El juicio
Escoger otro capítuloCapítulo 58
“Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9.27).
Una doctrina del Antiguo Testamento
David habla del tiempo cuando el Señor “viene a juzgar la tierra” (1 Crónicas 16.33) y dice que él “ha dispuesto su trono para juicio” (Salmo 9.7). También dice que él “vino a juzgar la tierra. Juzgará al mundo con justicia, y a los pueblos con su verdad” (Salmo 96.13). Salomón dice: “Al justo y al impío juzgará Dios” (Eclesiastés 3.17). Y para advertir a los jóvenes de los placeres pecaminosos, él dice: “Pero sabe, que sobre todas estas cosas te juzgará Dios” (Eclesiastés 11.9). De estas citas bíblicas concluimos que los escritores del Antiguo Testamento entendieron que hay una recompensa para los justos y un castigo para los impíos. Ellos sabían también que viene el día en que “los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados” (Daniel 12.2) y en que los malos recibirán el castigo que merecen.
Una doctrina del Nuevo Testamento
Cristo dice: “De toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio” (Mateo 12.36). Hablando del Espíritu Santo, él dice: “Convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16.8). En cuanto al significado del juicio de Dios para los impíos, él dice: “E irán éstos al castigo eterno”, y añade: “y los justos a la vida eterna” (Mateo 25.46).
Pablo proclamó esta doctrina en una manera clara y precisa. Félix se espantó cuando Pablo predicó “de la justicia, del dominio propio y del juicio venidero” (Hechos 24.25). Pablo también les escribió a los romanos: “Todos compareceremos ante el tribunal de Cristo” (Romanos 14.10). (Lea también 2 Corintios 5.10.)
Hebreos 10.27 dice que a los que pecan voluntariamente les espera “una horrenda expectación de juicio”. Este juicio no es solamente un golpe en la conciencia, como algunos lo interpretan, pues él les cuenta a la misma gente que “está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9.27).
Pedro también testifica del juicio de Dios sobre el mundo pecaminoso, diciendo: “Los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio” (2 Pedro 3.7). Judas habla del “juicio del gran día” (Judas 6). Y Juan, en su visión en la isla llamada Patmos, vio “a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras” (Apocalipsis 20.12).
Podemos resumir esta doctrina citando 2 Corintios 5.10: “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo”.
Es justo que Dios nos juzgue
Casi todo el mundo cree en alguna forma de juicio. Aun el ateo cree que a los criminales se les debe aplicar la justicia y se regocija cuando un criminal despiadado recibe su merecido.
En esta vida no siempre se recibe el castigo o el pago según los pecados o las virtudes de uno. Muchas veces los malos tienen buena salud, riqueza, placer, honor y todo lo demás, mientras que algunos que temen a Dios están afligidos, sufren dolor y enfermedad, y mueren en pobreza y necesidad. En la historia del hombre rico y Lázaro los dos no recibieron el pago por sus hechos en esta vida, pero después sí lo recibieron.
Los azotes y las aflicciones que nosotros los creyentes padecemos en este mundo no son siempre un castigo por el pecado, sino un toque del amor de Dios por nuestro propio bien o el de otros (Hebreos 12.1–13). Por ejemplo, los sufrimientos de Job no le fueron un castigo. Hay una gran diferencia entre la disciplina y la retribución. La primera sirve para corregir, mientras que la segunda es para castigar.
El juicio futuro confirma la justicia de Dios. La palabra de Dios y la justicia misma sostienen la doctrina de la retribución y la recompensa futura.
El juez
1. “El Padre (...) todo el juicio dio al Hijo” (Juan 5.22)
Jesucristo fue “despreciado y desechado entre los hombres” (Isaías 53.3). Fue clavado en la cruz y murió en deshonra y afrenta. Mas él resucitó triunfante sobre todo adversario, ascendió con majestad a la gloria y está a la diestra del Padre como abogado e intercesor de todos los que confían en él. Cuando se cumpla el tiempo él volverá para juzgar “a los vivos y a los muertos” (2 Timoteo 4.1).
2. Nuestro Juez es competente y digno en todo aspecto
Cristo es infinito en sabiduría, conocimiento y juicio. Él nunca cambia (Hebreos 13.8) y por eso es completamente digno de toda confianza. Él nos ha demostrado su amistad en que murió por nosotros. Por eso no tenemos que temer que él sea un Juez sin compasión. Él es perfecto en justicia, por eso de él no esperamos otra cosa que no sea pura justicia. Él es imparcial y por eso no hace acepción de personas. Este es el carácter del gran Juez delante de quien todos nosotros estaremos en pie. Si en esta vida somos prudentes y nos juzgamos a nosotros mismos de acuerdo con su palabra de verdad entonces podemos tener la seguridad de que en aquel gran día nuestro juicio será una alegría y no la sentencia de la muerte eterna por nuestros pecados (Mateo 25.34). Estamos muy agradecidos de que el asunto de decidir el destino eterno de cada humano está reservado para Aquel cuyo conocimiento es infinito y cuyo juicio es perfecto.
El juicio
1. Será según la ley y la evidencia
Cristo deja bien claro en su palabra que él no es un autócrata arbitrario que condena a quienquiera, sino que su misión en el mundo fue salvar a los hombres, no condenarlos (Juan 3.17; 12.47). Cuando él venga la segunda vez vendrá con el mismo corazón de amor porque es el mismo Amigo de la humanidad. Él juzgará según la palabra (Juan 12.48) y conforme a nuestros hechos (2 Corintios 5.10). Como un hombre en una corte justa es traído delante del tribunal para ser justificado o sentenciado según la ley y la evidencia, así también nuestra posición delante del gran Juez depende de cómo se compara nuestra vida con la palabra eterna de Dios. La ley está establecida para siempre (Salmo 119.89). El único punto que tendrá que decidirse es si somos inocentes o culpables ante la ley. Si hemos aceptado la gracia de Dios en Jesucristo, quedaremos justificados; si no hemos hecho esto, seremos condenados. Nosotros escogemos nuestro destino eterno. Por más misericordioso que sea un juez, la justicia demanda que todos los que ante él comparezcan para ser juzgados deberán ser declarados inocentes o culpables dependiendo de la ley y la evidencia.
2. Será para los ángeles caídos
“Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que arrojándolos al infierno los entregó (...) para ser reservados al juicio” (2 Pedro 2.4). Judas también testifica que “a los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los ha guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día” (Judas 6). En el fin los ángeles caídos tendrán el mismo destino que los hombres caídos. Ambos serán enviados “al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mateo 25.41).
3. Será para “todas las naciones” (Mateo 25.32)
Dios es “el Juez de todos” (Hebreos 12.23). Él no pasará por alto los pecados de ninguno ni tampoco favorecerá a ninguna nación o persona, porque “Dios no hace acepción de personas” (Hechos 10.34).
4. Será para “grandes y pequeños” (Apocalipsis 20.12)
Juan estaba en la isla llamada Patmos cuando vio una visión que le demostró claramente que el juicio será para todos, sean grandes o sean pequeños. En esa visión él vio que grandes y pequeños estaban de pie ante el trono de Dios. Los libros fueron abiertos y todas las personas fueron juzgadas. El conquistador, el rey, el siervo más humilde, el político, el estudiante, el analfabeto, el mendigo, el millonario, los viejos, los jóvenes... todos serán juzgados por la misma ley; todos serán juzgados con justicia. Dios juzgará el mundo sin distinción de raza, color, edad o posición social. El destino eterno de cada persona será determinado por lo que hizo con las bendiciones, los talentos y las oportunidades que Dios le dio mientras vivió en el cuerpo. “Porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá” (Lucas 12.48).
5. Será para “los vivos y (...) los muertos” (2 Timoteo 4.1)
En 1 Tesalonicenses 4.14–18 Pablo nos muestra una representación viva de cómo será para los justos que duerman y los justos que vivan cuando Cristo venga por segunda vez. Cuando él venga todos, los vivos y los muertos, serán juzgados según las obras hechas estando en el cuerpo.
6. Será para el justo y el impío (Eclesiastés 3.17)
No hay favoritismos con Dios. La diferencia entre los justos y los impíos es que el justo ha aceptado la expiación por medio de la sangre de Cristo y vive según su ley, mientras que el impío no la ha aceptado ni obedece a Cristo. Malaquías habla del “día de Jehová, grande y terrible” (Malaquías 4.5). La segunda venida de Cristo, la resurrección y el juicio venidero son cosas gloriosas para los justos, pero para los impíos estas cosas traen horror y tristeza. El futuro aterroriza a los impíos porque son culpables ante Dios. Cuando Juan estaba en la isla de Patmos oró así: “Amén; sí, ven, Señor Jesús” (Apocalipsis 22.20). Pero los impíos gimen y suspiran porque les queda “una horrenda expectación de juicio” (Hebreos 10.27). Muchos de ellos van a clamar a los montes y a las peñas: “Caed sobre nosotros” (Apocalipsis 6.16).
“Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz” (2 Pedro 3.14).