los hombres pecaminosos repetidas veces. Cada vez que la Biblia menciona acerca del amor de Dios al enviar a su Hijo para morir en la cruz por nosotros, también menciona acerca de la salvación: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3.16). “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 4.10). Hay muchas maneras en que Dios manifiesta su amor hacia los hombres, pero sólo hay una manera en que los redime de muerte espiritual: por medio de la sangre de Cristo.
5. Que en su muerte Cristo sufrió el castigo por nuestros pecados
Unos dicen que Jesús ocupó nuestro lugar voluntariamente como un pecador perdido y por eso recibió nuestro castigo de la muerte y el infierno. Pero la Biblia no dice tal cosa. Es cierto que la muerte resultó del pecado y que Cristo murió por el pecado. Pero él no tomó de las profundidades de la muerte, o sea, la muerte espiritual, sino él gustó la muerte por todos (Hebreos 2.9). No murió espiritualmente en el infierno, sino murió físicamente en la cruz, dando así su sangre para quitar el pecado de muchos.
Jesús no fue castigado como pecador, sino fue sacrificado como un cordero inocente. “Se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios” (Hebreos 9.14). Es erróneo creer que no queda castigo por nuestros pecados porque Cristo ya sufrió por lo mismo. No es que el castigo ha sido agotado, sino que la libertad ha sido logrado. “Tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Efesios 1.7).
Una prueba mediante la cual se debe probar cada teoría de la expiación es cuánta importancia atribuye esa teoría a la sangre de la cual tenemos que tomar para tener nueva vide.
La naturaleza de la muerte de Cristo
1. Fue por decreto divino
Cristo fue “entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios” (Hechos 2.23). Aquí se demuestra que este era el plan de Dios para la redención de los hombres pecaminosos.
2. Fue voluntaria
Cristo fue crucificado porque él se entregó a sí mismo al decreto divino. No fue porque los judíos o los romanos tenían más fuerza que él. (Lea Mateo 26.47–56; Juan 10.17–18; 18.4–11.) Los que ejecutaron a Jesús no se dieron cuenta de que por medio de ellos Dios se glorificó (Salmo 76.10). De esta forma ellos únicamente estaban cumpliendo el plan de Dios para que tanto ellos como muchos otros tuvieran acceso al poder limpiador de la sangre del Cordero de Dios.
3. Fue expiatoria
“La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1.7). En el manantial carmesí que fluyó de Jesucristo hay un poder limpiador para lavar los pecados de todos los que vienen a él por medio de la fe. Mirando hacia “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1.29), oramos: “Lávame, y seré más blanco que la nieve” (Salmo 51.7).
4. Fue por nosotros
Era el plan de Dios que padeciera “el justo por los injustos” (1 Pedro 3.18). De nada nos sirve la muerte de Jesucristo en la cruz si no creemos que él se ofreció por nosotros. “Él se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado” (Hebreos 9.26). Cualquiera que cree en él encuentra el perdón de sus pecados y es reconciliado con Dios.
5. Fue mediadora
“Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo” (Efesios 2.13). Por su muerte, Jesús nos reconcilia con Dios. “Es mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna” (Hebreos 9.15). (Lea también Efesios 2.12–19.)
6. Fue causa de padecimiento
“¿Quién ha creído a nuestro anunció? ¿y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová? Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca. Por cárcel y por juicio fue quitado; y su generación, ¿quién la contará? Porque fue cortado de la tierra de los vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido. Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca. Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento” (Isaías 53.1–10).
7. Fue gloriosa
Contemplemos al Hijo de Dios en la cruz. En medio de sus sufrimientos, él oró por sus enemigos. Jesús también le habló palabras de paz y perdón al ladrón a su lado. El Señor hizo provisiones para su madre y encomendó todo su ser al Padre. El poder maravilloso de Dios se manifestó al partirse las rocas, al temblar la tierra y al rasgarse en dos el velo del templo. Aquellas últimas tres horas de la crucifixión del Señor Jesucristo fueron tan maravillosas y extraordinarias que aun el centurión romano y sus compañeros exclamaron: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios” (Mateo 27.54). “Alaben la misericordia de Jehová, y sus maravillas para con los hijos de los hombres” (Salmo 107.8).
¿Quién se beneficia?
1. Dios incluyó a todos en su plan de salvación
La invitación de Dios se extiende a “todos los términos de la tierra” (Isaías 45.22) y la salvación es gratuita a “todo aquel que en él cree” (Juan 3.16). No es la voluntad de Dios que “ninguno perezca” (2 Pedro 3.9); pues Cristo se entregó “en rescate por todos” (1 Timoteo 2.6). Dios en su plan de salvación proveyó para la redención de todos los hombres en todo siglo, pues él “no hace acepción de personas” (Hechos 10.34). La comisión de Cristo a sus discípulos fue de ir y hacer “discípulos a todas las naciones” (Mateo 28.19).
2. La expiación del pecado beneficia solamente a los que creen
Aunque la expiación del pecado es para todos, la misma está disponible solamente para los que tienen la voluntad de aceptar las condiciones; porque la salvación no es obligatoria. La Biblia habla mucho acerca de que solamente los creyentes penitentes que aceptan a Jesucristo como su Salvador y Señor pueden ser salvos. Aclararemos este punto en los capítulos sobre La fe y El arrepentimiento.
Veamos este ejemplo: Un multimillonario hace un depósito enorme en un banco e invita a todos los endeudados a sacar de este fondo hasta que todas sus deudas estén completamente pagadas. Aunque la oferta es para “todo aquel que quiera” y todos tienen la oportunidad de salir de sus deudas, solamente los que se aprovechan de la oportunidad participarán de los beneficios de la oferta generosa. Así es con la redención. Solamente los que se aprovechan de la oportunidad llegarán a ser libertados de sus pecados.