Los mártires de otro tiempo obedecieron
el mandamiento de Jesús: “Sígueme”.
Este mandamiento los conmovió a seguir
todas las enseñanzas de la Biblia. Para ellos,
esto significaba una vida completamente
rendida a Dios. Significaba pertenecer a la
hermandad bíblica. “La Biblia solamente” era
su lema en los tribunales, y así taparon las
bocas de los católicos romanos que añadían
y substraían libremente de las escrituras.
Los discípulos verdaderos siguen a Jesús
todavía. Cada uno sigue donde Jesús lo
guíe. Unos son quemados, unos ahogados,
y unos decapitados. Unos testifican del
evangelio en los palacios de reyes, mientras
que otros predican en los talleres sucios de
trabajo. No sabemos a dónde el Señor nos
va a llevar en la tierra, pero sabemos que
si le seguimos fielmente, al fin llegaremos
a las glorias del reino nuevo. “Pues tengo
por cierto que las aflicciones del tiempo
presente no son comparables con la gloria
venidera que en nosotros ha de manifestarse”
(Romanos 8.18).

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Lección 1

Lección 2

Lección 3

Lección 4

Lección 5

Lección 6

Lección 7

Lección 8

Lección 9

Lección 10

Lección 11

Lección 12

Lección 13

Prólogo

El mundo y la fe

      “Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Timoteo 3.12).

      Durante toda la historia del mundo, siempre ha costado caro ser fiel a Dios (Hebreos 11.36–38). En la era del Antiguo Testamento, los profetas que hablaron en el nombre del Señor fueron perseguidos. En la era cristiana muchos millares de cristianos han sido matados por su fe. Murieron como mártires todos los apóstoles del Señor, menos Juan.

      Primeramente, los judíos persiguieron a los cristianos. Después, los paganos del imperio romano hicieron lo mismo. Cuando los romanos se convirtieron al catolicismo, empezó una persecución nueva, de más de un milenio, dirigida por los papas de Roma.

      Desde el año 1650 algunos países han permitido libertad de conciencia, pero no fue hasta el siglo dieciocho que varios países comenzaron a incluir la libertad de cultos en sus constituciones.

      Aunque haya plena libertad de cultos en muchos lugares del mundo hoy en día, todavía existen países donde se prohibe el cristianismo verdadero.

 —Dallas Witmer

Reconocimientos

      El hermano Dallas Witmer, trabajando en la República Dominicana, escribió las primeras doce lecciones de La fe por la cual vale morir. Usó como fuente de información el libro grandote en inglés, Martyrs Mirror (“El espejo de los mártires”), publicado la primera vez por Thieleman Jansz van Braght en 1660.  Debemos, pues, nuestras gracias a Dallas Witmer, como también al finado hermano van Braght.

      Todas las historias del Martyrs Mirror usadas en esta obra han sido comparadas y modificadas según la Mennonite Encylopedia (Scottdale, Pennsylvania, 1972).

      Isaías Valenzuela Orduño, un hermano del estado de Sinaloa, México, revisó y ayudó en la traducción de algunas partes de la presente obra. Reconocemos también el trabajo de María Juana de Mejía, Pablo y Marcos Yóder, y Ernesto Strubhar. Pero este libro todavía no existiera si no fuera por la obra de Loida Yóder, nuestra cajista, quien la transformó de un bulto de notas sueltas a esta forma final.

      Además, debemos nuestras gracias a un carácter histórico bien raro: Jan Luyken. Este joven rebelde vivía entre los menonitas de los Países Bajos en el tiempo de van Braght. Cuando su padre murió, le dejó a Jan una herencia que éste usó para estudiar en el estudio de un artista y pintor famoso. Aprendió a pintar retratos.

      Después de la muerte de su padre, Jan no hacía caso a su madre menonita. Se emborrachaba e iba a los bailes. Escribió cantos sensuales para las cantinas de Amsterdam. Una colección de sus cantos fue publicado en 1671.

      Entonces, ya famoso en el mundo como artista y cantador, Jan se convirtió en 1673 a la edad de 24 años. Su vida cambió. Dejó las cantinas y sus compañeros borrachos. Dejó el licor y las prostitutas. Fue bautizado en la iglesia menonita de Amsterdam, y usó el resto de su dinero para comprar y destruir todos los ejemplares que pudo de su libro malo.

      Jan se hizo cristiano muy sincero y empezó a usar sus talentos para el Señor. En 1685 grabó en placas de cobre 104 dibujos para la segunda edición del libro grandote de Thieleman Jansz van Braght. De estas placas un publicador neerlandés hizo un libro... una colección de los dibujos de Jan Luyken.

      Hace pocos años un amigo mío, Amos B. Hoover, encontró este libro en un viaje a Europa. ¡Qué milagro! Después de 300 años, quién sabe cuántas guerras, y las grandes inundaciones de los Países Bajos en 1953, el libro estaba todavía en buena condición. El hermano Hoover lo compró y ahora está en su biblioteca, la Muddy Creek Farm Library, en Lancaster County, Pennsylvania, EE.UU. De esta copia original, un fototécnico, Park E. Duing, reprodujo los dibujos históricos que usamos en La fe por la cual vale morir. Debemos, pues, nuestras gracias a estos señores.

      Deseamos que por medio del producto final de estos trabajos, Dios te dé más ánimo de vivir según la fe por la cual vale morir.

—Peter Hoover

Introducción

La fe por la cual vale morir... es una fe que salva.

      En los días de Noé todos eran malos. Todos eran pecadores, festejando, emborrachándose, y viviendo en lujo inmoral. Nadie le hacía caso a Dios. Nadie se preocupaba de los mandamientos de Dios. Nadie... menos Noé.

      Noé era bueno. Dios habló a Noé porque Noé le hacía caso y le creía. “Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase; y por esa fe condenó el mundo, y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe” (Hebreos 11.7).

      El mundo fue malo y lleno de oscuridad.

      Pero Noé creyó a Dios, y fue salvo.

      Después del diluvio, muchos descendientes de Noé volvieron a la idolatría. Hicieron dioses de piedra y de barro. Los idólatras se congregaron en las llanuras de Sinar (el Irak actual), hasta que Dios los esparció “sobre la faz de toda la tierra” (Génesis 11.9). Pero en medio de esa idolatría en Sinar, vivió un hombre recto: Abraham.

      Dios le habló a Abraham porque Abraham le hacía caso y le creía. Por causa de su fe, Abraham obedeció a Dios. Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida (Hebreos 11.8–9). “Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia” (Romanos 4.3).

      El mundo fue malo y lleno de oscuridad.

      Pero Abraham creyó a Dios, y fue salvo.

      Los descendientes de Abraham llegaron a ser el pueblo de Israel. A veces los israelitas creyían a Dios y andaban en sus caminos. Pero fueron más las veces que mostraban su incredulidad con sus vidas pecaminosas y rebeldes. La inmundicia, las hechicerías, los pleitos, y la avaricia gobernaban sus vidas hasta que Dios mismo (en la persona de Jesús) vino a la tierra para hablarles.

      Unos pocos, los seguidores de Jesús, le hicieron caso a Dios. Creyeron a Dios, y por causa de su fe Dios los adoptó como hijos suyos (Gálatas 3.26). Por la fe llegaron a ser hijos de Dios, y como hijos, también herederos; “herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Romanos 8.16–17).

      El mundo fue malo y lleno de oscuridad.

      Pero los seguidores de Jesús (los primeros cristianos) creyeron a Dios y fueron salvos.

      Cuando la iglesia de Jesús era nueva todavía, casi todos sus miembros abandonaron la fe y volvieron a pecar. En el nombre de Jesús, millones de cristianos falsos mataron a sus enemigos, robaron a los pobres, persiguieron a los cristianos verdaderos, blasfemaron la verdad, y por fin inundaron a Europa en las Edades bárbaras.

      Durante ese tiempo oscuro, había pocos que mantuvieron su fe en Dios. Había pocos que llevaron la luz del evangelio de generación a generación. Pero, gracias a Dios, había algunos (quizás más de lo que sabemos). Al fin, en el tiempo de la Reforma, la iglesia de Jesús floreció y creció otra vez.

      Los que creyeron a Dios durante la Reforma lo obedecieron también. Vivieron vidas santas, y bautizaron con agua a los que creyeron en Jesús. Por esto recibieron el sobrenombre de anabaptistas (rebautizadores).

      La fe de los anabaptistas los mantuvo firmes en medio de grandes persecuciones. Por causa de su fe, los hermanos fueron degollados, quemados vivos, y descuartizados. Los enemigos de la fe ahogaron a las hermanas anabaptistas y las enterraron vivas. Pero por la fe estos mártires fueron librados “de la ira venidera” (1 Tesalonicenses 1.10). La fe les abrió los ojos (Hechos 26.18). La fe les dio herencia entre los santificados (Hechos 26.18). Por causa de su fe, nunca retrocedieron para perdición, sino obtuvieron el resultado de la fe, esto es, la salvación de su alma (Hebreos 10.38–39 y 1 Pedro 1.9).

      El mundo fue malo y lleno de oscuridad.

      Pero los anabaptistas creyeron a Dios, y fueron salvos.

      Han pasado más de cuatrocientos años desde la Reforma. Muchos descendientes de los anabaptistas junto con los descendientes de los “reformadores” han llegado a ser tibios y despreocupados en cuanto a su religión. Muchos ya no creen a Dios. Andan orgullosamente en los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida.

      Vivimos en una “edad bárbara”, en un tiempo muy malo y muy pecaminoso. Nuestra generación va rumbo al infierno. Pero Dios nos habla todavía. ¿Creemos lo que está diciendo? ¿Le estamos haciendo caso?

      No te olvides de esto:

      Noé creyó a Dios y fue salvo.

      Abraham creyó a Dios y fue salvo.

      Los primeros cristianos creyeron a Dios y fueron salvos.

      Los anabaptistas creyeron a Dios y fueron salvos.

      “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Marcos 16.16).

      ¿Cómo podemos demostrar que creemos a Dios?

La fe por la cual vale morir... es una fe que obra.

      Abraham creyó a Dios y su fe le fue contada por justicia (Romanos 4.3). Pero Abraham no solamente creyó. Demostró su fe por sus obras (Santiago 2.21–22). Nosotros, si creemos a Dios, somos hijos de Abraham y herederos del mundo con él (Romanos 4.13; Gálatas 3.28–29). Como Abraham, demostramos nuestra fe por las obras que hacemos.

      Muchos piensan que cuando uno cree a Dios, puede seguir en el pecado y ser salvo de todos modos. Pero esto es mentira del diablo. Si creemos a Dios, ya no seguiremos en el pecado. Dios ha dicho que todos los que pecan van al infierno. Si esto lo creemos, y si creemos que hay un infierno, ya no vamos a pecar.

      La Biblia dice que las obras que hacemos no nos pueden salvar (Efesios 2.8–9). Pero dice además que somos “creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2.10).

      “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ... ¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras? ... Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe.... Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta” (Santiago 2.14–26).

      Noé demostró su fe en Dios por hacer el arca.

      Abraham demostró su fe en Dios por sacrificar a su hijo.

      Los primeros cristianos demostraron su fe en Dios por evangelizar el mundo.

      Los anabaptistas demostraron su fe en Dios por escoger la muerte antes de desobedecer a Dios.

      ¿Cómo demostramos nosotros nuestra fe en Dios?

La fe por la cual vale morir... es una fe por la cual vale vivir.

      Hoy en día es muy fácil decir que uno “cree”. Por esto hay muchos creyentes falsos con una fe muerta (Santiago 2.26).

      Hace cuatro siglos, no era fácil creer a Dios. Si uno creía a Dios y le obedecía, era bien probable que perdiera su cabeza o que fuera quemado vivo. En aquel entonces nadie dijo que “creía” si no era cierto. La fe de entonces era más que una profesión. Los creyentes vivían por la fe y murieron por la fe. Aunque el camino de los fieles era peligroso, muchos creyeron a Dios... y la iglesia de Jesús floreció en medio de la persecución.

      En los siguientes estudios vamos a examinar la fe de aquellos creyentes. La fe por la cual valía morir es la fe por la cual vale vivir en nuestro día.

El cristianismo primitivo--Primitive Christianity--O cristianismo primitivo

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I exhort you that ye should earnestly contend for the faith which was once delivered unto the saints.  Jude 1:3

Me ha sido necesario escribiros amonestándoos que contendáis eficazmente por la fe que ha sido una vez dada á los santos. Judas 1.3

Tive por necessidade escrever-vos, e exortar-vos a batalhar pela fé que uma vez foi dada aos santos. Judas 1:3

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