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Dónde se encuentre la verdadera paz
Pedro: ¡Buen día, amigo! ¿Dónde has perdido y qué has visto y oído?
Juan: He estado de viaje por todo el mundo, en búsqueda de la Ciudad La Paz. ¿Sabes qué? ¡Por fin la hallé!
Pedro: ¿Verdad? Has de contarme todo, porque yo no he visto nada sino contiendas por todos lados. Cada pueblo y ciudad que yo conozco están altercándose con sus vecinos. ¿Es posible que haya un lugar en este mundo como Ciudad La Paz, dónde no hay riñas?
Juan: ¡Claro que sí! Lo sorprendente es que muy pocos están enterados de su existencia, pese a que muchos pasan muy cerca de ella sin verla o percibir que algo está ocurriendo dentro de sus paredes.
Pedro: ¿Por qué no se dan cuenta?
Juan: La entrada a la ciudad es tan baja y estrecha[1] que muy pocas personas se dan cuenta de ella. Es más, la carretera que pasa por allí es tan ancha y traficada, y con tantos comercios a lado, que la mayoría de los viajeros no se percatan del camino que sale para Ciudad La Paz. Todo que el hombre desea para entretenerse—comida y hospedaje—está a su alcance en los comercios al lado de la carretera, que muy pocos son los que pensaran en la Ciudad La Paz o lo que ella ofrece a la raza humana.
Es más, para entrar a Ciudad La Paz hay que cambiar los vestidos y vestirse de otro modo, porque todo lo mundano tiene que quedarse afuera. Muchos no quieren nada de eso. La entrada es demasiada estrecha para permitir algo del mundo.[2]
Desde afuera, Ciudad La Paz luce un aspecto ordinario, sin distintivos y sin algo atractivo. Pero adentro, ¡todo se cambia![3] Nunca he hallado un lugar tan deseado y tranquilo.
Construido de piedras vivas[4] y fundado sobre una roca inmóvil[5], no hay inundación, ni tempestad o terremoto que puedan mover o sacudir la ciudad. Aunque la mar se levante contra ella, no se rendiría aquella ciudad. ¡Me quedé atónito al hallar un lugar tan asegurado y bonito en esta tierra!
Pedro: ¿Cómo es la gente de allí, y qué clase de rey tiene?
Juan: ¡Te digo que mi visita a Ciudad La Paz fue como si yo visitara a otro mundo! Todos los lugareños fueron humildes y amistosos.[6] Las personas más importantes parecían como los más mansos de todos.[7] No se pelean allí, y su rey es el Rey de Salem, el Príncipe de Paz.[8]
Pedro: Todo suena maravilloso, pero ¿qué pasa cuando haya carencia y se viera la necesidad de compartir bienes materiales o cuando se repartiera una herencia? ¿Lo cumplen sin discutir o pelear?
Juan: Tienes que experimentarlo para creerlo. El rey ha escrito un mandamiento en sus corazones, “Aman al prójimo tuyo como te amas a ti mismo”.[9] Ellos están tan celosos para guardar este mandato y lo cumplen tan fielmente[10] que ¡lo único que les hacen quejarse es el recibir demasiado![11]
Pedro: Pero han de ser codiciosos entre ellos, quienes siempre andan buscando ganar el más y lo mejor.
Juan: De veras, no hay. Los codiciosos no pueden pasar por la estrecha puerta de Ciudad La Paz con sus pertenencias que han acumulado.[12]
Pedro: ¿Qué ocurriría si alguien se convirtiera en codicioso luego en la ciudad?
Juan: Hay codiciosos que se dicen ser ciudadanos de la Ciudad La Paz, pero todo el mundo se percata inmediatamente de su engaño y mentira, y tal propaganda queda inválida.
Solo los lavados en la sangre del Cordero pertenecen a Ciudad La Paz.[14] De igual modo, solo los obedientes de los mandatos del Rey pueden residir en la Ciudad. El rey fue tan alejado del egoísmo que dejó todo lo que tenía para comprarla y edificarla. Tan abnegado es que dejó todo su riqueza personal y llegó a ser tan empobrecido que ni siquiera tenía lugar para recostar su cabeza.[15] Tan distinto es Él de otros reyes que aumentan impuestos y roban a la gente, que dio su vida para la gente de la ciudad, por amor a ellos. Él les obsequia cosas maravillosas y riquísimas—el tesoro de la vida eterna—pero escondidas de los ojos del mundo.[16]
Pedro: Pero, ¿Inquiere y se da cuenta el rey de lo que hacen los ciudadanos de su reino?
Juan: ¡Claro! Él tiene ojos como fuego[17] que son capaces de escudriñar el corazón de sus siervos. Nadie le puede pasar algo bajo la mesa o engañarle con palabras suaves. El Rey es tan enemigo de la avaricia que Él dio todo por ellos[18] y nadie puede andar con Él sin renunciar a la avaricia—junto con la hipocresía, el odio encubierto, la traición, la intolerancia, el orgullo espiritual y la auto-justicia. Todo eso no tiene nada que de ver con Ciudad La Paz.[19]
Pedro: Todo suena maravilloso, pero tengo que decir que estoy en dudo. En cada comunidad, pueblo o ciudad que yo conozco, no he visto nada sino la gente procurando a enriquecerse y agradarse a sí misma. Cada cual se agarra a su propio y se mantiene firme en sus derechos. ¿Van al pleito los ciudadanos de Ciudad La Paz el uno contra el otro? Como sabes, todos—ambos los hombres y las mujeres—se riñen a veces.
Juan: ¡Ni surge la idea en la mente de los ciudadanos de Ciudad La Paz de reclamar para bienes materiales o peor hacer pleitos! No demandan para el mejor tampoco para sus derechos humanos. Mas bien, hacen como su Rey les ha enseñado: si alguien les pide el abrigo, le obsequian la camisa también.[20] Cada cuestión de lo material se resuelva en el dar y el rendirse.[21] Quién anduviera este camino encuentra tal descanso para el alma[22] que ¡si tú pudieras verlo o sentirlo, de inmediato tú también te emigrarías para allí![23]
Pedro: ¡Mira! Yo puedo percibir el final de todo ello. Muy pronto yo no tendría nada. ¿Qué clase de descanso sería eso?
Juan: Esa es exactamente la razón por la cual tan pocos deciden no entrar a Ciudad La Paz. Tienen miedo de la pobreza y la pérdida de sus bienes personales.[24] Pero esos no ven todo el cuadro. Ante de todo, el mirar de ellos está fijo en lo material, no en el bienestar espiritual.[25] De ahí pasan a hacer luz de las tinieblas y dicen mal a lo bueno, y vice versa.[26] La mayoría se agarra aferrándose a esos temores y malentendidos que nunca se convierten y quedan en el mundo. La verdad es que ellos se aman a sí mismos más que amar a Dios. Debido a su oscurecido entender, se convencen que son de clara visión cuando de hecho son invidentes. El tenedor de auto-gobierno les ha sacado el ojo derecho[27], y debido a ello se piensan que no hay peligro en confiar en la riqueza mundanal.[28] Pero la misma cosa en que confían es la que les empuja a la confusión y desesperanza,[29] y su seguro mayor se convierte en su desastre mayor.[30] El montón de riqueza que se han acumulado al final les trae nada menos que dolor de corazón.
Pedro: Pero, Juan, tú sabes que la persona tiene que ahorrar para el futuro para tener paz de mente y corazón. ¿Cuánto aprecio le asigna la sociedad al hombre que ni siquiera es dueño de la casa en que vive?
Juan: Tú hablas el hablar del mundo, Pedro. Los que confían en la seguridad que ofrece el dinero dan homenaje a un ídolo[31]—un imponente pero terrible ídolo igual al de Nabucodonosor, quien ordenó que todos se postraran ante aquella imagen. Casi la totalidad del mundo hoy adora el dios de dinero (Mammón), pero te aseguro que mientras te confíes en el dinero no te liberarás de problemas, ansiedad, preocupaciones y dolor.[32] Debido a la confianza que las personas ponen en el dinero, el mismo ha llegado a ser la raíz de las riñas, peleas, pleitos, odios, celos y avaricias en este mundo.[33] Los que aman el dinero se dan prisa para vender y comprar para el beneficio mezquino. Ellos mienten y estafan, procurando de cualquier manera ganarse del otro. El dios que sirven, el dios dorado, les impulsa todo el día a la enervación y la ansiedad.[34]
Pedro: Muy bien, Juan. Pero dime a las claras, ¿la gente de Ciudad La Paz nunca se acumulan nada de riqueza? ¿Cómo pudieran auxiliar a los necesitados si no tienen nada ellos mismos?
Juan: Ellos no se acumulan riquezas mundanas, pero sí pueden socorrer a los pobres a razón de la bendición divina que rodea a los justos que se contenten con lo poco.[35] Ellos siguen en los pasos del Rey quien les enseña a no hacer tesoros en la tierra donde los ladrones minan y hurtan.[36] Debido a que no viven lujosamente, les sobra suficiente para compartir con los pobres. Ellos toman muy en serio a su Rey cuando él les dice que es más fácil que un camello pasara por el ojo de una aguja que el hombre rico entrase al reino de Dios.[37]
Dios les consuela y está a la par del pobre que confiara en él. Dios les aumenta el lo poco que tienen para que ellos siempre puedan gustarse de la dulzura de las riquezas celestiales, y no de lo que este mundo les ofreciera.[38]
Los habitantes de Ciudad La Paz se guardan de asociarse con los que erróneamente pensaran que la ganancia económica fuera la bendición divina [39]. Lo que anteriormente fue estimado ahora se considera como tierra y basura [40] en comparación con la mucha mayor bendición que es la gracia divina. Debido a que no han traído nada al mundo, no tiene la expectativa de llevar algo de él. Con abrigo y sustancia están contentos, pues comprenden que el deseoso de riquezas cae prendido en la trampa de muchos deseos los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición.
No hallé ni a un verdadero ciudadano de Ciudad La Paz que se amontaba riquezas mundanales para sí. Pero lo que sí vi fue a todos compartiendo el uno con el otro. Si Dios bendecía sus labores y les sobrara algo, lo contaron como de Dios, no de ellos mismos, y así lo manejaban. A razón de ello, no estaban envueltos el corazón ni cegados los ojos con esa riqueza pasajera.[41] Su tesoro está en el cielo, donde también están escritos sus nombres en el libro de la vida—y eso es únicamente lo que buscan.[42]
Pedro: Todo eso es bueno. Pero ¿qué ocurre cuando uno de ellos tiene muchos hijos menores, está con escasos ingresos económicos, no tiene capital para invertir y llegan tiempos difíciles? ¿O bien llega la enfermedad o discapacidad física y ya no pueden trabajar? ¿Es posible comer o dormir bien de sus altas ideas y nociones utópicas?
Juan: Amigo Pedro, ¡tú no te puedes imaginar del maravilloso y perfecto apoyo que reciben los ciudadanos de sus compañeros! Reciben mejor sostén que recibieran si todos tuvieron cajones de oro [43], ¡pues su guardián es Dios mismo de quién pertenece la tierra y todo que está en ella! Dios les cuida y pone sus santos ángeles alrededor para protegerles en todo tiempo. No les ocurre que no sea para su mejoría. Los ricos de este mundo son codiciosos, ansiosos y afanados por muchas cosas, pero los que confían en Dios viven en perfecta paz.[44]
Pedro: Es verdad. Se dice que los ángeles nos vigilan, pero uno no puede ver a los ángeles y yo no podría sentirme tranquilo sin tener bienes materiales ni nada visible para darme consuelo.
Juan: ¡Qué palabras tan avergonzadas, Pedro! ¿Realmente opinas que es más seguro confiar en tu oro y pertenencias que confiar en Dios? ¡Esa es la actuación de los paganos y infieles![45] Sé razonable y escúchame: Los ciudadanos de Ciudad La Paz tiene un Rey magnífico que cuida toda criatura viva—cada animal, cada ave en el cielo, cada pez en el mar y hasta las flores del campo. Entonces, ¿por qué no cuidaría a sus hijos, quienes le pertenecen personalmente?[46]
Si ello no fuera suficiente, el Rey se ha compactado con ellos en la siguiente forma: “No les desampararé, ni les dejaré”.[47] Echen toda ansiedad sobre Mí, y les cuidaré.[48] Busquen primero el reino de Dios y todo se les añadirá. Yo les seré Padre y ustedes me serán hijos e hijas.[49] ¿Qué opinas, Pedro? ¿Abandonaría un padre tan poderoso a sus hijos o les dejaría llegar la ruina? ¡Imposible es!
Pedro: Bueno, es muy posible que sea el caso.
Juan: No es una mera posibilidad. Dios dice, “Aunque una madre abandonara a su hijo, yo nunca les desampararé ni les abandonaré.”[51] Mira como Dios le alimentó a Elías por medio de los cuervos, como le cuidó a Daniel en el foso de los leones, los tres varones en el horno ardiente y muchos otros más que en Él confían.[52] Con esta misma confianza los residentes de Ciudad La Paz no tiene nada de temer ni preocuparse. Ni la pobreza, ni los incidentes ni la enfermedad les pueden aterrizar.[53]
Pedro: Me has reprendido contundente, Juan, y lo acepto. Pero tengo una más inquietud. Tú hablas tan confiado, como si Dios te regalaría cualquier cosa que te hace falte. ¿Qué quiere decir eso? ¿Puedes tú echarte en la hamaca y decir “Dios me va a proveer todo”?
Juan: Ay, Pedro. ¡Eres un poco atrasado de cabeza! ¿Realmente piensas que somos lo suficiente necios para tentar a Dios? ¿Crees que Dios nos creara para vivir flojos, sin hacer nada?
Dios creó el sol, la luna, las estrellas, los cuatro cientos, el verano y el invierno y ordenó todo.[54] Luego hizo al hombre en su propio imagen, no para andar de aquí para allá mirando a todo, sino para cuidar todo lo creado. A razón de eso, no vas a hallar ni ociosos ni flojos en Ciudad La Paz. Cada quien ve lo que hay a cumplir y lo cumple con seriedad.[55] Es más, trabaja con las manos con quietud, haciendo lo bueno,[56] pero no de una manera que les enredara con el mundo. Siempre lleva en el frente las promesas de Dios y escogen la clase de trabajo que ayuda a los demás, no una carrera para ganancia personal.
Nada de ambición egoísta tampoco imperios personales se halla en Ciudad La Paz, donde todos viven para Dios y para los demás. Todos se alejan de comidas lujosas e innecesarias, la glotonería, borrachería y la ropa costosa, además de aparatos que no sirvan de utilidad. Están ellos tan apartado del malgasto de tiempo y dinero y de la lujuria que rehúsan adornar a sus casas y gastar dinero en lo vano.[57] No es justo que los hijos de Dios viven con orgullo, pues no es posible que un corazón recto y humilde produzca frutos de orgullo. El Rey de Ciudad La Paz se comporta humilde y todos los sujetos a él quieren imitarle en todo.[58]
Los que andan según los deseos de la carne tiene que trabajar mucho más para satisfacer sus propias codicias. Debido a eso, no tienen suficiente tiempo para hacer tesoros en el cielo.[59]
Los peregrinos que sí han fijados los ojos en nada sino llegar a un destino más allá de esta vida presente, nunca se cargan ni atan a los pies con muchas pertenencias.[60] Se alejan del necio lujo. Ropa sencilla sin adornos, casas modestas y están contentos con lo necesario, así viven. Aunque se redujera a vivir de solo pan y agua, todavía se regocijaría para poder servir al Rey.[61] De hecho, le alabarían más entusiasmados que los que procuran llenarse a diaria con lo que este mundo ofrece, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza.[62]
Como hizo David, los residentes de Ciudad La Paz dicen, “Señor, ¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra. Aunque muera yo en mi humanidad, tú eres mi lugar y mi consuelo para siempre.”[63]
Pedro: Lo comprendo cabalmente, Juan, que los que se contentan con lo poco viven con más quietud. Pero para ser respetado la persona no puede andar como mendigo, vagabundo o indigente. ¿Cómo podría yo entretener a mis amigos y los visitantes si no tendría ni dónde hospedarles ni nada para alimentarles? ¿Con qué podría vestirme con decencia o presentarme con honradez a la sociedad? Yo pienso que es normal y justo posesionar una cantidad moderada de riqueza, si la persona lo usa debidamente. ¿Quieres decir que ni hay una persona en Ciudad La Paz que tenga ni una moneda más que se requiere este mismo momento?
Juan: Pedro, me parece que tú aún miras a todo por los ojos de este mundo pasajero. Ves únicamente lo temporal y insignificante. Hasta la hora, no has visto todo el cuadro de lo eterno.[64] Buscas todavía el poder y prestigio que el dinero ofrece. Tú prefieres sentarse a la mesa del rico que asociarte con Lázaro fuera del portón.[65] Sí, deseas ser “honrado y de buen nombre” como Pablo escribe en Filipenses 4.8, pero pasando por alto “lo que es verdadero” en este mismo versículo.
La verdad se encuentra únicamente dentro del genuino compañerismo con Jesús; y tú sabes su manera de vivir en la tierra, y dónde solía radicar.
En cuanto a la otra cuestión que me formaste: sí, hay gente en Ciudad La Paz que llevan más responsabilidad que los otros. Algunos están encomendados de bienes materiales, pero no se aferran a lo que cuidan, ni le dicen “Es mío”. Si el Rey les pidiera algo o si se viera una carencia entre ellos, se regocijan en suplir lo faltante. No mayordomo dice de lo que le es encargado: “¡Este es mío! Yo puedo hacer con este lo que quiera yo.” Muy al contrario, ellos reconocen que todas sus pertenencias realmente le pertenecen a Dios y a quien quiera que sufre escasez alguna. En todo, no confían en riquezas terrenales, pero en Dios que les regaló todo.[67] Posesionan todo como si no lo posesionara,[68] y a través de una diseminación cordial y liberal a sus hermanos y hermanas, hacen tesoros en el cielo. Cumpliendo ello, reciben cien veces más en esta tierra y la promesa de la vida eterna.[69]
Aunque no tuvieron tal promesa, lo cumplirían solo por amor a su Rey quien les compró al precio de su propia sangre.[70] Este fuego de amor consume a la gente de Ciudad La Paz, junto con todo sus pertenencias y su ser.[71]
Pedro: ¡Excelente! Pero ¿quieres decir que nadie en Ciudad La Paz nunca se preocupa de llegar a la indigencia por medio de tal liberalidad?
Juan: No, Pedro, los residentes de Ciudad La Paz han identificado a sus enemigos y les evaden categóricamente. Esos enemigos son nombrado señor Temor-de-la-pobreza, señor Preocuparse-del-futuro, señor Avaro y señor Amor-del-oro.[72] Esos cuatros se presentan como varones razonables y vienen cada rato para dar ominosos avisos a la gente de Ciudad La Paz. Ellos procuran nublar la robusta fe de los residentes con la cortina de la razonabilidad. Sin embargo, ellos no andan confiando en Dios y la gente de Ciudad La Paz lo comprende. Esos residentes de la ciudad son mansos como paloma pero astutos como serpiente y no permiten que aquellos “razonables” les desvíen.[73]
Esos cuatro hombres, señor Temor-de-la-pobreza, señor Preocuparse-del-futuro, señor Avaro y señor Amor-del-oro, son ladrones y desean sobre todo robar a los demás de su sencilla fe en Dios. Pero la gente de Ciudad La Paz han ungido los ojos con colirio y no se decepcionan.[74]
Pedro: Muy bien. Pero razonemos un ratito. Pueden llegar tiempos graves. Podemos enfermarnos. Cualquier gravedad puede tumbarnos. Por eso, es razonable ahorrar para el futuro. Todos sabemos que se considera honorable y justo posesionar cosas materiales. Hasta la Biblia misma dice que es más bienaventurado dar que recibir y el que no provee para los suyos es peor que infiel. ¿No sería necio desvestirse a sí mismo para vestir al otro? ¡Seas sensato y pensarlo bien!
Juan: Temo, amado Pedro, que el espíritu de este mundo te haya cegado. ¿Sería justo dejar a ayudar a los necesitados solo para amontonarse dinero para lo posible de mañana, que quizás nunca venga? ¿Para asegurarse de incidentes y perdidas que no han llegado y quizás nunca lleguen? Claro, pueden venir circunstancias difíciles. Pero en aquellos tiempos son los pobres que sufren más. Creo que otro enemigo te haya enredado—ese enemigo se llama señor Deseo-mucho.
El señor Deseo-mucho siempre se fija en lo que él mismo necesita y el porqué no se le conviene compartir con los otros en la actualidad. Ese señor tiene un gusto muy grande y siempre está en busca de algo nuevo para comer, vestirse, hacer lucir sus pertenencias o mejorar sus bienes. Pero el mismo señor Deseo-mucho es el responsable de crear las injusticias sociales, las cuales dejan la mayoría en la pobreza a razón de la avaricia y la vida lujosa de los pocos.
La gente de Ciudad La Paz expulsaron hace mucho tiempo al señor Deseo-mucho, y el señor Amor-de-la-misericordia le ha reemplazado. Debido a ello, Dios también les ha concedido la misericordia.[75]
Tú dices que se puede enfermar. Es verdad. Pero Pedro, ¡me parece que tiras al suelo tu confianza en Dios!
Los residentes de Ciudad La Paz comprenden que cualquier incidente indeseado les pueda agarrar, pero no temen a razón del versículo que dice “Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, Ni estuvo en camino de pecadores, Ni en silla de escarnecedores se ha sentado; Sino que en la ley de Jehová está su delicia, Y en su ley medita de día y de noche. Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae.”[76] Así, Pedro, la gente de Ciudad La Paz pasan por todo que viene con Dios, pese a que las circunstancia estén a veces contrarias.
Tú dices que más bienaventurado es dar que recibir. En esto estás correcto, y los habitantes de Ciudad La Paz lo reconocen. Por esta misma razón ellos regalan a Dios y a los necesitados en su alrededor. Pero la persona no es capaz dar en cada ocasión. A veces a Dios le agrada que nosotros tengamos a recibir y hemos de ser lo suficiente humildes para cumplirlo con gracia. En todo debemos decir igual que dijo Job: “El Señor ha dado, el Señor ha quitado. Bendito sea el nombre de Dios.”
Tú haces mención de nuestra responsabilidad de cuidar a los nuestros. En eso la gente de Ciudad La Paz se esfuerzan para cumplir. Asumen muy en serio la responsabilidad de padres y madres de criar a los hijos en disciplina y amonestación del Señor, enseñándoles sobre todo a seguir en las pisadas del Rey en la humildad, la abnegación y el amor. Ellos enseñan a los hijos a usar con sabiduría el tiempo y no malgastarlo en búsqueda de vanidades. De igual modo, les entrenan en cómo crucificar el deseo de las baldías para que tengan la capacidad de ayudar a los otros. Cada familia de Ciudad La Paz prefiere comer pan seco que hacer fiesta en una casa llena de carne donde reinan las riñas y la división.[77]
Todo afán en Ciudad La Paz se centra en edificar a la comunidad de los santos, que es la casa de Dios. Todos los residentes con gozo sufren desperdicios para que los otros puedan vestirse y comer. Cumpliendo esto, hallan contentamiento perfecto. Su conciencia está limpia y andan con paz en el alma.[78]
—Pedro Pietersz van de Rijp, 1625 d.c.
[1] Esdras 7:7, Mateo 7:14[2] Lucas 13:22, Gálatas 5:20, Efesios 4:22, Colosenses 3:8
[3] Hechos 1:2, 1 Pedro 2:5
[4] 1 Corintios 3:11
[5] Salmo 46:4
[6] Gálatas 5:22
[7] Mateo 3:11, 1 Corintios 15:8
[8] Daniel 7:27, Lucas 1:29
[9] Mateo 22:38
[10] Romanos 13:9, 1 Corintios 13
[11] Filipenses 2:4
[12] Efesios 5:5
[13] Mateo 19:22, 1 Timoteo 6:10, Colosenses 3:5
[14] Gálatas 3:27, 2:21
[15] Mateo 8:20
[16] Efesios 1:11, Colosenses 1:3, Hechos 1:11, Marcos 16:19, Juan 14:5
[17] Apocalipsis 1 and 2
[18] Filipenses 2:5, Salmo 15:6, 24:4, 1 Tesalonicenses 5:24
[19] Mateo 23:26, 2 Samuel 20:9, 1 Corintios 14:4, Lucas 18:11, Deuteronomio 10:3
[20] Mateo 5:40
[21] 1 Corintios 6:7, Romanos 12:12, Proverbios 9:6
[22] Mateo 11:29
[23] Santiago 3:16, 1 Corintios 6:7
[24] Efesios 4:28
[25] Josué 5:8
[26] Juan 3:19, 2 Pedro 2:13
[27] Juan 9:4
[28] Jeremías 17:5
[29] Lucas 12:19
[30] Lucas 6:25
[31] Mateo 6:24, Lucas 12:19
[32] 1 Timoteo 6:9
[33] Eclesiastés 31:6, 1 Corintios 6:6
[34] Amos 8:5, Eclesiastés 35:6
[35] 2 Corintios 8:10
[36] Mateo 6:19, Lucas 12:23
[37] Marcos 10:23, Mateo 19:23
[38] Colosenses 3:2
[39] 1 Timoteo 6:5
[40] Filipenses 3:7
[41] Salmo 24:1, 50:10, Lucas 16:1, Salmo 62:11, Mateo 6:11, Eclesiastés 29:11, 31:8
[42] Lucas 12:33, Filipenses 3:20, Lucas 10:20, Filipenses 5:3
[43] Zacarías 2:5
[44] Salmo 55:3, 121:4, 34:8, 11
[45] Job 31:24, Lucas 12:20, Mateo 6:32
[46] Mateo 6:26
[47] Hebreos 13:5
[48] 1 Pedro 5:7, Salmo 55:23
[49] 2 Corintios 6:18
[50] Isaías 40:15
[51] Salmo 37:5, Mateo 14
[52] Juan 6:13, Hebreos 11:1, Salmo 46:2
[53] Salmo 3:9, 23, 73:25
[54] Salmo 19:2, 148.6
[55] 2 Tesalonicenses 3:11, Efesios 4:38
[56] 1 Corintios 9, 2 Tesalonicenses 3:12
[57] Tito 2:12, 1 Pedro 3:3, 1 Timoteo 2:9
[58] Mateo 11:29
[59] Filipenses 2:7, Mateo 11:27, 22:5
[60] Lucas 14:18, 1 Juan 2:16
[61] Filipenses 4:11
[62] Filipenses 3:19, Romanos 19:8
[63] Salmo 73:25
[64] 2 Corintios 4:16-18, Hebreos 11
[65] Lucas 16
[66] Lucas 9:58
[67] 1 Timoteo 6:17
[68] 2 Corintios 9:7, 1 Corintios 7:30
[69] Mateo 5: 17, 19:29
[70] 2 Corintios 5:14, Apocalipsis 1:5, 1 Pedro 1:19
[71] Hebreos 2:12, 1 Juan 4:6-8
[72] Mateo 6:31, Lucas 12:30, Eclesiastés 31:5
[73] Mateo 10:16, 24:4
[74] Apocalipsis 3:18
[75] 2 Corintios 8:12
[76] Jeremías 17:7, Salmo 1:3
[77] Proverbios 17:1
[78] Isaías 58:7, Mateo 25:36
Tratados
El amor divino
La guerra en Irak...y el soldado de Cristo
¿Amor propio o amor verdadero?
La cosa más grande en el mundo
La apostasía
Los peligros de la dramatización
Guardémonos de andar a la deriva
¿Serán buenas todas las religiones?
El avivamiento
Avivamiento entre los estudiantes
Biografías
Francisco Asbury- Obispo ambulante
Una entrevista con Jorge Müller
La comunión con Dios
Doctrina
Salvo por causa de fornicación
La evangelización
La evolución
La iglesia cristiana
¿Ha visto usted una iglesia bíblica?
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Ropa decorosa, con pudor y modestia
El reino de Dios
La santidad
La navidad- ¿La debemos celebrar?
Estudios sobre el Espíritu Santo
Testimonios
¡Sométete a la voluntad de Dios!
La vida hogareña
Esperanza para la familia latinoamericana
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El matrimonio, el divorcio y las segundas nupcias (texto)
El matrimonio, el divorcio y las segundas nupcias (pdf)
La vida cristiana
La derrota de Satanás en el calvario
La ley de Moisés y la ley de Cristo